Saltar al contenido
Cristina (50) sale cada una hora al pasillo de su casa para ver si el agua volvió. No es la primera vez que pasa. En verano los cortes son frecuentes en este mundo de 65.000 habitantes.
Luz (51) es madre soltera y vive en el segundo piso con su hijo de 13 años. Cuando los cortes comenzaron agarraba agua de una canilla del pasillo del barrio. Pero esa provisión también se cortó. Mientras su hijo hace la tarea de la escuela que recibe por Whatsapp, Luz espera al camión de agua, está cansada de agarrar la manguera y subirla hasta el tercer piso, solo para llenar un tanque que alcanza para el baño. “La prioridad: lavarnos las manos.”
En medio de la pandemia por Coronavirus, el barrio popular más numeroso de la ciudad de Buenos Aires se quedó sin agua. El suministro se cortó a los pocos días de que comenzara el contagio comunitario. El número de casos se disparó de 3 a 151.
La cuarentena obligatoria decretada en la Argentina el 20 de marzo subraya los problemas estructurales que genera la pobreza, sobre todo en materia de salud y derechos humanos. Acá, las casas más altas tienen tres pisos. Quienes viven en el último piso tienen acceso directo al agua del tanque. El resto la recibe a través de un camión repartidor que todos los días se acerca a algunas viviendas de la 31.
El camión no llega a la casa de Ana que vive con sus tres hijas y su marido. Ambos son vendedores ambulantes. Por la pandemia ella está sin trabajo. Ana (26) posa para esta fotografía con sus hijas Agostina (10), Juana (5) y Lara (3 meses).
Muchas veces los camiones no entran al barrio porque son demasiado anchos o porque a los choferes les da miedo. Por eso el abastecimiento de agua desplegado en la emergencia no llega todas las viviendas. En estos diez días sin agua, los casos aumentaron en un 1900%, afirman desde la organización barrial La Garganta Poderosa.
Ramona (43) vivía con siete personas más en una habitación de tres por tres y con un solo baño. Después de estar doce días sin agua, fue internada por neumonia y le diagnosticaron Coronavirus. Su muerte, su historia y la de su familia se convirtieron en símbolo de los reclamos y la desidia. Ramona soñaba con una promesa que le habían hecho las autoridades municipales: poder mudarse a otra casa, hecha mediante un plan de reurbanización, tener más espacio, darle una mejor vida a su hija de 12 años discapacitada. Ahora, sus dos hijas están infectadas. “Esto no es vida, no se puede vivir así -me dijo Ramona-. Entre comprar algohol en gel o pan, ¿vos qué elegirías?”
Los baldes con agua suman otra preocupación: el dengue. Por eso algunas ONG empezaron a repartir bidones y botellas para que los vecinos no estén expuestos también a esa otra infección, que lleva años instalada en el barrio.
“El agua es lo más básico. No tenés agua no tenés nada”, dicen lxs vecinxs.
“La semana pasada el agua que repartían con el camión tenía tierra”, cuenta un vecino.
Javier (30) tiene un tanque de 800 litros que alcanza para bañarse y cocinar por dos días.
“Lavate las manos con agua y con jabón.” Los carteles del gobierno están por todo el barrio. A la mañana Gabriela estuvo en una conferencia de prensa en la que los funcionaros afirmaron “El agua ya volvió”. Son las siete de la tarde, Gabriela termina con su trabajo en la organización social y vuelve a su casa. Su hijo Thiago (7) la espera ansioso. “Y mamá, ¿nos fijamos si volvió?” Gabriela camina al baño, mueve las canillas y responder: “No Thiago, el agua no volvió”.
18/05/20.