Hemos podido constatar que la situación de actividad de la empleadora se nos presenta como una variable relevante, en la medida que quienes trabajan fuera
de sus hogares tienen mayores dificultades para exponer sus criterios y expectativas debido a las complicaciones que avizoran ante una posible partida de la trabajadora, algo que se traduce en un obstáculo para continuar con sus carreras profesionales. Esto deriva, en muchos casos, en una mayor autonomía de las trabajadoras, tanto para aplicar y poner en práctica sus propios criterios de limpieza y de imponer sus propias nociones de organización del hogar, así como para manejar sus agendas laborales de entrada y salida de sus hogares. De allí que prefieran trabajadoras “con empuje” y capacidad de “adelantarse” a situaciones y cuestiones que puedan presentarse en la cotidianeidad, esto es, trabajadoras que les aseguren eficiencia y responsabilidad en el trabajo.
Sin embargo, se les presenta la siguiente paradoja: si bien, por un lado, para estas empleadoras las labores domésticas constituyen tareas conocidas para cualquier mujer, por el otro, postulan la necesidad de hacer comprensibles ciertos criterios de limpieza y de organización doméstica que reconocen como alejados de los saberes de las trabajadoras. En definitiva, y a pesar de sus cargados itinerarios laborales, ello no impide que aparezcan reproches y críticas sobre la forma en que se debe realizar el trabajo. Quizás, y a diferencia de las empleadoras que se encuentran en sus hogares mayor cantidad de tiempo, entre estas está menos presente la posibilidad de supervisión de aquellas “maneras de hacer” las tareas domésticas, con lo que el resultado termina siendo lo más importante.
Al mismo tiempo, encontramos una cierta identificación en tanto “trabajadoras”que se actualiza a la hora de evidenciar sus requerimientos y pedidos, y se expresan en una mayor incomodidad para colocarse en la condición de “patronas”. En relación con el rol que ocupan dentro del hogar y con respecto a la familia, movilizan con mayor ahínco aquella “militancia moral” de las ideas higiénicas a la que hacían referencia los historiadores sociales y que las exhorta a practicar una supervisión del trabajo que realizan las trabajadoras que contratan.
Asimismo, no es menor la gravitación que tienen las responsabilidades y deberes por ser consideradas amas de casa, que las obligan a ubicarse en un rol por el cual deben responder. En este sentido, la supervisión y el control sobre las tareas realizadas –así como sobre la dinámica temporal del trabajo, la organización espacial y las prioridades– configuran una relación de mayor control y poder sobre la trabajadora. No obstante, como vimos, pueden leerse generacionalmente distintas maneras (tanto en el caso de María como el de Sonia y Adriana).
Desde el punto de vista de las trabajadoras domésticas, observamos la relevancia que tiene la trayectoria laboral en relación con la modalidad de trabajo de la que se trate, y en la forma en que se organizan, gestionan y negocian las cuestiones laborales. Al mismo tiempo, exhibimos cómo el margen de negociación y la capacidad para desarrollar tácticas y maniobras que las puedan beneficiar en términos de las condiciones laborales –ligadas contrato, la cantidad de trabajo, los horarios de ingreso de salida–, se vinculan, además, con los grados de implicancia afectiva que logran con la familia de sus empleadores.
En particular, hemos podido vislumbrar que las trabajadoras sin retiro encuentran dificultades en la administración del tiempo trabajo y descanso y emprende maniobras para poder regularlo. Este manejo se vuelve complejo debido a que la presencia de quienes las emplean puede ser constante y la posibilidad de lograr espacios y temporalidades “libres” de trabajo resultan poco probables. Asimismo, y como ocurre en la mayoría de los casos, las trabajadoras sin retiro realizan tareas dedicadas a la limpieza al mismo tiempo que realizan tareas de cuidado de niños. Ello hace que deban indefectiblemente involucrarse afectivamente con las familias y sus hijos. Así, deben lidiar en muchos casos no solo con restringir la cantidad de horas de trabajo, sino que también deben manejar los lazos emocionales y las situaciones críticas que pueden sobrevenir. En tal sentido, la afectividad aparece en este tipo de trabajos como una variable que regula derechos y deberes de ambas partes. Así, vimos cómo los reclamos que se realizan en clave efectivización (“desconsideradas”, “malas personas”, como fue el caso Ester) pueden tornarse estrategias tendientes a liberar a las trabajadoras de tener que realizar trabajos extras. Este “ser parte de la familia” o “como de la familia ”puede llevar a que la disponibilidad demuestre en el trabajo extra que la trabajadora realice, así como a soportar ciertas situaciones y condiciones de trabajo sin ningún reconocimiento económico.
En las trayectorias laborales de trabajadoras bajo la modalidad con retiro y donde únicamente realizan tareas de limpieza, el lazo afectivo es mucho menor que en las precedentes, aunque ello no debe leerse como una ausencia de emociones y afectos. La construcción de los itinerarios para estas trabajadoras supone establecer buenas relaciones con las empleadoras, ya que la flexibilidad que demandan sus obligaciones y las necesidades siempre cambiantes hace que sea necesario poder contar con un margen de maniobra para organizarlas recorridos. En general, estas trabajadoras logran una mayor flexibilidad de horarios y una estandarización de las tareas y de los tiempos en los que las realizan. Al mismo tiempo, resisten la imposición de horas extras cuando no se compensan con pagos extras, algo que las ubica en una mejor posición.
(...)
Tenés que aprender a querer, porque si te encariñás, a la corta o a la larga, perdés.
(Gloria, trabajadora doméstica, cuarenta y siete años).
Las empleadoras movilizan un conjunto de saberes e ideales normativos vinculados a la mejor manera de criar a sus hijos en la primera infancia. Su objetivo está puesto en el mantenimiento y la reproducción de un ideal de familia, en particular, en torno a un modelo de crianza en el que predominan prácticas sobre la niñez y nociones particulares sobre el desarrollo y el lugar de los hijos. En este punto, subyace entre las empleadoras un modelo de familia en el que sus hijos deben ser criados y socializados de una determinada manera y con el fin de internalizar un conjunto de valores por medio de prácticas consagradas por su pertenencia de clase (Cosse, 2006).
Habría en este punto una percepción de una distancia entre las normativas y los valores sociales de trabajadoras y empleadoras, aunque, como veremos, atada a las propias condiciones de posibilidad de supervisión para que estas tareas de cuidado sean realizadas. Si bien es cierto que el involucramiento de las trabajadoras cuando realizan tareas de cuidado de niños puede llevarlas a una dependencia afectiva (Ariza, 2008) y a una emotividad que puede oscurecer la propia posibilidad de hacer valer sus derechos (Cox, 2006), nuestros hallazgos permiten iluminar aspectos productivos de los clivajes afectivos en las experienciaslaboralesde las trabajadoras. Así, veremos cómo la dimensión afectiva opera como una manera de construir “reputación”, movilidad social propia y mejoras en las condiciones de trabajo. En este punto, el nivel de autonomía y el manejo de las tácticas de las trabajadoras pueden ser impulsados por el nivel de confianza y afectividad producto de la relación que se establece con el niño que se cuida (DeCerteau,1999).
Pero lo paradójico reside en que ese mismo grado de cercanía (necesario para la realización correcta del trabajo) puede convertirse de diversas maneras en un
óbice para concretar un mejoramiento en las condiciones laborales y muchas veces en un obstáculo para la realización de un reclamo laboral.
En general, las trabajadoras que son contratadas para realizar primariamente tareas de cuidado acaban realizando también tareas de limpieza, sin que esto sea percibido por los empleadores como una sobrecarga de trabajo. En efecto, habitualmente, las expectativas de tener la “casa en orden” se ven truncadas cuando verdaderamente se prioriza el cuidado. La tendencia es buscar flexibilizar la actividad y solicitar más servicios, hecho que –como veremos– vuelve vuelve más demandantes a las tareas de las cuidadoras. Expresiones como “ganarse a los chicos”, “hacerse querer”, pero también “manejar la casa”, aluden a los componentes que se superponen en esta actividad. En este sentido, expondremos cómo la personalización del vínculo a partir de la implicancia afectiva configura una trama particular de arreglos y sentidos que operan como clivajes significativos en las negociaciones cotidianas que no pueden ser solo leídas como producto de la explotación que soportan las trabajadoras en beneficio de las empleadoras.