Ensayo

Angela Merkel deja la política


Cómo será vivir sin ella

Los alemanes no sufren después de votar: gane quien gane sus vidas seguirán igual. Pero esta vez fue diferente. Angela Merkel se retira de la política. Les deja a sus colegas la urgencia por la transición energética y digital y por encontrar una posición equilibrada entre Estados Unidos y China. Marca a los jóvenes con dos legados: ostentar la prosperidad no es un valor y procrastinar no está tan mal. ¿Las grandes decisiones siempre pueden esperar?

El día que cayó el muro de Berlín, Angela Merkel estaba en un sauna. Era el ritual de los jueves, que compartía con una amiga. Recién cuando terminó se sumó a la muchedumbre, que abría su paso por Berlín Occidental. Los festejos, la travesía en una ciudad hasta entonces desconocida, duraría toda la noche, pero Merkel apenas alcanzó a tomar una cerveza y regresó a su casa. Al otro día tenía que entrar temprano a trabajar como física en la Academia de Ciencias de la zona Este.

Unas semanas después comenzó su segunda vida. 

La primera, que duró hasta sus 35 años, había transcurrido en un país extinto: la República Democrática Alemana (RDA). Hija de un pastor luterano y una profesora de idiomas, nació en Hamburgo, pero a los meses el empleo del padre llevó a la familia a Templin, una pequeña ciudad en la parte norte de Berlín Este. Gracias al privilegio eclesiástico, los Kasner llevaban una vida por encima de la media oriental: tenían dos autos, ropa y comida que les llegaba desde la otra Alemania. Quizás eso explica el hecho de que Angela, a diferencia de buena parte de las mujeres de su edad, haya podido estudiar. Fue en la universidad donde nació el sello Merkel: allí conoció a Ulrich Merkel, otro físico, con el que se casó y luego divorció apenas unos años después. Decidió quedarse con el apellido. 

La transición fue vertiginosa. Con el Muro todavía en escombros, la física se unió a Despertar Democrático, una agrupación liberal compuesta por jóvenes del Este que al año terminó integrándose a la Unión Demócrata Cristiana (CDU), el partido tradicional de la centroderecha alemana. El contexto político, el origen de Merkel, su juventud, pero también su talento (colaboradores de ese entonces la describen como una política fría, brillante y certera) la proyectaron en el partido.

Con el Muro en escombros comenzó su carrera política. En 1991 fue ministra de mujeres y juventudes; luego de medio ambiente. En 2005 se convirtió en canciller. Decían que no estaba lista para gobernar. 

Helmut Kohl, el canciller de la reunificación, se ocupó personalmente de propagar el apodo. A Merkel la conocían como“la chica de Kohl”. Para 1991 fue ministra de mujeres y juventudes; luego de medio ambiente. Según testimonios de esos años, Merkel no tenía una gran visión programática. No se preocupaba particularmente por los ministerios que ocupaba: solo quería ascender. En 1998, cuando la CDU pasó a la oposición, se convirtió en la líder del partido, pese a que no había cumplido ni una década entre sus filas. Al año siguiente completó la estocada: envió una columna de opinión a un diario conservador llamando a ponerle fin a la era Kohl. La excusa fue un escándalo de corrupción en el que su padrino político estaba involucrado. Fue una jugada riesgosa, pero tuvo éxito.

En 2005, la Unión Demócrata Cristiana ganó las elecciones y Angela Merkel se convirtió en canciller. Gerard Schroder, el rival al que acababa de vencer, fue uno de los tantos políticos que en ese entonces le auguraban a su cancillería una corta duración. Decían que no estaba lista para gobernar el país. Se quedó dieciséis años. 

El domingo pasado, 26 de septiembre, celebradas las elecciones federales, Angela Merkel empezó a emprender el camino a su tercera vida. 

*** 

La era Merkel está a punto de terminar. El final estaba anunciado desde hace tres años, cuando decidió que no iba a candidatearse otra vez. Ahora, finalmente, es real. Después de una década y media al mando de Alemania y la Unión Europea, la primera mujer en ocupar el máximo cargo del Estado alemán deja la política.

Las elecciones ya ocurrieron, Mutti (la forma más cariñosa que tiene el alemán para decir “mamá”) pasa a retiro. Esta semana, a medida que los carteles de propaganda de candidatos y partidos vayan desapareciendo de las calles, la política también irá perdiendo peso en las conversaciones diarias de amigos, familiares y colegas de trabajo. 

Puede que desde Argentina, donde es tema recurrente en cada reunión social, sea difícil entender el vínculo de un alemán con su(s) gobierno(s). Si bien está siempre presente en todos los diarios y en la Tagesschau, el infaltable noticiero que las familias sintonizan a las ocho de la noche mientras terminan de cenar, la charla cotidiana de los alemanes no gira en torno al impacto de las decisiones de los políticos en su vida cotidiana. O al menos no todo el tiempo. 

Su liderazgo conecta con un pueblo que, a diferencia de otros, no considera un valor ostentar su prosperidad.

Andrés Goldszmidt, argentino radicado hace más de una década en Alemania, trabaja en el servicio de noticias en español de Deutsche Welle. Todavía repara en esa diferencia cultural ante cada nueva elección acá o allá. “Odio las generalizaciones, pero sí creo que hay diferencias. Puede ser el ámbito social donde me tocó caer o que sigo sin encontrar el timeline tuitero adecuado, pero te doy un ejemplo: en Argentina en la noche electoral todos queremos saber si perdimos o ganamos (llantos, abrazos, puteadas incluidas). Acá nos preguntamos si ganó tal o perdió cual.” Ese vínculo más distante con la coyuntura puede tener muchas raíces, pero tiene ante todo una justificación económica y social: la sensación de que, gane quien gane, las cosas seguirán estando más o menos igual. 

Así y todo, la despedida de la “madre de los alemanes” (que después de la victoria de Donald Trump fue proclamada por el New York Times como “la última defensora del liberalismo occidental”) cala hondo en varias generaciones que jamás habían visto gobernar a otra líder y se preguntan cómo será vivir sin ella. Salvo por los seguidores de la ultraderecha, incluso quienes jamás votaron ni votarían a la Unión Demócrata Cristiana coinciden en algo: “La vamos a extrañar”. 

Mutti (“mami”) se va. Hasta quienes no la votaron piensan cómo será vivir sin ella.

Ahora, con los resultados en mano, los partidos deberán iniciar una ronda de negociaciones para formar gobierno. El desenlace es tan incierto como la duración del proceso de negociación, que podría llevar meses (quien haya visto Borgen, entenderá de qué hablamos cuando hablamos del proceso de armado de una coalición). Si el procedimiento se prolonga hasta el 17 de diciembre, Merkel incluso podría quebrar otro récord y ser la canciller más duradera en la historia del país, aventajando al canciller de la reunificación, Helmut Kohl. Los alemanes, mientras tanto, tendrán tiempo para despedirse. 

***

El imaginario sobre Alemania como una nación multiétnica, de avanzada, llena de culturas distintas en convivencia solamente encuentra asidero en los grandes centros urbanos del país: Berlín, Hamburgo, Múnich (algo menos) y por último Colonia y Bonn, que por su cercanía conforman un corredor un poco indiferenciado de gente que va y viene de una ciudad a la otra. Por lo demás, Alemania sigue siendo un país lleno de alemanes. 

Merkel puso fin al desarrollo nuclear alemán y recibió a los refugiados en 2015. Para sus críticos, el país necesita activar la transición energética y reposicionarse ante la competencia geopolítica entre EEUU y China.

Como cualquier persona que echa lazos y entra en conversación activa con el lugar en el que vive –algo que, si uno es migrante, sucede solo con una dosis extra de esfuerzo por entender el país elegido, o dejando hacer lo suyo al tiempo– el periodista argentino tiene a su alrededor personas muy distintas que conforman su entorno alemán. Está el círculo profesional –compuesto por periodistas, universitarios y muchísimos expatriados– y el que más se parece a una familia, en las afueras de Friburgo, muy cerca de la Selva Negra, en un sur del país más bien boscoso y rural. 

Los intereses de las personas que conforman sus dos mundos, y aquello que le piden a sus gobernantes, no se parecen demasiado: si las demandas en las grandes urbes (y sobre todo de las nuevas generaciones) pasan cada vez más por las políticas ambientales y la ampliación de derechos, los sectores rurales siguen poniendo valor en la economía, el trabajo y la posibilidad de una jubilación mejor. Pero dice Andrés que también hay puntos en común: “En mis dos mundos veo coincidencias en la aprobación de Merkel por la manera en que vive: sin alardes, con el ascetismo de una servidora pública que está cumpliendo su misión, por su carrera como científica, por su manera de ser en las apariciones públicas, sin coqueteos innecesarios con los periodistas”. 

Durante estos años, Merkel personificó para la gran mayoría de los alemanes una forma de ejercer el liderazgo que conecta con la forma de ser de un pueblo próspero que, a diferencia de otros, no ve en la ostentación de esa prosperidad un valor. Quizá porque, aún hoy, distintas clases sociales se siguen encontrando en las escuelas, en los hospitales y en los parques públicos. 

El imaginario sobre Alemania como nación multiétnica, de avanzada, encuentra asidero en Berlín, Hamburgo, Múnich. Por lo demás, Alemania sigue siendo un país lleno de alemanes. 

“Hay algo, tal vez no tan consciente, de ver en Merkel un modelo de cómo quisiéramos que fuera cualquiera que esté en esa función o incluso cómo quisiéramos ser nosotros si estuviéramos en su lugar”, reflexiona Goldszmidt. 

***

Suele decirse que los alemanes tienen una palabra para todo. Algunas, incluso, pueden retratar una era, o al menos una parte. Para 2015 la palabra merkeln ya formaba parte del léxico popular, sobre todo entre los jóvenes. El verbo refiere a no tomar grandes decisiones, postergarlas todo lo que sea posible y esperar, en definitiva, a que las cosas se resuelvan solas. 

Las grandes urbes (y las nuevas generaciones) piden políticas ambientales y la ampliación de derechos. Los sectores rurales, estabilidad económica, trabajo y una buena jubilación.

Esa es una de las principales sombras de la era Merkel, pero quizás también su condición de posibilidad. Fue una canciller de pasos cortos y seguros, en general junto a sus rivales políticos, a los que encontró en el centro del sistema de partidos. La mayor de las veces en alianza con la socialdemocracia, con la que gobernó doce de sus dieciséis años. Hubo, es cierto, algunas excepciones en esta impronta: la decisión de ponerle fin a la energía nuclear en Alemania, una bandera de su partido, y la recepción de más de un millón de refugiados en 2015. Pero en líneas generales Merkel no imprimió ningún cambio estructural en la sociedad ni en la economía alemana. Para sus críticos, el país necesita un giro de timón de cara a la transición energética y digital, sumado a un contexto donde la competencia geopolítica entre Estados Unidos y China pone a Europa en una posición incómoda. Sus defensores señalan que, además de la proyección de estabilidad, hubo dividendos claros: los alemanes nunca fueron tan ricos como con Merkel.

Pero esa riqueza cuenta otras historias. Alemania ganó millones con los intereses de los bonos griegos que el país comenzó a comprar en 2010, cuando Merkel se transformó en la cara de la austeridad para el sur de Europa, con efectos que perduran hasta hoy (basta con ver el estado de sus servicios públicos cuando llegó la pandemia). El rol de la canciller durante la crisis de deuda en la zona euro profundizó la desigualdad entre el norte y el sur. Merkel fue durante todo su gobierno la líder virtual de la Unión Europea, que no solo sufrió la prioridad que le otorgó la canciller a los intereses alemanes sino también su incapacidad para aplicar cambios estructurales. Es en el espacio europeo donde la procrastinación merkeliana se vio con mayor claridad.

Deja un legado: procrastinar no está tan mal. ¿Las grandes decisiones siempre pueden esperar?

Los alemanes, por el momento, pueden sentirse ganadores. Es otra forma más para entender su legado: en las elecciones del pasado domingo, ninguno de los principales candidatos planteaba una ruptura con su gobierno. Olaf Scholz, el socialdemócrata que es favorito para desplazar a la centroderecha del poder y convertirse en canciller, se posicionó como un merkelista progresista. Otra palabra que deja Mutti después de 16 años en su cargo: la Merkelisierung (merkelización). No habrá otra igual a ella. Pero si alguna vez se habló de la Merkelisierung del mundo, hoy parece más adecuado hablar de la Merkelisierung de la política alemana.