Durante el fin de semana se celebraron las elecciones constituyentes en Chile y su resultado es una contundente derrota de la derecha en general y del presidente Sebastián Piñera en particular. Su fuerza se quedó con sólo 37 escaños, lejos de los 52 (un tercio) necesarios para vetar artículos y tener influencia en la escritura de la nueva constitución. Ese resultado en estos comicios históricos tiene varias razones. En primer lugar, porque deben leerse como un canal de expresión del levantamiento popular de octubre de 2019, ese que empezó con lxs estudiantes saltando molinetes contra el aumento del pasaje de subte y catalizó una revuelta masiva contra tres décadas de neoliberalismo de manual dictado por los Chicago Boys.
Ese levantamiento, que a su vez se conecta con huelgas feministas de convocatorias récord y con el movimiento estudiantil de los años anteriores, se tradujo en el llamado a plebiscito celebrado el año pasado para convocar a una Asamblea Constituyente, justo un año después del levantamiento, en octubre de 2020. Por eso, hay una sucesión de las calles a las urnas que se confirma esta semana y que también se manifiesta en el “desborde” de candidaturas por parte de movimientos sociales, feministas, ambientalistas, indígenas y de izquierda que hicieron su campaña a pie.
Sobresalen así las votaciones que consagraron electas a Alondra Carrillo, de la Coordinadora Feminista 8M; a las líderes mapuche Francisca Linconao, Natividad Llanquileo y Elisa Loncon; a las integrantes de la Plataforma Feminista Constituyente Plurinacional Janis Meneses, vocera de la asamblea Vecinal Los Pinos; a la abogada ecofeminista Camila Zárate, vocera del Movimiento por el Agua y los Territorios; a Elisa Giustinianovich, feminista de la zona más austral del país, y a Dayana González, de la Unión de Mujeres de Tocopilla del desierto nortino.
En segundo lugar, la excepcionalidad es que esta constituyente se propone la tarea de derribar, nada más ni nada menos, que la arquitectura constitucional del neoliberalismo inaugurada por Pinochet y promocionada como la clave del éxito en toda la región. Impugnada en las calles, ahora la política neoliberal tiene que deshacerse también en su cuerpo normativo fundante.
Por último, estas elecciones corrieron a la izquierda el tablero político para las próximas elecciones parlamentarias y presidenciales de este 2021 -porque además de constituyentes, se eligieron concejales, alcaldías y gobernadores- y arrojaron novedades significativas: Irací Hassler es la joven feminista alcaldesa electa de Santiago de Chile (Partido Comunista); Rodrigo Mundaca, el dirigente ambientalista contra la privatización del agua, ganó como gobernador de la región de Valparaíso (candidato independiente presentado desde el Frente Amplio) y la joven Macarena Ripamonti (Frente Amplio) será la alcaldesa que ponga fin al largo monopolio de la derecha en Viña del Mar.
Esta persistencia de la movilización callejera, ahora con impacto en las urnas, sobresale por la emergencia de candidaturas que vienen por fuera del sistema de partidos tradicional y cuyas candidaturas han luchado por ampliar las fórmulas de la representación en medio de una represión sin pausa, reclamando por lxs presxs políticxs y con cientxs de heridxs de la revuelta a sus espaldas, mientras el toque de queda militariza las calles en todo momento.
“Con cada constituyente electa entra un programa feminista completo contra la precarización de la vida”, dice Javiera Manzi, vocera de la Coordinadora Feminista 8M, en el marco de una serie de entrevistas de coyuntura impulsadas por el colectivo NiUnaMenos Argentina con referentes de Chile.
América Latina tiene procesos recientes, en este siglo, de asambleas constituyentes. La de Chile es la primera que se produce luego del ciclo de movilizaciones feministas masivas, que han tenido en el mayo feminista de 2018 y la huelga feminista internacional de 2019 y 2020 momentos cúlmine. Esto ha ubicado al feminismo como “fuerza ineludible”, como ustedes le dicen, del proceso constituyente. ¿Cómo lo han vivido?
Sin dudas se trata de jornadas históricas porque es la primera vez en la historia de Chile que hay elecciones constituyentes. Y es el proceso por el cual le vamos a poner fin a la constitución pinochetista (valga el lapsus, aclara, porque primero dijo dictadura pinochetista). Inicia el 18 de octubre de 2019, con el acontecimiento en el que estalla la revuelta y, con ella, la posibilidad de imaginar otra vida. Tenemos que subrayar que estas elecciones se dan en el contexto de un activo terrorismo de Estado, de mucha adversidad para poder pensar los términos y las posibilidades democráticas, incluso aquellas que suponen imaginar cómo concebir una asamblea constituyente.
A la vez, es el primer proceso constituyente en el mundo que se libra con un órgano paritario, que es también resultado de hacernos ineludibles en las calles, aunque eso era un techo que nos propusimos también desbordar. La forma que va tomando esta democracia pone en el centro que hay una voz que no puede volver a la segunda fila y que no hay democracia con impunidad. Una tarea fundamental que tenemos es poner en el centro la vida de mujeres, de disidencias, de niñes, y hacerlo como parte del programa anti neoliberal que hemos ido impulsando en la revuelta.
¿Cómo ha sido esa experiencia de decidirse a las candidaturas y hacer campaña en concreto?
Disputamos candidaturas constituyentes en distintos distritos y zonas a lo largo del país, con compañeras que encarnan el programa feminista contra la precarización de la vida: Alondra Carrillo, la primera vocera de la Coordinadora Feminista 8M; Karina Nohales, también una de las actuales voceras; Francisca Fernández, una histórica activista socio ambiental que fue parte de las primeras voceras de la huelga; Consuelo Villaseñor Soto, trabajadora de la salud, sindicalista, feminista; y Natalia Corrales, feminista sindicalista de Valparaíso. El protagonismo de la acción política no está en los mismos partidos de siempre, en quienes han gobernado en estos treinta años.
Hoy lideramos una política sostenida desde los movimientos sociales, desde las calles, desde las organizaciones territoriales y sindicales. Somos quienes nos hemos levantado los que hemos ido articulando un proceso de transformación política y regeneración del tejido social en Chile. Entonces, para nosotras, ha sido muy relevante insistir en el lugar de este feminismo de los pueblos que hemos ido construyendo, y que tiene la capacidad y la necesidad de ir articulando luchas. Por eso, la primera tarea que nos dimos fue articular listas en clave colectiva, discutiendo en qué proyecto se va a enmarcar este proceso. Nuestras candidaturas se inscribieron en listas de los movimientos sociales articuladas con organizaciones como la coordinadora No+ AFP, que lleva años movilizando la lucha contra el sistema financiarizado de las pensiones, con la Coordinadora Nacional de Inmigrantes, con el Movimiento por el Agua y los Territorios, con las asambleas territoriales, organizaciones de Derechos Humanos, la Red de Actrices de Chile y la Red de Mujeres Mapuche. Es desde esta diversidad heterogénea, desde estas aspiraciones múltiples, en las que nos hemos ido encontrando, y construyendo alianzas a distinta escala, aprender a hacer esto no ha sido fácil.
Se propusieron un tipo de articulación que, a la vez, no recaiga en los mecanismos clásicos, desafíe la dispersión...
Claro, una de las primeras tareas que nos dimos es que el rol político no podía ser asumido por los mismos de siempre. Entonces quienes habíamos levantado la revuelta, quienes habíamos impulsado este proceso, ¿teníamos que delegar en expertos, técnicos y profesionales? Lo que hicimos fue desbordar esos términos tan acotados de la democracia. Y no es que tengamos un pie adentro y otro afuera de las instituciones, tenemos los dos pies en este proceso constituyente y también nuestras manos y nuestros cuerpos, porque sabemos que va a estar disputado al interior de la convención, pero sobre todo en las calles.
Nos parece fundamental insistir en la fuerza instituyente, es decir, en que no está cerrado este recorrido, que va a seguir existiendo un estado de revuelta y asambleario, de imaginación política permanente. La paridad fue una disputa, la incorporación de los escaños reservados para pueblos originarios también lo fue, y si lo pensamos así son dos componentes fundamentales de la revuelta que se resolvieron gracias a la lucha colectiva, posterior al Acuerdo de Paz y Nueva Constitución zanjado por un grupo a puertas cerradas. Me refiero al carácter feminista y plurinacional. Pero esto siempre es insuficiente. La paridad de nuevo nos pone en una clave binaria que es problemática y que vale la pena discutir, junto con que los escaños son un número absolutamente limitado respecto a cómo debieran estar representadas las organizaciones de los diversos pueblos que habitan en Chile. Un pendiente doloroso es que no logramos incorporar cupos para personas afro descendientes ni cupos trans dentro de la constituyente.
¿Cómo surge la consigna “Entra una, entramos todas”?
Para nosotras hay una cuestión fundamental que es desarmar la clave individual del voto y, por tanto, la noción de triunfo individual, para constituirlo como una acción colectiva. Las candidaturas surgidas desde los movimientos ya se enmarcan un nuevo ciclo político en Chile, que tiene la ambición de poner fin al neoliberalismo
Volvemos a las consignas antineoliberales que surgen en la revuelta y que ponen imágenes concretas a que significa la vida neoliberal: deuda para educarse y para acceder a la salud, privatización, desempleo y consagración de las élites. Pero, a la vez, se pone en discusión, y también ahora en Colombia, que la batalla por la subjetividad ya ha sido ganada por el mandato neoliberal de competitividad permanente.
Los medios, todos a favor del gobierno, les preguntaban a lxs adultos mayores en la calle si no les parecía violento que lxs estudiantes “estén destruyendo el metro” los días previos al 18 de octubre. Y empezaron a surgir respuestas al aire diciendo: “Lo que me parece violento son nuestras pensiones”, o “lo violento es la deuda educativa”, o “violentas son las condiciones en las que estamos viviendo”. Además de borrar un distanciamiento generacional que se quería subrayar, se pone en juego que lxs estudiantes, al denunciar el aumento del pasaje adulto de metro, están hablando de la misma economía de mi abuela, de mi madre, o de mi padre.
Hay un desborde de los términos de una política sostenida en parcializar a quienes toman la voz, como si fueran una especificidad aislada. Cuando un estudiante secundario comienza a hablar del problema de las pensiones se desarma eso. Cuando una mujer jubilada comienza a hablar del problema de la educación o de la deuda, o de la forma en que organiza la vida en general, se desborda esa forma neoliberal compartimentada de la política. Esto es lo que llamamos un proceso constituyente vital donde nos vamos reconociendo como clase trabajadora y pueblos en lucha.
Ahí está toda esa potencia que siempre insistimos y viene cargada de múltiples historias. Mujeres de todas las edades fueron a votar con sus pañoletas verdes, otres van con sus poleras con el perro mata pacos o con imágenes de la resistencia, otres llevan fotografías de Allende. En este último año hemos visto como la pandemia ha confirmado la necesidad de la revuelta y sus consignas: mientras avanza la crisis económica, las grandes fortunas en Chile siguen creciendo asociadas a la banca y a la minería. Y, por tanto, este neoliberalismo extractivista es lo que sostiene al gobierno y a una elite política masculina, heterosexual, blanca, mientras suben las cifras de desnutrición infantil en plena pandemia, mientras se cierran las fronteras para el tránsito migrante y avanzan sectores de una ultraderecha cada vez más organizada.
¿Qué dirías para lo que viene ahora?
Que nos llamamos a confiar en nosotras. A confiar en lo que hemos recorrido y a confiar en esa fuerza que somos al estar juntes.