Después de casi dos años de pandemia del CoVID-19, es oportuno revisar sus consecuencias políticas. Hacer pronósticos no es aconsejable. Ni la pandemia ha concluido ni las dinámicas políticas son inmediatamente transparentes. La situación política es fluida en tanto persisten incógnitas básicas esenciales sobre la pandemia. No está claro si lo que nos espera es una década de pandemia o si hay una postpandemia en ciernes.
En este contexto, no emergen tendencias políticas que puedan ser directamente atribuibles al CoVID-19. Es factible que un pésimo desempeño en términos de control de la pandemia castigue a gobiernos. Hay costos políticos importantes en términos de popularidad y resultados electorales, pero no son categóricos. La erosión de la democracia a nivel mundial no puede ser atribuida a la pandemia ya que precede al Co-VID 19. Tampoco es claro si regímenes democráticos son más eficaces que sistemas autoritarios en controlar la pandemia. Hay numerosas variaciones nacionales y regionales, en términos de contagios, muertes e índices de vacunación, para establecer correlaciones simples.
No hay evidencia para sostener especulaciones iniciales sobre la pandemia que tumbaría el autoritarismo chino y daría paso a políticas posnacionales de solidaridad y cooperación. Esto fue sugerido por Slavoj Žižek en Pandemia!, un McBook horneado rápidamente apenas comenzó la crisis. No hay evidencia impecable de que atravesamos un momento hegeliano dialéctico o que un inminente comunismo renovado esté a la vuelta de la esquina. Más que un diagnóstico certero o una afinada hoja de ruta revolucionaria, suena a una expresión de deseos apurada, como cuando se está a punto de soplar las velitas de cumpleaños.
El posnacionalismo debe esperar. Es el tiempo de nacionalismos vacunatorios y anarquismos de derecha.
La realidad demuestra la persistencia de la inercia política más alla de cambios sustanciales en otros aspectos – trabajo, sociabilidad, economía, salud mental-. El mundo pandémico, como el mundo que lo precede, es brutalmente desigual. Refleja enormes dificultades para acordar e implementar soluciones globales; los déficits del sistema internacional para responder a una crisis planetaria de forma igualitaria; el enriquecimiento obsceno de los ultras ricos en épocas de colapso económico; la indiferencia y la pobreza estratégica en una crisis humanitaria sin precedentes.
Con aciertos y fracasos, las respuestas han sido principalmente nacionales. Domina el “nacionalismo vacunatorio” de los países con capacidad de producción y logística. La competencia farmacéutica es otro frente de batalla de la geopolítica contemporánea. El posnacionalismo debe esperar. No solamente el régimen chino parece incólume, sino que redobla su apuesta de represión interna (especialmente en la investigación del origen del virus) y diplomacia agresiva. No pareciera que la pandemia haya abierto un ciclo de políticas solidarias, focalizadas en la distribución social del riesgo o la protección de los sectores más vulnerables. Solidaridad global te la debo. El mundo enfrenta la crisis con lo puesto y lo puesto son las enormes desigualdades en todos los planos -salud, economía, trabajo-. Las tenaces grietas sociales y globales quedan expuestas a cielo abierto.
La pandemia es un ejemplo emblemático de problemas como la crisis climática y la migración, que demandan cooperación e intervención global. El sistema de salud global es tan fuerte como el eslabón más débil del mundo. Mientras persistan bajos niveles de vacunación y sensibles problemas de atención sanitaria, habrá frentes abiertos de circulación del virus y posibles mutaciones. Acciones intergubernamentales demandan acuerdos básicos – un contrato social, aunque sea dinamizado por el espanto a la prolongación de la crisis más que por el amor cosmopolita y el abrazo solidario-.
No hay soluciones viables sin consenso mínimo nacional y global. Si el contrato social es endeble, resquebrajado por la codicia y el individualismo, no hay piso para resolver un problema multifacético que afecta a poblaciones de forma desigual. La competencia reinante y la indiferencia suprema dinamitan cualquier intento de pensar y accionar colectivamente. La solidaridad, expresada en la vacunación, el uso de barbijos y otras medidas para el cuidado de otros, es clave.
La realidad desnuda las limitaciones de la teoría. La crisis demanda un menú de acciones que usualmente se entienden como socialistas.
La pandemia no se resuelve con la mano mágica del mercado. La realidad desnuda las limitaciones de la teoría. La crisis demanda un menú de acciones que atiendan urgencias inmediatas y futuras, incluidas políticas welfaristas como las del gobierno de Joe Biden. Las medidas van desde la salud pública, proyecto de la proto sociedad de bienestar social, hasta políticas sociales que ofrezcan respiro y oportunidades para los sectores más castigados. Lo que usualmente se entiende como socialismo – intervención estatal en la economía y otras áreas– es indispensable para enfrentar los embates más duros de la crisis. Esto no implica un cheque en blanco al Estado, sino intervenciones guiadas por recomendaciones sensibles del sanitarismo, sumadas a políticas económicas y sociales efectivas para reducir el brutal impacto de la crisis.
Paradójicamente, se percibe el ascenso de espíritus libertarios en medio de una crisis global que necesita la reafirmación del contrato social -una filosofía política bordeando a culto, empecinada en maximizar la autonomía individual y la libertad-.
Conocemos sus protestas y casus belli que moviliza la ira incontenible contra la tiranía y el estatismo. Las cuarentenas son decisiones arbitrarias que violan principios constitucionales sagrados. La obligatoriedad de la vacunación es una intromisión en el cuerpo individual. Las medidas oficiales de contención de la pandemia, como los barbijos y el distanciamiento social, apenas disimulan el intento artero de cercenar las libertades. Las campañas de comunicación sobre la pandemia son intentos orwellianos de control de mentes. Hay un complot globalista de estados, filántropos y elites biomédicas contra el individuo.
Para este anarquismo de derecha, el Estado es siempre sospechoso y represor. Cualquier acción estatal necesariamente es contraria al bienestar y la felicidad individual. Tamaña certeza olvida que sin estado no hay agua o alimentos seguros, calles o normas viales, seguridad pública o civilización (o internet para los blogueros libertarios). Son olvidos deliberados o engaños ignorantes. Ejemplo insignia son los billonarios de Silicon Valley, que incansablemente despliegan una pasión libertaria del emprendimiento y la sabiduría individual, omitiendo que es industria surgida al calor del gigante complejo militar-industrial norteamericano.
Las críticas libertarias foguean dudas y oposición a la vacunación. Aquí conviven biblias y calefones. Preguntas legítimas sobre la seguridad y los efectos de las vacunas hasta visiones descabelladas sobre las operaciones de sinarquías internacionales detrás de la inmunización. Una corriente del movimiento antivacunas abreva en el río libertario que se opone a cualquier forma de intervencionismo estatal por principios, sin ofrecer alternativas empíricamente sólidas para enfrentar la pandemia. Sin ser foucaultiana, imagina que las vacunas implantan chips para vigilar y castigar. Sin ser anti-capitalista, denuncia a las corporaciones farmacéuticas por explotar la crisis para obtener redito económico.
Quizás la globalización del libertarianismo radical sea producto de la circulación planetaria de ideas, sumadas a las acciones sostenidas de difusión de partidos políticos y think tanks.
No sorprende que tales argumentos sean comunes en Estados Unidos, una sociedad donde nunca hay suficiente individualismo y egoísmo para contentar el alma. Donde hay una larga tradición de desconfianza frente al gobierno e insurrección violenta bajo el lema de rebelión contra la tiranía estatal. Donde perdura la cultura del lejano oeste en grupos que reivindican y ejercen una versión extrema de derechos individuales – desde portar armas en público hasta no pagar impuestos-.
Llama la atención la fuerza del libertarianismo en otras latitudes –desde Alemania hasta Australia-. No es solamente el caso del mediático Javier Milei en Argentina, hoy parte del Estado. Hay “abanderados de la libertad” en el populismo de derecha en Europa y otras regiones, que representan un mashup de actitudes anti-vacuna, teorías conspirativas, y la desconfianza frente a lo que huela a gobierno y globalismo.
El slogan “controlen las fronteras, no la gente” en marchas recientes en Austria refleja esta alquimia particular de xenofobia, populismo libertario y visión de la salud pública como parte del establishment socialista/liberal. En Brasil, simpatizantes bolsonaristas flamean la bandera gadsden con el slogan Don’t tread of me (“No me pises”), símbolo clásico del individualismo irredento contra el gobierno federal en Estados Unidos. Abundan los memes libertarios con frases de la santificada Ayn Rand y economistas libremercadistas.
Es paradójico que ideas libertarias cobren vida en un momento donde el ethos social es indispensable para la resolución de la crisis y el robustecimiento de sistemas de salud. Es equivocado concluir que se debe únicamente a críticas sobre errores, contradicciones y limitaciones de las respuestas frente a la pandemia. Hay un largo trecho entre observar problemas tangibles y decisiones equivocadas, que las hubo durante la pandemia, y concluir que el Estado asfixia la libertad individual cuando implementa medidas razonables para controlar la plaga.
El libertarianismo convenientemente niega logros: la reducción de niveles de contagio y casos de enfermedad más agudos en docenas de paises, el veloz desarrollo de un menú de vacunas, la implementación de una logística compleja en la administración de testeos y vacunas. Estos resultados no surgieron de la irrestricta libertad individual o el espíritu emprendedor de anarcos con corbata. Fueron producto de acciones colectivas: sacrificios personales, esfuerzo descomunal de trabajadores de la salud y personal esencial, intervenciones estatales acertadas, acciones puntuales del sector privado y la participación cívica.
Quizás la globalización del libertarianismo radical sea producto de la circulación planetaria de ideas, sumadas a las acciones sostenidas de difusión de partidos políticos y think tanks. Sin embargo, esto no explica su magnetismo.
Después de casi dos años de pandemia, es oportuno revisar sus consecuencias políticas.
¿Dónde radica el atractivo del libertarianismo? Acarrea una variedad de causas. El mercantilismo económico, individualismo social (“déjenme vivir como quiera”) y el hartazgo con burócratas, políticos y tecnócratas. La oposición al estatismo de izquierda. El descontento esperable con las cuarentenas, los cierres, las restricciones, y la persistencia de la pandemia. La desconfianza hacia gobiernos y elites. La inquietud frente a medidas, como los pasaportes de vacunas, vistas como una intromisión en la vida privada (preocupación curiosa considerando lo poco que va quedando de privacidad en la sociedad de la vigilancia digital). En este caldo de cultivo, hay grupos permeables a gritos de guerra que invocan la rebelión individual contra la tiranía.
Como en cualquier culto, sus miembros se aferran a dogmas y convicciones antojadizas más que a los hechos. El libertarianismo es negacionista – del cambio climático, de la pandemia, de ciertas ramas de la ciencia. Versiones desprovistas de realidad son tomadas como verdades absolutas. No es casualidad que haya niveles absurdos de desinformación sobre la vacunación y otros temas pandémicos en sectores libertarios. A esto se le agrega un basismo epistemológico, una visión discepoliana de la ciencia donde cualquiera sabe tanto o más que especialistas en virología, microbiología y epidemiología.
Desinformación y populismo médico son una combinación peligrosa. Alienta no solamente el rechazo a la vacunación, sino también a la movilización contra medidas necesarias para mitigar y controlar la pandemia. Es más que irresponsable propagar acciones individualistas, bajo el viejo cuento de la libertad, en medio de una crisis global sin precedentes. Deja abierta la puerta para la eugenesia como estrategia frente a la pandemia –un darwinismo social imbuido de nihilismo necrológico. Omitiendo que la presunta solución ofrecida – la libertad individual sin obligaciones sociales- lleva a la muerte. Recuerda al caso de Qin Shi Huang, el primer emperador de la China unificada, que usaba pastillas de mercurio porque creía que le daría vida eterna y murió envenado. La escalada libertaria dificulta la resolución de la pandemia, en tanto que la crisis demanda políticas inteligentes y sostenibles con significativo apoyo público. Lograr inmunidad comunitaria, con niveles de vacunación arriba del 80 por ciento, implica un considerable consenso social y político. Si hay un futuro pos-pandémico, se llegará con ideas que valoren el bien común sobre el negacionismo de la realidad. Como escribe Camus en La Peste, “todo lo que puedo decir es que en esta tierra hay pestes y hay victimas. Uno debe lo más posible rehusar estar del lado de la peste”.