Fuentes: Archivos Desviados - Moléculas Malucas
Agradecemos al CeDInCI por el material de archivo de la Revista Somos y por su labor en la preservación del patrimonio documental y cultural de las izquierdas latinoamericanas.
“Una vez, alguno de nosotros soñó con un lugar. Era un lugar abierto, espaciado. Había una avenida que se llamaba LIBERTAD”: así empezaba el editorial en versos del primer número de Somos (1973), periódico del Frente de Liberación Homosexual (FLH) argentino, aquella federación de grupos radical y pionera en Latinoamérica y el mundo que estos días cumple su 50 aniversario.
Ese espacio de libertad solo podía ser un sueño para una revista que se veía obligada a circular clandestinamente por bares, fiestas y algún que otro audaz kiosco de Buenos Aires y que, poco tiempo más tarde, con el recrudecimiento de la represión en el ocaso de la primavera camporista, debió consignar el domicilio de una organización hermana de Nueva York para recibir cartas de locas que quizás vivían a tan solo unas cuadras.
En otro número de Somos Néstor Perlongher recuperaba esos oníricos espacios de la liberación en su primer poema alguna vez publicado, “En defensa de los homosexuales de Tenochtitlán y Tlatelolco”. En sus versos, hombres que “se acarician en los baños” sueñan con “bellas extrañas islas inexistentes subjuntivas” y se mimetizan con aves exóticas que por la noche consiguen escapar de un triste cautiverio. El poeta mismo se convierte ahí en uno de esos pájaros liberados, ya que con una singular mirada aérea va sobrevolando istmos, desfiladeros, “acantilados de Escocia”. Poco a poco vemos configurarse, así, un singular mapa de la liberación que, de alguna manera, prefigura las cartografías deseantes que lo ocuparán años más tarde como teórico queer avant la lettre y como poeta neobarroco (léanse su introducción a Caribe Transplatino, su Austria-Hungría o Parque Lezama para comprobar su pasión por geografías exóticas donde despuntan sexualidades y comunidades nuevas).
Nada mejor para homenajear al FLH en su aniversario que trazar otros posibles mapas de la liberación homosexual, hechos a partir de retazos de historia y de sueños dispersos en panfletos y boletines de la época. Para ello seguimos, como no podía ser de otra manera, el viejo dictum de Oscar Wilde según el cual “un mapa que no incluya la utopía no merece ser observado”.
Sur
El primero de estos diseños cartográficos nos lleva al sur del continente americano, y no al norte donde años más tarde la furia trava de negras y latinas tomaría revancha a piedrazos contra agentes policiales en el bar Stonewall del West Village neoyorquino. Nos situamos en la zona sur del conurbano bonaerense para luego entrar en la capital, donde se congregan escritores homosexuales de la órbita de la revista Sur, y finalmente damos una nueva vuelta por Avellaneda y aledaños, es decir: más sur.
Lomas de Zamora fue el barrio donde, en 1967, el militante sindical Héctor Anabitarte se reunió con otras locas de clase trabajadora como Luis Troitiño para dar inicio a la primera agrupación militante homosexual latinoamericana de la que se tenga registro. En un conventillo de Lomas, entonces, y en la casilla de un guardabarreras de Gerli próxima a una villa (“cuando pasaba el tren, cada quince minutos, nos agachábamos”, cuenta Anabitarte), entre otros espacios improvisados, comenzaron a confluir los homosexuales de aquellos sures bonaerenses que años antes habían migrado desde Tucumán, Santiago del Estero o La Rioja (porque el mapa de la liberación homosexual en Argentina responde, en parte, al de la migración interna que en las décadas inmediatamente previas había propiciado el caldo de cultivo del primer peronismo).
Autodenominados “homosexuales de Buenos Aires”, Anabitarte y compañía se ocuparon de reclutar a otras locas sueltas por los barrios y comenzaron a forjar un espacio de pertenencia (como el espacio que más tarde soñó Somos) desde el cual lucharon contra los infames edictos policiales, mediante los cuales se detenía y vejaba homosexuales a diario, y se dirigieron a los mass media de su tiempo procurando torcer ese sentido común anti-homosexual al que abonaban por costumbre y deporte. Con ese propósito Anabitarte y compañía publicaron su primer boletín, denominado Nuestro Mundo en posible alusión a un ambiente compartido pero también —a juzgar por las noticias internacionales que cubrían sus páginas y extendiendo aquella pasión cartográfica que nos interesa— al planeta entero: este mundo era también nuestro.
Gracias a las averiguaciones de historiadores como Juan Queiroz y Javier Fernández Galeano sabemos que, en 1971, el Frente nació, tal como lo conocemos, en un departamento del barrio de Once, por intermediación del poeta tucumano Juan José Hernández —allegado a los editores de Nuestro Mundo pero, también, pareja del prestigiado secretario de redacción de la revista Sur José “Pepe” Bianco— cuando miembros de aquel grupo del Conurbano unieron fuerzas con otro, Profesionales, conformado por nada menos que Manuel Puig y otros intelectuales de renombre como Juan José Sebreli y Blas Matamoro, quienes también habían sabido integrar cenáculos como el de Victoria Ocampo.
El mapa que traen consigo estos intelectuales es el de un entramado cosmopolita que, en su afán de integrar más o menos imaginariamente a la Argentina al “mundo” (parte de Europa occidental y algunos otros pocos países), había promovido el feminismo en suelo local a través de la difusión de autoras como Simone de Beauvoir y Virginia Woolf e, incluso, había llegado a importar ciertas infamias con tufillo queer de Jean Genet. Un dato para confeccionar nuestros mapas: Sebreli, que además había participado en Contorno y ensayado su heterodoxia marxista en obras de sociología novedosas, atribuye a la revuelta de Stonewall un impacto decisivo sobre la experiencia argentina y, aunque muchos otros exmiembros del FLH lo contradigan, sostiene que el Frente de Liberación Homosexual argentino modeló su nombre en base al Gay Liberation Front neoyorquino.
El tercer grupo en integrar el Frente nos devuelve a la zona sur; más específicamente, a la casa de Néstor Perlongher, en el barrio de Avellaneda, donde esta loca revoltosa apodada La Rosa (por Luxemburgo) y para ese entonces militante trotskista, se reunía con Sergio Pérez Alvarez y otres estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras. La contribución de este grupo, que más tarde pasó a autodenominarse Eros, acabó por imprimir en el Frente sus ideas más vibrantes —muchas de ellas cultivadas en grupos de reflexión autogestionados por estudiantes de sociología, psicología y letras de la UBA— y, a pesar de que promovió el carácter horizontal del FLH, copó sus filas y hegemonizó su dirigencia.
Estes estudiantes, la mayoría de primera generación y muches también oriundes de Zona Sur y aglutinades en torno a “la academia” porteña, también extendían vectores de conocimiento provenientes del Norte global, ligados en este caso a las contraculturas y la Nueva Izquierda (Kate Millet, Shulamith Firestone, Herbert Marcuse, Wilhelm Reich), y dieron lugar a un diálogo fructífero con agrupaciones feministas de la época como el Movimiento de Liberación Feminista, la Unión Feminista Argentina e incluso con el grupo de lesbianas Safo, que aunque pequeño y de más bajo perfil, también integró el Frente.
Hablando de espacios de libertad alguna vez soñados, según el historiador Patricio Simonetto, un grupo de estudiantes del FLH planearon hacerse de un bar donde activistas homosexuales, lesbianas y feministas pudieran socializar y mantener sus debates teórico-políticos. Pero como sucede en aquel primer editorial de Somos cuando los soñadores abren los ojos y enfrentan la dura realidad, en un contexto de razzias policiales y comandos de moralidad, este proyecto de proto-bar LGBTIQ quedó en la nada.
La Internacional del Pecado
“Homosexuales del mundo, uníos” arengaba un boletín del grupo Profesionales para fines de 1971. Y es que un segundo mapa de la liberación homosexual argentina debe conectar a Buenos Aires no solo con provincias del “interior”, siguiendo los itinerarios migrantes de sus miembros, sino también situar a la capital argentina como uno entre varios nodos en una red que va hacia países del “exterior” y que Somos bautizó “La Internacional del Pecado”, pervirtiendo las declaraciones homofóbico-paranoides de un oficial militar de turno.
Como demuestran propuestas historiográficas actuales, el llamado liberacionismo homosexual, gay y lésbico de los setenta debe ser pensado como un entramado transnacional por el que circularon ideas, estrategias activistas y afectos de una ciudad a otra, tanto intra-Latinoamérica como de un lado y otro del océano Atlántico y del río Grande/Bravo. Un fantasma, el del radicalismo homosexual, recorre América Latina y se materializa en iniciativas activistas como el Frente de Liberación Homosexual y la agrupación lésbica Oikabeth de México, el Movimiento de Liberación Homosexual de Colombia, la revista Entendido de Venezuela, la Comunidad de Orgullo Gay de Puerto Rico y el grupo SOMOS de Brasil —influido por Perlongher como cuenta Cecilia Palmeiro—, entre otros, que a la vez conspiran junto al enorme movimiento gay de Estados Unidos y agrupaciones de Francia, Italia, Portugal, Cataluña... En mapas interactivos publicados recientemente por Moléculas Malucas, Javier Fernández Galeano y Santiago Joaquín Insausti trazan el recorrido de cartas que volaron de Buenos Aires a Nueva York, México, Madrid, San Pablo y Puerto Rico y viceversa extendiendo y solicitando apoyos, notificando iniciativas en suelo local, urdiendo encuentros y otras intrigas internacionales.
La tradición del internacionalismo socialista que traen consigo militantes de formación sindicalista como Anabitarte o entrenades en la política universitaria como Perlongher y otres del grupo Eros se pone al servicio de necesidades estratégicas que varían a la par de la coyuntura local. Como se evidencia en infinidad de cartas de y a “hermanos y hermanas” homosexuales “del mundo” publicadas en Somos, cuando la censura y la persecución van en aumento urge encontrar aliades en otras partes del mundo y denunciar desde abusos hasta amenazas de exterminio: en 1975 un editorial de El Caudillo, infame pasquín de la ultraderecha peronista, llamaba a “acabar con los homosexuales” y no se refería a socializar orgasmos.
Pero antes de eso, cuando en la inminencia del tercer gobierno peronista el FLH aún guardaba esperanzas de llegar a influir en sectores dirigenciales e incorporar la agenda homosexual en el proceso revolucionario que —se suponía— Perón llevaría adelante, en julio de 1973 publicaron un periódico titulado sencillamente Homosexuales que fue estratégicamente distribuido entre diputades, senadores y militantes del peronismo de izquierda y también traía importantes noticias “de afuera”. En Estados Unidos, uno de los líderes clave de las Panteras Negras, Huey Newton, llamaba a aunar fuerzas con los movimientos de liberación de la mujer y homosexuales. La política coalicional de los hermanos militantes del norte podría servir de ejemplo para integrar la revolución (homo)sexual en la revolución social en el seno del utopismo peronista tan característico de esa época.
Sin embargo, este mapa de la liberación homosexual en clave internacionalista resulta incompleto si no traemos a cuento un tercer y último mapa, que es a la vez un mapa de la nación (ya que la liberación homosexual se subsumía y adscribía a la llamada liberación nacional) y un mapamundi donde las ex colonias —aquel llamado tercer mundo— se encontraba en pie de guerra (mundial) contra el dominio y la expoliación ejercidos por los países blancos y ricos.
Tercer Mundo, Liberación Nacional y Liberación Homosexual
Cuando pensamos en el liberacionismo homosexual, solemos evocar las llamadas teorías de la liberación del deseo: aquel maridaje queer entre Freud y Marx que, en la pluma de Wilhelm Reich o Herbert Marcuse y otres teóriques que circulaban entre la juventud contracultural de los sesenta y los setenta, abogaba por una sociedad menos represiva para con sus propios impulsos eróticos.
El emblemático manifiesto “Sexo y revolución” del FLH, aparecido en 1973 y del cual toma su título el flamante documental sobre el Frente de Ernesto Ardito, es una fiel expresión y una original reelaboración de estas ideas en su diatriba contra la familia heteropatriarcal burguesa entendida como fábrica de sujetos que integrarán el régimen de explotación capitalista. La liberación de los impulsos sexuales más allá de su función procreadora, argüían, conseguiría desmontar el orden social basado en el trabajo enajenado y, por tanto, cualquier revolución que no contemplara cuestiones de género y sexualidad sería incompleta y estaría condenada a recaer en nuevas formas de opresión y violencia.
Pero aquellos ideales de liberación (homo)sexual no se componían solamente de la liberación de energías libidinales según relecturas freudo-marxistas sino que en ellos resonaba, también, y con mucha fuerza, la liberación de los pueblos y la causa por la liberación nacional llevada adelante por las luchas antiimperialistas y los procesos de descolonización que, desde distintas partes del mundo, marcaban el pulso de la época.
Retomando el viejo debate acerca de la influencia que el Gay Liberation Front, surgido en 1970, pudo haber tenido en la elección del nombre del Frente de Liberación Homosexual argentino, fundado al año siguiente, cabría acotar que, en última instancia, ambos frentes son deudores del Vietcong o Frente Nacional de Liberación de Vietnam y el gran impacto que esta y otras gestas emancipadoras tuvieron sobre los imaginarios e idearios (tercermundistas) de la izquierda de ese tiempo. En la reivindicación por la autodeterminación de los cuerpos se oye el eco de la autodeterminación de los pueblos.
Al menos durante sus primeros años, el mapa de la liberación homosexual en Argentina coincidió con el de una nación que vivía su propio proceso de liberación: “La fuente de inspiración doctrinaria del Frente es su integración con los movimientos de liberación nacional y social que funcionan en el país”, afirmaba uno de los primeros documentos del FLH, la “Declaración del Frente de Liberación Homosexual a la población de Buenos Aires”, de noviembre de 1971. Perlongher y otres miembros de Eros buscaban aliarse con ciertos sectores de la juventud peronista que, en un primer momento, se mostraron receptivos ante sus demandas y a quienes veían encaminados a jugar un papel clave en un tercer gobierno peronista que, según se creía, llevaría adelante la tan mentada liberación nacional/social que el FLH pretendía, también, sexual. Lejos de implicar una disyuntiva entre los ámbitos de acción nacional o internacional, esa llamada liberación nacional formaba parte de un proyecto de alcance geopolítico, en clave internacionalista-socialista y en tándem con las luchas de emancipación de los países del “tercer mundo”: la liberación sexual será “una conquista ilusoria”, sostenía el FLH en esa misma “Declaración…”, si no se acaba con “la opresión de una clase sobre otras” y “de algunos países sobre otros”.
Era el auge de la mirada tricontinental (África-Asia-Latinoamérica) del socialismo en expansión a partir de la Revolución Cubana, dotado de nuevos bríos por el ascenso de Allende en el país vecino. Proliferaban libros, películas y agrupaciones de temática tercermundista, del Tercer Cine que promovieron desde Argentina Pino Solanas y Octavio Getino y se propagó por Brasil, Bangladesh, India, Líbano y Mozambique, a los Curas del Tercer Mundo; y el mismo Perón reelaboraba su doctrina en torno a la causa de la “liberación nacional” que a la vez integraba la lucha global de los pueblos oprimidos del tercer mundo (Perón: La hora de los pueblos, 1968).
En este clima de época, el mapa de la liberación homosexual fue, también, un mapa de la liberación nacional como parte de un esfuerzo mancomunado de pueblos que alrededor del mundo buscaban librarse del yugo del imperialismo y el colonialismo. De ahí que, mientras que a menudo el FLH mostraba aprensión a la hora de citar experiencias del liberacionismo gay yanqui, algunos de los primeros boletines del Frente reproducen el manifiesto “Los oprimidos no se convertirán en opresores” de la agrupación neoyorquina Third World Gay Revolution, conformada en 1970 por gays y lesbianas negres y latines de convicciones socialistas y antiimperialistas que, como buena parte de la izquierda racializada de EE.UU. de esa época, se pensaban a sí mismes como gente “del tercer mundo” dentro del “primer mundo”.
Néstor Latrónico y Juan Carlos Vidal, dos argentinos que habían tenido un rol decisivo en esa organización tercermundista gay de EE.UU. recibirían la grata sorpresa de que en su país de origen se había fundado un Frente con ideas a tono con las suyas, y años más tarde aportaron textos e ilustraciones que retomaban su paso previo por el costado más radical y multirracial del activismo gay y lésbico estadounidense.
El tercer mapa de la liberación homosexual/gay corresponde, en fin, tanto con el de la liberación nacional como con un flujo de ideas e impulsos activistas que van de Sur a Norte y viceversa, y que cobra especial fuerza a partir de gestas que suceden en las regiones más racializadas del planeta.
Fiestas, baños y exilios
“¿Van a dejarnos bordar de pájaros / las banderas de la patria libre?”, escribió Pedro Lemebel en su Manifiesto. Hablo por mi diferencia. Aun si es impensable por fuera de las utopías liberacionistas de la izquierda de su tiempo, el FLH podría haber hecho esa pregunta y la respuesta acabaría siendo un no alto y rotundo. Mediando 1973, Montoneros ensayó su hoy ya tristemente célebre cántico, “No somos putos, no somos faloperos / somos soldados de Perón y montoneros” y rehuyó cualquier posible articulación con el FLH, a pesar de lo cual el Frente llamó a votar por Perón, ese mismo año, “contra el imperialismo y la oligarquía” y en favor de la liberación de “los pueblos latinoamericanos”. Una vez en el poder, la derecha peronista extremó la persecución contra todo tipo de disidencia y comenzó el baño de sangre contra militantes de izquierda. Faltaban casi cuarenta años para que un gobierno peronista respondiera afirmativamente a las demandas de gays, lesbianas y trans, justo cuando en patios militantes se cantó otra vez sobre el concepto de “liberación” hoy en desuso.
Pocos meses antes del comienzo de la última dictadura, el Frente cesó sus operaciones. Un eventual cuarto mapa de la liberación homosexual argentina debería seguir, desde entonces y por varios años, el itinerario de activistas exiliados, y, para citar el indispensable libro de Flavio Rapisardi y Alejandro Modarelli sobre “los gays porteños en la última dictadura”, recalar en baños y fiestas como espacios de resistencia y, por qué no, de aventuras aun con el trasfondo de cadáveres ausentes y omnipresentes. Fiestas, baños y exilios no pudieron ser soporte, ya, de grandes proyectos emancipadores pero sin duda albergaron otros sueños.