“De hambre no nos vamos a morir: voy a pedir plata prestada para comprar comida”, le cuenta Giselle a Sandra, su compañera del comedor popular donde trabajan, mientras cocinan. Es mayo de 2020, los $8000 que cobra Giselle no alcanzan; vive con sus hijos, cuyos empleos se interrumpieron en pandemia, y sus cuatro nietos.
Desde una de las mesas, un hombre que desayuna las mira. Unos minutos antes les había preguntado si podía llevarse otra ración de leche y pan para la merienda de su familia, que se había quedado cuidando la casa que tomaron en el barrio 14 de Febrero. Se vuelve a acercar al mostrador y le pregunta a Giselle:
—¿Usted quiere un préstamo?
Al día siguiente, un prestamista apareció por el comedor. Le ofreció a Giselle $3.000. Se los podía conseguir en una semana. Ella tendría que devolver $6.000. Giselle dijo que no, sintió miedo (“Los que tienen plata en el barrio son los narcos o los que levantan la clandestina”, pensó). Además, con $3000 no hacía nada.
En pandemia, 7 de cada 10 hogares tuvieron que inventar estrategias financieras para sobrevivir: se endeudaron (compraron con tarjeta y al fiado, dejaron de pagar los servicios), redujeron el consumo de alimentos (sobre todo de carne), buscaron generar nuevos ingresos, gastaron sus ahorros, vendieron cosas (en 2020 hubo un boom de ferias americanas), pidieron préstamos. La situación fue desigual según el lugar de residencia (se endeudaron el 27,9% de los residentes de CABA y el 46,1% del conurbano) y el acceso a la educación (alcanzó al 50,5% de los adultos con nivel educativo bajo).
Giselle (45) le pidió ayuda a su mamá, que es ama de casa y recibe la jubilación mínima, que la acompañara al centro de Lomas. Sabía que ese ingreso formal y fijo de $15.892 que cobra su madre en el Banco Provincia sería la llave para sacar un préstamo. Era la única alternativa, Giselle no cumple con ningún requisito: no tiene recibo de sueldo ni servicios a su nombre.
En su barrio hay 3 sucursales de Credipaz, 5 de Cartasur y 4 de Coppel (empresa proveniente de Sinaloa). En todo el conurbano, estas organizaciones de créditos privados tienen casi 20 sedes cada una. En CABA, apenas 2, en Liniers y Pompeya.
En la calle Carlos Pellegrini, en un local que antes vendía carteras, un hombre canoso se sacude la tiza de las manos. Acaba de escribir en una pizarra:
—Tarjeta Plata: efectivo al instante. Llevate $10.000 en 12 cuotas fijas de $2.300.
Giselle entró a Credipaz y salió con $20.000 en el bolsillo. “Con esto voy a poder tirar”, pensó. En junio comenzó a pagar: de su sueldo, $5.300 iban al préstamo. El primer mes, en su casa fue “a polenta”. Poco después uno de sus hijos recuperó su trabajo como herrero; pidió adelanto de quincena y aportó lo suyo. Después, el sueldo de Giselle aumentó a $12.000. Ella pagaba el préstamo y el alquiler y su hijo, la comida.
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Uno de los impactos financieros de la pandemia es el aumento de la bancarización. Según el Banco Central, para fines del 2020 se habían creado 5 millones de cuentas que alcanzaron a 9 de cada 10 adultos. Sin embargo, la llamada inclusión financiera no derramó en los créditos. Argentina está cada vez más lejos de países de la región: cada vez menos personas tienen una tarjeta de crédito, una de las formas más accesibles de financiamiento.
“Los bancos dan paraguas para días soleados”, aseguran quienes conocen desde adentro el mundo créditos. Es que la banca no ayuda a quienes padecen las tormentas. En ese contexto, crecen las empresas del sistema no financiero como la que visitó Giselle. Con tasas superiores al 100% y métodos distintos al scoring y al Veraz, llegan a clases medias y bajas. Al rescate de los no bancarizados salieron mutuales, cooperativas y también las llamadas fintech (palabra que viene de finanzas + tecnología), organizaciones sofisticadas a nivel digital, muy similares a un banco. Del universo fintech surgen unicornios, como Ualá y Mercado Pago, cuya capitalización en la bolsa duplica a las reservas del Central.
La universalización de la seguridad social, con más de 6 millones de jubilados con la mínima y 2 millones de personas beneficiadas con la AUH, es la cura y también la enfermedad. “En los barrios, la pobreza y el desempleo estuvieron siempre. Pero el endeudamiento es algo nuevo porque se multiplican los negocios que otorgan préstamos. Esos negocios aprovechan los beneficios de Anses como garantía de pago”, cuenta Alberto Gandulfo, titular de la Comisión de Microcréditos (Conami). "El crédito es el elemento que le permitiría crecer a la economía popular, pero si apunta a la producción", agrega el funcionario que trabajaba en el Ministerio de Desarrollo Social durante la crisis del 2001, y hoy prepara un nuevo plan estatal de crédito no bancario que espera llegar a pymes, cooperativas y emprendimientos.
El Estado cuenta con 3 organismos que otorgan créditos a la economía popular, pero sólo con finalidades productivas. Si bien las tasas están subsidiadas, los montos son bajos y no llegan ni a 500 mil personas. Uno de los próximos anuncios del Gobierno para hacer las paces con las organizaciones sociales será justamente la ampliación del crédito estatal para el cooperativismo.
La pandemia marcó otra curva: a fines de 2019, el sistema financiero llegaba al 49,1% de la población adulta. Un año después, al 47,2%: casi 500 mil personas menos. ¿Por qué los bancos entregaron menos préstamos? De parte de los usuarios, por las restricciones de circulación y la reducción de las actividades, el aumento del desempleo, la pérdida del poder adquisitivo de los ingresos, la caída del consumo. De parte de las entidades privadas, para reducir la exposición al riesgo y la incertidumbre. El único sector que aumentó la cantidad de personas con financiamiento fueron los bancos públicos, pero exigen una cantidad de requisitos que a veces los vuelve también inaccesibles. En este contexto, las mujeres tuvieron mayor reducción en el acceso que los hombres.
Entre 2018 y 2020, casi 3 millones de personas dejaron de tener tarjeta de crédito, una de las formas más comunes de financiarse en el mundo, con acceso a cuotas sin interés con los planes Ahora. Los grandes retailers habían hecho lobby en el macrismo para reducir las tasas; luego los bancos reaccionaron y cortaron las tarjetas. Ahora, esos mismos comercios se quejan de que la gente no tiene financiamiento para consumir, o si tiene la tarjeta no le alcanza el límite para comprar un electrodoméstico.
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Desde que sacó el préstamo, a Giselle le llegan promociones por mensajes de texto, mail y whatsapp. Así se enteró de que, por ejemplo, hay una firma que con sólo mandar una selfie le permitiría llevarse dinero prestado.
La tasa de interés de una tarjeta ronda el 50%; la de un crédito personal bancario cuesta 80%; la de una fintech, 130%. Según las fintech estas tasas de interés se justifican por el alto costo que pagan por fondearse (no usan depósitos de la gente como un banco) y porque apuntan a un público más “riesgoso”. A mayor riesgo, mayor tasa. Una máxima que aplica desde el prestamista de barrio hasta el FMI.
Más de 6 millones de personas tienen deudas por fuera del sistema que conocíamos. El Banco Central los llama “OPNFC”, siglas que hacen referencia a Otros Proveedores No Financieros de Crédito. En los últimos dos años pasaron de ser 235 a 323.
“El segmento préstamos creció a pesar del contexto adverso, con aumento de la morosidad y contracción del crédito”, resumió la Cámara Fintech en un informe sobre lo ocurrido en 2020. Para las empresas, lo que cambió fue el destino de esos créditos, que solían pedirse para atender gastos como unas vacaciones a Mar del Plata, un cumpleaños de 15 o sumar un cuarto a la casa. “La gente empezó a necesitar para pagar deudas o llegar a fin de mes”, contó Joaquín Díaz, Gerente de riesgos de Ualá, la fintech que está a un paso de convertirse en unicorno y valer más de 1000 millones de dólares. El 70% de sus clientes no accede al sistema financiero tradicional. Actualmente cuentan con 700 empleados, y para fin de año esperan más que duplicarlos.
Las fintech atienden a los desatendidos de siempre. “El público ABC1 es apenas la punta de la pirámide de la población. La base es cada vez más amplia: es el 90% de la población sin acceso al crédito”, explicó Juan Pablo Bruzzo, vicepresidente de la Cámara Fintech y CEO de la Moni, empresa que lleva otorgados 1,4 millones de créditos. El 70% de sus clientes tienen menos de 200 en score del Veraz y Nosis que usa el sistema tradicional. Un banco no da un crédito con menos de 600. Para entender a quién poder prestarle, usan métodos alternativos como ver a qué hora se conectó al celular, si tiene gmail o hotmail, las faltas de ortografía. Por ejemplo: si una persona sin historia financiero pide un crédito de madrugada y con faltas de ortografía, se probable que no se lo den. Pero si lo hace a las 8 de la mañana, sin errores y desde una cuenta de Gmail, es probable que sí. Las variables por sí solas no tienen sentido para un humano, pero sí para una máquina con inteligencia artificial.
Luego del boom, estas empresas afrontan el aumento de la morosidad: en el caso de Moni, trepó al 20%. Otra dificultad es obtener financiamiento para luego poder prestar. Mientras que el banco presta dinero con fondos de nuestros depósitos, las fintech salen a endeudarse con bancos o empresas de otros países, como la japonesa Softbank o Sequoia Capital, el fondo más relevante de Silicon Valley. Por primera vez el presidente de la cámara Fintech no es de una fintech, sino que preside un fondo de inversión (Draper-Cygnus), el brazo argentino de Draper Venture Network, empresa que descendió de la familia Draper, inversores que fundaron fondos de capital en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, tras avizorar que se venía el Plan Marshall, y que en su historia llegaron con inversiones a Tesla, Twitter o Twitch.
La Secretaría de Comercio lleva realizadas millonarias multas a financieras como Cuotitas, Smart Cash, Punto Click o Efectivo Urgente. Motivos: falta de información sobre las condiciones y la imposición de la “prórroga de jurisdicción”, que implica que los reclamos judiciales sólo pueden realizarse en la localidad que establece la empresa.
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Un año después de haber sacado el crédito, Giselle se acercó a la sucursal de la fintech a pagar la última cuota. Algo le llamó la atención. Eran las 11 de una mañana helada, la avenida estaba desolada salvo en la puerta de Credipaz, había una fila de 10 personas. “No soy la única”, se consoló.
“En el peor momento de la pandemia se llegó a una mora del 20%, pero en general la gente paga -dice Mateo Bertollini, economista del Fondo de Capital Social (Foncap), formado en este tema en Bangladesh con el Nobel de la Paz Muhammad Yunus-. La gente paga porque sabe que esta institución es el último lugar donde conseguir ayuda, después le sigue el prestamista”.
Giselle terminó de pagar $63.600 por el adelanto de $20.000. Se juró que nunca más.