El territorio de un escritor es el cementerio. O quizás, una conversación entre muertos, a condición de que el escritor se interponga entre ellos y escuche el diálogo, como un informante en misión. Paso muchas horas y muchas tardes, desde hace años, en un pequeño cementerio abandonado en la pequeñísima ciudad de Bannay (Francia), frente a un canal. A veces el canal está vacío y los barcos se estacan de punta, hasta que vuelve el agua de las lluvias. En ese cementerio de pocas tumbas me quedo sentada, a veces tanto que no me doy cuenta de que los árboles oscurecieron y ya sonaron las campanas. La puerta de la iglesia está obstruida pero un cartel dice que allí se refugió un grupo de comunistas antes de ser abatido. A la tumba de un niño de tres años al que lo alcanzó el fuego de un cañón en 1944 lo acompaña un soldado holandés de 18 años, linchado por los pueblerinos al ser confundido con un Boche. Cerca, la tumba sin nombres de una pareja de amantes que murieron con un día de diferencia. El mito dice que él se arrojó una noche a la Loire, cuando descubrió que ella había sido capturada por la Gestapo. Siempre me detengo en la lista de nombres de los niños caídos entre 1914-1918, pienso que habrían sido amigos, que jugaron juntos a las escondidas. Leo también la lista de los niños caídos en ese mismo municipio pero en 1939-1945, muertos por Francia. Se hubieran conocido, los niños de 1918 y los de 1939, los separan solo 20 años, quizás unos hubieran sido los padres de los otros. Quién sabe qué decían los destinos de los que sucumbieron durante la guerra, qué hubieran hecho, qué hubieran inventado, los cuadros que no vimos, los libros que jamás leeremos, la música que nunca vamos a escuchar, lo que nunca vamos a pensar por no haber escuchado esa música. Los hijos de los hijos de los hijos que no nacerán.
Estoy en Francia. Le cuento esto que me pasa a Paula mientras conversamos sobre los sentidos que nos desató Claudia vuelve (Ed. Marea), la primera novela de Julián Gorodischer.
Pienso que un escritor tiene una sola vida pero dos existencias. El gran escritor ruso sobreviviente de los gulags de Stalin, Varlam Tíjonovich Shalámov, cuenta que el día que lo arrestaron comenzó su vida moral, y con su vida moral, la escritura. Ese momento crucial en la vida de un hombre es el que otorga la dimensión política al acto de escribir. Y por ende, a toda su obra. Emmanuel Levinas observa que “el arte es una advertencia”, se refiere a un estado de vigilancia moral que se activa al escribir, se quiera o no. Como Shalámov o como Rodolfo Walsh al ser arrestados, e incluso en la sospecha de que serán arrestados, esa segunda existencia empieza ahí. Ahí, en esa zona delimitada entre la moral y el coraje del que hablaba Vladimir Jankelevich cuando decía que están los escritores con “coraje” y los que cultivan un “falso coraje”.
Lo que es seguro es que escribir es una práctica desconcertante. Claudia vuelve (Marea) incorpora ese desconcierto.
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A fines de los años treinta, un grupo de inmigrantes judíos llega a la Argentina escapando de la persecución fascista. Como consecuencia de los estragos de la Segunda Guerra Mundial la industria editorial local dejó de importar productos culturales extranjeros y pasó a producirlos a nivel nacional. Beneficiada por ese escenario, se funda Editorial Abril de la mano de Cesare Civita, Paolo Terni y Alberto Levi, que comenzó a publicar distintas revistas. Claudia, dedicada al público femenino, llegó a tener tiradas récord. Buscaba ser leída visiblemente y sin culpa; competía con Para Ti y Vosotras, pero era más cara y ofrecía una mejor calidad gráfica. Se posicionó como “la revista para la mujer moderna” y renovó los estándares del periodismo de la época.
¿Pero quién es Claudia? ¿Quién es esa destinataria construida como ideal de mujer? ¿Quién es ese personaje aspiracional que la revista buscaba interpelar en la subjetividad de sus compradoras? ¿Qué llevará Claudia en la cartera? ¿Qué lee? ¿Qué deseos pide cuando sopla las velas cada cumpleaños? ¿A quiénes ama? ¿Para qué ahorra? ¿Cuáles son sus miedos? ¿Qué hace para vivir? ¿Quién quiere ser? ¿Qué se espera de ella? Aunque son otros los interrogantes que el propio libro sugiere, algunas de estas preguntas encuentran respuesta en la novela de Gorodischer basada en hechos reales.
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Claudia vuelve es una excepción en un paisaje literario donde pocas novelas establecen un viaducto entre los argentinos de la década del 70 y el presente. Entre los que escribían y leían las revistas de hace casi medio siglo atrás y nosotros, los lectores que somos y en los que nos convertimos en este apestado y fatuo 2021.
Lleva en su título lo que de todos modos, inevitablemente, pasa con las palabras; nos traen algo de vuelta, como en los aljibes de los pueblos del Medioevo, algo trae lo llevado bajo tierra. La novela de Julián trae contemporaneidad. Como si uno de nosotros, nacidos en dictadura, pudiera infiltrarse en esas redacciones y nos preguntaran al salir: che, ¿qué vieron? “Aquí está lo que es, lo que fue, lo que vendrá, lo que puede venir”, dice Olga Orozco, poeta y a su vez, redactora de Claudia, entre otros personajes ficcionados. Pero, ¿qué es lo que fue, qué lo que es y qué es lo que vendrá?, la novela no lo responde, no lo pretende, no es una investigación ni un documental, no es un trabajo puramente académico. Pero sí pone en acto, como en una obra de teatro con puertitas, el infierno de todo universo cerrado y en particular el de la redacción de una revista femenina.
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Claudia comienza a publicarse en 1957. En ese primer número están las claves de lectura que guiarán a la publicación. En la tapa aparece un guiño respecto a cómo buscaba relacionarse con el pasado: muestra la foto de una mujer en bicicleta y con abrigo deportivo, en contraste con el cartel con un viejo biciclo que se ve detrás. Incluye un artículo sobre el piropo en su calidad de “deporte masculino obligatorio” titulado “Así miran los hombres”.
Este contrapunto será característico de su línea editorial. Le habla a una madresposamadecasa con cierto estatus social y la tienta con moda, manualidades y recetas de cocina. Por otro lado, le comparte biografías de escritores, artículos sobre psicoanálisis y sexualidad. Presenta notas que naturalizan estereotipos femeninos y, al mismo tiempo, artículos que parecieran ponerlos en jaque.
Claudia proponía una bifurcación en la cual esa mujer (y no otra que hacía las veces de antítesis) ampliaba sus márgenes de acción y habitabilidad, torneaba los límites de lo posible en el campo de lo decible y realizable. Claudia te mostraba las fronteras y señalaba sus desvíos. La revista femenina de Abril moldeaba una modernidad teñida de conservadurismo.
Estas oscilaciones hacen de la revista un producto inclasificable, y no sólo desde el punto de vista editorial. Así como intercambió favores por beneficios industriales, cobijó a periodistas que habían sido desterradxs de otros medios como consecuencia de la censura.
Claudia les habla a las mujeres, les dice que no se repriman. Pero ¿qué papel juegan los consumos culturales en momentos de control y violencia? El poder y el autoritarismo atentan contra los cuerpos pero también tienen en la mira a las mentes y los corazones, confluyen en el cuerpo, el individual y el social. ¿Y qué se reprime cuando se reprime? Si lo personal es político, Claudia deviene en nuestra clave de lectura en una revista cargada de politicidad. ¿Cuál fue su potencia? ¿En qué gestos encontramos su carácter disruptivo?
Los objetos de la vida cotidiana de una época son portadores de un carácter refractario. Nos permiten iluminar algunas de sus facetas, de sus ángulos, de sus matices. Pero no es lo mismo decir en momentos de obscenidad discursiva que de escalada represiva. Siempre la cultura es arena de disputas. Presentar esa multiplicidad de espacios y roles vuelve a Claudia un riesgo. Claudia revista y Claudia personaje no encajaban en los casilleros estipulados que dictaban los valores morales y las “buenas costumbres”.
El control y el poder buscan separar, identificar, clasificar; en Claudia ebulle una suerte de alquimia. La tensión entre múltiples mundos le funcionó como estrategia editorial en gran parte de su historia, pero ante la inminencia del terror asomando por la ventana tal desborde no le fue perdonado. Alinearse con el gobierno en su última etapa de vida editorial no le alcanzó para sopesar el juego ambiguo entre la aceptación de los mandatos y la iluminación de sus fisuras instalando un horizonte libertario y con posibilidades para la expresión. Todo esto, sumado a otras apuestas en el tablero mediático-político, le costó a Abril un atentado en 1975 y, en 1976, amenazas de muerte que forzaron el cierre editorial.
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En la vida real (supongamos que existe) Claudia fue creada bajo el modelo de la revista francesa Marie Claire y Ladies' Home Journal, una de las principales revistas para mujeres del siglo XX en Estados Unidos. Claudia tenía como horizonte la moda y la forma de vivir el amor de las mujeres de las capitales europeas, Alemania, Italia, Francia y también Japón, como una visión ilusionada de lo internacional. Pero la novela de Julián Gorodischer no quiere ser realista sino que mitifica esa redacción y la desvirtúa fusionándola con elementos de otras revistas. Por eso su novela es lo que es toda escritura es: un viaje de la utopía a la ucronía.
En la novela tiene un rol predominante la esfera política de la época. Ese es el gesto del escritor, darle otro rol e imaginar qué hubiera pasado si. “Isabel Perón, mujer del año”, es una nota que sí existió (el recorte está en el libro) y dispara (justamente dispara) la trama de Claudia vuelve. A partir de ahí se produce un número especial sobre la viuda y la novela imagina a Claudia en la interna política del gobierno. Todo eso es fantasía del autor. Sin posiciones fijas a izquierda ni a derecha (es lo interesante), dialoga y juega políticamente con una visión actual de la revista femenina examinando el rol de la mujer en los años 70. Es un gran mérito. Ver con ojos de hoy cómo veían a esa otra mujer, ya no casada necesariamente, ya no madre necesariamente, ya no virginal. Ella vuelve ahora. ¿Para qué es necesario su regreso? ¿Cómo será recibida por los lectores de la ideología del capitalismo identitario y el cinismo de esta época? La mujer releída, la mujer repensada, la mujer vuelta a imaginar. La están esperando las mujeres de hoy, veremos qué se dicen.