La noticia va cambiando de formato en pocas horas. Al principio es un pediatra del Hospital Garrahan, a quién solo identifican por sus iniciales: RR. Se alude a que -al haber menores involucrados en el hecho que se le imputa- no deben darse a conocer características personales que permitan identificarlo.
Dos horas después sabemos que el médico pediatra Ricardo Alberto Russo ha sido separado “de su cargo para no entorpecer la investigación”. No se lo acusa de algo menor: producir, consumir y distribuir pornografía infantil entre redes de pedofilia. Su cara aparece pixelada en el estacionamiento del hospital, en el momento de ser detenido. Entonces algunos medios informan que “llevaba un pendrive y un teléfono con material pornográfico de menores”. En pocos minutos ya conoceremos su cara, cierta afición a viajar y a interpretar canciones de The Beatles, que tiene un hijo adolescente y que no es un pediatra más, sino un Jefe de Servicio en un Hospital público de salud infantil.
La información del delito del que se le acusa es confusa: algunos hablan de posesión de pornografía infantil, otros de producción de la misma, otros de ser protagonista de abuso sexual infantil en el mismo hospital.
¿Quién será, realmente, este pediatra que viste pantalón azul y camisa a cuadros, zapatos cuidados, se muestra sonriente en las fotos y “se entrega sin resistencia” a la detención?
Vamos a la fuente de todo conocimiento profesional: Linkedin. Dice esa red que Russo se recibió de médico en la UNLP en el año 1986 y que trabajó en el hospital pediátrico de la ciudad hasta que en 1990, finalizada su residencia, emigró a Estados Unidos (Texas y Dallas) y Canadá (Toronto) para servir en hospitales pediátricos universitarios.
De regreso al país ingresó al Hospital de Pediatría “Dr. Juan Pedro Garrahan”, especializado en Salud Infantil de alta complejidad, como reumatólogo en el año 1993. Es decir que antes de los 30 años (nació en 1964) ya se había recibido, especializado, emigrado, y retornado al país, donde se dedicó a “las enfermedades reumáticas pediátricas, la artritis juvenil sistémica, los síndromes autoinflamatorios y el síndrome de activación de macrófagos”. Además edita varias revistas sobre el tema y escribió más de 150 artículos sobre su especialidad.
Desde el año 2009 se desempeñó como jefe de inmunología y reumatología infantil en el Hospital Garrahan hasta que el 29 de mayo del corriente año el Hospital, mediante un breve comunicado, decidiera “apartarlo del cargo hasta que la justicia se expida”. Jamás se lo nombra en el comunicado. Hay menores de por medio.
El tremendo CV del pediatra no ha servido de mucho: a partir de unas fotos de sus redes sabemos que le gusta bucear, que fue al Mundial de Rusia 2018, que usa un collar de flores supongo que en un viaje a la Polinesia, que sonríe a más no poder. El sujeto podrá haber escrito más de 150 artículos pero en su paso a ser acusado de pedófilo la foto que recorrerá el mundo será aquella con la camiseta argentina en el Mundial de Rusia.
Porque médicos argentinos acusados de múltiples delitos desde el año 1827 -primera camada que egresó de la Carrera- los hay a montones: han torturado y asistido partos de mujeres secuestradas en la dictadura militar, han robado niñes, han operado bajo efectos de alcohol y sustancias psicoactivas, han sobrerecetado a cambio de dinero, han evadido impuestos, en fin… la lista es larga.
Pediatra y supuesto pedófilo detectado a través de una investigación que comenzó en USA, continuó en Brasil y finalizó con su detención al terminar su turno en el Hospital Pediátrico que sepamos… solo RR, el dr. Ricardo Russo.
La investigación lleva por nombre “Luz de la Infancia III”. Es la tercera instancia de una red de pedofilia detectada en principio en Brasil y apoyada por Homeland Security en USA. No es una investigación sobre el pediatra argentino. En enero de 2017 en la investigación “Luz de la Infancia I” la justicia detuvo a 108 personas. En febrero de 2018 “Luz de la infancia II” terminó con 202 personas presas y a fines de noviembre “Luz de la infancia III” detectó que unos 50.000 usuarios en Argentina utilizaban la red de producción, distribución y consumo de pedofilia infantil a través de un mismo circuito. Una vez analizados los materiales -una cantidad enorme- comenzaron las detenciones. Entre ellas la del pediatra. La investigación lleva incautadas 57 notebooks y 66 PC, más de 4 mil CD Blu-ray, 23 tablets, 91 pendrives, cámaras fotográficas y armas.
Así que no, no tiembla la pedofilia.
Desarmar una red implica que hay miles multiplicándose, mutando, virando.
Porque apuntemos aquí al detalle: el pediatra Russo habrá tenido una carrera profesional fantástica pero en cuanto pedófilo se habría comportado como un infante. Se dice que compartía archivos, fotos, filmaciones desde sus computadoras personales (detectados por su IP), e incluso que portaba consigo -en su teléfono y en un drive- más fotos y filmaciones.
Todo es aparente: la espectacularidad de la noticia y los tiempos de la urgencia mediática hacen que toda especulación sea posible.
Preguntemos: ¿abusó de su posición en uno de los hospitales pediátricos -del sistema público, gratuito- más importantes de Latinoamérica?
Claramente. Aún cuando al momento de escribir esta nota no está confirmada ninguna de las acusaciones con respecto a si filmó -e incluso si se filmó abusando de menores de edad en el ámbito hospitalario-, no quedan dudas de que si tenía imágenes de menores de edad es pedofilia. La modificación al Código Penal del artículo 128 introducida en el año 2018 sanciona con penas de 3 a 6 años la “simple tenencia” de material pornográfico infantil. Hasta aquí solo se penalizaba la producción y distribución, y se reprimía si era con fines de comercialización.
Preguntemos: algunas afirmaciones dan cuenta de que los pedófilos “buscan profesiones que les permitan estar en contacto con niñas/os”. ¿Será?
Yo en verdad preguntaría: ¿se necesita una profesión para estar cercano a niñas/os?
El abuso sexual infantil, muchas veces asociado a la producción de pornografía infantil a partir de la fácil accesibilidad vía cámaras de celulares y computadoras, tiene su primera causa en el entorno intrafamiliar. Lo que más nos cuesta “ver” es que hay personas que no tienen escrúpulos a la hora de satisfacerse. El problema no es la accesibilidad a las/los niñas/os, sino la desprotección y la ausencia de mirada, de cuidados, de rol adulto en relación a ella/os. Los pedófilos suelen ser caracterizados como amables, gentiles, cálidos. Lo tratamos en este ensayo donde citamos testimonios de pedófilos que llevaban adelante tratamientos luego de haberse visto comprometidos en causas: “No tengo el pelo graso, gafas de culo de botella ni tampoco visto ropa con mal gusto. No hay un pedófilo típico como piensa la gente. Somos personas normales y diferentes entre nosotros. La única cosa que tenemos en común en una atracción sexual hacia los niños”, escribió “Max”, autor de un libro de ayuda para pedófilos. Fue ejecutivo.
Sin embargo, algunos medios de comunicación se “asombraban” de que el pediatra Russo no opusiera resistencia a su detención, ni ejerciera ningún tipo de resistencia. ¿Por qué debería hacerlo? Lo estamos pensando en categorías de “monstruo” y no lo es. A modo de ejemplo pensemos en el angelical padre Grassi o -dentro de la comunidad de la que soy parte- el psicólogo Jorge Corsi, un tótem universitario, escritor de libros y titular de posgrado en temas de violencia familiar que al ser detenido en el año 2008 como parte de una red de pedófilos -que no sólo abusaba de menores sino que los filmaba y compartía el material- fue liberado bajo fianza, negó toda acusación, luego se declaró culpable, cumplió tres años de prisión. Hoy en libertad declara que “San Martín era pedófilo, ya que se casó con Remedios cuando ella tenía 13 años”. No ejerce la psicología pero no por haber sido inhabilitado. Sí se conoce que trabajó de remisero, tal vez aún continúa haciéndolo.
¿Quién supervisa o controla su accesibilidad a menores de edad? ¿El padre Grassi creó su Fundación “Felices los niños” para abusar de ellos sin problemas? ¿O podría haberlo hecho simplemente creando un merendero en su iglesia, por ejemplo?
Lo que quiero plantear centralmente es lo siguiente: no existe el abuso sexual infantil o la pedofilia porque existen niña/os. Existen abusadores y pedófilos que no son bestias, ni animales: son seres de lenguaje, son profesionales exitosos o analfabetos, son maestros o contadores públicos, trabajan de peones rurales o gerentes en Suiza, es decir: son esas personas que caminan, conviven, trabajan y comparten socialmente actividades en los ámbitos en que se desarrollan.
Violar niñas/os, filmarlos, fotografiarlos e irrespetarlos exponiéndolos a lo público (compartir en una red por la vía que sea), traumarlos, hacerlos objeto de supuestos deseos de satisfacción sexual (vía masturbación, fetichismo, penetración, manoseo) es un juego de poder. La infancia es indefensa. Y un pediatra de un hospital de niños está muy favorecido por su lugar de poder: es un médico.
¿Qué esperamos cuando llevamos a un infante a consulta, o ingresa por guardia, o es trasladado en una ambulancia? Que sane. Que lo curen. Que lo cuiden. Que lo traten bien. Que se ocupen. El Dr. Russo, en este caso, habría incumplido sus deberes profesionales. Su juramento hipocrático. Habría abusado de su academicismo. Ese segundo que le podría haber dedicado a fotografiar a una/un niña/o que acudió a él para que lo alivie fue una violación, un abuso.
En caso de que no lo hubiera hecho, es decir, si su placer solo hubiera estado ligado a satisfacerse sexualmente vía el acumular y compartir la producción sexual infantil con otros pedófilos sin pasar a la acción de producir material también sería incompatible con su actividad como pediatra. Porque innegablemente aquí queda ligada su especialidad con su patología. ¿Cómo producir y trabajar para la salud desde una patología propia? Un paciente es -debería serlo- un sujeto, no un objeto.
¿Debería ser un agravante? Creo que sí.
Lo que no debería es asociarse una trayectoria en salud pública como la que sustenta el Hospital Garrahan con el mal desempeño de un profesional. Es doloroso tipear en Google el nombre del hospital y ver que lo primero que asoma es un profesional acusado de pedofilia. Y es injusto titular un colectivo, un conjunto, por el delito cometido un profesional.
Sí debería ser una advertencia a las corporaciones que protegen, ocultan y se limitan a bajar la mirada ante indicadores de sus protegidos. Me refiero a nuestras corporaciones: las que deberían controlar nuestro ejercicio profesional. Me resulta extraño pensar que la reacción primera siempre sea de extrañeza. Un pedófilo no comienza su actividad un día y al otro lo atrapan. Suelen ser años de desarrollo, y son patologías que -como Corsi, Grassi, Russo y tantos otros- están ahí nomás: en la computadora, en las víctimas que un día logran decir algo, en fotos compartidas, en IP rastreables, en cómplices (todos forman parte de redes, no son actividades solitarias o inadvertidas para el entorno).
Habitualmente necesitamos confiar en la medicina y en quienes la ejercen. Nos pasa desde que nacemos hasta que nos morimos.
Yo trabajo en un Hospital Materno Infantil del conurbano bonaerense. Los niños no ingresan solos al mismo ni van a consulta, turnos programados o guardia sin un acompañante mayor. A los niños el sistema médico los asusta. También la consulta odontológica, psicológica, psicopedagógica, la primera vez que ingresan al sistema educativo y lo que se les ocurra.
El mundo “confiable” de les niñes son los adultos confiables. Que suelen ser muy pocos. Pero los adultos, ante la enfermedad de nuestres niñes cercanos, nos volvemos niñes también. Necesitamos confiar en un sistema que ayude. Que cure. Que calme.
No puedo saber si el pediatra Russo tuvo una accesibilidad tan grande como para filmarse o fotografiar a niñes en la consulta a su cargo, en estado de indefensión y montando una escena que los haga compartibles, deseables, excitantes a pedófilos de todo el mundo. Sí me queda claro que fue detenido por poseer material pornográfico de niñes. Y merece mi repudio, que se mezcla con asco. Y se refuerza por haber elegido la especialidad de pediatría. Pero no es el único caso, y esto lo hace aún peor.
Es noticia porque es el “pediatra pedófilo del Hospital Garrahan”. Una tristeza enorme, un titular que arrasa, la pérdida de confianza, la sospecha. Y permite titulares como “Así operan los pedófilos en Argentina”. No hay una pedofilia argentina. Ni un modo local de operar. Hay pedófilos en todo el mundo, van en crecimiento -la sobreexposición y el alcance que tienen las redes en las últimas décadas han favorecido las acciones de perversos, sin dudas- y lo que podemos poner en debate es la baja efectividad de las condenas.
Puros titulares pero pocos años, son muy pocos los que cumplen efectivamente los dos o tres años a lo que son condenados y -como en el caso de Corsi y tantos otros- deben trabajar en cualquier oficio y no en sus profesiones porque los pagos de honorarios de sus abogados defensores, fianzas y sostenimiento de su tiempo en prisión los deja casi sin recursos económicos.
Siguen estando entre nosotros, siguen operando vía redes, siguen captando voluntades. No son difíciles de detectar, salvo por un detalle. Todos nos volvemos un poco miopes, un poco ciegos, un poco cómplices. Cuando no hay límite, incluso, nos volvemos infantes.