Agustín Laje atravesó la puerta del Jockey Club de Córdoba de la mano de su mamá. Tenía quince años. Vestía jeans y un buzo canguro que le quedaba grande. El pelo largo, por debajo de los hombros, certificaba que Agustín había dejado de ser un jugador de básquet amateur para convertirse en un devoto del punk. Tal vez se sintió intimidado. Nada, ni la actitud que pregonaban sus discos ni la seguridad de su madre, lo hubiese podido evitar. Del otro lado, ya acomodados en el salón, esperaban más de un centenar de señores en edad de ser abuelos, trajeados, de mirada seria y sostenida. Compartían un motivo. Todos estaban ahí para ver cómo Nicolás Márquez, un abogado de Mar del Plata, presentaba “La otra parte de la verdad”, uno más de la serie de libros que volvieron a contar los 70, reivindicando al accionar militar frente a la “subversión guerrillera”.
Laje llegó al libro de Márquez por su abuela, quien lo había alentado a buscar una “campana” diferente a la que le enseñaban en el colegio. La encontró buceando en foros de internet. El de Márquez fue el primer libro de política que leyó. Cuando terminó de anotarse los datos útiles para llevar al colegio y arrojárselos como proyectiles a sus profesores, le escribió un mail al autor. Márquez lo invitó a la presentación en Córdoba, que se realizaba unas semanas después.
—Soy Agustín, te escribí un mail hace unas semanas —le dijo al cierre del evento.
Márquez no se acordaba. El punk disfrazado insistió: ofreció hacerle una página web. La recompensa fue el usuario de Márquez en Messenger, el programa para chatear de ese momento.
Laje no solo conoció a Márquez: conoció a un mundo que, para el 2004, estaba en plena decadencia. La llegada al poder del kirchnerismo, su relectura sobre los hechos de la última dictadura militar y la puesta en marcha de una nueva política de Derechos Humanos había sentenciado a los sujetos como Márquez a la marginalidad, a la periferia de cualquier discusión política.
Mientras sus amigos usaban Messenger para disputar quién tenía los mejores emoticones, Laje buscaba a Márquez, catorce años mayor que él, para contarle sobre los episodios que tenían lugar en el aula, a los que recuerda como “un ejemplo del adoctrinamiento” que ejercían sus profesores, desde los de Historia hasta los de Química, en actividades como la proyección de películas o en charlas cotidianas. Márquez lo leía, le contaba su versión y le daba consejos y material para leer.
—Eran charlas largas —recuerda Márquez—, porque el tipo estaba hambriento, quería aprender.
El 24 de marzo de 2005, cuando ya estaban en contacto, Agustín Laje entró a su secundaria, el Colegio Italia, para un homenaje a las víctimas de la última dictadura militar. Cargaba con tres carteles que había impreso la noche anterior, con caras de víctimas de Montoneros. Llegó temprano al mural donde se pegaban las caras de los homenajeados y colocó sus carteles, su versión de a quién había que homenajear. Cuando salió al recreo ya no estaban más, pero estaba preparado: tenía copias. Las volvió a pegar. Las volvieron a sacar.
—Era un colegio muy hippie, donde no había que pedir autorización. En tu banco vos podías pegar, si querías, no sé, la foto de una mina en tanga. Y a mi me hacían quilombo por eso —dice Laje, hoy, trece años después.
Un tiempo después Márquez lo enfrentó. Le dijo que se estaba encaminando a ser un militante, pero que la derecha ya tenía militantes: lo que necesitaban eran intelectuales. Que si seguía así se iba a convertir en una “Cecilia Pando varón”. Laje le obedeció.
Fue una beca en Estados Unidos lo que terminó por sellar esa conversión. Laje pasó varios meses estudiando tácticas de contraterrorismo en la Universidad de la Defensa, en Washington, donde se formaron varios cuadros militares del Pentágono. Era una beca de posgrado y él apenas había entrado a la facultad. Adjuntó como referencia un archivo de word, donde estaba la versión preliminar de su libro sobre los 70, que había arrancado a escribir ayudado por Márquez. Eso, junto a la enérgica recomendación de su mentor, quien ya había cursado el seminario, alcanzó.
Hoy, a sus veintinueve años, Laje recuerda esa época como quien recuerda el inicio de una hazaña.
—Hasta hace dos años para mí esta causa estaba perdida. Hoy creo que la podemos ganar.
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El Libro Negro de la Nueva Izquierda es best seller entre los de habla hispana en Amazon, todos los meses aparece entre los más vendidos de Cúspide y recientemente Yenny y El Ateneo lo incluyeron en sus catálogos. Es, además, la carta de presentación, el primer libro que Laje le recomienda a sus seguidores. Lo firman ambos, pero escriben por separado: Laje se encarga de la ideología de género y el feminismo; Márquez cuestiona al “homosexualismo ideológico”, otra de las supuestas banderas de la “nueva izquierda”.
“El comunismo no murió” sentencian los autores. Con la caída de la Unión Soviética en los 90, la izquierda se desplazó de la economía a la cultura. Conquistó las aulas, las artes y la comunicación. Conquistó los pines de la mochila, las fundas de celulares y los grafitis de Pinterest. Conquistó. Las proclamas de la revolución, aunque en envases cool, no murieron: para llevarla a cabo, la izquierda se “inventó” nuevos conflictos. Así nace la denominada ideología de género, el concepto -eslabón central del discurso de la nueva avanzada conservadora en Occidente- que le dio vitalidad a este tándem improbable, los puso en una avión a recorrer todo América Latina y los acercó a los jóvenes.
Después de hacer un recorrido teórico sobre la conversión del marxismo al posmarxismo en veinte páginas, Laje separa las tres olas del feminismo. Con la primera ola está todo en orden. Porque ¿quién se podría oponer a que las mujeres voten y sean consideradas como ciudadanas? Acá las protagonistas son mujeres de “gran inteligencia” cuya causa es completamente justa y entendible. El único feminismo que Agustín Laje acepta es un feminismo que no cuestiona las instituciones de la vida social, es decir, un feminismo que no es.
La segunda ola -que para la gran mayoría de historiadores es lo que Laje llama la tercera, es decir, que esta no existe- responde a la estrategia conservadora habitual y que ya lleva más de medio siglo funcionando: la Unión Soviética como ejemplo histórico. ¿Quieren ver como funciona en la práctica lo que ellas proponen? Busquen ahí. Entonces Laje va a detallar los efectos del “comunismo sexual”, que desprecia a la maternidad, utiliza al aborto como método anticonceptivo y expande el negocio de la prostitución mientras le quita el estigma al incesto y pedofilia. Todo esto atado a su método: un compendio de referencias bibliográficas, en este caso fuentes históricas -Laje destina páginas enteras a relatos sobre violaciones de los proletarios a sus esposas-, que buscan otorgarle a su libro un estatus académico.
El feminismo “radical” nace, según Laje, en la tercera ola. El campo ahora es la cultura y sus referentes son Simone De Beauvoir, Judith Butler y Paul Beatriz Preciado, entre otrxs. Es acá donde Laje vuelca sus teorías sobre cómo el feminismo busca destruir la familia atacando a la heterosexualidad -con la homosexualidad como solución y, en definitiva, invento teórico- y aceptando, en pos de ese plan de destrucción, la pedofilia y el incesto. Detrás de esto se oculta, según él, la “guerra” que las feministas han declarado frente a los hombres. El texto se vuelve denso y pierde claridad. Lo único que queda claro -porque lo repite varias veces- es que las feministas buscan destruir la familia y el matrimonio con el objetivo final de hacer la revolución; ahora, sus elementos son la ideología y la cultura.
El apartado de Márquez, por otro lado, es, dicho sutilmente, un tratado abierto contra la homosexualidad, con los argumentos desplegados por la Iglesia hace más de un siglo. Apenas comienza aclara que su referencia a la homosexualidad incluye a su “militancia e ideología” pero no a los individuos que “en prudencia y discreción mantienen en su vida privada una intimidad de tinte homosexual”. Márquez avisa que sus “blancos” no serán los que “padecen dicha tendencia” sino los que la promueven. No es cierto. Se los refiere indistintamente como “sodomitas” -pecadores, según la doctrina católica-, “invertidos”, “minoría infértil” y se justifica a los portadores del virus del SIDA como castigo por sus “excesos” -o “antihigiénicos pasatiempos”-. Además, Márquez, al igual que Laje, tiene un ensañamiento con las personas trans y travestis, a los que acusa de mentir sobre su sexo, a pesar de los “tijeretazos”, un concepto -e imagen- que Márquez repitió durante nuestro encuentro en una confitería en la costa de Mar del Plata, al que llegó con un saco abotonado hasta arriba de todo, pañuelo al cuello y el pelo rubio, dorado casi, y engominado. Cargaba un libro enorme, con tamaño de enciclopedia y una lapicera plateada en el medio oficiando de señalador. ¿Su autor? Santo Tomás. “Me ayuda a pensar el orden natural”, dijo.
El Libro Negro de la Nueva Izquierda presenta una visión masticada, lista para ser consumida. Como todos los que se proponen ser el libro negro de algo, no ofrece reflexiones. Pero por sobre todo, no hay deseo, no hay lugar para el goce o el placer; todo está puesto al servicio de lo dado, lo natural. Todo tiene explicación. Es la picadora de carne de Pink Floyd ensamblada en la UCEMA: serás como debas ser. O serás excluido.
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Inglaterra y Croacia juegan un partidazo. La segunda semifinal del mundial se definirá en un alargue y Cecilia Pando tiene la mejor ubicación de todo el bar de Mendoza y Vuelta de Obligado, justo enfrente al televisor, pero en ningún momento me va a sacar la mirada de encima. Su atuendo combina con su currículum: lleva campera verde militar y no para de sujetar su cartera, un cuadrado negro con cadenas que se le estacionan en su cuello, como si se la fueran a arrancar en cualquier momento. Regala pocas sonrisas y cambios de postura, aunque mantiene un tono amable. Lo va a hacer únicamente en los momentos donde recuerde a un Agustín Laje joven. Le brillarán los ojos.
—Lo quiero. Es un orgullo para mí —dice Pando.
Pando conoció a Laje cuando este tenía entre quince y dieciséis años. Fue un 5 de octubre, en un acto homenaje a las víctimas del terrorismo en Argentina. Laje se les acercó para darse a conocer y hacer preguntas.
—Me sorprendió—dice Pando—. Esos temas eran un tabú, nadie se animaba a decir nada. Que se acerque de la nada un chico tan joven y curioso…
Unos años después, antes de cumplir dieciocho, Laje habló en uno de esos actos. Después se empezaron a ver menos: “Él empezó a prepararse, pero siempre estuvimos en contacto”.
La señora que hizo de la convicción una bandera política y de vida no tiene dudas. Ahora, los que combatían a los guerrilleros deben combatir al feminismo. El terreno también cambió.
—Las redes sociales ahora tienen un papel fundamental. Agustín pudo llegar a muchísimos jóvenes. Fue muy silencioso. Se juntaba, charlaba, los dejaba hablar. Se ganó ese lugar.
El 11 de mayo de 2018 a Cecilia Pando no le alcanzó el brazo para hacer un paneo y filmar a todos los que hicieron una cola interminable para entrar a la presentación de Márquez y Laje en la Feria del Libro. Fue uno de los eventos más concurridos y sin dudas el más polémico: mientras más de mil personas permanecían dentro de la sala, cientos esperaban en la puerta y afuera, sobre la avenida Santa Fe, otros cientos de manifestantes cantaban “a donde vayan los iremos a buscar” mientras agitaban pañuelos verdes. Cecilia Pando jamás se imaginó que un evento de semejante magnitud pudiera ocurrir. No estaba en sus planes. Cuando lo conoció, Agustín Laje era un proyecto condenado a la marginalidad.
Después del escrache, Laje salió en comunicación telefónica en la señal de TV A24, entrevistado por Eduardo Feinmann. Fue su primera incursión televisiva en un medio de Buenos Aires.
Antes de saludarlo, Eduardo Feinmann juntó las palmas en forma de rezo.
—Otra vez las feminazis.
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Es enero y el barrio de Cañitas se está poniendo naranja. Agustín Laje aparece justo cuando la crew que lo espera pronuncia las primeras palabras de impaciencia. Laje camina junto a su novia, desde el fondo de la interminable República de la India, a la que atraviesa mirando hacia arriba, como si estuviera en un Planetario, buscando referencias numéricas. Lleva puesta una remera blanca estampada, un jean y unas zapatillas con cuadrillé negro y gris que le imprimen al resto de su look un estatus de adolescente. Nos registra sólo cuando está a unos pasos de chocarnos. Saluda con la mano y sonrisa parca; su novia reparte besos y desliza una sonrisa apenas más amable.
La pareja se encuentra en Buenos Aires haciendo unos trámites y la visita se extendió, en parte para tomarse unos días y en parte para que Agustín, Agus, resuelva unas entrevistas que tenía pendientes. La mayoría con youtubers que no quisieron contentarse con tenerlo por Skype y lo esperaron. Hoy le toca grabar con un youtuber al que apodan Manu, que en la espera se la pasó hablando sobre su banda de rock. El look de Manu: remera negra con una calavera, dos anillos de cuero y varios tatuajes: una frase en letras hebreas, más símbolos religiosos que desconozco pero no me animo a preguntar y un pez tipo illuminati, entre otros. Manu bien podría atender un local del segundo piso de la Bond Street pero, por esas vueltas que tiene la vida, en veinte minutos va a estar hablando sobre el significado de los grafitis que pintaron los universitarios parisinos en mayo del ‘68 con un cordobés que hizo todo el viaje hasta la Capital para hacerle sentir que -aunque tenga más de una decena de compromisos pendientes- él está ahí, encerrado en un bar oscuro de una tarde veraniega que brilla, para escucharlo a él y a nadie más que a él.
Los dos camarógrafos, uno de ellos el bajista de su banda, se preocuparon tanto por las luces del bar que descuidaron otro foco de problemas para el vídeo: el youtuber quedó ubicado frente a un espejo y no para de mirarse, arreglándose el pelo como si estuviera en su camarín. Laje ya está sentado del otro lado de la mesa, con la mirada clavada en quien va a ser su entrevistador; su novia está sentada en una mesa de los alrededores, con la mirada clavada en su celular.
El youtuber decide comenzar con algo que, avisa, los diferencia.
—Decime Agustín, ¿por qué te molestas en dar argumentos?
Laje le responde que llegó el momento de explicar que “el pasto es verde”, que la derecha abandonó el campo intelectual y se lo dejó a los zurdos, gente que “maneja muy bien las palabras y las ideas” y que tienen poder, y que cualquiera que busque ganar la batalla cultural tiene que pelearla. Pero con argumentos. Le reconoce, de todas maneras, que así como hacen falta tipos de derecha en las universidades también hacen falta tipos como él, un youtuber apasionado que le comunique a otros públicos, con menos interés en esos temas, y lo felicita por el trabajo que hace, que es un honor estar charlando con él. No se toma pausas, pero intercala con ejemplos, la mayoría de ellos citas a autoras feministas que busca contrarrestar.
En los cortes, el youtuber aprovecha para distenderse con Laje. Le pide a su novia, una modelo rubia altísima que también es youtuber y que entró al bar hace un rato, que pida más cerveza “y después andá a la cocina a limpiar, eh” dice a modo de broma, buscando cómplices. Chistes del mismo tono se vuelven a repetir. Pero Laje no se inmuta, no se ríe. El no vino acá para eso. Sigue sentado, quieto, con los ojos clavados en la misma silla que ahora está vacía. Cuando el youtuber regresa y las cámaras vuelven a encenderse, Laje continúa con su interlocución. Llena los vacíos que dejó en los bloques anteriores y aumenta las citas y referencias bibliográficas. El youtuber ha dejado de seguirlo. Ahora apenas asiente con la cabeza y busca llevarlo hacia otros ejes, menos teóricos.
Después del segundo corte, Laje cambia su actitud. Comienza a entrar en lugares comunes, a los cuales su entrevistador lo viene invitando desde el comienzo. Que el progre ama a Starbucks y los iphones pero dice odiar al capitalismo. Que se contradicen, que odian leer. Que son burgueses acomplejados. Que la izquierda no resuelve problemas. Que Facundo Arana y Cacho Castaña. Que en Estados Unidos esto, que en Estados Unidos lo otro. Laje no sólo se ríe: también propone. La charla ya es otra. Se dio por vencido. El youtuber, de todas formas, está consiguiendo lo que se había propuesto. Lo que sus seguidores van a ir a buscar. Una entrevista exclusiva con Agustín Laje. The one and only.
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El patriarcado existe, está presente en todos lados. Pero hay ámbitos en donde aparece matizado. La casa de Agustín Laje es uno de esos espacios. Allí, donde convive con su madre y dos de sus tres hermanos, no hay zonas grises. Manda ella.
—Me alcanzaría para irme a vivir solo, pero entre las conferencias que tengo que dar paso casi la mitad del año afuera. Sería antieconómico —dice Laje, que todavía quiere esperar para considerar un proyecto de vida con su novia.
Con su padre tienen una relación distante. Tanto él como sus hermanos lo ven -a veces su madre lo invita a cenar a la casa- pero todo termina ahí.
—Es un buen tipo pero jamás nos ha dado bola —dice.
Por lo demás, los Laje Arrigoni son una familia típica del Poder Judicial cordobés. Conservadora, católica y clase media con intervalos media-baja. El padre se pasea por los juzgados de la provincia; la madre es empleada municipal. Cuando está en Córdoba, Agustín la acompaña los domingos a misa. Sus hermanos han devenido hippies y ateos. El todavía conserva la tradición familiar.
Lo dice con orgullo, pero con la necesidad de reafirmarlo: Agustín Laje trabajó siempre. Arrancó a los catorce años, haciendo changas cibernéticas. Allí se dio un primer baño de mercado: si las empresas cobraban diez lucas por una página web, él las cobraba tres. Como le salía bien y quería seguir haciendo guita, decidió estudiar ingeniería en sistemas. La beca en la universidad militar en Washington obligó a un cambio de planes. Laje volvió al país como un soldado más: con la convicción de que tenía que hacer algo por la derecha. Se anotó en ciencia política, en la Católica de Córdoba. Aplicó para una beca y no se la otorgaron: “Me dieron a entender que si mi casa no era una villa no había beca”.
Como no hubo, tuvo que aumentar el ritmo de trabajo. Llegó a tener cuatro laburos en simultaneo; uno en un teatro, donde una temporada le armó el camarín a Susana Giménez. La diva le quedó chica: un par de años más adelante comenzó a rodearse de actores de Hollywood. Fue en Utah, donde se realiza el festival de cine Sundance. Laje resolvió los gastos de su educación haciendo temporadas en hoteles de Estados Unidos, donde tomaba más de dos turnos. Conoció a Harry Potter y a Peter Parker. No le significó nada.
Cuando ese problema se resolvió, apareció el de la exposición pública. Dice que hasta ahora no sufrió ninguna agresión en persona, aunque en un #NiUnaMenos en Córdoba recibió una foto de una pintada que le deseaba la muerte. No le dio miedo. A su familia sí.
Laje no se modera: lo cuenta todo, pero para decir algo más. Todo tiene un por qué. Si habla de su familia es para decir que laburó. Si cuenta lo de los actores es para hablar de Estados Unidos y su libro. Y lo dice tomando un té de hierbas, que tranquilamente podía haber pasado desapercibido, pero no: lo tiene que explicar. Laje está tomando un té de hierbas porque en el 2013 le diagnosticaron una gastritis crónica. Lo obligaron a cambiar la dieta, aunque la birra no se negocia. Fue a partir del libro que presentó con Márquez, Cuando el relato es una farsa, donde atacaban al kirchnerismo. Tuvo un pico de estrés. Dice que fue perseguido por los servicios de inteligencia. Que con Márquez se tenían que avisar cuando se escribían por Facebook porque los mensajes ya aparecían leídos. Lo sabe, asegura, porque tiene contactos en la SIDE.
—¿Cómo llega un pibe de las afueras de Córdoba a tener en un par de años contactos en los servicios de inteligencia?
—Eso no te lo puedo contar.
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Aunque sus videos y eventos puedan demostrar lo contrario, Laje detesta usar traje. A nuestro segundo encuentro llega con una remera gris, bermudas por debajo de sus rodillas y las mismas zapatillas cuadrillé del otro día.
Esta vez prometió tiempo, que en la agenda de Laje se traduce en una hora y pico. Si ya es difícil encontrar respuesta por mail o whatsapp -hay que perforar constantemente hasta encontrarlo en línea- reunirse físicamente con él es casi una odisea: Laje es invitado recurrente de fundaciones de toda la región, principalmente del Caribe –de tinte más católico- y en Miami, donde se destaca en los círculos anticastristas.
Le pregunto por el encuentro del otro día, del cambio de postura abrupto. Laje contesta sin reparar en el youtuber.
—Hay muchos públicos, distintos tipos de gente a la cual uno tiene que llegarle y hay muy pocos que pueden hacerlo. Entonces yo muchas veces tengo que pasar de una postura más seria a una más descontracturada, porque en el fondo lo que tengo que lograr es que el pibe, que entra por esos chistes, en un momento diga “me hacen falta más argumentos” y me mande un mail, que es lo que pasa muy a menudo.
Esto, que dijo literalmente en la primera respuesta de la entrevista, es el método Laje.
Entre Twitter, Facebook y Youtube Laje promedia los 100 mil seguidores –“es poco” dice, con razón y sin falsa modestia- y hace poco sumó Instagram, el único espacio virtual privado que le quedaba y que ahora acumula más de 60 mil seguidores. Es Twitter, sin embargo, su red preferida. Su perfil hace caso omiso a la regla no escrita del microclima tuitero, en la que no está bien visto retuitear elogios. Antes Laje retuiteaba todos, ahora se modera y lo hace con las cuentas mediáticas -Eduardo Feinmann, Amalia Granata y otras figuras conservadoras de la región- y mantiene la cuota constante de jóvenes que lo veneran, entre los cuales figuran miles de mujeres, que van desde los quince hasta los veinticinco años, y que lo etiquetan en fotos con proclamas del estilo Agustín Laje me representa. En sus tweets ataca y satiriza a las feministas -las llama “feminazis”- como lo hace con todo el ecosistema progresista. Hace poco sus cruces tuiteros empezaron a levantar cabeza: se chicaneó con Jorge Rial y Lali Esposito, cuentas con millones de seguidores.
—Si yo quiero cosechar más seguidores no encuentro otra manera que hacer troll. Y mucha gente entra por el troll, pero después busca formarse.
El avance del movimiento feminista le dio a Laje una trascendencia que nunca tuvo. Comenzó a ser el punto de referencia para los jóvenes que no solo no se identificaban con el movimiento sino que buscaban contrarrestarlo, encontrar una salida. Laje les dio un marco teórico y le aportó un condimento esencial a esa reacción: la épica. El producto Laje se vende como revolucionario, que en la jerga de sus seguidores se traduce en “políticamente incorrecto”. Su planteo podría resumirse del siguiente modo: hoy la izquierda, donde se ubica el movimiento feminista, es el status quo, es parte del sentido común; ¿qué joven no quiere rebelarse contra el status quo?
El feminismo también lo insertó a Laje en un marco occidental, donde los sectores conservadores se repliegan ante el “peligro” que supone el progresismo cultural. Aunque él busque separarse –se considera más formado que el resto- el perfil de Laje no difiere mucho del de otras figuras jóvenes de derecha en la región, como la guatemalteca Gloria Álvarez o el chileno Alex Kaiser. El horizonte sigue estando puesto en Estados Unidos, donde los sectores reaccionarios se renovaron con la llegada de una nueva derecha denominada “Alt Right” (derecha alternativa) que aflora en blogs y foros en los que proliferan teorías conspirativas con fuerte componente racista y xenófobo y que ha sido un pilar importante de la campaña de Trump; y también de otros jóvenes de derecha vinculados a la academia, como Ben Shapiro, un abogado de Harvard ligado al lobby de ultraderecha israelí y conocido por la frase “Facts don’t care about your feelings” (a los hechos no les importan tus sentimientos) que utiliza como munición contra diferentes minorías en televisión -es invitado recurrente en CNN- y en otros espacios de mayor calibre. Laje no solo ha adoptado la frase sino que se siente cómodo cuando sus seguidores le enrostran ser el “Ben Shapiro argentino”.
Pero a Laje solo le importa el feminismo en tanto lo considera como una de las banderas de la “nueva izquierda”. Su foco está puesto en generar un espacio abiertamente de derecha, donde los jóvenes puedan identificarse con esa corriente. Pasar de la épica al orgullo.
Cree que hay una sola manera de ganar la batalla cultural.
—A la derecha la reventó la falta de formación. No hay intelectuales de derecha. No hay. Lo que hay son think tanks liberales que a mi juicio son una vergüenza.
Lo dice con experiencia: Laje pasó por varios del país y de la región. Eso lo llevó a crear Fundación Libre, a la que distancia de otras por tratarse de un espacio de formación política e intelectual “de verdad”, pero que integra la red de think tanks liberales a nivel nacional y latinoamericano. Libre concentra sus esfuerzos en Córdoba y alrededores. Mientras funciona como caldo cultivo para los jóvenes de su provincia, Laje también la utiliza para organizar eventos y proyectarse a nivel regional –ha participado de conferencias junto a la Red Atlas, la organización estadounidense que brinda apoyo y financiamiento a los think tanks de derecha en todo el mundo.
—¿Y el PRO?
—Soy crítico con ellos. Les digo “globoludos”. Supuestamente su intelectual orgánico es Alejandro Rozitchner, que es un vendehumo total. Es un tipo al que yo considero como progre; y más allá de eso es una vergüenza que esté cobrando por dar cursos de autoayuda.
Agustín Laje se jacta de tener una biblioteca con más de mil ejemplares: un 80% de ellos son de autores de izquierda. Los libros de derecha lo aburren: se siente más a gusto con Foucault o Zygmunt Bauman. Admirador de Carta Abierta, dice que su autor preferido es Ernesto Laclau.
—Yo creo que una estrategia hegemónica entre liberales, conservadores y nacionalistas pueden darle un sentido, no al pueblo, sino a la resurrección de la derecha.
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Todos los miércoles y sábados, cuando Sol Prieto termina de dar su clase de Sociología en el CBC de Parque Centenario, sus alumnos se le acercan. Algunos preguntan por los temas de siempre -fechas de parciales, regularidades, dudas sobre la clase- y otros le llevan lecturas o debates extracurriculares. Hace un tiempo le advirtieron sobre un libro “que no le iba a gustar” pero que generaba curiosidad. Era el libro de Laje y Márquez. “Hasta ese momento pensaba que se trataba de un fenómeno de internet, bien de nichito. Ahí me di cuenta de que hay una inserción bastante importante de este mensaje en los jóvenes”, dice Prieto. Para la autora de El fin del mundo, el libro sobre el Papa Francisco, el discurso de Laje es similar al del catolicismo integral en cuanto a la moral sexual y reproductiva. “Todos estos enunciados se enmarcan siempre en una reacción, y no son nuevos en nuestra sociedad. Aparecieron en las dictaduras militares y volvieron a emerger a partir de la ley de divorcio. La parte más hegemónica de la Iglesia hoy no adhiere a esa narrativa”, dice Prieto.
Agustín Laje comenzó a ser tema de debate en el progresismo a partir de una entrevista en Furia bebé, el programa de Futurock conducido por Malena Pichot. Laje fue consultado por su teoría acerca de que el feminismo radical conduce a la pedofilia. “Cuando dijo ‘los travestis viven mejor que nosotros’ no pudimos soportarlo y cortamos”, recuerda Pichot. El episodio es parte de los grandes hits del currículum mediático de Laje, que prueba, según él y sus seguidores, que las feministas no pueden superarlo en un debate. Para Pichot, en cambio, esto responde al hecho de que sus teorías son “delirantes”, maquilladas con un falso marco teórico y discurso académico pero sin sentido alguno.
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Nicolás comenzó a frecuentar el foro Taringa a los doce años; ahora tiene veintidós. Llegó a Laje después de leer su nombre en varios posts que lo idolatraban.
-Ahí al tipo se lo tiene como un dios. Vi cómo lo nombraban en los comentarios y me generó curiosidad. Busqué sus videos, me pareció muy inteligente.
Ya no entra más al foro: ahora le contagió el hábito a su hermano. Pero ante el advenimiento de un debate tan sensible como el de género, Nicolás reivindica a la voz de Laje como necesaria, al tratarse de una visión distinta de la que todos coinciden. “Se lo intenta tapar. Lo atacan, buscan aislarlo. Eso no suma al debate”, dice.
—Me parece alucinante, una mente brillante, que se ha convertido en un fenómeno. Lo tiene bien ganado —dice Iván Carrino, economista con pasado en la Fundación Libertad y Progreso.
En los círculos liberales, a Laje se lo empezó a conocer a partir de la publicación de su primer libro sobre los 70. Comenzaron a seguirlo.
—Sus artículos me gustaban, pero lo que realmente me fascinaba era la cantidad de compartidos que tenía en Facebook. Se decía que el pibe era un furor —recuerda Carrino.
El núcleo duro de sus seguidores se siente parte de un movimiento. Suelen invocarlo a Laje con la misma agresividad con la que este se manifiesta en Twitter. Está presente en varias biografías de la red, junto a hashtags del tipo #FeminismIsCancer (el feminismo es cáncer) y emojis como el corazón celeste, símbolo de los “pro vida”. Los libertarios, distinguidos por la insignia de la serpiente, lo consideran como el referente indicado para “dar la batalla cultural”, mientras que lo ubican al lado de otro fenómeno de esos espacios, el economista Javier Milei. Ambos son amigos y, pese a renegar de su ego, Laje lo considera como el brazo económico de su proyecto. De modo inverso, los libertarios conciben a Laje –desprendido de su mentor- como el brazo político del suyo. Sus intervenciones televisivas aparecen en los mismos canales de Youtube, que suelen titular los videos con los términos “DESTROZA” o “HUMILLA” para referirse a sus interlocutores, generalmente progresistas.
El propio enfrentamiento con Malena Pichot fue titulado con el calificativo “destroza” y los memes que lo ilustran reproducen una escena donde Laje está golpeando a Pichot, que permanece tirada en el suelo, gritando. Cuando le señalé la agresividad que se plasmaba en episodios como este, Laje respondió de inmediato.
—Es como gritar un gol de la selección argentina. Acá está planteada una guerra donde mi bando, digamos, la viene perdiendo por goleada desde hace mucho tiempo. Hemos estado tan reducidos a la nada, que metes un gol y decís "la destrozó".
La gente que recurre a Laje tiene motivos para sentir que el partido está perdido. Pero entonces aparece él, con su antología de Gramsci cotizando al alza en una story de Instagram, para decirle al señor y a la señora, al pibito que no quiere deconstruirse un carajo y a la pibita que “sororidad” le suena más a un tema de Casi Ángeles que a otra cosa, al conductor de TV que quiere seguir mostrando culos y tetas, al publicista que quiere seguir siendo el número uno, a Pando, a los que necesitan aferrarse a lo que ya conocen, a los del pañuelo celeste, a los que están convencidos que son ellos quienes luchan contra el establishment, que los partidos se pierden, pero las batallas culturales no terminan nunca. Mejor aún: que se pueden ganar.
Antes de despedirnos, Laje desenfunda el teléfono y me muestra su última conversación de Whatsapp con alguien que le pide argumentos. Es una chica que promedia los veinticinco.
—Mirá, no se ve muy conservadora —dice, haciendo zoom en la foto.
Laje le envía links de libros. Como un médico trucho, receta libros a medida. Antes de mostrarme el final del mensaje, desliza una sonrisa traviesa.
—Le di La cultura en el mundo de la modernidad líquida, de Bauman. Es que estudia cine…
Agustín Laje quiere dar la batalla en todos los frentes.