14 de junio de 2018
El grito eufórico del “lado verde” apareció de golpe y con fuerza detrás de las vallas, y los llantos comenzaron a escucharse. Reunidos en el centro de la calle lateral al Congreso de la Nación, los anti-derechos se pusieron a cantar el himno nacional, rezaron un padrenuestro. Antes de desconcentrar expulsaron sus penas frente a las cámaras de televisión:
- Ahora los tachos de basura van a estar llenos de embriones, y ellas serán las responsables. ¡No permitan esto! ¡Egoístas! ¡Feminazis! ¡Quieren matar inocentes!
Así se desahogaba una mujer, indignada, mientras un chico rubio con bombachas de gaucho y boina seguía:
- Hitler quería abortar personas con discapacidad y ahora ellas, en 2018, quieren hacer lo mismo.
Después de 27 horas de debate en la Cámara de Diputados, la victoria había quedado del otro lado del campo. Los pocos manifestantes que permanecían de este lado de la plaza siguieron la votación arrodillados. Algunos besaban el suelo. Y los murmullos del Ave María empezaban a escucharse cada vez más fuerte, con los fieles que rezaban pegados a sus celulares: este bando no tenía su pantalla grande.
Durante la desconcentración, unas chicas con pañuelo verde cruzaron Hipólito Irigoyen y pasaron frente a una imagen de Jesucristo pegada a la pared. Algunos empezaron a correrlas al grito de “¡Asesinas! ¡Hijas de puta!”. Un hombre se acercó lo suficiente como para empujarlas, pero ellas no aceleraron su andar. Unas mujeres de celeste pidieron calma y respeto. Los policías cercaron la zona hasta que la gente diera por terminada la jornada.
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Una marea de pañuelos se levanta con fuerza y arrasa y viste los cuellos, las muñecas, las piernas, las espaldas de los miles y miles de cuerpos que marchan y se alzan en las cuadras que rodean el Congreso de la Nación. Separados por un cordón de seguridad están los pañuelos verdes, apropiados a favor de la ley de aborto. Y los celestes, rosas y albicelestes, apropiados por quienes están en contra.
A las 8 de la mañana empezaron a llegar los primeros manifestantes anti derechos: un grupo de mendocinos que con los ojos bien cerrados rezaron la primera oración de la jornada frente al Congreso. Hacían la performance religiosa a la vista de los diputados que empezaban a caer al recinto. Después se sentaron en su esquina emblema, ahí en la puerta del bar Victoria, y mate en mano desplegaron una bandera argentina de un centenar de metros que ocupaba la mitad de la avenida Entre Ríos y decía en grande Mendoza y tenía mensajes de aliento para sus compañeros de lucha y también para los diputados. ¿Cuál era su plan? Esperar a los legisladores hasta el fin de la sesión y entregarles esta bandera firmada por correntinos, santafesinos, sanjuaninos, bonaerenses y porteños que quisieron tener su espacio y escribir sobre tela patria. “Una Nación que mata a sus hijos es una Nación sin futuro”, rezaba una de las inscripciones.
“Entendemos que ellas pueden elegir sobre su cuerpo, sí. Pero no cuando están embarazadas, ésa es otra vida, otro cuerpo que se está formando. No podemos matar a un inocente”, dijo Roxana González, vocera del Frente Joven de Mendoza que volvía a mencionar una y otra vez la marcha en contra el aborto que hicieron el domingo pasado en su provincia, a la que fueron más de 50 mil personas.
Al lado de Roxana, sobre Hipólito Irigoyen, había dos carpas enfrentadas por una lona blanca que golpeaba y golpeaba fuerte al compás del crudo viento de otoño. Del lado de las vallas, decoradas con pancartas y trazos infantiles en hojas oficio, un gazebo donde convocaban a las más chicas, que se agolpaban en el piso con cartulinas rosas y fibras y crayones, a ponerle dibujos y palabras a su lucha. A un costado, un cura celebraba una misa breve, con el cádiz apoyado sobre una mesa de plástico cubierta con un mantel marrón y un cartel: “5to. Mandamiento: No matarás”.
Todos cantaron juntos Pescador de hombres.
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A las 3 de la tarde la esquina de la plaza de los dos Congresos se puso más candente, con un globo con forma de zeppelín blanco que volaba y promovía la salvación de las dos vidas, sombrillas celestes agitándose, un tender con ropa de bebé y pulovercitos tejidos a mano, carteles que decían “Abortar no te libera de ser madre, te hace madre de un hijo muerto”.
Coreaban:
“Dicen que no tienen vida,
dicen que no tienen voz,
acá están los que cantamos,
por la vida de los dos.”
“El feminismo argentino quedó atrasado respecto al resto del mundo. Las feministas de Estados Unidos, que fueron pioneras, ya son ´pro vida´, porque se dieron cuenta de que el aborto terminó siendo una opresión para la mujer más que una liberación. Ellas entendieron que sólo beneficia a la pareja violenta, al tipo que se quiere desentender, al patrón, al violador”, repetía Camila Duro, ubicada en la carpa de prensa.
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La mayoría de los manifestantes cayó alrededor de las 6 de la tarde. La convocatoria del movimiento que los representa y agrupa a más de 150 organizaciones de todo el país, Unidad Pro Vida, indicaba juntarse a esa hora en la esquina de Entre Ríos e Hipólito Yrigoyen. La resistencia incluía un line up programado hasta las 9 de la noche.
El escenario, ubicado sobre Entre Ríos y Moreno, a la hora pautada estuvo listo.
Mientras tanto, los vendedores ambulantes no daban abasto haciendo negocio con las hamburguesas con huevo frito, las papas fritas calientes, los sánguches de bondiola y queso, los pañuelos celestes y las remeras a favor de la vida. “No vendí ninguna remera todavía, pero los pañuelos vuelan. Yo estoy acá porque estoy en contra de este proyecto, pero igual me parece que los pañuelos verdes salen más”, dijo la vendedora.
Las voces empezaron a escucharse desde el escenario. Coty y Ale, los presentadores, dieron la bienvenida a “la marcha que defiende los derechos humanos de todos”, que se pronuncia en contra de “un proyecto de descarte”, que fomenta “el aborto de niñas y adolescentes a espaldas de sus padres” y la “eliminación de personas con discapacidad”. Después invitaron a sumarse a los representantes de todas las provincias y a los Médicos por la vida. Otra vez se cantó el himno nacional pero con la cuadra repleta de chicos y grandes que agitaban los carteles y las banderas rosas y celestes a favor de la vida.
Después llegó el turno de Viviana Canosa. La conductora de televisión subió al escenario y convocó a sus colegas a no tener miedo de hablar porque “el futuro de nuestros hijos está en juego”. También pidió un fuerte aplauso para los hombres: “¡Aguanten los hombres! No estamos en contra de ellos, hay muchos acompañándonos. ¡Salvemos las dos vidas!”. Luego dio pie a los testimonios de hijos dados en adopción “que hoy viven porque sus madres no los mataron” y de hijas de violación que “pudieron transformar violencia en amor”.
La calle estaba ocupada pero las veredas permanecían liberadas para que se pudiera circular con tranquilidad. Por ese pasillo también había muchas chicas repartiendo bolsas rosas que se inflaban con un poco de aire y viento, otras que juntaban la basura del piso y la metían en los tachos de basura, y otros que se subían a los containers para poder ver de cerca lo que pasaba arriba del escenario. Circulaba también el diputado salteño Alfredo Olmedo, que después de pronunciarse en contra del aborto salió del recinto y empezó a repartir remeras amarillas que decían “Estoy a favor de la vida”; las pibas se las ponían encima de los uniformes de sus colegios, entre ellos el católico Sagrada Familia, o las agitaban mientras cantaban “Viva la vida” al ritmo de los bombos y los platillos de sus compañeros.
Pasadas las ocho de la noche, Canosa arengó el tuitazo #NoAlAbortoEnArgentina y #SalvemosLasDosVidas, para que los diputados lo escuchen. Un rato después dio inicio a unos de los momentos más esperados: una mujer embarazada subió al escenario, desabrochó su campera, levantó la remera, se acostó sobre una camilla. Le hicieron una ecografía en vivo para que todos pudieran escuchar los latidos del corazón que salían de su cuerpo. Durante la fiesta, siguió aumentando el número de pañales y leche en polvo colectados para donar a fundaciones que trabajan contra la desnutrición infantil.
En el medio de la calle unas monjas (las “Hermanas Franciscanas”) rezaban el rosario con los fieles que se acercaban. Entre ellas estaba Verónica, abogada y docente llegada desde San Juan con su hija Trini, en una caravana de colectivos. “Lo que escucho en los medios es que hay mujeres de clase media resentidas porque tuvieron que pagar para hacerse un aborto y no quieren seguir pagando, quieren que sea gratuito. Y cada vez que ven a una mujer inteligente que sigue creyendo en la maternidad, se enojan. Tampoco lo justifico en el caso de violación: el sufrimiento de una mujer violada ya está, ya pasó y no hay vuelta atrás, ni su cuerpo ni su psiquis quedan bien, y un aborto sólo le agregaría otro trauma.”
También estaban por ahí los “Hermanitos del Cordero”. Parecían personajes escapados de El nombre de la Rosa. Ambos usaban hábitos celestes, confesaban a los concurrentes. Detrás suyo caminaba Alelí, representante de la Iglesia El Encuentro; vino desde Luis Guillón, provincia de Buenos Aires, con otros jóvenes de su parroquia. Para ella, “la plata no es el problema. Hay mujeres pobres que no mataron a sus hijos, que los dejaron nacer, y hoy esos hijos trabajan y juntos pueden salir adelante”.
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La vigilia se hacía cada vez más difícil con el frío que cortaba la piel. Ni los ponchos color camel y bordó que abrigaban a los manifestantes anti derechos hicieron posible el aguante.
A las 3 de la mañana solo quedaban unos 7 pibes jugando a la pelota en un costado, otros parados alrededor de un fuego precario hecho con maderas de cajón de verdulería, un vendedor de café y mate cocido. En la carpa grande había unas cien personas, algunas sillas para las señoras.
A las 6 de la mañana, una de esas señoras recibió las malas noticias que llegaban del recinto y pidió a los gritos:
- ¡Estamos muy ajustados! Vayan todos a rezar afuera, lleven sus rosarios.
Mientras acataba la orden, Roberto Díaz, un joven de La Pampa que vino a Buenos Aires para estudiar en la UBA, advertía: “Dicen que si la ley no se aprueba nos vienen a correr. Tenemos que estar preparados”. Un cura empezó a tener convulsiones; cuando se organizó su traslado al hospital Ramos Mejía los oradores pudieron continuar:
-Ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.