A fines del 1700, con inocencia, Edward Jenner inició un trabajo que terminaría en la invención de las vacunas. Dos siglos después, esa tecnología es exitosa a la hora de detener enfermedades y acentuar las desigualdades planetarias. No es que el británico se lo hubiera propuesto, desde ya, pero después de miles y millones de senderos bifurcados, así es la historia: una porción de la humanidad se quedó con el conocimiento y no abre el juego ni aunque las variantes del virus de la última pandemia (mal llamadas “nuevas cepas”) vengan azotando. De las primeras mil millones de dosis contra el covid-19 aplicadas en el planeta, 47% fueron para los países centrales; los de más bajos ingresos recibieron el 0,2%.
Después de algunos meses de cabildeos, el presidente de los Estados Unidos modificó una política de su país que llevaba casi tres décadas. Biden anunció que apoyaría ante un organismo internacional la propuesta de India y Sudáfrica de levantar las patentes que tienen las vacunas, ya que se trata de “una circunstancia extraordinaria que requiere medidas extraordinarias”. Parece un cambio global de reglas, que va en consonancia con otras declaraciones de la nueva administración norteamericana, pero para que llegue a terreno y ponga fin a la pandemia –ya que no a las desigualdades- faltan muchas discusiones técnicas, disputas de poder y transferencias tecnológicas. En eso hay coincidencia: nada será automático.
¿Liberen las patentes? Sí, ponele.
Muchos investigadores miran con simpatía y a la vez azorados lo que propone esta campaña. Un poco les huele a consignismo. Entienden que es como con los bloques de hielo en el mar que sólo dejan ver una parte de su inmensa masa; es apenas una condición sine qua non. El hashtag #LiberenLasPatentes suena mejor y parece entenderse más rápido que “transfieran la tecnología”, “detengan las desigualdades” o “frenen el oligopolio de la investigación científica”, aplicado a este momento particular de la historia.
¿Liberen las patentes? Sí, ponele que las liberan.
El escenario hipotético lo plantea Lautaro Zubeldía Brenner, investigador en políticas tecnologías del Centro de Estudios de la Historia de la Ciencia y la Técnica José Babini de la Universidad de San Martín (Unsam). Supongamos que la Organización Mundial del Comercio (OMC) le hace caso al presidente Biden y se levantan los derechos de propiedad que poseen los laboratorios Pfizer y Moderna sobre las vacunas de ARNm y todas las demás (para disgusto de los lobbystas que buscaron disuadirlo, según publicó The Intercept, y los mega fondos que invierten en las compañías farmacéuticas). En tal caso, ni aun así habría vacunas al otro día en muchos territorios.
“Si lo hacen, genial, festejo -dice Zubeldía Brenner-. Ahora, ninguna empresa ni aparato productivo está preparado para hacer las vacunas acá. Esa es la clave de la ciencia y la tecnología: hay que pedir la transferencia, que nos digan cómo hacerlo y que lleguen los bienes de capital. Después, hay que pedirles el sistema de enfriado de las vacunas de ARN para la logística de aplicación. Meterse en ese debate, en la quimera de las patentes, nos induce a un callejón de dudoso éxito o sin salida. ¿Y si liberan todas? Incluso tecnologías viejas, como la que usa Sinopharm, necesita laboratorios de bioseguridad donde cultivar virus”. El investigador duda de que eso se pueda hacer en el país, aunque hay avanzadas conversaciones para que la empresa Sinergium –que hace vacunas del calendario obligatorio en el Gran Buenos Aires- lo consiga.
“Liberar patente es fácil: se hace a través de un decreto. Pero ¿después qué? ”, se pregunta también Rodolfo Barrere, coordinador de la Red de Indicadores de la Ciencia y la Tecnología (Ricyt) y miembro del observatorio CTS de la Organización de Estados Iberoamericanos que, entre otras cosas, sigue el lento ritmo de pedidos de patentes por parte de una ciencia argentina que no logra articular lo público y lo privado en investigación y desarrollo.
¿Liberen las patentes? Sí, ponele. Pero es más complejo.
El sistema de patentes actual fue adoptado en 1994 por la OMC y cada país elaboró su propia ley para dar sustento a los derechos comerciales de la propiedad intelectual en este y otros terrenos. El cosmos socialista al este de Berlín había caído un lustro antes y el capitalismo financiero creía que se llevaría la historia por delante. Un poco lo logró. Tras la decisión universal en la OMC, la catarata de leyes nacionales hizo las delicias de los abogados. Argentina aprobó su ley de patentes en 1995. Entonces hubo alertas sobre la pérdida de soberanía en medicamentos, pero se impuso el Consenso de Washington.
En nuestro país nadie ha trabajado tanto este tema como Lorena Di Giano, del Grupo de Efecto Positivo, ONG que se dedica al acceso a medicamentos y hace oposiciones a las patentes que resultan abusivas incluso dentro del sistema legal vigente. Conoce la complejidad del asunto y admite que no será automático el pase a un mundo feliz tras los eventuales decretos que “liberarían” patentes. “Con liberen las patentes simplificamos porque en realidad la campaña pide la suspensión de derecho de propiedad intelectual, que es más amplio, con diseño industriales, copyright y demás. No será automático, pero si se suspenden al otro día todos los países podrían adaptar la legislación a esa suspensión de derechos”, le dice a ANFIBIA. Tras la emergencia desatada por el Covid, en última instancia, “la idea es terminar con ese orden mundial que trajo más penas que glorias”.
Pero no sólo se trata de dinamitar el aparato legal de los años noventa. Entretanto, la legislación actual ofrece ciertas opciones que se usan poco. “Por ejemplo, el mecanismo de licencias obligatorias que autorizan los genéricos, incluso con patente otorgada, con regalías para el autor/dueño. Son mecanismos a los que se recurre poco por temor a las represalias de las multinacionales y los gobiernos que las representan, como la embajada de Estados Unidos; lo sabemos por varias experiencias. La suspensión de derechos de propiedad en el marco de la OMC daría protección a los países para no sufrir embates de la industria”, plantea Lorena Di Giano. También se podrían levantar los secretos que organismos como el Anmat tienen como requisito para la registración de las vacunas, lo que ayudaría a la transferencia de tecnología. “La suspensión de las patentes permitiría, si hay voluntad política, utilizar la capacidad de producción de vacunas que hay instalada en el mundo”, agrega. En países como Colombia o Chile había plantas de producción que fueron desmanteladas como producto de ese orden internacional. Argentina y Brasil las manufacturan, pero tienen un conocimiento parcelado de todo el proceso, como en otras ramas industriales.
¿Por qué terminar con el sistema de patentes tal como está? “Las empresas abusan y patentan meros desarrollos incrementales de moléculas que se conocen. El sistema no funciona. Se buscaba atraer fondos privados y se adoptan las tecnologías que dan rentabilidad en detrimento de la salud. Entonces hay que cambiar el sistema: esta es la primera etapa, y solo para covid y durante la pandemia”, dice Di Giano.
¿Liberen las patentes? Sí, ponele. Pero mantengamos la inversión.
La coartada de la industria es que sin fondos no se puede investigar, que investigar es caro (un medicamento costaría miles de millones de dólares), que las etapas de investigación clínica son largas y, sí, costosas. Algo que la pandemia parece al menos relativizar, con los ejemplos de desarrollos low-cost como las vacunas generadas sin semejantes recursos en Cuba (ya en fase III en la isla así como en Irán o el candidato vacunal que tiene la propia Unsam, bautizada ArVac-Cecilia Grierson, y que tampoco tiene acceso a los miles de millones que, es verdad, pavimentaron el camino de las vacunas norteamericanas y británica.
Incluso aceptando que los rigores de la investigación clínica se llevan caudales varias veces millonarios, en algún momento se plantearon opciones por fuera de las farmacéuticas. En algún momento dentro de la Organización Mundial de la Salud (OMS) se planteó crear un fondo global para invertir en el desarrollo de tecnologías, donde cada país ponga una parte de su PBI y los resultados de las investigaciones se repartan de manera equitativa y haya para todos y se coman perdices. La idea quedó perdida en algún cajón. “Este es el mundo diseñado por las trasnacionales de los medicamentos y vacunas, está dominado por ellas, que son cuatro o cinco en total”, apunta Zubeldía Brenner.
María Cecilia Aloise trabaja en Clarke-Modet, empresa dedicada a la defensa de la propiedad intelectual no sólo en el campo farmacéutico, y cree que la pandemia es una situación tan excepcional como para levantar las patentes de todo lo que se usa contra el covid, y a su vez preservar el mecanismo de la OMC para otros rubros e instancias de los negocios farmacéuticos. “Las excepciones están puestas por alguna razón. En 1995, en la ley de patentes se previó que si en algún momento había una emergencia sanitaria importante y era necesaria la suspensión temporaria de los derechos se hiciera de forma legal”, dice.
Para ella, el sistema de patentes como tal es adecuado para el desarrollo, porque equilibra derechos particulares con el interés por el avance en investigación; el drama es su aplicación. “El INPI (Instituto Nacional de la Propiedad Intelectual argentino) y sus equivalentes tienen que ser exigentes al momento de evaluar las patentes y que la altura inventiva sea tal. Si no, es que hay intención de monopolizar y no otra cosa. Pasa en todas las industrias, aunque en la sanitaria se ve más. El sistema es útil pero hay que aplicarlo bien, que no sea ni muy riguroso ni desincentive la innovación. En los países desarrollados la rigurosidad es un poco laxa, pero es posible un equilibrio”, admite Aloise.
¿Y si cae el sistema mundial armado en 1994? “Sería el Armagedón de las patentes y terminaría desalentando las inversiones en medicina. Nos guste o no, que los laboratorios persigan un fin económico, como toda empresa, hace que haya investigación.”
¿Liberen las patentes? Sí, ponele que a la fuerza.
Para Diego Comerci, investigador del Conicet en el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la Unsam y socio de Chemtest, hay que entender cómo está actuando la industria de la Big Pharma ante el cambio tecnológico que se dio por el covid, en términos de plataformas de vacunas y aceleración de los ensayos clínicos. “El covid fue una autopista para tecnologías experimentales y para las nuevas formas de producir vacunas. Es el caso del ARNm, plataforma que no estaba probada y regulatoriamente habría tardado 15 años en llegar al mercado”, cuenta.
Para Comerci “liberar las patentes” no hace temblar a la globalidad ni a la organización general desigual de la ciencia, habida cuenta de quienes son los presidentes que la defienden: “La patente es un paper, una publicación científica. Te la bajás y te la leés, pero eso no significa nada. Lo importante es la transferencia tecnológica. Es lo que tiene el que produce el conocimiento y que garantiza que otro no la haga”. Subrayado: Garantiza que otro no lo haga. Ni en pandemia.
Sigue Comerci: “Lo importante es la transferencia tecnológica, pasar todo el protocolo y los principios activos de cómo se debe hacer y eso no lo tiene mAbxience (N.d.R: la empresa ubicada en la localidad bonaerense de Garín donde se hace el principio de la vacuna de AstraZeneca), así que no nos serviría ni aunque se ingresara con la Gendarmería. Para que alguien lo transforme en dosis inyectables tiene que ser terminado en Liomont (en México): esa es la estrategia de Big Pharma, dividir y reinar. Lo que me preocupa es que el Estado no haya tomado cartas. Y muestra el nivel de debilidad del Estado (nacional). Cuando hubo lío con la vacuna, Estados Unidos obligó a varias plantas a cerrar su producción y producir la de Janssen. Sacó el acta de no sé cuándo, de alguna guerra, y las obligó a hacerlo”. La referencia al laboratorio argentino tiene que ver con que se produjeron millones de dosis, pero debían terminarse en México, algo que no sucedió aún. ¿Pudo hacerse todo en Argentina? Es posible.
En definitiva, todo tiene que ver con el orden global, uno de cuyos instrumentos fue el acuerdo de la OMC que hace que incluso países mega productores de medicamentos, como India, hoy sufra una catástrofe, o que Francia –cuna de una mega farmacéutica- tenga problemas para inmunizar a su población. “Estas grandes corporaciones se apoyan en países semi periféricos que tienen capacidades desde hace décadas, como la India, con empresas con capacidad de producción y salarios más baratos que en Bélgica. El Instituto Serum de la India, más los laboratorios de Corea y China, producen para las grandes empresas”, analiza. Por todo eso se queja Comerci y porque en el país se hicieron también ensayos clínicos –el más famoso, el de Pfizer/BioNTech en el Hospital Militar con acuerdo del ministerio de Defensa-, pero no hubo obligación a traer esas vacunas al país. Una vez más, es el nivel de debilidad estatal lo que alarma a Comerci. Ni con Gendarmería.
¿Liberen las patentes? Sí, ponele. Ojalá.
“Ninguna vacuna debería venderse. Deberían ser patrimonio de la humanidad”, dice el cantante Silvio Rodríguez en un video que se viraliza bajo el hashtag #liberenlaspatentes.
¿Liberen las patentes? Sí, ponele.
Mientras tanto, el país tiene su prototipo de vacuna, a punto de ingresar a ensayos clínicos. Lo hace el grupo de Juliana Cassataro en Unsam, con la mencionada ArVac-Cecilia Grierson, que apostó a las proteínas recombinantes como plataforma. ¿Cómo debería insertarse esta estrategia local en un mundo dominado por el juego de unas pocas multinacionales?
Karina Pasquevich, miembro del equipo, estudió qué se podía usar en todo el proceso que no estuviera patentado, porque cada vacuna no tiene una patente sino cientos. “Cuando diseñamos la vacuna prestamos atención a diseños que no tuvieran problemas de patentes. Si lo hubiéramos hecho, nos podrían haber bloqueado. Hicimos un estudio minucioso de patentes, cada negociación te puede retrasar, hay un montón de idas y vueltas con los abogados que enlentece el proceso aunque las consigas.” Así, el grupo local debió elegir un diseño propio del antígeno y un adyuvante sin patente; está visto: es mucha la ciencia que no se hace dentro de los laboratorios. Como fuera, esta vacuna nacional se intentará escalar en producción con una empresa nacional.
Y, con o sin patentes, para un proyecto semejante hacen falta recursos; a escala, como los del proyecto Apolo que llevó a la Nasa a la Luna o el mismo Warp-Speed que se usó para las actuales vacunas norteamericanas. Para muchos, no resulta una buena estrategia dispersar esfuerzos en varios grupos. Pero esa es otra disputa: qué hacer con los (escasos) recursos económicos que tiene Argentina para hacer ciencia. O en qué canastas poner los huevos. Porque a la incerteza y al azar hay que ayudarlos.