Estoy con Carlos Brito en un café Starbucks en Coyoacán. Si Antonio Attolini es una de las caras del movimiento, Brito es uno de sus cerebros (o su sistema circulatorio, por su capacidad de hacer fluir las asambleas). Es un estudiante de maestría del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav), un centro de investigación científica asociado al Instituto Politécnico Nacional (ipn). Había quedado de verme con él en un café —no Starbucks— en la colonia Condesa, a las cuatro de la tarde. Pero Brito me habló para preguntarme si no tenía inconveniente en encontrarme con él en su casa, frente al Parque Morelos, en la colonia Escandón. Habían cambiado los planes.
Tenía que ir a una reunión a la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, donde se acababa de confirmar que iba a tener lugar el debate presidencial #YoSoy132, el martes 19 de junio.
Brito tiene una voz sonora, como de locutor de radio, así como experiencia como moderador de asambleas, adquirida mientras era estudiante de Ciencia Política y Periodismo en el Tecnológico de Monterrey y en su paso por el Modelo de Naciones Unidas de su universidad. Había sido una pieza fundamental como moderador de las reuniones de la Coordinadora. Gracias a Brito, todo el mundo se sentía escuchado y atendido, pero también que estaban avanzando hacia algún lado. Las asambleas habían sido largas, pero alcanzaban acuerdos.
Llegando a su edificio nos montamos en el automóvil y enfilamos hacia Coyoacán. Brito es un tipo afable, con un sentido del humor muy fino. Es alto, moreno, tiene el pelo corto y lleva unos lentes de pasta negra que le dan cierto aire hipster. Ese día llevaba tenis, jeans y una camisa de cuadros. Brito no sabía muy bien dónde estaba la Comisión y perdimos el rumbo ligeramente. Terminamos a la caza de un lugar de estacionamiento, a varias cuadras del edificio.
En el camino me contó que lo habían invitado a compartir la mesa con Camila Vallejo, la líder estudiantil chilena que se iba a presentar en un foro en la Universidad Autónoma Metropolitana. Brito había declinado la invitación. Me sorprendió. ¿Por qué rechazó esa fabulosa oportunidad? A Brito lo que más le interesaba era no perder su capacidad de interlocución en el movimiento. Sentía que si aparecía junto a Camila Vallejo lo iban a cuestionar.
Brito tomó algunas llamadas en su celular. Estaban tratando de encontrar un sitio para celebrar las asambleas universitarias que definirían los temas del debate. El itam acababa de cancelar la sede. Brito hizo notar la discrepancia entre las enormes expectativas de la gente sobre el movimiento y los recursos con los que al final cuenta. Si el itam cancelaba, entonces habría que hacer la reunión en el Zócalo, pensó, aunque no hubiera internet para conectarse.
Llegando a la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, Brito se metió a su reunión con el comité organizador y yo me encontré con el profesor de la Ibero Pablo Reyna, que venía de presentar una queja por la cantidad de amenazas y actos intimidantes que habían recibido, sobre todo, los alumnos de la Ibero: desde llamadas telefónicas hasta la presencia de gente extraña fuera de sus casas.
Dos horas después me volví a encontrar con Brito, esta vez en el Starbucks de Centro Coyoacán, a pocas cuadras de la Comisión.
Brito recibió una nueva llamada en su teléfono.
—Ya quedó también lo de mañana —dijo en referencia a las asambleas de preparación del debate—. Facultad de Ciencias Políticas. Me ofrecen seguridad, me ofrecen seguridad.
El día del “viernes negro”, Brito estaba desayunando en casa de sus papás (ella estudió Enfermería, él terminó sólo el bachillerato. Se dedica a vender carnitas). Vio la transmisión del evento por internet. Aplaudía cuando algunos de los alumnos colocaban una pregunta dura a Enrique Peña Nieto. Luego se puso a escuchar Ibero 90.9. Y se dio cuenta de que algo realmente serio estaba pasando. La respuesta de la cúpula del pri abonaba a su indignación, ¿pero qué más se podía hacer?
Estaba esa marcha anti-Peña, convocada para el 19 de mayo. Brito comenzó a organizar un contingente con los alumnos del Tecnológico de Monterrey campus ciudad de México, la escuela de la que él es egresado. En esas reuniones se enteró de que existía un grupo que se llamaba #YoSoy132.
“En ese momento veíamos la marcha anti-Peña como lo más atrevido que podíamos hacer en cuestiones de activismo político dijo Brito. No teníamos idea de qué esperar. Teníamos mucho miedo: íbamos a ir como doscientas personas. Pensamos que nos iban a caer porros, que nos iban a aventar cohetes”.
Ese grupo del Tec apoyó también las marchas de las universidades a las oficinas de Televisa. Fue allí cuando entraron en comunicación con la Ibero. Y la Ibero los puso en un comité aparte. “Casi, casi nos dijeron: ‘Bueno, las universidades que nos quieran apoyar, les agradecemos mucho, se sientan acá’. Tampoco ellos dimensionaron lo que estaba ocurriendo —dijo Brito—. Entonces ya conformamos ese comité, dijimos una serie de vaguedades, trivialidades, torpezas, pero quedamos de vernos al siguiente día. Y a partir del siguiente día ya empezó toda la organización que ha ido creciendo y creciendo hasta convertirse en este monstruo. Pero te digo, como que una cosa te lleva a la otra, sin mucha planeación”.
Y para que ese monstruo sobreviva, Carlos Brito piensa que no hay que tratar de llegar a una enorme coordinación interuniversitaria, sino aceptar las divergencias y tratar de llegar a unos pocos acuerdos. Por lo pronto, éstos son no a la imposición de un candidato, no a la manipulación de la información.
¿Por qué pensaba él que el movimiento, como organización, se había salvado después de la desastrosa reunión del 11 de junio en la ibero?
“La gente del Poli se dio cuenta de lo que ocurrió en la Ibero. Al final del día, yo estaba todo derrotado y me dicen: ‘¿Qué pasó?, ¿vas a ir mañana?’, y yo: ‘No, yo creo que no. Estoy reconsiderando las cosas’. Estaba muy afectado emocionalmente. Además, piénsalo, yo no soy representante de nadie”. Brito, en realidad, no representa ni al Cinvestav, ni al Tecnológico de Monterrey, aunque a veces los del Tec lo han nombrado su vocero. “Entonces me dicen: ‘Es importante que vayas porque eres una figura moral, y te aseguramos que mañana en el Poli esto que ocurrió acá no va a ocurrir de ninguna forma’, y digo: ‘Pues va’”.
Por sugerencia de la gente del Poli, Brito invitó a sus conocidos: los de la Ibero, los representantes de las universidades metropolitanas, gente del itam. Brito mismo obtuvo la representación del Tec para esa reunión.
“En el Poli hicieron una cosa compleja para que no fueran a penetrar la asamblea: la entrada al auditorio era un pasillo superchiquito, y pusieron barricadas de mesas. Era como la Batalla de las Termópilas —dijo—. Bueno, estaba muy bien armado, y la asamblea fluyó y devolvió muchas esperanzas. Entre otras cosas se acordó lo del debate, por fin”.
—¿En qué términos definirías el éxito del movimiento?
—El éxito es clarísimo, ahí está Attolini, de hecho. El éxito es un llamado a la politización de los jóvenes, que se rompa el estigma de ‘ninis’ apáticos, desinteresados en la política. Y yo creo que eso nadie nos lo puede negar. Hoy, hoy, hoy hay chavitos que, sin más ni más, en algún municipio de algún estado, están saliendo a criticar a los medios de comunicación o a su presidente municipal o lo que sea. Eso es una ganancia.
—Puesto de una forma convencional, ¿cuál es el futuro del movimiento?
—No tengo idea, je, je. Yo no tengo idea, es como decir: “¿Cuál es el futuro de una parvada de seiscientos pájaros? —concluyó Brito—. Hoy no sabía en la mañana que iba a venir hasta la Comisión de Derechos Humanos del DF, que me iba a ver contigo, que iba a terminar acá. Yo pensé que me iba a quedar en la casa a organizar el debate de mañana. Y nunca nada es como lo planeas. Cuando la gente dice que hay manos meciendo la cuna, que detrás de esto está Camacho Solís o Carlos Slim o quien sea, es una estupidez. No se puede. No se puede.
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Se supone que el registro de los participantes para esta segunda asamblea interuniversitaria del movimiento #YoSoy132 sería de ocho a diez de la mañana, pero a las diez y media del lunes 11 de junio, el trámite estaba atrasado en la Universidad Iberoamericana. Uno de los problemas más comentados en la entrada del estacionamiento 1 era la endemoniada dificultad de llegar en transporte público hasta Santa Fe —en realidad también es difícil llegar en transporte privado: Santa Fe, en la punta poniente de la ciudad, es un enjambre de modernos edificios, sin espacio público, hostil al peatón y ahogado por la falta de vías de acceso—. Una chica que venía de Cuautitlán Izcalli, exactamente en el otro extremo de la mancha urbana de una de las ciudades más extensas del mundo, se quejaba porque, encima de todo, el metro se descompuso en la mañana. Había llegado de milagro.
Era la primera vez que muchos estudiantes, como esta chica de Cuautitlán Izcalli, venían a la Ibero, la universidad privada donde inició el movimiento estudiantil, exactamente un mes antes. El movimiento mismo se había convertido en una oportunidad única para que los alumnos de universidades públicas y privadas se vieran la cara por primera vez. Y ésta, que ha sido una de las características más interesantes del #YoSoy132, también es una que provoca encontronazos.
El diseño arquitectónico de la Ibero daba cuenta del extrañamiento. Hay diez entradas para autos y un solo acceso para peatones. Ese lunes no había clases porque la universidad estaba de vacaciones, así que el estacionamiento 1 se veía casi vacío. A diferencia de cualquier universidad pública donde la gente entra y sale con libertad, aquí había que entregar una credencial en la puerta del estacionamiento, para el control de la seguridad interna, y caminar por una laguna de asfalto hasta donde estaba la mesa de registro de la asamblea interuniversitaria. A partir de allí sólo se permitía la entrada a los voceros, así como a algunos observadores y visitantes de distintos estados de la República.
Pero el verdadero problema de esa mañana era más grave: la amenaza de que esa asamblea fuera tomada por las organizaciones estudiantiles más radicales que no habían sido parte inicial del movimiento y de que todo el esfuerzo hecho y las ganancias políticas obtenidas se fueran por el caño de la confrontación y la parálisis de las asambleas. En un mes de vida, el movimiento había logrado cambiar los términos de la elección para la Presidencia de la República. Antes, el candidato del pri, apoyado por las principales cadenas de televisión, parecía imbatible; todo indicaba que el país viviría una restauración del partido que lo había gobernado por setenta y un años. Un mes después, el camino del pri hacia la Presidencia se veía más arduo. Los estudiantes también habían hecho un comentario muy pertinente sobre la utilidad pública de la información, el papel distorsionador de la televisión y otros medios de comunicación y, en general, sobre la calidad de la democracia mexicana. Sin embargo, muchos comenzaban a preguntarse: además de hacer protestas y marchas, ¿qué más había que hacer de cara a las elecciones? ¿Sobrevivirá el movimiento #YoSoy132 después de los comicios del 1 de julio? Y si la respuesta era afirmativa, ¿cómo iba a asegurar su vida futura?
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Durante semanas, hubo un órgano de dirección informal, llamado la Coordinadora, al que fueron a llegar los primeros estudiantes de universidades públicas y privadas, muchos de ellos voluntarios que, a título personal, apoyaban a los alumnos de la Universidad Iberoamericana que el 11 de mayo habían abucheado al candidato del pri, Enrique Peña Nieto, durante su visita a la universidad. (Otra consecuencia del movimiento: que los políticos no pueden ser impunes. El abucheo a Peña Nieto se encendió luego de que defendió la intervención de la fuerza pública para dispersar una manifestación en el pueblo de Atenco, en mayo de 2006, cuando él era gobernador del Estado de México. Esa intervención provocó dos muertos y decenas de mujeres violadas.)
Acusados por la dirigencia del pri de ser porros e infiltrados, los estudiantes de la Ibero hicieron luego un video, que circuló en YouTube, en el que ciento treinta y uno de ellos mostraban su credencial de la universidad. Era un mensaje a los dirigentes del partido, pero también a los medios de comunicación que habían hecho eco de las acusaciones de los priistas o que minimizaron la importancia de aquella protesta. Les llamaban “medios de dudosa neutralidad”.
Los días siguientes hubo un par de marchas precisamente dirigidas contra los medios. Unos estudiantes acudieron a la Ibero para caminar hacia las oficinas de Televisa, que tiene su corporativo en Santa Fe. Otros acudieron al Instituto Tecnológico Autónomo de México (itam), que está en San Ángel, donde hay otras oficinas de Televisa, los estudios donde se graban las telenovelas de la cadena. Aunque resultó muy extraño ver a estos estudiantes, que generalmente no se movilizan, caminar por calles donde nunca había habido una manifestación, aquel gesto contagió a más personas que se fueron sumando al movimiento.
A un alumno del Tecnológico de Monterrey se le ocurrió hacer, en Twitter, el hashtag #YoSoy132, que sirvió como sombrilla para la organización. Naturalmente, se creó un liderazgo estudiantil que se juntó en una comisión, a la que luego se llamó Coordinadora. Ese grupo organizaba reuniones en distintos parques y jardines de la ciudad. Allí se trataba de llegar a una agenda común. Eran reuniones en las que confluían estudiantes de distintos puntos del DF, de escuelas públicas y privadas, de ideologías opuestas, de capacidades intelectuales diferentes, con y sin internet en casa, con o sin smartphones. Para muchos, fue también un bautizo en las deliberaciones eternas, en las que cada quien sentía que debía plantear un punto, aunque ya se hubiera expresado por otra persona o aunque no tuviera nada que ver con el asunto que se debatía.
Después de largas asambleas, los estudiantes de la Ibero y la comisión que representaba a las demás universidades convocaron a una concentración en la plaza que rodea a la Estela de Luz, en el Paseo de la Reforma, el polémico monumento que conmemora el Bicentenario de la Independencia, inaugurado recientemente después de un enorme retraso y en medio de un escándalo por su elevado costo. Era la primera vez que alguien organizaba una protesta allí.
En aquella concentración de la tarde del miércoles 23 de mayo, las coordenadas ideológicas estaban ya más o menos trazadas: era un movimiento pacífico y apartidista que exigía equidad en la cobertura informativa, se manifestaba en contra del duopolio de la televisión en México (Televisa controla 70% de la audiencia, y su competencia, TV Azteca, el resto) y quería que el siguiente debate presidencial del 10 de junio se pasara por cadena nacional. Las televisoras habían desdeñado el primer debate, el del 6 de mayo. TV Azteca decidió transmitir un partido de futbol en su canal de mayor audiencia, a la misma hora que el debate. “Si quieren debate, véanlo por Televisa, si no, vean el futbol por Azteca. Yo les paso los ratings al día siguiente”, escribió en su cuenta de Twitter Ricardo Salinas, presidente del Grupo Salinas.
Por último, el movimiento se presentaba con una posición ambigua frente el candidato del pri, Enrique Peña Nieto. Aunque todo el mundo lo interpretaba, de hecho, como un asunto anti-Peña —bastaba con escuchar las consignas callejeras—, ese día trataron de ser cautos en este punto.
Originalmente, los organizadores tampoco querían detener el tráfico y planeaban caminar por la acera hasta el monumento del Ángel de la Independencia, unas cuadras más adelante. Pero la manifestación terminó desbordándose por el arroyo de los vehículos. Unos llegaron al Ángel y regresaron a la Estela de Luz. Otros siguieron caminando hasta los estudios de Televisa Chapultepec —desde donde se transmiten los noticieros— y unos más se desbordaron hasta el Zócalo de la ciudad de México.
A la marcha en la Estela de Luz le siguieron otras reuniones, una en el Monumento a la Revolución, a cielo abierto, y otra en la Biblioteca Vasconcelos, una biblioteca pública del centro de la capital. Gran parte de las discusiones de esos días se centraron en una pregunta: ¿deberían declararse abiertamente como un movimiento contra el candidato del pri, no contra su persona, sino contra todo lo que representaba? Otro eje de discusión fue la organización misma de #YoSoy132. Pensaban que era necesario crear una estructura que les diera legitimidad y que les permitiera sobrevivir la elección del 1 de julio.
La gente de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se había incorporado de manera informal. Pero ellos no tenían la representación de sus escuelas. Aquella Coordinadora se planteó, entonces, un dilema adicional. Debían exterminarse a sí mismos. La única manera de seguir haciendo política universitaria era convocar a una asamblea general, en la que estuvieran los representantes de las universidades legítimamente escogidos. Se pensaba que, sin la representación de la unam, el movimiento no estaba completo.
Hubo una reunión en Tlatelolco, donde se pusieron estos asuntos en la mesa, y luego se convocó a otra reunión en Las Islas de Ciudad Universitaria. Las Islas es una explanada muy grande que está rodeada por los edificios emblemáticos de la universidad: la Biblioteca Central; las facultades de Química, Derecho, Arquitectura y Filosofía, uno de los mayores monumentos del modernismo arquitectónico. Mientras la unam aportaba la logística, la Coordinadora decidió el contenido. Planearon hacer una gran asamblea, dividir la discusión en quince mesas, declarar el fin de la Coordinadora y convocar a una nueva organización.
Carlos Brito, el cerebro de las asambleas, me contó hace poco que el día de la reunión en la unam, el miércoles 30 de mayo, sintió miedo. Llegó a las ocho de la mañana a la unam, vestido con su playera del Cinvestav. Tuvo una primera reunión con los voceros. Estaban los diecinueve de la Coordinadora, pero también los nuevos voceros de la unam y otras universidades. Gente a la que veía por primera vez. En esa junta, en medio de gritos y sombrerazos, Brito fue nombrado maestro de ceremonias de todo el evento.
La reunión comenzó cerca de las diez de la mañana con los saludos de los universitarios participantes. Se acordó que fueran treinta segundos por saludo. “Y era emoción, tras emoción, tras emoción. Yo vi mucha gente llorar abajo”, dijo Brito, que ese día estaba encima de un templete. “Yo creo que era de los pocos que los tenía a todos enfrente, entonces nada más veía cómo empezaban a soltarse las lágrimas. Había mucha poesía, otros eran puro lugar común”. Era la primera vez en la historia de México que sucedía una reunión estudiantil tan amplia.
Luego la reunión se dividió en quince mesas de trabajo, que estuvieron deliberando por más de ocho horas. Esas mesas funcionaban como una especie de urna en la que la gente, no sólo los estudiantes, iba a depositar demandas políticas y sociales, cosas tan disímbolas como agua potable para todos o juicio político para el presidente Felipe Calderón por los sesenta mil muertos en la guerra contra las drogas. Fue como una gran catarsis colectiva.
Sólo la mesa cuatro, dedicada a la organización del movimiento, tenía la legitimidad de la representación estudiantil. Allí se hicieron los primeros trazos de la organización #YoSoy132. Brito coordinó esa mesa. “Y ahí fue cuando conocí a los ultras”, dijo. La unam tiene el pedigrí de haber sido el foco de los movimientos estudiantiles desde 1968. En 1999, sin embargo, hubo una huelga general para protestar por los aumentos en las cuotas. Esa huelga, que duró meses, terminó con la intervención de la fuerza pública. Los grupos más radicales habían logrado secuestrar el movimiento estudiantil y se quedaron incrustados en la política universitaria.
“Me empecé a dar cuenta de cuál era el reto —siguió Brito—. Ahora sí, pensé, si había sido difícil adiestrar (en la connotación más noble de la palabra) en los protocolos de una asamblea a diecinueve universidades, tener allí a las noventa y tantas universidades iba a ser un reto mayor”.
Al final del día tocó a Brito coordinar la exposición de las relatorías de cada mesa. Se leyó todo tipo de peticiones, como la descentralización de los libros de texto gratuitos o medicinas libres en los hospitales de la seguridad social. Y aunque los universitarios sabían que aquellas sólo eran propuestas que se debían discutir luego (lo importante eran los acuerdos de la mesa cuatro sobre la organización del movimiento), la prensa y los observadores externos comenzaron a pensar que el #YoSoy132 había comenzado a perder el rumbo.
“Ese día terminé totalmente aterrado —dijo Brito—. Inicié aterrado porque no sabía con qué clase de monstruo me enfrentaba, y luego, otra vez, aterrado porque no sabía con qué clase de monstruo me había metido”.
***
Mi primer contacto físico con el movimiento #YoSoy132 sucedió un día después de aquella reunión en Las Islas. Fui a encontrarme con ellos durante una manifestación frente al organismo encargado de llevar a cabo las elecciones, el Instituto Federal Electoral. El ife se encuentra en el extremo sur de la ciudad y, como la Ibero, está también en un sitio hostil para el peatón, en la confluencia de dos vías rápidas. Además, lo encierra una barda alta y gris. La acera es estrecha y estaba ocupada por puestos de comida callejeros que atienden el apetito, siempre abierto, de la burocracia. Aquella mañana, además, una cuadrilla del Gobierno del Distrito Federal trabajaba en una zanja junto a la banqueta. Los estudiantes no tenían más opción que congregarse en un parquecito, dejado de la mano de Dios, frente a la entrada del ife. Allí, entre árboles y al pie de los pasos a desnivel que forman la confluencia de Viaducto Tlalpan y Periférico Sur, Saúl Alvídrez —estudiante del Tec que dos semanas después va a protagonizar un escándalo— dio lectura a un escueto comunicado frente a los medios. Alvídrez es atlético. Tiene el pelo engominado y peinado en puntas. Lucía unas rayitas de preocupación en la frente. Demandaba ante el ife que el debate que se iba a realizar el 10 de junio se transmitiera por cadena nacional, que se realizara un tercer debate, que se diera a conocer cuáles eran las empresas involucradas en el conteo de votos y que se ampliara el periodo de inscripción para observadores electorales.
Alvídrez estaba rodeado por una dona de reporteros. Aquella imagen era un símbolo de cómo el movimiento ya había capturado la atención total de los medios. En un punto, Alvídrez pidió a los reporteros que se alejaran. Tenía que deliberar un asunto con sus compañeros. Los reporteros voltearon la cara hacia otro lado, deshicieron momentáneamente la tensión de la rueda, pero apenas Alvídrez emitió un sonido, volvieron a estrecharse a su alrededor, encender sus luces, cámaras y grabadoras. En busca de un rincón de privacidad, que resultó imposible, el enjambre se movía de un lado al otro del parquecito.
El sábado siguiente, a mediodía, me volví a encontrar con un grupo de #YoSoy132. Estaba a punto de comenzar la marcha gay. Los chicos se estaban reuniendo en un Strabucks de Reforma y Estocolmo, a unos pasos del Ángel de la Independencia. Era una veintena de alumnos, principalmente de la Iberoamericana y del itam.
Se pusieron en camino una media hora después de que la marcha había iniciado. Gritaban: “¡Televisa, sal del clóset!”, “¡Teveazteca, sal del clóset!” “¡Peña Nieto, sal del clóset!”. Y conforme avanzaban, iban tomando las consignas de la comunidad gay. A la altura de la Glorieta de la Palma, unas cinco cuadras más adelante, ya gritaron: “¡Derechos iguales a lesbianas y homosexuales!”. Pero lo interesante de aquel día no fue cómo los de #YoSoy132 llevaban a cuestas la bandera gay, seguramente por primera vez en su vida, sino cómo la comunidad gay se había contagiado del momento político y adoptado la bandera de #YoSoy132 de manera completamente natural. Por ejemplo: una de las Hermanas Vampiro, un dúo travesti que hace espectáculos de cabaret, se mandó hacer una tiara con la leyenda “YO SOY 132”, en dos niveles. Y así, montada en un camión lleno de atléticos jóvenes sin camisa, saludaba a la concurrencia y mandaba besos.
“¡Formación!, ¡formación!”, gritaban y se reunían frente a alguna cámara que les quisiera tomar una foto luego de que la gente identificaba que eran los jóvenes de #YoSoy132. “¡Ese apoyo sí se ve!”, gritaban de nuevo cuando alguien les aplaudía a su paso. Paco Ross, un hombre panzón, de cincuenta y tres años, descamisado y en shorts, marchaba por el Monumento a Colón con el #YoSoy132 inscrito en el pecho. Dijo que el movimiento gay no podía ser ajeno al momento político. “Queremos una elección limpia, que no haya imposición de un candidato por los medios de comunicación, queremos la democratización de los medios”. También sucedía que la formación de #YoSoy132 pasaba completamente desapercibida entre libélulas y pavorreales humanos, femmes fatales en zancos, marineros semidesnudos y otras ensoñaciones de la fantasía gay.
El martes siguiente se celebró la primera asamblea interuniversitaria. Llegué pasado el mediodía a la Facultad de Arquitectura de la unam, donde estaba a punto de comenzar el evento. Se suponía que aquí se debía votar la forma de organización final de #YoSoy132 entre cinco distintos tipos de asociaciones que se habían establecido en la mesa cuatro de la reunión en Las Islas. Pero el registro se había convertido en una kermés, en buena medida por la presión de grupos nuevos que querían tener una representación.
A las tres de la tarde, cuando me fui de allí, no se había podido instalar la mesa, pero los organizadores ya habían cerrado la puerta del auditorio. Para cumplir con observadores y periodistas, logística colocó una bocina a un lado del auditorio, en la que sólo se escuchaba un barullo interminable y súplicas para establecer el orden.
Regresé a las diez de la noche. Los mismos periodistas seguían al pie de la bocina. Habían desaparecido algunos observadores, pero todos los que estaban por allí se veían cansados y con el ánimo crispado. Una de las personas más preocupadas estaba sentada sobre un escalón. Era una mujer de cincuenta y largos años vestida con zapatos de charol negro, pantalón gris y chamarra azul. Llevaba el pelo corto. Era una ex alumna de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam. Había llegado desde las seis de la tarde y seguido los debates por la bocina. Tenía un interés genuino en el desarrollo de la asamblea. Veía con mucha esperanza al movimiento #YoSoy132. Pensaba que era un detonador y confiaba en que el ejemplo de los estudiantes contagiara a otras organizaciones sociales para sacarlas de su apatía. No entendía por qué Javier Sicilia, el poeta que había iniciado un movimiento de víctimas de la violencia, había hecho un llamado reciente a anular el voto, después de considerar que los candidatos actuales eran igualmente impresentables. No era el momento de anular el voto, sino de utilizarlo en contra del candidato del pri, para evitar la restauración.
Todo esto lo dijo en medio de las llamadas al orden que salían de la bocina. Y entonces sucedió una curiosa coincidencia. En la sala, el moderador trataba desesperadamente de que no se volviera a discutir un llamado por el voto nulo, que es una bandera de los ultras. #YoSoy132 estaba por el voto útil e informado.
Había sido una asamblea larguísima. Estuvo a punto de naufragar varias veces. Carlos Brito, que volvió a moderar la mesa, me contó días después que existía el temor de que les arrebataran el movimiento. “Me dijeron: va a haber muchos grupos políticos que van a querer agarrar esto. El movimiento se va a convertir en un barco político que va tomar el que más aguante en la asamblea”.
Lo único que comió Brito durante esas doce horas fueron unas galletas Lors y un Nestea. Hacía calor. No había aire acondicionado. “Llegó un momento que, de plano, como a la hora siete, ocho, yo ya no tenía ni idea de qué estaban hablando. Escuchaba el sintagma de lo que decían, sin el paradigma”, dijo Brito usando una metáfora de lingüística estructuralista. En medio de esto, sucedió un asunto curioso: una organización denominada convenientemente #YoSoyQuetzalcóatl había penetrado al auditorio y presionaba por dar un comunicado que no estaba en absoluto relacionado con los candentes temas de la asamblea, sino con el paso de Venus frente al Sol. Brito le había dado la palabra a otras organizaciones sociales, como las mujeres de Atenco, pero aquello parecía rebasar el límite de lo razonable. Con todo, la asamblea era un caos. #YoSoyQuetzalcóatl se fue acercando al micrófono hasta que su discurso resultó irremediable.
“Está a punto de romperse la sesión —dijo Brito—. Los de Quetzalcóatl se bajan, bajan, bajan por el auditorio, se ponen atrás de mí y me dicen: ‘Déjame tocar el caracol, déjame’, y yo dije: ‘Va, tócalo’ y fue extraordinario”.
Aquellos hombres vestidos de blanco, que llevaban unos collares de concha, anunciaron la importancia del regreso de Quetzalcóatl en 2012 y pidieron a la asamblea que alinearan la columna vertebral.
“Casi todos estaban rojos de coraje, sudorosos, enojados, y de repente les dicen eso, y ves cómo todos se acomodan en el asiento. Solamente los de la mesa podemos ver cómo todos alzan las manos, alinean la columna. Los otros comienzan a tocar el caracol, y la asamblea se calmó”, dijo Brito.
Después de eso, se pudo votar la forma de organización de #YoSoy132. Se estableció que era un movimiento plural. Las asambleas locales universitarias serían autónomas. Se convocaría a asambleas generales, a las que asistirían voceros elegidos por sus universidades. La asamblea general retomaría la agenda discutida y la trabajaría en comisiones. La Coordinadora desaparecía como órgano de decisión.
Sólo faltaba, evidentemente, ponerse de acuerdo en la agenda. Después de otras discusiones, que de nuevo parecían interminables, se convocó a una asamblea en la Universidad Iberoamericana, a celebrarse el 11 de junio: un mes después de iniciado el movimiento, a menos de 20 días de la elección presidencial.