Ensayo

Docentes, estudiantes y redes sociales


La escuela está rota

La difusión del video de la docente gritando rompió una escuela en La Matanza. El efecto contagio y el disciplinamiento en una institución que perdió sus paredes: las discusiones políticas son parte de la clase, las discusiones en clase se leen en las redes. El desafío, dice Manuel Becerra, es volver a construir la confianza y repensar cómo se resuelven los conflictos dentro de la escuela.

Un docente entra a un aula donde pega el sol de la mañana por la ventana que da al Este. Mira a los seis alumnos que, a pesar de ser las 8 de la mañana, lo miran fijo por encima de los barbijos. Faltan dos que suelen venir, uno de los cuales levanta bastante la clase. El docente no sabe cómo seguir el “Buen día”: ayer se viralizó un video, filmado por uno de los alumnos que faltó, donde se escucha la voz del otro que también faltó, en esa misma aula, con ese mismo sol. Las motas de polvo flotan muy lentamente.

La escuela está rota.

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Hay un concepto en el mundo educativo que es el del “contrato didáctico”. Definido de manera simple, se trata de un conjunto de reglas, que pueden ser explícitas y/o implícitas, que un docente va elaborando de manera situada (o sea, con un grupo de alumnos determinado, en una escuela determinada, en un momento determinado, de manera intransferible). Tiene que ver con las formas de trabajo -modalidad de evaluación, dinámica de desarrollo de las clases, resultados esperados, recursos a utilizar-, pero también con las formas y modos en que se establecen los diálogos, el uso del espacio, lo permitido y lo vedado. Es un contrato propuesto por el docente, pero por supuesto que los alumnos tienen plena potestad para impugnar, sobre todo, en las dimensiones extra académicas. El contrato didáctico se construye todos los días y es la base de la autoridad docente real: su legitimidad. En una palabra fuera de lugar, en un tono a destiempo puede estar el inicio de su derrumbe que, en general, es en cámara lenta. Y a veces puede explotar: como cuando un grupo de alumnos  -o algunos de sus miembros- decide gambetear los mecanismos institucionales establecidos para plantear sus demandas -centro de estudiantes, notas a las autoridades, respaldo de sus familias- y pasar a la estudiantina (vale la pena aclarar que esos canales formales de reclamo no siempre están aceitados, que deben construirse y reconstruirse permanentemente y que todo grupo de alumnos conoce algún referente adulto en la escuela con quien la relación sea respetuosa y puede tutorear el inicio formal de la demanda). Hace unas décadas, se trataba de chinches en el asiento del docente, o un petardo de explosión diferida en un cajón del escritorio -cuando las escuelas públicas tenían escritorios para los docentes, con cajones y todo, qué lujos los del ayer-. También podía ser un cartel pegado con pericia de punguista en la espalda del docente, que cuando se diera vuelta para copiar algo en el pizarrón exhibiera un “PUTO” o algún mensaje más sofisticado.

En la era digital, la travesura adolescente para resistir inorgánicamente un contrato didáctico hecho pedazos incorpora otros elementos: con un celular y una conexión a internet se puede activar una detonación con tremenda capacidad de daño. De dimensiones, no quepa duda, seguramente desconocidas para un adolescente. Como cuando poníamos ese cigarrillo encendido esperando que la brasa llegara la mecha del petardo, pero por el más puro azar eso terminaba en una herida profunda y pérdida de sangre de parte del docente. Seguramente no lo habíamos calculado, y seguramente pensábamos, ni bien escuchamos “pum”, que esa docente bien merecía el susto por sus gritos fuera de lugar, por su desprecio, por sus constantes e infumables bajadas de línea. Hasta que el “pum” es sangre.

Hasta que el video es viral y se transforma en una carne picada más de las grasosas hamburguesas de la campaña electoral. Hasta que los medios de comunicación activan su ingeniería salvaje para ponerle un micrófono delante a cualquiera de los actores, sin importar que sean menores de edad, sin importar que siguen rompiendo una escuela. El clickbait demoliendo bustos de Sarmiento.

Porque esta semana no se viralizó sólo una docente llevando mal una discusión, usando tonos de voz fuera de lugar y dirigiéndose incorrectamente a sus alumnos. Esta semana se viralizó también un grupo de alumnos, un cuerpo de docentes, varias familias, una comunidad educativa entera. Esta semana una escuela se rompió, y cada “play” para reproducir el video, y cada RT a un candidato aprovechándose de la escena para hacer campaña electoral, fue un mazazo más en la delicada rutina de las escuelas públicas pandémicas argentinas del siglo XXI. Otro terremoto en las capas geológicas de carencias y las memorias de mil crisis económicas que nuestros alumnos llevan en la sangre y que los docentes llevamos en nuestras cascoteadas neuronas.

Hasta escritorio con cajones teníamos para que los pibes nos escondieran petardos, qué lujos los del ayer.

Escuela rota

El currículum intruso y la bajada de línea

El currículum son los contenidos prescriptos en los documentos oficiales, que tenemos la obligación de enseñar. También hay autores que se refieren al “currículum real”, digamos, o sea lo que efectivamente termina enseñándose y sus formas: lo que se enseña hasta implícitamente. Por ejemplo: el oficio de alumno, el de aprobar materias con el mínimo esfuerzo sin necesariamente aprender, es la habilidad que mejor aprenden (aprendemos) a desarrollar todos los alumnos del mundo. Este último “saber” entra dentro de lo que se suele llamar “currículum oculto”. Pues bien: así como hay un currículum prescripto -la norma, el diseño curricular-, y hay un currículum no explícito que resulta ser lo que más eficientemente se enseña, también podemos hablar de uno que aparece, ingresa, se impone en el aula. Lo trae la agenda pública y sus agentes en formación, los alumnos. Preguntaron sobre el aborto en pleno debate. Preguntaron sobre el caso Santiago Maldonado mientras su familia buscaba el cuerpo y el gobierno inventaba una guerrilla mapuche. Preguntan sobre las elecciones cuando ven proliferar mesitas de colores en las esquinas que prometen el paraíso por un voto. Preguntan, por supuesto, sobre política y sus protagonistas: preguntan sobre Cristina, preguntan sobre Macri. Y tiran prejuicios, miradas, zócalos al aire del aula.

En todos los diseños curriculares del país se postula como un objetivo de la educación la formación en una ciudadanía democrática. Es saludable que el currículum intruso, y más si se refiere a temas controversiales, sea tomado en la escuela, llevado a la mesa de disección, examinado en sus partes. Esto exige herramientas que un docente debería tener -y no siempre parece tener, como la escena de la que hablamos- para dar un tratamiento respetuoso, honesto y transparente. Para separar lo discutible de lo inverificable: así como no hay manera de resolver dentro de un aula si un óvulo recién fecundado es una vida, tampoco hay forma de comprobar si Cristina o Macri son “chorros”, pues las causas judiciales que los involucran se miden en kilos de papel y están escritas en el argot leguleyo de la justicia que parece haber inventado para espantar curiosos. Sí se pueden debatir sus trayectorias, lo que podemos deducir de sus obras de gobierno -más que de sus discursos-, sus alianzas, sus bases de apoyo. La opinión personal del docente es irrelevante en discusiones de esas características: a mayor controversia del tema tratado, más preferible es que el docente evite tomar postura explícita en el aula. Lo importante ahí es el desarrollo de argumentos, intercambios y diálogo. Es más: la escuela es el único lugar, incluso más que los cuerpos legislativos, donde se pueden -y se deben- desarrollar debates sobre temas “ásperos”: el panelismo televisivo y el trolleo de las redes se reducen a agresiones, amenazas y escraches. En la escuela, desde ya, esos temas deben ser trabajados con cuidado de parte de los docentes: no todos los argumentos son igualmente sólidos científica o lógicamente, ni admisibles como tales. Las posturas que promueven el exterminio de un adversario ideológico (“Zurdo de mierda, te puedo aplastar”, le dijo a Horacio Rodríguez Larreta una figurita política que parece en estado de brote permanente, todos los días en los medios, y a nadie parece importarle demasiado), los discursos de odio y la justificación de genocidios no son opiniones ni argumentos válidos.

Otra vez, la escuela es el último reducto de la civilización. Y ni tizas tenemos.

En la escuela aprendemos la gesta de la independencia y los sacrificios de los hombres -y las mujeres- de Mayo. En la escuela aprendemos a naturalizar que la democracia liberal es la cumbre de la organización política de una sociedad. En la escuela cantamos himnos a personas y les rendimos homenajes sistemáticamente, año tras año, desde hace más de un siglo. Belgrano, San Martín, Sarmiento: padres de la Patria y del aula. Y nadie denuncia adoctrinamiento, porque el adoctrinamiento, justamente, es invisible cuando es efectivo. (como dato de color: en Alemania adornar una escuela con banderas nacionales y cantarle a una figura histórica llena las aulas de un inevitable humo a nazismo). Como dijo el filósofo Diego Tajer, antes a un docente enfático en sus opiniones políticas le decíamos “baja línea” y, por más repudiable que fuera como práctica pedagógica, era parte de la caja de pandora escolar, y a nadie le resultaba mucho más que pintoresco. Imputarle “adoctrinamiento” a un docente que explicita sus posicionamientos políticos, por más cuestionable que sea como práctica pedagógica, implica tender un manto conspirativo de fines totalitarios. Como en la Alemania nazi, como en la Italia fascista, como en la Unión Soviética stalinista. El adoctrinamiento refiere a momentos y lugares de la historia donde el acceso a otras posturas resultaba casi imposible, e implica la naturalización de una doctrina: como hemos naturalizado el genio de San Martín, que Ricardo Rojas pintó en “El Santo de la espada” haciendo de cada pincelada de un latigazo fuertemente nacionalista en medio del surgimiento del nazismo y el fascismo en Europa. El adoctrinamiento prácticamente no existe en las escuelas argentinas, pero donde sí está es en las prácticas que jamás llamaríamos “adoctrinamiento”, porque las hemos naturalizado por completo.

Derecho constitucional y el futuro

El debate sobre el derecho a la educación, en Argentina, existe desde que se sancionó la Constitución Nacional en 1853. El artículo 14 garantiza que todos los habitantes de la Nación gozan del derecho de enseñar y aprender. ¿Cuáles son las implicancias de este derecho? ¿Y sus limitantes? Ahí está el principio del artículo: “conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio” que indica que falta mucho por definir. Y si bien tenemos leyes educativas de todo tipo y color, el debate sigue abierto. Con la cultura digital entrando a la escuela, ahora también como recurso de reclamo-escrache informal -y mucho más dañino- frente a prácticas profesionales sancionables, se abre una dimensión que no está establecida en los reglamentos, y que tiene implicancias concretas sobre el futuro de la educación.

El informe de Amnistía Internacional“Violencia online contra las mujeres durante el debate por la legalización del aborto en Argentina” afirma que la violencia y el abuso online puede “desanimar y disuadir la participación online de mujeres periodistas, activistas, defensoras de los derechos humanos, artistas y otras figuras públicas y personas privadas”. Viene a cuento no tanto de la sanción de la persona involucrada en la escena de esta semana, sino del efecto disciplinador que puede ejercer -y de hecho ejerce- en el resto de los docentes que estamos trabajando, y en los docentes en formación. Que figuras mediáticas con acceso a amplios públicos llamen a que los estudiantes “saquen los celulares para frenar estos atropellos” sólo puede derivar en un efecto de autocensura que, naturalmente, devalúa la riqueza de tantas propuestas de tantísimos docentes, además de lesionar el derecho de enseñar. Es cierto que vivimos en un momento en que las nuevas derechas -y no sólo: también algunos grupos que bajo el argumento de defender derechos se invisten en gendarmes de la moral- hacen uso cada vez más reiterado de estrategias de disciplinamiento de aquello que no es de su agrado. Pocas cosas tan humanas, parece, como ser un buchón y un vigilante.

Pienso en los estudiantes de los profesorados: ¿Qué docentes estamos formando, bajo la amenaza constante de estar siendo filmados con fines arteros? ¿Cómo construirán la convicción de su propio derecho de enseñar, y su autoestima profesional, si desde los medios de comunicación se llama a construir un 1984 orwelliano desde cada pupitre? ¿Hay escuela posible así? ¿Hay democracia posible así? ¿Hay futuro posible así?

Queda, sin embargo, una convicción: si se trabaja diariamente en construir, sostener y enriquecer un contrato didáctico honesto y transparente con los alumnos, difícilmente se den situaciones de filmaciones clandestinas. En una relación docente-alumnos sólida hay espacios claros para la disidencia de opinión, el contrapunto y el reclamo.

Y sin embargo, la oportunidad

Como señalan Mara Brawer y Marina Lerner, una persona no es el error que cometió sino su posicionamiento subjetivo frente a éste. Durante los próximos meses habrá una escuela rota en La Matanza, rotas sus rutinas, rotos sus acuerdos implícitos, instalada la desconfianza que rápidamente puede devenir en paranoia. Roto el humor, tan importante en las escuelas para ir aceitando la máquina de educar. La bomba viral que salió de ahí y volvió como un boomerang también es, no obstante, una oportunidad para reflexionar. Como sostiene Eleonor Faur: trabajar sobre las transformaciones subjetivas con respecto a lo que sucedió.

¿Cómo deben actuar los alumnos ante una situación educativa en la que se ven agredidos, menospreciados, maltratados? Será necesario volver a insistir sobre los mecanismos institucionales previstos, activarlos con personas a cargo (reforzar el rol de tutor), trazar una planificación para conformar un centro de estudiantes si no existe, o reforzar el existente.

¿Cómo se debe trabajar el “currículum intruso” en el aula? Habrá que reflexionar sobre modalidades de debate sobre temas de agenda pública, tiempos, personas a cargo, modalidades, tal vez capacitaciones.

¿Qué consecuencias trae un escrache para una institución como la escuela? Concretamente, donde se viraliza un video con protagonistas desconocidos hacia afuera pero conocidos hacia adentro. ¿Qué impactos ha causado y cómo podremos restablecer la confianza? Tal vez haya que establecer consensos provisorios para empezar a desandar el camino de la desconfianza.

¿Cómo encaran los adolescentes de hoy la cultura digital y algunas de sus más dañinas dinámicas? ¿Y los adultos? ¿Cómo poder hacer uso de las formidables herramientas que ofrecen las nuevas tecnologías para la enseñanza pero de manera crítica, sin volverlas un arma de destrucción mutua?

Estas preguntas, y seguramente muchas más en el tintero, quedan abiertas para ser aprovechadas. Y, como se dijo, la escuela es prácticamente la única institución social donde circula la palabra y la herramienta es el diálogo, de manera que son puertas para realizar una profunda reflexión comunitaria. Hasta estas instancias, incluso, podrían sentar las bases para una escuela mejor.

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El docente mira el pupitre desvencijado -material de descarte de alguna fábrica de la zona- que hace las veces de su escritorio. Sin cajones, con una pata doblada, con la bandeja para útiles suelta de un lado. Deja su mochila, y su campera, se vuelve de nuevo a los alumnos, se cruza de brazos.

-Me parece que vamos a tener que pensar en un par de acuerdos básicos, ¿no?

Entra el sol del Este por la ventana, como en el video.