Evita, nacida para molestar


Amor blindado

Rep descubrió a Eva Perón cuando tenía 15 años. Recién ahora se anima a dibujarla. Por primera vez se edita una biografía gráfica humorística de la líder social. Tiene la mirada de Rep: border, desobediente y también llena de amor. Dibujada "como aman los humoristas -aclara Pedro Saborido en el prólogo-: al riesgo de perderlo todo". Las viñetas de "Evita, nacida para molestar" (Planeta) son minimalistas pero intensas; muestran las tensiones que no figuran en manuales pero apasionan la historia oral. A continuación, un adelanto.

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Prólogo de Evita, nacida para molestar, por Pedro Saborido

Hacia fines del siglo XIX y principios del XX se hacían unas casas que tenían un patio del que salía una escalera que subía a la terraza. Y antes de llegar a ella, siete u ocho escalones antes, tenían un descanso y un cuartito. Desde que existen, se han usado como cuarto de herramientas, guardadero de porquerías que nunca se está seguro de tirar, refugio de cuñados solterones o divorciados. Pero también, para muchos hijos ha sido y es una cámara de estado pre-emancipatorio de la familia. Miguel, a los once años, en su condición de hijo mayor y gracias al tamaño de su físico, se impone sobre sus hermanos y logra ocupar ese espacio satélite del planeta familia. En esa primera intimidad funda su editorial. Porque no quería ser jugador de fútbol u otra cosa similar bastante corriente a esa edad. Quería tener una editorial. Su hermano Jorge, que de adulto será periodista, subía a veces, y con dos años menos, lo ayudaba.

Se supone que todo adulto tiene un niño adentro. No es el caso de Miguel: es un nene con un adulto adentro. El adulto lucha por manejar al nene. Es un nene y no un niño. Porque el nene es ese niño que cuando rompe mucho las bolas, se le dice “nene”. Entonces, dentro de ese nene provocador y por lo tanto molesto, ese adulto vive e intenta manejarlo. Pelea por salir a la superficie y entablar una relación madura con el mundo. Pero solo logra asomarse al exterior para tramitar acciones ineludibles del sistema, como el pago de expensas y del monotributo, más alguna visita al dentista.

Cuando Miguel tenía once años, una editorial dentro del cuartito y un adulto todavía en ciernes, empieza a comprar en una feria de revistas usadas, fascículos de una colección de Historia de las Revoluciones. El nene entonces mira fotos y mapas, recorta figuras. Encuentra dos fotos de grandes: son posters de Hitler y del Che Guevara. Sin ánimo de idolatría alguna, ya que no sabía quién mierda eran, y a modo de editorial que está armando un proyecto, las fotos terminan pegadas en la pared. Hitler y el Che Guevara. Hay que ser boludo. O nene. Cuestión que un día sube el padre de Miguel, las ve y sentencia.

–La política no entra en mi casa– y arranca las fotos. O se las hace sacar a Miguel. No importa. Es lo mismo.

Ahora tiene trece años y un socio con el que hacen una revista a mano. Ni fotocopia ni stencil. Escrita y dibujada a mano. Cada edición es un solo ejemplar que circula entre amigos y familiares. Una acción que limita entre lo heroico, lo ingenuo, lo inútil y lo estúpido según quien mire. Y todo esto porque el nene conduce al nene. El asunto es que con su amigo van hasta el estudio de una super estrella del dibujo humorístico para hacerle un reportaje. Este los recibe amigablemente en su estudio. De pronto, sobre la pared contra la cual está el tablero, Miguel la ve. Es Evita en un cuadro. El encuentro de Miguel con esa foto es decisivo. Eran años pesados y la figura de Evita era para él parte de lo prohibido además de desafiante, cuestionable, peligroso. Y ahí estaba. Un artista como el que Miguel aspiraba ser, la tenía ahí en la pared, lo más choto, sin miedo a que un padre o algo peor lo reprendiera o lo viniera a castigar. El romance empezaba.

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Dos años después Miguel trabajaba en la editorial de historietas Record, una editorial de verdad, con todo lo bueno y lo malo que ello supone. Su puesto es “Asistente de la sección Arte”. El nene está entre gente grande, y el pequeño adulto que empieza a crecer dentro de él se ilusiona con el mundo de los mayores de edad. El nene, mientras, se enamora de una correctora todavía joven, pero mucho más grande que él. Ella perfecciona el enamoramiento con el simple trámite de no darse nunca cuenta de los deseos de Miguel. En este romance asimétrico, ella, una militante política en reposo, dado que ya se vivía la dictadura y al costado esa realidad paralela de lo clandestino, le habla de historia. Otra vez la historia. Y en particular, le habla de Evita. Y le presta un libro forrado en papel madera, para que no se sepa de qué se trataba, obvio. Es un libro de Historia Universal, que llega hasta mediados de los años sesenta. Entonces Miguel se empieza a acostar con lo histórico, con lo secreto, con lo prohibido, con lo pasional. Una mina de la que está enamorado le hace conocer a Evita. Evita es el amor de los pobres. Evita es la justicia sobre la tierra. Evita es lo que el mundo debería ser.

Entonces un nene que todo el día miraba historietas con héroes, ahora tiene una heroína. Esa que su padre le hubiera hecho sacar de la pared y que el dibujante famoso y admirado tenía ahí arriba, mientras dibujaba.

Si hubo algún acercamiento del dibujo humorístico a Evita, es desconocidísimo. Ni las sátiras de la época de su esplendor, ni después se metieron con ella desde el humor.

Copi, que dibujaba, lo hizo en una obra de teatro a fines de los sesenta, “Eva Perón”, donde pudo destilar toda ofensa que su odio le permitió. Pero claro, no pudo ganarle al robo de un cadáver. ¿Qué cosa puede ser más sacrílega que eso?

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La fragilidad de Evita es, quizá, por el cuidado que hay que tener con ella. Es decir: no es claro si Evita es frágil o la forma en que se la cuida supone una fragilidad quizá no sea. Hay un amor blindado que la protege. ¿Cómo hace el nene entonces para jugar con algo que todos dicen que se puede romper? Una lluvia de puteadas y patadas en el culo pueden caer sobre quien joda con el juguete. Sin embargo, el peronismo perdona más que sus enemigos. Lo demostró muchas veces. ¿Por qué no lo va a hacer con un nene que rompió un juguete querido? Miguel juega con personajes de la historia desde siempre. Desde “El recepcionista de arriba” en la revista Humor hasta sus dibujos de las biografías para principiantes de Borges, Gramsci, Cortázar, Bukowski y Kerouac. La cosa funciona así: el adulto va, estudia historia, conoce a los personajes, toma nota de sus días, sus amigos, sus enemigos, mira detalles, observa estéticas y modos de la época. Arma la escenografía, la plaza, el cuartito donde Miguel se va a poner a jugar con el personaje. El nene empieza a dibujar.

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Miguel se le anima a Evita hace un tiempo en el libro “200 años de Peronismo”. Porque de pronto ese nene que juega con personajes y muñecos de la historia se da cuenta que tenía ganas de jugar con Evita. Tenía una deuda con ese amor y esa fragilidad. Con eso que puede suceder en familia y puede terminar con la lluvia de patadas en el culo. Entonces el adulto, con dudas, con miedos, empieza con la logística. Se mete mucho más en la vida de Evita. Se fija en quienes la quieren y quienes la desprecian. Visita su Fundación, se mete en la infancia en Los Toldos, sale de campaña por las elecciones, se asoma a sus viajes y sus vestidos, se mezcla entre los pibes que juegan un campeonato de fútbol. De nuevo arma el teatrito o la plaza o el cuartito para que Miguel empiece. Miguel juega y ama al mismo tiempo. Y en ese amor se va todo lo que el adulto le enseñó de la historia, para poder contar lo que en la historia no se ve. La parte que no está en las fotos. La vida íntima de Evita. Todo lo que pasaba entre acto y acto, entre foto y foto, entre entrega de bicicletas y entrega de máquinas Singer. Las peleas, la infancia, el viaje a Buenos Aires, la cama con Perón, sus corajes, sus nervios, sus sonrisas, sus defectos, su belleza, su corazón, sus mejores y peores pensamientos. Entonces el adulto se pone en posición de choque dentro de Miguel y se entrega a todo lo que pueda ocurrir.

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Miguel va a dibujar eso que ama hasta el límite de lo imperdonable. La libertad que se toma puede llegar a ser la libertad de traicionar. Es un poco como aman los humoristas. Porque Miguel puede hacer eso: jugar con lo amado hasta arriesgar perderlo. Probar hasta donde eso que ama, Evita, y los que aman a Evita, son capaces de perdonarlo. Miguel dibuja lo que ama hasta donde lo puedan perdonar. O por ahí, no.

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