Con cartones, bolsas, cintas y una delicadeza paciente, los “Misioneros de Francisco” terminaron de embalar las 40 vírgenes que volverán a las capillas de los barrios bendecidas por el Papa.
El martes 7 de julio, en la sede del Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) del barrio de Constitución, decenas de personas esperaban y conversaban sobre lo que se viene. Se abrazaban, reían, agradecían a Dios. Eran cerca de las once de la noche y faltaba más de una hora para la salida programada. Algunos llevaban horas allí.
—La religión y la política son dos espacios distintos pero tienen lugares de encuentro: la verdad, la paz, la justicia. A mi no me parece raro que vayan de la mano.
El cura Eduardo Farrell, de la Parroquia Sagrado Corazón, de la localidad de Cuartel V de Moreno, ve con entusiasmo los gestos del Papa en Ecuador, sus expresiones de afecto con el presidente Rafael Correa.
Farrell es uno de los referentes del grupo de 84 “Misioneros de Francisco” de Córdoba, Santa Fe, Mendoza, San Juan y Buenos Aires que en dos colectivos partirán hacia a Caacupé, una de las ciudades paraguayas que visitará Francisco. Con un poco de suerte, el viaje durará un día completo. Se estima que un millón de personas cruzarán en las próximas horas la frontera rumbo a Paraguay.
En el origen de los “Misioneros de Francisco” está Emilio Pérsico. En agosto de 2013, el líder del Movimiento Evita y secretario de Agricultura Familiar de la Nación viajó a Roma para visitar al Papa y allí, con la confianza de una relación que había comenzado en los tiempos en los que Jorge Bergoglio era arzobispo de Buenos Aires, insistió en un viejo reclamo: la autorización de la Iglesia para abrir nuevas capillas en los barrios. Volvió con un “sí”.
La tarea entonces empezó por los barrios y por los militantes en los que el Movimiento Evita tiene mayor territorialidad. Pero muy pronto lo atravesó y lo desbordó: vecinos católicos sin pertenencia política y católicos decepcionados por la institución volcados al trabajo social encontraron una identidad común bajo el amparo de Francisco.
El Papa llegará a Paraguay el viernes 10 de julio. Será su última parada de la gira Latinoamericana, que ya pasó por Ecuador y sigue por Bolivia. El día de su arribo visitará al presidente Horacio Cartes y autoridades diplomáticas. El sábado la agenda papal combinará visita a hospital, misa multitudinaria en Caacupé (a 60 kilómetros de Asunción) y reuniones con representantes de la sociedad civil y la iglesia. El domingo Francisco recorrerá un barrio, hará la misa de “ángelus” (trasmitida a todo el mundo), almorzará con obispos y se encontrará con jóvenes.
A las 19 horas saludará desde la escalera del avión y partirá hacia Roma.
En Constitución, los curas hablan sobre tomas de tierras para familias sin vivienda en distintos lugares del país. El coordinador general del grupo reunió a los diez delegados en una oficina y avisó que las noticias no eran buenas:
—No es un viaje fácil y nosotros somos la contención. Vamos a un lugar donde van a haber dos millones de personas y tenemos que estar juntos ayudándonos. Ya ahora necesitamos contención: arrancamos con un percance con uno de los micros que parece que no llega hasta la madrugada. Así que sepan que así empezamos, pero no vamos a perder el orden de la organización.
Las risas se apagaron.
—Si rezamos fuerte, va a llegar. Va a llegar. No se preocupen —dijo Yésica Escobar, 25 años, militante del Movimiento Evita y delegada de Tres de Febrero.
Ella, como muchos de los que esperan los colectivos, cree en una iglesia territorial, que “se hace desde abajo y para los de abajo”.
—Ahora, cuando lo anunciemos al grupo, sepan que va a haber preocupación. Así que vamos a comer y a rezar para levantar el animo a la gente.¿ A alguien le falta el rosario? Tenemos rosarios bendecidos por el Papa para todos. ¡Vamos, vamos, vamos que Francisco nos espera! —agitó Lucas, el más joven de los líderes del grupo.
Los delegados salieron de la oficina en la que estaban reunidos dándose animo para comunicar a los peregrinos que esperaban afuera, con las mochilas y los bolsos cargados de ropa, bolsas de dormir, comida y objetos para bendecir.
De dos parlantes gigantes comenzó a sonar “Cristo vive, Cristo vive”.
Todos cantaron.
En otro salón se organizaba la cena: sandwiches de milanesa y gaseosas para todos. Recién después de la cena, Lucas, avisó a todo el grupo que ninguno de los dos colectivos llegaría hasta las siete de la mañana.
—No nos olvidemos que este es un viaje de alegría y esperanza; una aventura de la nueva Iglesia que estamos construyendo. Este es un obstáculo que vamos a sortear, pero no nos bajoneemos. Somos misioneros de Francisco.
Lo aplaudieron. Y, en medio del barullo, el padre Farrell retomó el aliento:
—Como todo peregrinar, este no está exento de dificultades. Somos toda gente sencilla, de barrios humildes. No podemos desaprovechar esta oportunidad que nos regala Dios de estar junto al Papa Francisco. Este es un viaje de fe. Los invito a rezar un Ave María.
Todos rezaron.
Después, se improvisó el campamento en la sede del CTEP. Las mujeres, todas juntas en uno de los salones; los hombres, en otro.
“Somos compañeros y compañeras que trabajamos en los sectores populares y que creemos que los valores del Papa son los que están en el corazón del pueblo”, dicen los “Misioneros de Francisco” en su carta de presentación. En esas líneas está reflejado aquel diálogo entre el máximo jefe de la Iglesia y el dirigente político, con las reflexiones e ideas que el padre Eduardo Farrell plasmó luego de 30 años de sacerdocio en un documento titulado “Ser cura en Cuartel V”. Los fundamentos se sintetizan así: la cultura popular sustentada en el sentido comunitario y el espíritu solidario es la fuente de esperanza frente a la cultura moderna y capitalista impulsora del individualismo, el secularismo y el consumismo, y que demuestra ser un modelo “no sustentable”. Sobre esa base, el camino es acompañar la religiosidad popular que “vive” en los barrios, evangelizar, volver a acercar a los “alejados, pero no enojados”.
A las 6 de la mañana, de noche y con niebla, se levantaron los primeros y organizaron el desayuno. Con la llegada puntual de uno de los colectivos, se pusieron en marcha. Había mucho por cargar: las vírgenes en primer lugar, de a una, con mucho cuidado; después los víveres "secos" para los 5 días: arroz, fideos, galletitas, alfajores; los colchones inflables y los infladores; guitarras, bombos y parlantes; por último, cientos de ejemplares del suplemento especial que editó el periódico Miradas al Sur con la “Laudato si”, la reciente encíclica papal sobre el cambio climático y los poderes económicos.
Amanece en Constitución. Los Misioneros de Francisco aplauden y festejan la llegada del segundo colectivo.
Al fin, salimos.
Marcelo “Bombín” Ibarra viaja en la primera fila del piso superior, ladeado por una virgen de poco mas de medio metro de alto; la única que no viaja embalada.
—La fe es alegre pero conoce de sacrificios. Por eso la tenemos a ella y tenemos también los bombos.
Bombín tiene 42 años, vive en una villa de San Fernando y dice que él es uno de los “expulsados” por una iglesia elitista y alejada de los pobres. Y que ahora volvió a creer.
—Volvimos por Francisco y cada vez somos más. Desde el primer día lo sentimos cerca.
Cuando los colectivos toman por la Panamericana quedan pocos misioneros despiertos. Todavía faltan 24 horas de ruta.