Texto publicado el 24 de agosto de 2020
En 2007, Alexandria Ocasio-Cortez consiguió el segundo puesto en la Feria Internacional de Ciencia e Ingeniería de Intel. Todavía estaba en la secundaria, la ciencia era su pasión y había presentado una investigación a partir de experimentos en longevidad que había realizado en uno de los principales hospitales de Nueva York. Como premio, el laboratorio Lincoln del MIT le puso su apellido a un asteroide. Y ese podría haber sido el mayor logro de su vida, pero no.
Hay gente que tal vez nace para batir récords. El de ella, en 2018, fue el de convertirse en la mujer más joven de la historia de los Estados Unidos en llegar a la Cámara de Representantes del país. Dos años después, es una de las principales figuras de la nueva generación del Partido Demócrata, en cuya convención nacional aprovechó para hablar del futuro y del camino a seguir.
Quizás fuiste a Nueva York y te la cruzaste detrás de la barra del Flats Fix, cerca de Union Square, sin saber quién era. Porque esta es la historia de una mujer que de un día para el otro deja de preparar tragos en un bar de Manhattan para encabezar el ala más progresista del Congreso estadounidense.
La imagen más icónica, quizás la primera que muchos recuerdan de ella, es la de una chica de 28 años que se tapa la boca y no puede ni siquiera gritar. Mira con ojos muy abiertos la televisión del bar en el que está, porque un canal local la da como ganadora de una elección. “¿Podés describir esto?”, le pregunta en ese momento la periodista de Spectrum News. “Nop. No puedo”, le contesta ella, como si fuera la respuesta más natural de una candidata. Es junio de 2018 y es apenas la primaria del Partido Demócrata para la Cámara de Representantes, pero en el distrito 14 de Nueva York eso equivale a ganar la elección general de noviembre. Ahí, el voto republicano es casi inexistente y todo el mundo lo sabe.
Desde ese momento, Alexandria Ocasio-Cortez se transforma en AOC para los ojos de una nación de casi 330 millones de habitantes. Una sigla que simplifica un nombre tal vez muy largo y latino. No es que eso haya que ocultarlo ni mucho menos. Si de algo se encarga, es de mantener siempre presente que ella es latina, que su familia es latina y que esa es su identidad. Hasta su contestador oficial de la oficina invita a escuchar el mensaje tanto en inglés como en español. “Es importante que no ignoremos el poder de la identidad, porque es muy poderosa”, le dijo una vez a The Intercept. Ella no lo ignora.
El resto de la historia es más conocido: en enero de 2019, AOC llega al Congreso. Sin saber que no estaba permitido, dejó que la gente tapara las paredes blancas del pasillo del Capitolio con post-its de colores, en los que le dejaban mensajes. Tuvo que sacarlos y ponerlos dentro de su oficina. En su desembarco en Washington, transmitió en Instagram sus primeras impresiones: contó detalles del proceso de adaptación y mostró la bolsita que había recibido en la primera jornada. Desde entonces, la vemos cada tanto también en Twitter, en Twitch, exhibiendo su orgullo millennial.
En este tiempo, se instaló entre los íconos del progresismo demócrata. En la capital estadounidense, una de las principales tiendas de merchandising activista vende su biografía y varios objetos con su cara de la misma forma que vende figuras de la jueza Ruth Bader Ginsburg, uno de los símbolos de la lucha por la igualdad de género en el país. Pero para llegar a este punto, hay que ir primero a lo que pasó antes de esa noche de junio de 2018.
Operación Triunfo
Alex --su equipo, su familia, la gente de su campaña le dice Alex-- nació y creció en el Bronx. En este distrito, el 52 por ciento de las personas son latinas o hispanas. La familia de AOC fue parte de esas estadísticas. Su padre tenía parientes en Puerto Rico; su madre nació en esa isla y se mudó a los Estados Unidos sin saber inglés. La historia de ambos suele ser una referencia en el discurso de la congresista.
“Mis padres no me criaron para aceptar el abuso de los hombres”, dijo hace poco en la Cámara de Representantes como respuesta al ataque de un republicano que le dijo nada menos que “maldita puta”. No, los padres de AOC la criaron para que fuera quien es hoy.
La historia que suele contar dice que, cuando ella tenía cinco años, sus padres decidieron mudarse a Westchester, fuera de la ciudad de Nueva York, para que pudiera vivir en un mejor distrito escolar. No es un detalle, sino una preocupación común en las familias. Un buen jardín de infantes en los Estados Unidos es casi una garantía para entrar en una universidad. “Mis padres empezaron desde abajo: nuevo idioma, nueva vida, nuevo todo. Luego me tuvieron a mí y se mudaron para comenzar de nuevo para que pudiera tener una educación.”
La apuesta dio sus frutos y al final entró a Boston University. Un video que se popularizó junto a su llegada al Congreso la muestra bailando en una terraza de la Facultad de Arte y Ciencia. Ahí aparece como ‘Sandy’, el apodo que usó en la secundaria y en la universidad. Gira con las manos en alto, los pelos al viento y una sonrisa. Mueve en forma frenética los brazos mientras suena Lisztomania de Phoenix. Es una pieza promocional de BU, pero para los republicanos fue casi como encontrar un video porno. Para AOC, un motivo más de orgullo. “Escucho que el GOP piensa que es un escándalo que las mujeres bailen. Esperen a que se enteren de que las congresistas también bailan”, escribió en Twitter. ¿La música de fondo del tuit? War, de Edwin Starr.
Cuando recién comenzaba la universidad y Estados Unidos estaba en plena crisis financiera, su padre falleció. Era el principal sostén de la familia y con su ausencia llegaron los problemas económicos. Ocasio-Cortez dice que su madre la mantenía aislada de lo que pasaba, pero recuerda haber visto autos que tomaban fotos de su casa desde la calle. Con el tiempo entendió que esas situaciones estaban relacionadas con el juicio hipotecario que estaban atravesando. “Prácticas de predadores”, las describe. Hoy el acceso a la vivienda es parte de su plataforma política.
En medio de las dificultades económicas familiares, AOC trabajó para el National Hispanic Institute como camarera, como bartender, como organizadora comunitaria de la campaña de Bernie Sanders.
Thank you Bernie - for doing your best to fight for all of us, from the beginning, for your entire life.
Thank you for fighting hard, lonely fights in true devotion to a people’s movement in the United States.
Thank you for your leadership, mentorship, and example. We love you. https://t.co/CqErUDlsvX pic.twitter.com/33x7hm5ErH
— Alexandria Ocasio-Cortez (@AOC) April 8, 2020
En algún momento, su hermano se enteró de Brand New Congress, una búsqueda de candidatos y candidatas para el Congreso. Casi como un casting para identificar a quienes quisieran postularse por primera vez a un cargo público. Y la inscribió.
A la conquista del Congreso, el documental de Netflix, muestra el camino entre ese momento y la llegada a Washington. Una campaña hecha de la nada para quitarle la nominación demócrata a Joe Crowley, un congresista que llevaba 20 años en su banca.
El distrito 14 de Nueva York, parte de Queens y parte del Bronx, debe ser uno de los más seguros para los demócratas en todo el país. Crowley estaba más que confiado. Tanto, que ni siquiera consideró que había que ir a los debates. AOC en cambio decidió que había que hacer la campaña de una forma distinta: salir a hablar ella misma con la gente. De ahí a la imagen de la chica con los ojos muy abiertos hubo mucho trabajo y poca esperanza. Tal vez eso explique la sorpresa y la falta de palabras ante el triunfo.
Orgullo millennial
AOC trajo a Washington la agenda de la generación criada en la década de 1990: la preocupación por el cambio climático, la imposibilidad de comprarse una casa, las deudas estudiantiles post-universidad. Antes de asumir, dijo que no podía afrontar los gastos de mudarse -el alquiler, el depósito y los gastos de la inmobiliaria- hasta cobrar su primer sueldo.
Trajo también sus costumbres y sus vicios. Los sandwiches del desayuno son para ella los de las bodegas de la Gran Manzana, no los del Distrito de Columbia. Sus logros son las intervenciones en el recinto de la Cámara Baja, pero también nuevos niveles en los videojuegos. Porque no se puede entender la política de AOC sin su gusto por los videojuegos, un mundo en el que hay héroes y villanos, alianzas y conflictos. Un mundo en el que está ella, defensora de sus compañeros. Y en el que también hay trolls digitales.
Los niños de 13 años que juegan al League of Legends son los que la prepararon para enfrentarse con la derecha tuitera, bromeó hace un par de meses.
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Su equipo en la política es el “escuadrón” de congresistas demócratas, compuesto por Ilhan Omar, Ayanna Presley y Rashida Tlaib. Son todas mujeres de color, progresistas, integrantes de la izquierda del Partido Demócrata que llegaron a la Cámara baja en las elecciones de 2018. Ahí está puesta su lealtad.
Molesto con sus críticas, Trump les ha dicho por Twitter que se vuelvan a los países de los que vinieron y que los arreglen. Todas son ciudadanas estadounidenses. Tres de ellas nacieron en Estados Unidos, una llegó a los 12 años como refugiada.
Mientras Joe Biden, candidato demócrata a la Presidencia, anunciaba que su compañera de fórmula sería la senadora Kamala Harris, AOC se limitó a retuitear la opinión de Bernie Sanders, mientras se dedicaba a apoyar públicamente a Omar, quien enfrentaba una elección primaria en Minnesota ese día.
En un año de elección presidencial que la tiene apenas como candidata a renovar su banca, AOC es solo una voz dentro del partido demócrata. Pero el protagonismo que ahora tiene la fórmula presidencial no eclipsa la obsesión que durante estos dos años cultivó la derecha en torno a la representante del Bronx.
Un estudio de Storybench mostró en 2019 que su historia solía ser la más leída en el sitio de Fox News, incluso cuando precandidatos a presidente hacían sus anuncios. Axios también reveló que, en el momento de asumir su banca, era la demócrata más influyente en Twitter, por encima de cualquier aspirante a la Presidencia y solo detrás de Donald Trump. Pero AOC era una recién llegada a Washington y él era el presidente del país.
—¿Viste cómo se presenta? Hace como Obama, que marcaba un acento -dijo el año pasado una conductora de Fox News.
—Hace esa cosa latina. Anastasio [sic] Ocasio-Corrrrrtez” -se quejó su invitado en el programa, convencido de que AOC es una impostora que explota su lado latino aunque no sepa hablar español.
En estos tiempos, a los republicanos también les pareció poco talentosa. Lo dijo Trump en julio desde la Casa Blanca y ella no se quedó callada. “Un hombre cuya vida entera fue construida sobre el dinero de papá y el fraude financiero me acusa a mí, hija de una empleada doméstica que ganó múltiples elecciones al Congreso antes de los 30, de no tener talento”, le contestó.
También le respondió hace semanas, cuando el presidente estadounidense la consideró una “pobre estudiante”. “Hagamos un trato, Sr. Presidente. Usted publica sus notas de la universidad y yo publico las mías y vamos a bien quién fue mejor estudiante”, tuiteó. Ella fue la cuarta mejor alumna de su clase. El promedio de Trump todavía es un misterio.
AOC nunca deja algo sin contestar, pero logra que la respuesta no se centre en los ataques que recibe, sino en sus propuestas e intereses. Lejos de ignorar a quienes la critican, su estrategia es la de utilizar cada oportunidad para mostrar su propia agenda y dejar en ridículo al que la ataca. Casi siempre son varones blancos republicanos. En su videojuego político, ella los deja atrás.
Otro nivel
Ahora, en plena campaña de reelección, AOC enumera cuáles fueron sus logros desde que asumió en enero de 2019: 4,3 mil millones de dólares para su distrito para educación, apoyo a pequeños comerciantes, salud, vivienda, transporte y lucha contra las adicciones, fondos federales para Puerto Rico, medicamentos más baratos.
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Su contribución más famosa en este tiempo fue el Green New Deal, una propuesta para que los Estados Unidos se alejen de los combustibles fósiles y limite las emisiones de gases de efecto invernadero en la economía. Una resolución que busca generar empleos en industrias verdes y asegurar agua limpia, alimentos saludables y un ambiente sostenible para las futuras generaciones. Y que incluye este objetivo: “Promover la justicia y la equidad al detener, prevenir y reparar la histórica opresión de los pueblos indígenas, comunidades de color, comunidades migrantes, comunidades desindustrializadas, comunidades rurales abandonadas, los pobres, los trabajadores de bajos ingresos, las mujeres, los adultos mayores, las personas sin techo, con discapacidades y la juventud”. Una declaración de a quiénes quiere representar.
Estados Unidos también discute cómo reabrir los colegios de forma segura aunque la pandemia de COVID-19 continúe. Nueva York, donde el pico de marzo y abril fue devastador, también lo evalúa. Un poco por eso y tal vez un poco porque actualmente su madre trabaja en una escuela, AOC decidió prestarle especial atención al tema.
El 12 de agosto, se puso a enseñarle a la gente por Zoom cómo coordinar una red comunitaria de cuidado. Sabe que para quienes viven en los barrios que ella representa no hay opción: son los que no pueden quedarse en sus casas, son los que tienen que salir a trabajar y los que tienen que ver quién se queda cuidando a los más chicos.
Ella sabe sobre coordinación comunitaria. Así fue parte de la campaña de Sanders en 2016. También apoyó al senador por Vermont en las últimas primarias, en las que tampoco consiguió la nominación como candidato demócrata. Para AOC, la elección de Biden no es más que una muestra de la forma en la que funciona el establishment del partido, al que ella derrotó en su distrito.
En la Convención Demócrata fue la encargada de nominar a Sanders a la presidencia. Un acto simbólico, porque el partido ya estaba alineado detrás de Biden. Ella tuvo solo un minuto para hablar a través de un video pregrabado. Si esto fue una ofensa para ella, nunca lo sabremos. Su sutil reacción fue un tuit con un poema de Benjamin E. Mays: “Solo tengo un minuto. Sesenta segundos en él. Me fue impuesto, no lo elegí. Pero sé que tengo que usarlo. Responder si abuso de él. Sufrir si lo pierdo. Solo un pequeño minutito. Pero en él está la eternidad”.
Finalmente, lo usó para describir lo que ella espera del partido: un “movimiento masivo” que trabaje para “establecer derechos sociales, económicos y humanos del siglo XIX”. Uno que “reconozca y repare las heridas de la injusticia racial, la colonización, la misoginia y la homofobia” y que proponga una reforma inmigratoria “lejos de la xenofobia” del pasado.
Hay un largo camino hasta llegar a tomar la palabra en una convención partidaria. Y AOC no deja de ser una recién llegada a Washington y al Partido Demócrata. Por supuesto, eso no impide que haya quienes esperan impacientes el nuevo ciclo electoral, con la camiseta de AOC 2024 puesta. Les encantaría verla candidata a un cargo ejecutivo, heredera de Sanders. Pero para eso todavía falta mucho. Es otro nivel del juego.