Ensayo

Peronismo y sindicalismo


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En Argentina, los dirigentes gremiales son legisladores, tienen universidades y presiden clubes de fútbol. Casi todos los candidatos presidenciales quieren tenerlos de su lado. A la vez, el sindicalismo vive una las fragmentaciones más grandes de su historia: existen cinco centrales obreras. Luego de tres gobiernos peronistas, ¿cómo queda el modelo sindical y cuáles fueron los logros y las asignaturas pendientes?

Fotos de interior: Eduardo Carrera y Agencia Télam

“Kirchner quiere que seas primer candidato a diputado nacional por el PJ”, le dijo Alberto Balestrini, intendente de La Matanza, a Víctor de Gennaro. Después de militar en la Confederación General del Trabajo (CGT) desde los años setenta, de Gennaro lideró la fundación de la CTA en 1991 y se alejó del Partido Justicialista. A partir del 2003, había compartido una relación política con el nuevo presidente, que adoptó medidas progresistas cercanas a su agenda. Antes de responder, escuchó a dos sus compañeros de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), Luis D´Elia y Edgardo Depetri, que intentaron convencerlo para que participara con ellos en las elecciones legislativas del 2005. Finalmente, no aceptó la postulación. En octubre de ese año Cristina Fernández de Kirchner le ganó la senaduría de la Provincia de Buenos Aires a “Chiche” Duhalde y el Frente Para la Victoria consolidó su núcleo “K”. Todos los sindicatos se prepararon para un nuevo ciclo político en el peronismo.

La CGT, unificada, era conducida por un triunvirato: Hugo Moyano (Camioneros), José Luis Lingeri (Aguas Sanitarias) y Susana Rueda (Sanidad), la única mujer que encabezó la confederación en su historia. El triunvirato discutía con Lavagna un aumento del salario mínimo y le pedía intervención a Néstor Kirchner. El objetivo era subirlo a 630 pesos. En los países vecinos también se respiraban nuevos aires sindicales: dos líderes gremiales habían llegado a la presidencia de Brasil y Bolivia.

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Diez años después, el sindicalismo argentino atraviesa una de las fragmentaciones más grandes de su historia: existen cinco centrales sindicales, la CTA se dividió en dos y la CGT en tres, millones de trabajadores no están sindicalizados, ni registrados en la seguridad social (el 34%) y se mantienen altos los niveles de precarización laboral. También se puede decir, en este mundo globalizado, que el sindicalismo argentino, en todas sus variantes, es un vigoroso sobreviviente de una época antigua, conocida como de la solidaridad social y mantiene niveles de afiliación y poder social difícilmente detectables fuera de Escandinavia. Algún observador aseguraría su dependencia a la orientación política del Estado para subsistir, porque el ministerio de Trabajo y el Poder Judicial regulan fuertemente sus actividades (Ley 23551). Otro atacaría ese argumento: cada sindicato apoya en estas elecciones nacionales de octubre a quien desee, independientemente de la presión que ejercen sobre ellos: el Frente para la Victoria, el PRO, el Frente Renovador, o a todos a la vez. Están aquellos que consideran la falta de libertad sindical en el país y a los gremialistas como meros representantes de la patronal. Un analista les apuntaría: la ley no obliga la afiliación sindical y, a partir de dos fallos de la Corte Suprema de Justicia, todos los delegados tienen protección, sin importar si su gremio es el más numeroso y, por eso, según dice la misma ley, poseedor de la “personería” y de los derechos. Todos concuerdan: las empresas no facilitan la tarea sindical y la boicotean cuando pueden. Unos comentaristas mencionan: hay dirigentes con cuarenta años frente a sus organizaciones libres del pueblo. Otros, que los secretarios generales son votados sistemáticamente por sus adherentes. Además, después del 2001, gran parte de la vieja guardia, primera línea de los sindicatos tras el regreso a la democracia representativa en 1983, se jubiló y muchas asociaciones están coordinadas por una nueva generación. Entonces, ¿Qué queda de la CGT después de tres gobiernos del FPV?

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El sindicato nacional más antiguo de la Argentina, La Fraternidad de conductores de trenes, tiene 128 años. La Unión Cívica Radical nació cuatro años después; el Partido Socialista, nueve. La CGT, fundada en 1930 en la sede de la Unión Ferroviaria, es quince años mayor que el peronismo. Cuando fue electo por primera vez en 1946, Juan Perón recibió el 70% de sus votos de origen sindical. Ellos recibieron de regalo de la Fundación Eva Perón, el edificio racionalista que es su sede en el imaginario colectivo. Lo inauguraron hace 65 años, un 18 de octubre de 1950. Desde sus orígenes, en la CGT hubo dirigentes justicialistas, radicales, comunistas, troskistas, anarquistas, católicos, socialdemócratas, nacionalistas, sionistas, tradicionalistas, masones y de la mezcla de varias de esas corrientes, como es característico en las tradiciones políticas argentinas, mestizas e híbridas todas.

Lo que se conoce en la actualidad como modelo sindical o sindicalismo fue reformulado con las leyes durante el primer gobierno peronista (1945-1955) y creció exponencialmente. En 1941 había 441.132 afiliados, en 1954, 2.256.580, en 1983, 3.916.375, un nivel que hoy recuperó tras años de desindicalización. Este conjunto de normativas y nuevas institucionales laborales, dotaba de derechos al sindicato con más cantidad de afiliados por cada rama de actividad, aunque en la práctica, en muchos casos, dos asociaciones “legales” competían por los mismos afiliados, como ATE y UPCN o SMATA y la UOM. Esos conflictos se mantuvieron durante los últimos años y, por ejemplo, la Federación de Camioneros incorporó afiliados que se encontraban previamente en el convenio colectivo del comercio. Sus miembros pasaron de 50.000 a 160.000, los de la construcción de 60.000 a más de 300.000.

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Antes de 1943, se fundaron 35 de los gremios nacionales que existen hoy y, entre ese año y 1976, 65 más; la mayoría de los nuevos fueron industriales. En la actualidad, aunque de distinto grado, hay 1636 con “personería” y 1623 con “inscripción”, con menos derechos, y se establecieron, en los años del kirchenismo, 60 por año, es decir, 650 en total. Sin embargo, casi todos ellos son locales, de fábrica o con escaso peso.

Entre 2003 y hoy se crearon aproximadamente 6 millones de puestos de trabajo y el mercado laboral se dinamizó. En el 2015, según datos oficiales del ministerio de Trabajo, había un 40% más de obreros en la industria manufacturera, 56% más en servicios sociales, 27% en las finanzas, 30% más de transporte que quince años atrás. Ese crecimiento se distribuía con ascensos del 23% en el Gran Rosario, 35% en el Gran Buenos Aires y 40% en el Gran Córdoba. Más de 4 millones de trabajadores están dentro del régimen de negociación salarial colectiva entre los trabajadores, empresarios y el Estado, restablecido en 2004. En los principales 27 convenios nacionales celebrados en el 2015, la variación entre puntas registró en promedio un incremento del 32% con una dispersión comprendida entre el 27% y el 39%.

Desde 2012, dos CGT opositoras (Azopardo, liderada por Hugo Moyano, y Azul y Blanca, por Luis Barrionuevo), la CTA disidente (conducida por Pablo Micheli) y aliados de izquierda, que creció en varias comisiones de fábrica y en términos electorales, realizaron paros generales, con epicentro en el transporte y en la administración pública. Pero la dinámica de los conflictos gremiales alcanzó a todas las actividades: educación, salud, puertos, alimentación, entre otros. Los trabajadores fueron al paro para presionar por aumentos salariales, mejoras en las condiciones de vida y cambios políticos. Sin embargo, la mayoría del sindicalismo permaneció en la CGT Alsina, en el Frente Para la Victoria y produjo estructuras partidarias para acompañar la candidatura presidencial de Daniel Scioli. Por ejemplo, UPCN y SUTERH son pilares de las unidades básicas FPV en Ciudad de Buenos Aires. Por otro lado, Hugo Moyano creó el Partido de la Cultura, la Educación y el Trabajo y, Gerónimo Venegas, el Partido Fe, en un intento de disputar la representación partidaria de los peronistas al PJ y al FPV. Los resultados electorales les fueron adversos y tanto Moyano como Venegas terminaron apoyando la candidatura de Mauricio Macri, por la coalición Cambiemos. Un tercer grupo de sindicalistas, entre los que se encuentra Facundo Moyano, diputado nacional, líder de los trabajadores de los peajes y de la Juventud Sindical, se acercó al Frente Renovador y a Sergio Massa.

En resumen, hay más trabajadores activos y jubilados, creció el número de afiliados sindicales y los gremios tienen nueva infraestructura de bienestar, mejores instituciones laborales y los obreros sindicalizados apoyan, con autonomía, a diferentes partidos. Persiste la desigualdad de género en los salarios y en los lugares de trabajo, aunque se actualizó la normativa. El mundo del trabajo continúa como uno de los epicentros de la cuestión social a resolver.

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Las relaciones entre el sindicalismo, es decir, la representación colectiva de los intereses de los trabajadores, y la democracia, en tanto forma de organizar los conflictos y el gobierno de la sociedad, son complejas. Están expresadas legalmente en la ley de Asociaciones Sindicales, que establece los límites del Modelo Sindical Argentino. Hoy está en disputa por múltiples actores que quieren modificarla.

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“La democracia todavía está débil”. Debería “incorporar a los que están fuera del sistema”. El “modelo sindical necesita pequeños ajustes”. Eso dice Diego, joven delegado de los trabajadores metalúrgicos en una fábrica de autos franceses. Hijo de un obrero, cursó hasta tercer año de ingeniería en la UNLP y es el único en su familia en entrar en una organización sindical. Hace unos meses, en una encuesta a delegados de base de la CGT sobre su percepción de la democracia, se les preguntó por las que consideraban sus asignaturas pendientes. También por el modelo sindical vigente desde 1988. Por último, cómo vislumbraban su futuro personal. Quienes respondieron eran de origen industrial, de servicios y estatales.

 “Se vive en extrema libertad”, contestó Luis. “La democracia saldó sus deudas más importantes”. “El sindicalismo puede aportar a la unidad nacional”. “El modelo sindical es dinámico”. Con treinta y un años, es delegado desde hace cuatro del sindicato del vidrio. Bonaerense, hijo de un policía, estudió hasta segundo año de la escuela secundaria y se proyecta “como empleado en la misma fábrica, pero en un puesto mayor”. Los jóvenes sindicales de esta muestra expresan su porvenir sin el horizonte de ascenso social que caracterizó los imaginarios sociales y la historia de nuestro país en el siglo XX. Aspiran a conservar el puesto de trabajo y, tal vez, ascender dentro de él. El progreso personal es visto como la posibilidad de mantener los espacios sociales conseguidos. El mismo fenómeno ha sido registrado en otros países occidentales.

 “Muy nueva, pero le falta tiempo”. Su gran deuda es con “la educación”. El modelo sindical es “bueno”. Opina Facundo, de treinta y seis años, delegado del sindicato de docentes técnicos en la Ciudad de Buenos Aires e hijo de un metalúrgico. A los cincuenta se ve “como director de la escuela”. De forma masiva, los nuevos sindicalistas aprecian el sistema de gobierno, lo consideran aún joven y necesario. La democracia para ellos, cumple con sus expectativas.

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Para María, se adeuda “la pobreza y el trabajo en negro”. “El sindicalismo podría ayudar a reducirlo”. Considera que el modelo sindical es “personalista”. Delegada del sindicato de obras sanitarias de Buenos Aires, tiene treinta y un años, su abuelo llegó a intendente y es la primera en su familia en ingresar al sindicalismo. Se recibió en la UNLP en hidrografía. Los encuestados, en general, consideran que las leyes sindicales son buenas, que podrían mejorarse, pero manteniendo el sindicato único por rama de actividad. Además, que la participación interna de los grupos que conforman sindicatos paralelos debería tener más espacio en sus organizaciones.

El debate sobre cómo organizar este tipo de relaciones es constitutivo del sindicalismo en Argentina y expresa los vínculos sociales que trabajadores y gremialistas logran establecer con otros grupos sociales y partidos políticos. En la práctica, el modelo sindical está en transformación por las modificaciones de la Corte Suprema y la habilitación de nuevas asociaciones. Una vez, el histórico bibliotecario de la CGT, Mario Gasparri, dijo que ya no importaba si el modelo cambiaba o no, sino cuándo se plasmarían legalmente las modificaciones producidas y cómo los sindicalistas actuarían al respecto. Además, qué aliados sociales movilizarían para enfrentar esa situación. En definitiva, decía, ya intentaron alterarlo con escaso éxito en varias oportunidades a lo largo de los últimos 70 años.

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Recen tres veces por día, no solamente una, les dijo el Papa Francisco. Todos los integrantes de la comitiva de la CGT Alsina que lo visitó en Santa Marta, rieron. Trabajen por la unidad del sindicalismo, les pidió el excardenal de Buenos Aires. Fue el 26 de noviembre de 2013.

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Este encuentro era impensado en décadas anteriores. De origen de socialista, la CGT y sus sindicatos fueron históricamente críticos de la Iglesia Católica, con la cual competían por la base popular de representación. Sin embargo, tras la muerte del presidente Perón en 1974, y el apoyo de algunos obispos a los dirigentes gremiales durante última la dictadura cívico-militar -plasmado en la consigna “Paz, Pan y Trabajo”- ambas dirigencias comenzaron un acercamiento simbolizado en la reunión del Papa con la cúpula de la CGT.

No fueron los únicos que visitaron a Francisco. En noviembre de 2014, de Gennaro, militante católico de toda la vida, y Micheli también lo hicieron. Seis meses después, Pablo Moyano le regaló una camiseta del Club Atlético Independiente al obispo de Roma. Una evidencia más, como diría el sociólogo Fortunato Mallimaci, en El mito de la Argentina Laica, del “sueño del papa propio” y del modus viviendi compartido por oficialistas y opositores.

En septiembre de 2015 los medios de comunicación publicaron una “selfie” del mitín de la unificación de grupos de las dos CGT mayoritarias. En la misma se veían felices a Gerardo Martínez, Guillermo Pereyra (petroleros cuenca neuquina), José Luis Lingeri, Héctor Daer (Sanidad) y en el centro a Hugo Moyano y el posible candidato de unidad, Juan Carlos Schmid, de Dragado y Balizamiento. Sin embargo, líderes como Antonio Caló y la UOM, parecen lejanos de esa estrategia y buscarán mantener el peso en la CGT que obtuvieron en los últimos años. En el intramundo sindical, todos los actores, sin importar gremio, partido o color de pelo, dialogan, negocian, acuerdan y disputan entre sí. Por eso siempre pueden recomponerse los vínculos dañados, como está pasando hoy. Hay comodines que ofician de puentes entre ellos, que conocen sus trucos, mañas y lenguaje sentimental. Florentín “Chiqui” Maldonado, fallecido recientemente y mítico compañero del Padre Mujica, fue uno de ellos.

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Cuando la República Argentina festejó su Centenario, las actividades sindicales eran ilegales, perseguidas y desarrolladas por grupos pequeños pero intensos. Cuando celebró su Bicentenario, había plena vigencia del derecho laboral y sindical y asociaciones de trabajadores con cientos de miles de afiliados. Tras la crisis del 2001, la Argentina volvió a convertirse en uno de los países donde los dirigentes sindicales tienen mayor presencia social a nivel mundial. Son presidentes de equipos de fútbol, parlamentarios e intendentes. Tienen universidades, canales de televisión y obras sociales.

Casi todos los candidatos presidenciales quieren tenerlos de su lado. ¿Qué estarán pensando los líderes sindicales sobre el acuerdo económico Transpacífico de Cooperación Económica, que impactará decisivamente en la economía nacional? ¿Y sobre los vínculos con China o Brasil? ¿Estarán a favor o en contra de seguir una estrategia industrializadora, con los costos sociales que ello implica? ¿Intentarán, como manifestaron en varias oportunidades, que un sindicalista llegue al sillón presidencial? Tres gobiernos del FPV terminan y, como escribió Sebastián Etchemendy, estamos ante el “retorno del gigante”. Sin embargo, en un mundo globalizado y de enormes corporaciones económicas, los “gigantes”, sin aliados sociales, no suelen llegar muy lejos.

*Revisión, informe y corrección: Sonia Budassi