Sol Lauría ya era flaca cuando dejó Santa Fe y viajó a la capital de Panamá atada a un capricho, a una huida, a algo que la hizo decir sí a la propuesta de un amigo periodista. En las primeras semanas bajó dos kilos. Lo único que comía era papaya. Lleva un tiempo largo evitando la sopa caliente, esquivando las frituras de restaurantes caribeños y tratando de hacer lo que sabe: escribir historias. Primero lo hizo para el diario La Estrella. Después para Connectas, una iniciativa periodística sin fines de lucro que promueve la producción, el intercambio, la capacitación y la difusión de información sobre temas claves para el desarrollo de las Américas.
Estudió periodismo pero quería ser médica o, tal vez, trabajadora social o por qué no abogada. Su mamá le advirtió que pasaría hambre, pero la esperanza de llegar a ser presentadora de televisión pudo más.
En 2007 ganó la beca del Proyecto Balboa, un año después la de la Fundación Avina. Lauría trata de no repetirse: pasó del glamour del espectáculo a investigaciones que incluyeron casos de corrupción y denuncias sociales. En los últimos tiempos, quiere escribir algo que valga la pena.
De chica, Lauría pasaba por la esquina de la casa de su abuela, y veía un cabaret con ubicación estratégica: a una cuadra de la casa de Gobierno de Santa Fe, a tres de la legislatura. La autora se detenía y trataba de espiar: cuando alguien abría la puerta, veía sombras, figuras de mujeres con tacos altísimos y hombres que, en ese momento, para ella encarnaban la perdición. Pasaron los años y los prejuicios fueron cayendo. Lauría dejó de ser voyeur de cabaret para convertirse en protagonista. Pidió permiso, le abrieron la puerta y para Anfibia se metió en el cabaret más famoso de Buenos Aires.