“Sabe, hace y cumple”. Tres verbos. Todos en tiempo simple y presente. Así entiende la política Juan Schiaretti y con ese slogan llevó adelante la campaña que le aseguró un apoyo abrumador del 57,28 por ciento del electorado cordobés.
Simple, sin desafíos sociales que vayan más allá de lograr un equilibrio tranquilo para que los días transcurran. Simple, sin ánimo de modificar la realidad, pero con el objetivo de contenerla. Hacer obras bajo la idea de que la política consiste en aceptar las injusticias del mundo, manejando las tensiones de manera tal que nunca exploten. Subsumir, con una lógica neoliberal, la política a la gestión pero sin dejar de lado la Justicia Social. “Sabe, hace, cumple”.
Con ese prisma hay que mirar el triunfo de Juan Schiaretti, fruto de dos realidades que se conjugaron: una gran cadena de aciertos del actual gobernador en términos tácticos y estratégicos y una concatenación de errores del desaparecido Cambiemos local.
Martín Heredia tiene 44 años. Es verdulero, fue taxista y herrero. Hace poco decidió terminar la secundaria y es un gran alumno. Le gusta la política. Es un cordobés típico que ha cambiado su voto varias veces y una especie de “influencer” de su pueblo en el interior de Córdoba, tanto en las redes como en su negocio.
“Ojo. Yo no soy anti K. Yo soy anti plan”, dice. El domingo Martín votó a Schiaretti, antes lo hizo por Macri y dos veces Cristina Fernández.
Ante todo, números
El histórico triunfo de Schiaretti, que le sacó 40 puntos al segundo, no puede entenderse sin conocer los movimientos del electorado cordobés. En 2011, cuando Cristina Fernández obtuvo el 54 % de los votos a nivel nacional, en Córdoba la apoyó apenas el 34 % del electorado. Fue la mejor elección histórica del kirchnerismo, pero sólo se logró después de que Unión por Córdoba (Schiaretti y José Manuel de la Sota) bajara su lista de candidatos a diputados y no compitieran con la lista del kirchnerismo.
El año 2015 es un buen termómetro para entender cómo vota Córdoba: las elecciones municipales de la ciudad capital fueron separadas de las provinciales y el ganador fue el radical Ramón Mestre con el apoyo del 32 por ciento del electorado. Pocos días después, se realizó la elección a gobernador y el ganador fue Juan Schiaretti, con el 40 % de los votos. En agosto del mismo año, las elecciones presidenciales P.A.S.O. las ganó de José Manuel de la Sota, con el 38.8 por ciento de las adhesiones y, en las elecciones generales, el triunfo fue para Cambiemos que (con De la Sota fuera de la oferta electoral) obtuvo el 53 por ciento de la aprobación. Un mes después, en el balotaje, ese apoyo a favor de Cambiemos llegó al 71.51 por ciento del electorado (1.115.000 votos).
Los cordobeses tenemos una característica que es muy buena: distinguimos y elegimos cuando queremos intendente, gobernador y presidente. Los de afuera son de palo, no nos gusta que nos digan desde afuera a quién tenemos que elegir. #CórdobaEntreTodos pic.twitter.com/znR9oxAhUl
— Juan Schiaretti (@JSchiaretti) 15 de mayo de 2019
Dos años más tarde, en 2017, el candidato a legislador por Cambiemos fue Héctor Baldassi. El ex árbitro alcanzó el 48.47 por ciento de los votos. Quedó veinte puntos arriba del oficialismo local que supo que, o cambiaba su estrategia, o perdía la provincia.
Se puede decir muchas cosas del electorado cordobés, pero hay dos que son indiscutibles. Prefiere las opciones conservadoras y nadie es dueño de los votos. Por otro lado, no todos los conservadores son capaces de seducir al progresismo y al conservadorismo con la misma facilidad. Juan lo hizo. ¿Cómo?
“Estoy convencido de que fomentaron eso de los planes y la vagancia porque lo vivo a diario. La gente no quiere laburar y eso lo genera el populismo. Y mirá que yo supe cobrar la Asignación Universal, eh”, dice Martín.
El mensaje
“Soy cordobés hasta el caracú como decían mis viejos. Soy un cordobés que siempre tendrá el orgullo de provenir de un barrio popular y ser leal a mis orígenes”, dijo Juan Schiaretti en su discurso triunfal, dando pie a un recorte antojadizo de su biografía que le alcanzó para mostrarse capaz de estar a ambos lados de lo que llamamos grieta. “Tengo la alegría de haber podido cursar mi secundario en el Liceo Militar de Córdoba y ser Subteniente de Reserva del Ejército de la Nación”, afirmó, mientras sus compañeros reían y aplaudían. Luego construyó una parábola que lo ubica en la vereda opuesta a la dictadura de Onganía que reprimió la gesta obrera: “Tengo el orgullo de haber sido uno de los dirigentes estudiantiles del Cordobazo. Cuando me tuve que ir, porque me buscaba la dictadura asesina para matarme, tengo el orgullo de haber llegado a ser ejecutivo en una empresa multinacional, industrial”. Sin leer, pero repitiendo palabras muy pensadas, continuó: “No guardo ni guardaré rencores con nadie. Ni siquiera con aquellos que me balearon cuando sufrí el atentado como dirigente estudiantil”. Fue un mensaje a todos aquellos con los que ha estado efectivamente enfrentado, como la cúpula dirigencial del kirchnerismo. “Pero siempre, siempre llevaré en mi alma y en mi corazón el dolor por los 30 mil compañeros desaparecidos que masacró la dictadura. A quienes hoy, rindo mi homenaje”, terminó, remarcando que los Derechos Humanos no son, como lo repite desde hace tiempo, patrimonio de ningún sector político.
Un poquito para cada uno, un total que puede contener siempre algo de todo. Sólo le faltó decir que fue monaguillo, cosa que seguramente fue, pero en pocas palabras se presentó como proletario y miembro de una multinacional, como amigo de Macri y progresista.
“Yo no formo mi opinión por los medios. No creo en eso. Tengo mi propia opinión y no tengo nada contra Cristina. Sí, creo, que hay mucho de qué hablar de ella y de la gente que la rodeó: las obras de Lázaro, López, los bolsos”, cuenta Martín, que creyó que Macri iba “a cambiar las cosas”.
El peronismo de Juan
La cadena de aciertos tácticos y estratégicos del actual gobernador se acentuó después de la elección legislativa de 2017, cuando el peronismo (con Martín Llaryora, electo el domingo como intendente de Córdoba) quedó segundo a 20 puntos porcentuales de Héctor “La Coneja” Baldassi. En aquel momento Anfibia publicó “Cordobesismo, el regreso”, una nota donde se sugería que los votos del cordobesismo empezaban a virar hacia Cambiemos. La tesis era que el conservadurismo cordobés, que a fines de los 90 abandonó el radicalismo para virar hacia Unión por Córdoba, ahora veía más seductora la oferta de Cambiemos porque era la mejor manera de sostenerse en el poder.
Desde ese momento, Schiaretti y su socio político José Manuel de la Sota se alejaron de la mímesis que parecían permitir entre el Macrismo y el peronismo cordobés y comenzaron a trabajar en la cooptación de diferentes referentes políticos que se habían alejado del peronismo. En esa misma elección el kirchnerismo, con la candidatura de Pablo Carro, había obtenido el 10 por ciento de los votos.
Mientras Schiaretti siguió abriendo las puertas de la administración provincial a referentes K que se iban de ese espacio, De la Sota comenzó una serie de reuniones con los referentes K locales para acercarse a Cristina Fernández. Una de las cosas que decía en privado De la Sota, era: “Fijensé que mis diferencias siempre fueron políticas. No van a encontrar un audio mío en el que yo hable de corrupción”.
Una vez que Schiaretti reagrupó dentro de su gobierno a todo el peronismo que se había alejado, empezó a abrir vínculos con el socialismo local y más tarde con la estructura de GEN. A ellos sumó a todos los dirigentes (intendentes del interior incluidos) que no se sentían contenidos en la estructura de Cambiemos sin pedirles nada a cambio, ni siquiera pertenencia. Por su lado, De la Sota comenzó a preparar el programa televisivo “Puentes”, un proyecto que se convertiría en el lanzamiento de su campaña presidencial. Con Cristina acosada por la Justicia y abrumada por las denuncias de corrupción, su objetivo apuntaba a sumar a todo el peronismo detrás de su imagen sin dejar afuera a lo que hoy llamamos Peronismo Federal, que junto a los diputados cordobeses acompañaron todas las leyes impulsadas por el actual gobierno nacional.
La gobernabilidad ante todo, pero la rosca siempre activa. El proyecto de De la Sota quedó trunco tras su muerte en un trágico accidente, pero Schiaretti siguió.
“En el debate le creí más a él (Macri) que a Scioli. Hoy me siento engañado y desilusionado. Esperaba que fomentara la industria, el trabajo y no hizo nada de eso”, piensa Martín que, sin embargo, no se arrepiente de haber votado a Macri.
Socialista K, amigo de Macri
Varios ejemplos sirven para comprender el triunfo de Schiaretti: lo importante es saber que su armado fue preciso y profundo, pero también sigiloso y subterráneo.
Mientras hacia afuera de la provincia el gobernador despotricaba contra el kirchnerismo, hacia adentro trató de cooptar a distintos espacios dentro del kirchnerismo. Segundas y terceras líneas de ese movimiento fueron sumándose a su gestión desde 2015 en adelante y con más intensidad en los últimos dos años.
El Movimiento Evita fue la primera estructura política filo K que se sumó. Por eso no llamó la atención que, en su mensaje ganador, Schiaretti llegara a nombrar a un colectivo impensado en su discurso hace algunos años: los trabajadores de la economía popular. Aunque hay casos evidentes de ex K incorporados, como el ex diputado Martín Gill, ahora intendente de Villa María; en los días previos a la elección tanto Martín Fresneda, ex secretario de Derechos Humanos de la Nación, como Gabriela Estévez (La Cámpora) llamaron a votar “por el peronismo”. Sin decirlo, algo similar tuvo que hacer Pablo Carro, el otro referente K que pretendía ser candidato a gobernador y que “por orden de la conducción nacional” fue obligado a declinar su candidatura.
En los medios de comunicación se publicitaba el acuerdo con el GEN y el socialismo, pero tras bambalinas, se atraía al peronismo K.
Hasta el PRO trabajó en parte para Schiaretti. El ejemplo se vio en Villa Allende, la ciudad de Eduardo “El Gato” Romero. En las elecciones municipales de esa ciudad, realizadas el 14 de abril, el peronismo presentó un candidato débil que apenas obtuvo el 21 % de los votos. Sin embargo, el domingo pasado el mismo peronismo superó el 47 %. “El Gato” ni siquiera se preocupó de poner fiscales en las mesas que defendieran los votos de su candidato, Mario Negri.
Para Schiaretti, ser amigo de Mauricio, también trae beneficios.
Sobre el acuerdo con el GEN y el socialismo hay poco que decir. Gracias a Schiaretti, después de la elección del domingo el partido de Margarita Stolbizer ya cuenta con un legislador en la provincia y algunos dicen que algún cargo en la Justicia. El socialismo le permitió sumar al actual intendente de Carlos Paz, Esteban Avilés (también legislador electo).
Los errores de Cambiemos
Los aciertos de Juan no serían tan notables si no los viéramos enfrentados a la mala praxis de Cambiemos. La coalición liderada por Mauricio Macri tuvo como “armador” (el término le queda grande o quizá habría que usar el antónimo) en Córdoba a Marcos Peña. No supo cómo disputar la provincia o quizás no quiso hacerlo. Muchos especulan que el mejor aliado de Macri en Córdoba es el propio Schiaretti, pero si esa fue siempre la apuesta no se explica que desde Buenos Aires no hayan detenido la sangría entre los referentes de su espacio. Cuatro dirigentes importantes- Mario Negri, Luis Juez, Ramón Mestre y Rodrigo De Loredo- quedaron atrapados en una lucha de egos que espantaron votantes.
Mario Negri es quizá el ejemplo más notable. Mientras su competidor Schiaretti pareció un hombre adaptado a los tiempos, Negri se mostró como un dirigente del siglo pasado. No solo eso: puso en riesgo el capital político de los referentes más importantes del macrismo. Su derrota es también la de María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales y Elisa Carrió. Todos vinieron a apoyarlo y no pudieron levantar un muerto que quedó a 40 puntos del ganador. La apuesta de Ramón Mestre, actual intendente de la capital y candidato a Gobernador, parecía valiente y pretendía ponerle un techo a la prepotencia de los armadores nacionales del PRO, pero también fracasó. En la ciudad que gobierna lo votó apenas el 8 por ciento del electorado: quedó claro que en su caso “Ni sabe, ni hace, ni cumple”. Al unir las elecciones municipales alas provinciales para asegurarse un mejor rendimiento, Mestre terminó entregando la ciudad al peronismo.
Las candidaturas a intendente tienen una lectura más compleja. Por el lado de Luis Juez hay que decir que, pese su alta imagen negativa, conserva votos en Córdoba. De hecho, si se suman los votos sus votos como candidato a intendente (21,69) con los del candidato del radicalismo, Rodrigo de Loredo (19,33), Cambiemos y el radicalismo podrían haber retenido la ciudad. Sin embargo, todo parece indicar que lo que lograron fue destruir esa construcción.
¿Qué pasará?
Es imposible saber a quién votará el pueblo de Córdoba en las próximas elecciones presidenciales, aunque las encuestas muestren que la resistencia a Cristina Fernández mermó en la misma proporción en la que aumentó el rechazo a Mauricio Macri. Sí podemos, a riesgo de equivocarnos, analizar los movimientos de Juan Schiaretti.
Hasta que Cristina Fernández defina si es o no candidata, Schiaretti apostará a nivel nacional al fortalecimiento de una alternativa dentro del peronismo federal que emerja por fuera de la grieta. Ese fue el sentido de su discurso post—triunfo. Su problema es que se agota el tiempo de definiciones y ni Roberto Lavagna, ni Sergio Massa, ni Juan Manuel Urtubey o Miguel Ángel Pichetto pudieron consolidarse como la síntesis de ese espacio.
En ese contexto, el gobernador cordobés parece imaginar a esa alternativa liderada por Lavagna, con el socialismo santafesino dentro, más los gobernadores que sobrevivan una vez que el PJ, con el kirchnerismo incluido, defina candidato.
La pretensión de máxima del gobernador sería convertirse en el elector que demuestre que un peronismo sin Cristina Fernández es posible. Pero Juan también entiende que, para alcanzar el poder, el Peronismo Federal necesita del voto kirchnerista. Sueña que ese voto los acompañe en un eventual balotaje entre esa alternativa y el macrismo. Sin embargo, esto será posible sólo si logra convencer a Sergio Massa de declinar sus aspiraciones presidenciales y no sacar los pies del plato, o si Lavagna de hace lo propio para acompañar a Massa. Difícil.
Si, por el contrario, las dos opciones en un hipotético balotaje son Macri y Cristina, el gobernador que sabe, hace y cumple, actuará como hizo hasta el momento: se mantendrá prescindente para no ofender a su electorado. Es posible que, por lo bajo, apoye al kirchnerismo, pero le pedirá a sus socios de Hacemos por Córdoba que se vinculen con el macrismo. Un huevo en cada canasta. Como siempre. Sí se puede afirmar que quienes ven a Schiaretti como candidato a Presidente fantasean y se equivocan. Si algo sabe el gobernador electo es que su electorado cordobés no se lo perdonaría. Esa es su encrucijada: la oportunidad de ser “el Gran elector” que pretendió siempre su socio De la Sota, le llega ahora a él, demasiado tarde.
Una cosa lo tiene intranquilo. Las cuentas provinciales están lejos de considerarse cerradas. Aunque en su discurso dijo que Córdoba nunca defaulteó sus deudas, obvió decir que en dos ocasiones el gobierno nacional de los Kirchner rescató a la provincia de crisis económicas. Por lo demás, la estructura recaudatoria tributaria de la provincia depende principalmente de ingresos brutos y, si la economía se enfría, la recaudación baja y si la recaudación baja se complica el pago de la deuda contraída en el exterior. Saber, hacer y cumplir cuesta caro y el 93 por ciento de la deuda provincial se tomó en dólares antes de la primera devaluación, cuando todavía esperábamos el primero de los segundos semestres que nos prometió el macrismo.
—Y si la oferta es entre CFK y Macri. ¿Qué harías Martín?
—Mmm...
—Y si hay otra opción. ¿Schiaretti?
—Hizo muchas obras. Sin dudas lo voto al “Gringo” Schiaretti.
—Pero lo elegiste gobernador. ¿Qué pensarías como cordobés si deja el cargo para candidatearse a presidente?
En la verdulería Martín habla con dos clientes y bromea con su hija, que tiene a la nieta en brazos. Señala con un pimiento rojo a su interlocutor y cuenta que la misma discusión tuvo el domingo en el asado familiar:
—Si está dentro del marco de la ley, sí. Si no, no.