El siguiente texto no contiene spoilers.
Habían pasado cinco días de la publicación del libro Iosi, el espía arrepentido cuando la periodista Miriam Lewin, una de sus autoras, recibió un mensaje a través de Facebook. El director de cine Daniel Burman, premiado en el mundo por contar pequeñas historias de familias judías en Buenos Aires, la invitaba a tomar un café a ella y a Horacio Lutzky, el otro autor del libro. Se encontraron unos días después en una confitería frente al Museo de Bellas Artes, en el barrio porteño de Recoleta. El director de El abrazo partido no dio vueltas. Les dijo que se había devorado el libro y que quería llevarlo a la pantalla. Lewin y Lutzky pensaron: ¡al fin! Durante quince años estos periodistas habían mantenido guardado el relato de un agente de inteligencia de la Policía Federal que estuvo infiltrado en la comunidad judía desde 1985 hasta principios del 2000. O mejor dicho: hacía quince años que Lutzky y Lewin tenían vínculo con un personaje que decía tener información clave de los atentados de la Embajada de Israel y de la AMIA y se presentaba como arrepentido. Pero había algo más detrás de ese relato. Además de querer probar la implicación de los servicios de inteligencia en los atentados, el arrepentido tenía un objetivo personal: recuperar al gran amor de su vida, una chica judía con la que se había casado.
En esa década y media, Lewin y Lutzky probaron todos los recursos a su alcance para que alguien escuchara lo que Iosi tenía para decir: hablaron con los abogados de las causas, contactaron a ONG´s internacionales, pasaron por el despacho de la entonces primera dama, Cristina Fernández de Kirchner, y se sentaron con el mismísimo Jaime Stiuso, el espía más temido de la Argentina. Estuvieron a punto de firmar con una productora para hacer un documental, pero el entusiasmo y la sorpresa que les generaba a todos en un primer momento la historia de Iosi se diluía a medida que se enfrentaban con lo que realmente significaba contar un personaje de tal envergadura. Porque hablar de él es hablar de los poderes ocultos, de las mafias, de las prácticas más espeluznantes. Nadie se animaba a defender la historia hasta el final. Hasta el 2015, cuando Burman, después de leer el libro, decidió tomar las riendas de esta historia que de tan real daba escalofríos: una de espías y de amores frustrados que hoy no podemos dejar de mirar.
En la vida real, las buenas historias no aparecen en carpetas secretas que algún personaje misterioso desliza por debajo de una puerta o a través de mails anónimos con información clasificada. A las buenas historias, en general, hay que buscarlas en los lugares más cotidianos, en las zonas más alcanzables, en los sitios más mundanos. Pero la vida real también está llena de excepciones. Y así como existió un “garganta profunda” que dio lugar al Watergate o un “fusilado que vive” que dio cuerpo a Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, también existe un Iosi. Incluso en estos casos, cuando las historias llegan de manera extraordinaria, hay que saber aprovecharlo. Una buena historia mal contada es una mala historia. El libro de Lewin y Lutzky podría haber pasado desapercibido si los autores no hubiesen tomado ciertas decisiones a la hora de escribirlo. ¿Hubiera sido el mismo libro si fuera una larga entrevista a Iosi? ¿Hubiera generado el mismo efecto si no incluyera las propias dudas y miedos de los periodistas, al entrevistarse con un oficial de inteligencia que podía estar engañándolos? ¿Hubiera sido tan atrapante si se ceñían a la información clasificada y no mostraban las contradicciones y sentimientos del propio Iosi o si no incluían su historia de amor?
A partir de un preciso relato coral -que incluye un Iosi en primera persona y a los propios periodistas como personajes-, el libro se devora como una novela. Y la atracción por ese personaje es sin dudas la que también tuvo Daniel Burman cuando lo leyó. Porque Iosi, el espía arrepentido, es, sobre todo, un gran seductor.
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A la hora de adaptar una historia real, o la historia de la vida de una persona, por lo general hay que ficcionalizar cosas en pos de volverla más atractiva, más cinematográfica. Cuando se escribe una biopic, o una bioserie, se suelen inventar hechos, personajes o complicaciones para volverla más interesante, para que tenga más “carne”. Pero en el caso de Iosi se nos presenta el camino inverso. ¿Cómo volver verosímil una historia, que de tan épica, parece inventada? ¿Cómo darle sustento a algo que es real pero que no lo parece? Y además de realidad, ¿cómo generar empatía con un protagonista que es una suerte de villano, que incluso se autopercibe como el partícipe necesario de los dos atentados más grandes de la historia argentina?
Hacer una buena serie se parece a cocinar un buen guiso. No solo está hecho con varios ingredientes, sino que cada uno de ellos influye en el resultado final, incluso la manera en la que se los mezcla, su temperatura, y el momento en que se agrega cada condimento. Sobre todo, a la hora de comerlo, es importante que ningún ingrediente destaque por sobre el resto. La serie de Iosi es un gran guiso: virtuosa en su ensamble, ninguna de las partes se destaca en su jugada individual por sobre el resultado final. Las actuaciones son contenidas; ningún actor se pone por delante del personaje, de la historia. El relato sostiene el suspenso y nos permite acompañar a los personajes en sus vaivenes emocionales, con una fotografía sobria, pero al servicio de lo que se quiere contar: una ficción de época, con sus colores y contrastes. El arte, la música, el montaje, todo se siente como parte de un todo y no como el delantero que quiere hacer la jugada personal olvidándose del equipo.
Las series de la denominada “tercera edad de oro de la TV”, las de las streamers que vinieron detrás de Los Soprano y Breaking Bad, más allá de su trama, son un artefacto que opera sobre sus personajes. Sus conflictos, de algún modo irresolubles, ponen en juego algo central sobre la identidad o personalidad de sus protagonistas y hacen que esos personajes inicien su transformación. Iosi, el espía arrepentido sigue esta tradición. Una serie en dos tiempos, un recurso que muchas series usan, pero pocas lo hacen bien, que descansa casi exclusivamente sobre su protagonista, sobre su historia, sus sensaciones y su punto de vista. Si tuviéramos que elegir un segundo personaje también sería Iosi. Y acá radica otro de sus aciertos. El Iosi pre atentado es un personaje recién llegado a la academia de policía, un chico tierno del interior, buenazo, ambicioso pero ingenuo. Incluso, enamorado. En cambio, el Iosi del presente de la narración es paranoico, cínico, perseguido. No confía ni en su propia sombra.
La serie entonces narra cómo un Iosi se convierte en el otro Iosi. En ese sentido, toma un riesgo muy grande: elegir a un actor desconocido para interpretar al espía. Para los espectadores Gustavo Bassani no “hace de” Iosi; es Iosi, lo que da un fuerte efecto de realidad. Nos pone al ver los episodios en el lugar de un joven cualquiera de los 80 en la comunidad judía cuando se encontraban con este tal José Perez, seductor, carismático, que nunca habían visto antes pero que aparentaba ser inofensivo y agradable, alguien a quién invitarías a participar del coro, a tu partido político o a comer a tu casa para presentarle a tu hija.
Al tratarse de una adaptación, la serie toma algunos elementos del libro y los reacomoda para crear un relato más potente. Hay condensaciones, corrimientos, un nombre puede servir para otro personaje, o de tres personajes podemos obtener uno nuevo. Nada se siente completamente ficcional, pero todo tiene una base documental. Y si bien el cartel de rigor indica que es una ficción basada en hechos reales, la pregunta que surge es: ¿qué hay de real en el personaje que vemos por televisión? ¿Cómo es Iosi? ¿Dónde está ahora? ¿Es verdad que tiene un hijo? ¿Quién es su esposa fuera de la ficción? ¿Llegó realmente a lugares de poder dentro de la Comunidad? Quienes lo frecuentaban, ¿no se dieron cuenta de que era un espía? La serie juega con estas preguntas y convierte el relato en una historia que, por primera vez en muchísimo tiempo, nos da la libertad de pensar que podría haberse filmado en cualquier lugar del mundo y a su vez nos sorprende que sea argentina. Porque como enseñaron los estadounidenses, el audiovisual es una herramienta efectiva para construir identidad. Y si bien proliferaron historias tanto en la literatura como en el cine y la televisión sobre la última dictadura cívico militar, ni la bomba de la embajada de Israel ni la bomba de la AMIA fueron transitadas por el audiovisual masivo. Son como islas de sentido: sabemos que ocurrieron, pero no tenemos herramientas para contarlas, ponerlas en relación a alguna historia con la que nos podamos identificar. No tenemos caras asociadas a esos hechos más que las que vemos por la televisión en los actos que conmemoran cada año los atentados. La ausencia de ficciones biográficas sobre esos dos hechos tan épicos producen el sentido inverso al que imaginaríamos, cuando las recordamos parecemos recordar una ficción. La serie no solo aborda una época poco transitada sino que va hacia un lugar más profundo. Dentro de su trama de suspenso y espionaje es una serie cuyo eje no es otro que el antisemitismo. Es el problemático motor que moviliza a los personajes, especialmente a Iosi.
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El escritor Stephen King dice en su libro Mientras escribo que el que quiera ser escritor lo primero que tiene que hacer son dos cosas: leer mucho y escribir mucho. Parafraseándolo, para hacer una buena serie hay que ver muchas series.
Iosi no es solo una buena adaptación del libro de Lewin y Lutzky sino que además es un producto altamente seriéfilo y documentado. Hoy en día, en que proliferan este tipo de narraciones serializadas, existe toda una parte de la comunidad cinéfila que aún desprecia los relatos por entregas y hasta se jacta de no verlas. Durante el proceso de escritura y adaptación, tanto Burman como Lewin y Lutzky solían recomendarse permanentemente series como referencia. Para Lewin fueron fundamentales la consagrada “The Americans”; la francesa “El Espía”, protagonizada por Sasha Baron Cohen, sobre el caso de un agente secreto israelí infiltrado por el Mossad en Siria en los años 60, “The looming tower”, que explora antecedentes al atentado a las torres gemelas en 2001, y un documental israelí-alemán titulado “The Green Prince”, sobre el hijo de un alto mando de Hamas convertido en informante del servicio secreto israelí.
En Iosi se muestra una construcción que trabaja no solo sobre la adaptación de la vida real del espía, de los atentados, de la época, sino que trabaja sobre el género, el thriller de espías, el suspenso, y el relato por entregas. Iosi dialoga con muchísimas series de los últimos años y hasta las homenajea. Por ejemplo, cuando cambia el nombre de la manipuladora del protagonista de “Laura” a “Claudia”, como sucede con el personaje de Margo Martindale en “The Americans”.
Tanto Miriam Lewin como Horacio Lutzky fueron consultores de la serie. Participaron del proceso y leyeron los guiones. Dicen que están muy contentos con el resultado final y Lewin confiesa que no pierde las esperanzas de que la serie sirva para que nuevamente reciban un llamado. Aunque, esta vez, de alguien que quiera reabrir la causa, tomar en serio lo que Iosi tiene para denunciar y confesar. Por ahora, eso no sucedió.
¿Y Iosi? A Iosi también le gustó mucho. Y se ofreció para ser consultor de la segunda temporada.