Treinta meses sin visitar Buenos Aires.
¿Cómo la encontraré?
Esa pregunta me surgía con cada vez mayor frecuencia a medida que el comienzo del viaje se acercaba. Un viaje que hice muchas veces en los 28 años que llevo viviendo en Estados Unidos—exactamente la mitad de mi vida—. Sin embargo, este viaje es distinto por dos motivos. Por un lado, la pandemia obligó a una larga pausa en mi frecuencia habitual de dos a tres visitas anuales así como transformó al presente en un tiempo urgente. Por el otro, viajo entre otras cosas a presentar la versión en español de mi libro más porteño de los que he escrito hasta ahora, Abundancia. El libro comienza con un fragmento de “Nocturno a mi barrio”, de Aníbal Troilo:
“Alguien dijo una vez
Que yo me fui de mi barrio,
¿Cuándo? …pero ¿cuándo?
¡Si siempre estoy llegando!”
Llego al aeropuerto de Chicago, listo para embarcar, entre atolondrado y ansioso. Para ayudarme a recuperar cierta sensación de equilibrio interno me propongo tomar notas acerca de mis vivencias durante el viaje. Lo que sigue es un intento de encontrar un hilo que anude fragmentos de esta experiencia.
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Fernet
El segundo día de mi visita voy al cumpleaños de un amigo con quien me comunico en el contexto de un grupo de WhatsApp, pero a quien no veo desde hace varias décadas. Paso por la casa de otro amigo en común y vamos juntos. Llegamos primero, minutos después de las 17 horas. El cumpleañero me recibe con un cálido y sentido abrazo y una amplia sonrisa que revierten el paso del tiempo.
Los otros invitados se suman. A la mayoría no los conocía. Las horas pasan, las anécdotas se suceden, las risas se multiplican. Acostumbrado a la sociabilidad norteamericana, yo casi había agendado una cena con otra persona esa noche. Me había olvidado que los festejos porteños tienen horario de inicio pero no de finalización.
Camino por Buenos Aires. Veo sus colores, huelo sus aromas, escucho sus sonidos. Hay una efervescencia social que no había notado en otras visitas. La vida relacional porteña ha sido intensa desde que yo tengo memoria —y más allá, según cuentan las historias de la vida cotidiana de siglos anteriores—. Pero da la impresión de que los encuentros con familiares y amigxs no solo se han intensificado sino que ha sufrido un cambio de escenario que simboliza esta transformación.
Debido a la pandemia muchos de los rituales colectivos que corporizan la sociabilidad contemporánea han pasado del ámbito privado a espacios más visibles. Cumpleaños infantiles que se vuelcan a las plazas, obras de teatro que se hacen al aire libre, comidas en restoranes que pasan a la vía pública. El fernet que antes degustábamos acodados en la barra de un bar, ahora lo tomamos en la vereda—veredas ampliadas por retazos de calles reconvertidos en espacios de socialización urbana—.
Este pasaje de los espacios delimitados por cuatro paredes a aquellos al aire libre como escenarios de rituales colectivos es tanto un efecto de la efervescencia social actual como un motor de la misma que la potencia al transformar la fisonomía porteña. La ciudad está de fiesta luego de la penumbra pandémica.
Desazón
Sin embargo, la fiesta social coexiste con la tragedia económica y la desilusión política.
Sabía de las cifras sobre el aumento de la pobreza a través de los sitios de noticias. Pero ver expresiones en la ciudad de este empobrecimiento es distinto de leer números. Mientras camino por un barrio de clase media alta, en un semáforo veo una imagen que lo dice todo: en la misma esquina esperan para avanzar un auto alemán de alta gama y un reciclador urbano que camina transportando un enorme y pesado carro lleno de basura.
Las veredas ganan a las calles espacio de socialización mientras en las calles conviven tecnología automovilística de última generación y tracción a sangre.
Al promediar la primera semana participo de un conversatorio virtual organizado por el Instituto de Estudios Avanzados del Sur Global de la sede de Northwestern University en Qatar. El conversatorio está dedicado a debatir la idea del “Sur Global.” Somos tres panelistas—una colega de Estados Unidos, otro de Indonesia y yo—y una moderadora, de Turquía.
La moderadora nos envía por correo electrónico las preguntas de antemano, por si queremos ir pensando qué decir. La primera pregunta es qué significa el Sur Global para cada uno de nosotrxs. Yo respondo al correo contando que estoy en Buenos Aires y comparto el enlace de YouTube al tango “Vuelvo al sur”.
Cuando comienza el evento, luego de dar las palabras de bienvenida la moderadora me sorprende dando play al video del tango y posteando la letra en español y su traducción al inglés en el chat del Zoom. La poesía de Pino Solanas interpretada por el Polaco Goyeneche enmarca el conversatorio.
En un momento mi colega estadounidense—una antropóloga brillante especializada en Egipto—dice que el Sur Global es para ella un espacio de resistencia. Se me viene a la mente la imagen del auto de alta gama compartiendo la calle con el reciclador urbano, e intervengo diciendo que a veces hay resistencia pero que lamentablemente tengo la impresión de que lo más común es la supervivencia.
Cuando hablo de la actualidad económica con amigxs y colegas encuentro un común denominador: la sensación de que no hay una solución posible. La primera etapa del kirchnerismo vino aparejada de una narrativa épica para un sector importante de la ciudadanía. El triunfo del Macrismo fue recibido con esperanza por otro sector que imaginó una construcción política distinta. La asunción de Alberto Fernández fue recibida con cierta ilusión por algunxs. Hoy en día no quedan rastros de esa ilusión, ni siquiera entre mis interlocutorxs que lo votaron.
Hablo de lo que vendrá para el próximo gobierno. En ninguna de mis conversaciones se vislumbra un horizonte de salida de la crisis actual. Mis interlocutorxs no se imaginan un futuro distinto del presente. Impera la desazón.
Converso con una amiga que comenta sobre el doble empobrecimiento de la coyuntura argentina—el de la situación económica de la población y el de las alternativas políticas—comparándolo con las expectativas en torno del inicio de la nueva administración presidencial en Chile. La ilusión por lo que puede pasar del otro lado de la Cordillera no hace más que reforzar el desencanto de este lado.
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Un amigo me comparte una foto por WhatsApp mostrando que Alberto Fernández le regaló a Gabriel Boric su vinilo de “Artaud”, el álbum de Pescado Rabioso, con motivo de la asunción del mando. Sonrío. Es uno de mis discos favoritos, al punto tal que incluí un fragmento de “Cantata de los puentes amarillos” para acompañar el inicio de Abundancia junto al del tango de Pichuco:
“Aunque me fuercen yo nunca voy a decir
Que todo el tiempo por pasado fue mejor.
Mañana es mejor.”
Espero que el Flaco tenga razón.