Animación: Federico Mercante
Chile es tierra de lechugas: costinas, escarolas, españolas, milanesas, marinas, moradas. Hay para todos los gustos y en casi todas las mesas. Hablar de ensalada es hablar de lechugas frescas, sabrosas. Pero desde hace un par de décadas, durante los famosos 30 años, se comenzó a ver un nuevo tipo de lechuga en el país. No aparecieron en las ferias, su hábitat de venta natural, sino en las alacenas de los supermercados. Venían con la imagen de ser lechugas más limpias, más sanas: las lechugas hidropónicas. Son bonitas si uno las mira por arriba, pero si uno se fija en sus raíces están limpias, casi no existen, son lechugas de agua, no de tierra.
Recuerdo por ahí en el año 2009 o 2010 asistir como estudiante de posgrado a un workshop con un académico uruguayo joven que dijo algo así como “después de investigar en terreno, uno puede darse cuenta que un gran problema de la política en Chile es que los partidos no tienen vínculo con la sociedad, no existen abajo, existen solo en la política. Son como lechugas hidropónicas, sin raíces en la tierra”. A la salida de esa reunión otro académico, antiguo integrante de la Concertación, comentaba en el café: “Interesante lo que plantearon, pero claramente le falta más trabajo de campo, el pueblo de Chile es profundamente concertacionista”. Luego vino el 2011, y esa apreciación de partidos “que no existían en la sociedad” se fue haciendo cada vez más palpable. Con los años me tocó ver muchas veces más a ese académico uruguayo que se hizo súper conocido, se llama Juan Pablo Luna, y muchos políticos dicen que lo leen, pero parece que no lo aplican tanto.
Pasaron los años, surgieron partidos nuevos: primero Revolución Democrática por la izquierda, después Evopoli por la derecha, luego todo el Frente Amplio y después los Republicanos. En esa disputa reventó Chile y todos creímos que el sentido común se instalaba a la izquierda. Se vino la Convención y la derecha más pequeña que nunca. La nueva izquierda ganó el gobierno, con dificultad, pero sin vacilación. Chile se puso progre, hasta que… CATAPLUM
Como cantaba Pedro Vargas:
La negra noche tendió su manto,
surgió la niebla,
murió la luz
¿Qué pasó? La inmensa mayoría rechazó la propuesta, los pobres de Chile le dijeron al progresismo que no les parecía su Nueva Constitución de mayores derechos sociales. En todos lados se escuchan quejidos, gente ensimismada en busca de una explicación, y no falta el idiota que se cree más de izquierda por echarle la culpa a la gente de ser tonta. ¿Razones? Siempre hay razones, y muchas, pero me parece que puede ser importante mirar la que está en la alacena del supermercado: ahí con sus hojas verdes y sus raíces inexistentes. Lechugas hidropónicas.
Cuando surgieron los nuevos partidos de izquierda, el llamado Frente Amplio, se les vio como una brisa de aire fresco y repolitización para una ciudadanía ensimismada ante la indiferencia entre opciones que en ocasiones se hacían indistinguibles. Los “cabros del 2011” se habían organizado y entraban a la política para tomársela con promesas de más y mejor participación. Las intenciones están, pero la vida siempre es distinta a lo que uno quisiera; entre el desgaste de ejercer como actores políticos, construir y mantener sus propios partidos, y enfrentar el vendaval de elecciones que ha vivido el país, es claro que la promesa de integrar a la sociedad a través de sus organizaciones se ha quedado en el discurso y en las intenciones, pero no han logrado hacerlo realidad todo lo necesario.
Una llamada de atención ya de la poca relación de la política institucional en su conjunto con la sociedad se dio en la conformación de la Convención Constitucional. No arrasó la nueva izquierda ni la vieja, menos la derecha, sino que independientes y movimientos sociales, que parecían ahora sí traer la verdadera relación con eso que llaman “pueblo”. Y bueno, atendiendo los resultados del domingo pasado, parece que no la traían tanto. De nuevo, las lechugas hidropónicas.
La política en Chile es hidropónica, toda, completita. ¿Qué significa esto?, que sucede y existe en la performance, en el hacer de las instituciones. La política está allá arriba, pero no baja, o peor aún, no se hace desde abajo. Se supone que los partidos son instrumentos para traducir las demandas de la sociedad a la política, pero cómo traducir cuando no hay o no se tienen “hablantes nativos”, cómo existir en la sociedad si el ejercicio institucional mismo de la política dificulta la participación de las personas de a pie. ¿Quién que trabaje de “9 a 6” y ande un par de horas en micro al día tiene tiempo para estar en la política y vivir una “vida normal”?
El mundo progresista ha tenido la que va a ser, quizá, su derrota histórica más estrepitosa; si no se replantea ahora y de manera fuerte el cómo se vincula y se construye desde la sociedad, desde quienes supone representar, esta “Negra noche” se puede hacer más larga de lo que algunos piensan. Pero a tener ojo también con la sobre lectura, ni Chile era trosko cuando “La Lista del Pueblo” arrasó en la Convención, ni se hizo de derecha republicana porque ahora votaron Rechazo. Las características de la sociedad chilena aparecen claras en la inmensa mayoría de los estudios de ciencias sociales. Pareciera haber una mayoría progresista en temas valóricos, que está preocupada de su bienestar económico y los temas que más le interesan son, casi siempre, seguridad, pensiones, salud y educación.
Si el mundo progresista quiere volver a tener la oportunidad de llevar la batuta en lo que llaman “el sentido común”, tendrá que dejar de creer que tiene razón per se y empezar sembrar en la tierra, no en el agua. Si dejamos la hidropónica y volvemos a la costina, quizás podamos cantar como Pedro Vargas, que nos decía más adelante:
Dame tan solo
una esperanza
que fortifique mi corazón.