Fotos: John Gibler
Sí, existe un lugar que se llama La Realidad.
La realidad es un caracol. Y los caracoles, como todo mundo sabe, son espirales. Como la vida, como la muerte, como la realidad.
En el caracol de La Realidad, la madrugada del 25 de mayo de 2014, el Subcomandante Insurgente Marcos, vocero y jefe militar del Ejército Zapatista de Liberación Nacional durante 20 años, reveló su propia irrealidad y anunció que, a partir de ese momento, dejaba de existir.
A La Realidad llegamos el día anterior cientos de mujeres y hombres de muchas partes de México y del mundo y miles de bases de apoyo zapatistas. Cargábamos, todas y todos, el dolor y la rabia por el asesinato brutal de José Luís Solís López, el maestro “Galeano”, las lesiones a otros 15 zapatistas y la destrucción de la escuela, la clínica y varios vehículos, durante un ataque paramilitar el 2 de mayo orquestado por el gobierno de Chiapas.
La caravana en la que viajamos más de 600 personas en 55 vehículos se extendía por más de un kilómetro en el camino que conduce al corazón de la Selva Lacandona. En el largo trayecto, la palabra que más presente estaba en las mentes de todos era “justicia”. En Los hermanos Karamazov, de Dostoievski, Iván cuenta la historia de un niño de ocho años que arroja una piedra que por accidente golpea la pata del perro favorito de un terrateniente. Como castigo, éste lo manda desnudar, lo hace correr y lanza sobre él a sus perros de caza, que lo destrozan frente a los ojos de la madre. ¿Justicia?, se pregunta Iván. ¿Qué justicia puede haber? ¿Qué castigo, por terrible que sea, puede compensar el sufrimiento del niño y el dolor de la madre? Pero entonces, si no hay castigo posible, ¿qué es la justicia? ¿Existe?
La Comandancia General del EZLN afirmó días antes que se haría justicia, pero dejó claro también que justicia y venganza no son lo mismo. Esa madrugada, poco antes de dejar de existir, Marcos dijo: “La justicia pequeña se parece tanto a la venganza. La justicia pequeña es la que reparte impunidad, pues al castigar a uno, absuelve a otros. La que queremos nosotros, por la que luchamos, no se agota en encontrar a los asesinos del compa Galeano y ver que reciban su castigo (que así será, que nadie se llame a engaño). La búsqueda paciente y porfiada busca la verdad, no el alivio de la resignación.” Pero, si la “justicia grande” no es el castigo, como bien entendió Iván Karamazov, ¿qué es? ¿Dónde está esa verdad?
Se trata de una cuestión filosófica pero, en La Realidad, la filosofía se hace al andar y se escribe con la sangre de los muertos. En La Realidad y en la realidad. Porque, ante la mortandad de la supuesta “guerra contra el narco” (120, 130, 150 mil asesinados, dependiendo de quién los cuente… ¿cuántos son demasiados?), ante la privatización de todos los bienes comunes y el despojo de tierras, recursos y vidas, ante la impunidad y el uso del “estado de derecho” para beneficio exclusivo del capital, ante la represión y la criminalización de la protesta, ante la destrucción sistemática del medio ambiente y de formas dignas de vida, ante el simulacro de ilusiones vacías montado por los medios masivos de comunicación, es necesario y urgente preguntarse qué es y qué puede ser la justicia.
Desde el inicio de su lucha, el EZLN se ha hecho esa pregunta. Cuando se levantaron en armas en 1994, llevaban diez años preparándose para la guerra como única opción ante 500 años de despojo, opresión y miseria. La guerra les permitió recuperar grandes extensiones de tierras que estaban en manos de terratenientes que mantenían a los indígenas en condiciones de semiesclavitud, y así iniciar la construcción de formas dignas de vida en territorios bajo su control. Sin la guerra, nada de lo que se construyó después hubiera sido posible.
Pero doce días después se acordó el cese al fuego y los zapatistas nunca volvieron a usar las armas. La respuesta de buena parte de la población mexicana al levantamiento había sido sorprendente. En el auge del proyecto neoliberal, mucha gente se identificó con las demandas zapatistas, y fue en buena parte gracias al movimiento ciudadano que se lograron frenar las masacres cometidas por el ejército mexicano. Pero lo que el pueblo reclamaba era vida, no guerra, y el EZLN supo escuchar. “Y en lugar de dedicarnos a formar guerrilleros, soldados y escuadrones, preparamos promotores de educación, de salud, y se fueron levantando las bases de la autonomía que hoy maravilla al mundo”, dijo Marcos esa madrugada del 25 de mayo. Desde entonces el mensaje ha sido claro: la justicia tiene que ver con la vida, no con la muerte.
En febrero de 1996 se firmaron los Acuerdos de San Andrés, que garantizaban el autogobierno de los pueblos indígenas y su control de los recursos naturales. Pero el gobierno de Ernesto Zedillo no tenía la intención de cumplirlos, y las reformas constitucionales nunca se hicieron. En los años siguientes, el EZLN se dedicó a presionar al gobierno para obligarlo a cumplir los acuerdos. Estos esfuerzos culminaron en 2001 con la Marcha del Color de la Tierra, una movilización sin precedentes en México: 6 mil kilómetros recorridos en 37 días con la participación de millones de personas en más de 70 actos. La respuesta de los tres partidos políticos: la aprobación de una reforma constitucional que desconoció los Acuerdos de San Andrés.
A partir de ese momento, el EZLN le dio la espalda al gobierno y se dedicó de lleno a la construcción de la autonomía sin pedirle permiso a nadie. En 2003, anunciaron la creación de los caracoles —los centros administrativos y puntos de encuentro de las cinco grandes zonas del territorio zapatista— y las Juntas de Buen Gobierno, quizás el más audaz experimento en democracia participativa del planeta. Los zapatistas demostraban, en la práctica, que sí hay alternativas a la democracia electoral y al sistema liberal. Se aceleró entonces la construcción de la educación y la salud autónomas, los proyectos productivos, la participación de la mujer, la politización de la diferencia. Es imposible dar la importancia que se merece a la autonomía zapatista en unas cuantas líneas. Y, sin embargo, esta fase ha sido también la menos visible porque, cuando el EZLN cortó la comunicación con los de arriba, los medios le dieron la espalda: los zapatistas pasaron de moda.
La Sexta Declaración, a mediados de 2005, marcó otro parteaguas. Encaminada la autonomía en las comunidades (aunque falta lo que falta), el zapatismo se abrió al mundo con una propuesta política radical: la globalización de las resistencias. La formación y consolidación de una multiplicidad de autonomías locales, cada una según sus modos y tiempos, y su articulación de manera orgánica y no jerárquica para, así, conformar un sujeto político global contrahegemónico. Construir en la práctica “un mundo donde quepan muchos mundos” fuera de la lógica del capital. Y fue en la Sexta —“la más audaz y la más zapatista de las iniciativas que hemos lanzado hasta ahora”— donde, finalmente, el EZLN encuentró verdaderos interlocutores: “Con la Sexta al fin hemos encontrado quien nos mira de frente y nos saluda y abraza, y así se saluda y abraza”.
La primera iniciativa de la Sexta fue la gira de la Otra Campaña. En 2006, el Subcomandante Marcos recorrió todo el país, reuniéndose con organizaciones e individuos “de abajo y a la izquierda”, en una “anticampaña” que no buscaba obtener adeptos al zapatismo, sino motivar, a través del encuentro de los dolores, el surgimiento de movimientos autónomos. Fue también en esta gira que por vez primera se le dio la espalda a los medios comerciales y se impulsó seriamente a los “medios libres, alternativos, autónomos o como se llamen”. Si lo que se construía era un movimiento de abajo, la comunicación también sería desde abajo.
Siete años después surgió la “Escuelita de la libertad según l@s zapatistas”, quizás la más innovadora de sus iniciativas. En las tres sesiones realizadas hasta ahora, miles de personas de todas partes del mundo han convivido con familias zapatistas en las comunidades rebeldes, aprendiendo en la práctica la experiencia de la construcción de la autonomía, para regresar a sus lugares de origen con la responsabilidad de ir construyendo “otros mundos posibles”. Los alumnos y alumnas son invitados directamente por el EZLN o solicitan una invitación en base a su visión y trabajo político. De ser aceptados, se presentan el día acordado en San Cristóbal de Las Casas, de donde salen grandes caravanas a los cinco caracoles. Una vez en el caracol, a cada persona se le presenta la familia con la que vivirá cinco días y un “votán”, guardián o guardiana, que los acompañará todo el tiempo. De ahí parten al día siguiente rumbo a comunidades que, muchas veces, están a horas de distancia —en camionetas, caminando por veredas, en lancha— en la selva o en las montañas. La generosidad de esta iniciativa es inapreciable: la impresionante logística, los cuidados con la seguridad y la salud de miles de personas en un amplio territorio, la alimentación, la elaboración de los materiales didácticos, el esfuerzo y el corazón de miles de bases de apoyo zapatista, sin pedir nada a cambio, por la simple voluntad de compartir su experiencia de vida y sembrar esperanza.
En ese contexto, la “muerte” de Marcos da inicio a una nueva fase del proyecto zapatista. A Marcos —dijo Marcos— lo inventaron los zapatistas ante la ceguera racista del mundo que impedía (e impide), no sólo a la derecha sino a la intelectualidad de izquierda también, ver a los indios. La genialidad de Marcos el comunicador fue un instrumento para dar a conocer un movimiento que se rige por la ética. Su capacidad analítica, la sagacidad e ironía de su pluma y su manejo de los medios de comunicación permitieron que mucha gente viera la lucha zapatista y la hiciera suya. Al mismo tiempo, Marcos se convirtió en un “distractor”. Para muchos, el zapatismo es Marcos y Marcos es el zapatismo. Mientras el poder y los grandes medios concertaban esfuerzos para elevar y luego destruir la imagen de Marcos, los pueblos avanzaban en la construcción de la autonomía.
Pero ahora el personaje deja de ser necesario. Si desde hace años la política de arriba dejó de interesar al movimiento, si la incidencia en los grandes medios ya no es relevante, si la construcción desde abajo avanza en las comunidades y entre las organizaciones de la Sexta y de tantos movimientos autonomistas en el mundo… ¿qué necesidad hay de que Marcos siga existiendo? La “muerte” de Marcos marca varios cambios fundamentales. Desaparece el interlocutor de origen mestizo y urbano de un movimiento indígena y campesino. En su lugar, queda el nuevo vocero y jefe militar, el Subcomandante Insurgente Moisés, un brillante indígena tseltal de larga carrera, miembro del EZLN desde 1983. El mundo ya no podrá reducir el zapatismo a un amor u odio hacia Marcos: quien quiera verlo, tendrá que ver a los pueblos y su construcción de vida. Este cambio se refleja también en la estrategia de comunicación, iniciada con la Otra Campaña. En el evento en La Realidad el 24 y 25 de mayo, no se admitieron medios de paga, y el mundo tuvo que enterarse de la “muerte” de Marcos a través de los “medios libres, alternativos, autónomos o como se llamen”. A partir de ahora, la realidad zapatista sólo podrá mirarse desde abajo.
Estos cambios surgen en el contexto de un proyecto articulado y preciso del Estado de adueñarse de todos los recursos, tierras y territorios del país para beneficio del capital, y de la reactivación de una guerra contra los zapatistas y contra todas las resistencias organizadas. En Chiapas, desde hace años se ha intentado explotar las riquezas del estado —el más rico en recursos naturales—, pero la resistencia de las comunidades indígenas, sobre todo zapatistas, lo ha impedido. Ahora, el gobierno federal, aliado al estatal, ha dado claras señales de que eso se acabó. En febrero de este año el presidente Enrique Peña Nieto inauguró el aeropuerto internacional de Palenque, pieza clave para el desarrollo megaturístico alrededor de las cascadas de Agua Azul y la reserva natural de Montes Azules. Al mismo tiempo, afirmó que ahora sí se construiría la autopista San Cristóbal-Palenque, detenida debido a la resistencia indígena, y anunció que el anteproyecto estaría listo en mayo (el mismo mes del ataque a La Realidad). Anunció también el inicio de la construcción de la presa hidroeléctrica de Chicoasén II, y las concesiones mineras se han multiplicado. Mientras eso, aumenta la paramilitarización. En enero de este año, 300 miembros de la organización CIOAC (Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos) Democrática atacaron a los zapatistas del ejido 10 de Abril, dejando varios heridos, algunos de gravedad. En marzo, un activista tseltal prozapatista del ejido de Bachajón, que se opone a la construcción de la autopista, fue brutalmente asesinado. Y el 2 de mayo la CIOAC Histórica atacó al caracol de La Realidad.
Dicha paramilitarización viene de la mano de proyectos de “desarrollo” y de “combate a la pobreza”, que canalizan fondos públicos para beneficiar a organizaciones contrarias a los zapatistas. No es casual que la “Cruzada Contra el Hambre” haya sido lanzada precisamente en el municipio de Las Margaritas, territorio controlado por la CIOAC. En La Realidad, el Subcomandante Moisés precisó los vínculos descubiertos por la investigación zapatista entre los dirigentes de la CIOAC y los diferentes niveles de gobierno estatal y federal. Tampoco es coincidencia que el ataque del 2 de mayo ocurra justo cuando el EZLN anuncia la “compartición” con los pueblos originarios —una versión especial de la “escuelita” para pueblos indígenas organizados de todo el país— y un seminario internacional sobre “Ética frente al despojo”. Ambos eventos tuvieron que ser cancelados debido al ataque. Aunque la paramilitarización no es nueva, esta agresión difiere de las anteriores por el hecho de atacar directamente a un caracol —el primero y más simbólico de todos— y destruir aquello que simboliza la construcción pacífica de otro mundo posible: la escuela, la clínica, vehículos usados en proyectos productivos. Una cosa está clara: al gobierno le amedrentan mucho menos las armas que la construcción de la vida fuera de su lógica de lucro y despojo.
El asesinato de Galeano (maestro de la Escuelita Zapatista), como bien dijo Marcos, fue un ataque a esa construcción de vida. Ante esa violencia, la Junta de Buen Gobierno pidió a la Comandancia General del EZLN que tomara cartas en el asunto, y ésta declaró que se haría justicia. Pero el castigo a los autores materiales es sólo una “justicia pequeña” que deja impunes a los verdaderos responsables y al sistema que les da origen. “La justicia grande”, dijo Marcos, “tiene que ver con el compañero Galeano enterrado. Porque nosotros nos preguntamos no qué hacemos con su muerte, sino qué debemos hacer con su vida”. Por eso, los zapatistas decidieron “desenterrar” a Galeano.
Cuando Marcos dejó de hablar, encendió su pipa, se levantó, caminó al fondo del templete y se desvaneció en la oscuridad. Los aplausos de miles de manos que siguieron fueron despedida y homenaje y tantas cosas más. Después el Subcomandante Moisés anunció que hablaría otro compañero, y entonces se escuchó en las bocinas la voz que hasta hacía unos momentos perteneció al Subcomandante Marcos:
—Buenas madrugadas tengan compañeras y compañeros. Mi nombre es Galeano, Subcomandante Insurgente Galeano. ¿Alguien más se llama Galeano?
Y miles de voces:
—¡Yo soy Galeano! ¡Todos somos Galeano!
—Ah, tras que por eso me dijeron que cuando volviera a nacer, lo haría en colectivo. Sea pues. Buen viaje. Cuídense, cuídennos. Desde las montañas del sureste mexicano, Subcomandante Insurgente Galeano.
El maestro Galeano había resucitado. Su resurrección en un ser colectivo no es sino la necedad de la vida de resurgir, cada vez más digna, de los escombros de la destrucción y la muerte. Es la justicia grande que ve más allá de la muerte individual para combatir la destrucción sistémica por medio de la lucha colectiva por la vida. Es la esperanza ante la desolación de un sistema perdido en la locura de su propia avaricia.