En el lobby del hotel Intercontinental de la ciudad de San Pablo hay una chimenea que parece una falsa chimenea, con ese fuego de mentira que inventaron los chinos para poner de adorno a las velas de mentira. Pero no, es fuego de verdad, al acercarse se siente el calor. Fuego medido y controlado. Lo demás es todo lo convencional que se puede ver en los hoteles considerados de lujo: alfombras, vidrio, mármol, sillones mullidos, colores sobrios, etcétera.
En el primer piso del hotel, está el búnker del Partido de los Trabajadores (PT). El comunicado de prensa decía que a partir de las 5 de la tarde se iba a realizar allí el acompañamiento de la “apuração”. Escrita así, entre comillas, esta palabra cuya primera acepción es “purificación” y luego “escrutinio”.
Un gran pasillo lleno de alfombras, mármol, etcétera, y un buen catering, algo que los hoteles de lujo suelen hacer mejor que sus chimeneas. Al menos la comida parece comida: budines de todo tipo y color, sandwichitos mínimos de rellenos varios, panes de queso, ensalada de frutas en una versión brasileña: mango, ananá, sandía, kiwi y hojas de menta (delicia), jugos naturales, cafés, tés, gaseosas versión normal y versión light, agua mineral. Todo multiplicado en mesitas que se repiten a cada lado del pasillo.
Y la gente. Alrededor de la comida, con sus pulseras de plástico: la acreditación que habilita al festín. Militantes con remeras rojas, el color del PT, más periodistas, fotógrafos, camarógrafos, mozos, y los asesores y los agentes de prensa, los mismos que están en cada acto, recorrida y esa misma mañana en las mesas de votación de los candidatos, serios, caras largas: al PT no le fue bien en San Pablo.
El candidato petista Padilha quedó en el tercer lugar con el 18% de los votos y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PMDB) conservó la gobernación, donde es oficialismo desde 1995. mientras que Suplicy, senador desde hace 23 años, no pudo renovar su banca frente al dirigente histórico de la socialdemocracia José Serra.
Sin embargo, de fondo, pegadizo, invitando al baile o al menos provocando un balanceo en el lugar, el jingle de campaña de Dilma Rousseff, alegre, es la música que los argentinos llamamos “brasilera”, un forró, ritmo típico de la región noreste. Dilma, corazón valiente, fuerza brasileña,
garra de esta gente.
Al fondo del pasillo, una sala enorme con dos pantallas transmiten los resultados de los estados donde ya cerraron los comicios, que se conocen inmediatamente porque el voto es electrónico. Primero los de las costa atlántica y luego los del interior del país, ya que Brasil tiene diferentes usos horarios.
Los resultados de la elección presidencial sólo se pueden dar a conocer una vez que se cerraron todas las mesas electorales, incluidas las de los consulados de todo el mundo. “El último es el de Vancouver, en Canadá –explica el asesor del candidato a vicegobernador de San Pablo, Nivaldo Santana– igual, no cambia mucho el resultado general, porque en Vancouver no vota mucha gente” y luego ofrece una entrevista con Nivaldo.
Cuando en la pantalla aparecen los resultados de los estados de Minas Gerais, Bahía y Piauí, donde el PT ganó la gobernación en la primera vuelta, se escuchan aplausos, festejos y la canción, ya caduca, de campaña: “Dilma allá, Padilha aquí, y en el Senado Eduardo Suplicy”.
El comicio en el estado de San Pablo cerró a las 5 de la tarde, por lo tanto desde esa hora ya se sabe que ni Padilha ni Nivaldo serán parte del próximo ejecutivo paulista, como así tampoco que Suplicy irá al Senado.
Sin embargo, el clima no es de fatalidad, porque los resultados de boca de urna anticipan que Dilma ganó en primera vuelta y que disputará el ballotage contra Aécio Neves del PSDB.
A las ocho de la noche, suben al escenario Padilha, Nivaldo, el presidente del PT en San Pablo, Emílio de Souza, y el alcalde de la ciudad de San Pablo, Fernando Haddad, quien en 2012 ganó para el PT el gobierno de la ciudad más rica y más poblada de América Latina.
Cuando suben, los militantes, puño en alto, gritan: “Partido, Partido dos Trabalhadores”. Los dirigentes se felicitan por la elección, critican a las encuestadoras, a los grupos mediáticos (de tradición socialdemócrata), critican a los socialdemócratas, etcétera, y llaman a la militancia a trabajar por la reelección de Dilma. Entonces: “Olé, olé, olé, Dilma, Dilma”.
Después de que se bajan del escenario, el salón se va vaciando bastante rápido, ya retiraron la comida, y quedan los periodistas enviando notas, editando fotos, haciendo copetes para la televisión o hablando por el pasillo por teléfono en vivo para alguna radio.
Abajo, la chimenea sigue prendida e irreal.