Abuelo Oscar:
¿Dónde estás? Nunca nos entregaron tu cuerpo. Sé que estuviste en La Perla. Y el resto es ausencia. Te conozco por los relatos de mamá. Y ahora entre estos papeles. Hace un año ella me dio una carpetita azul con algunas cartas, poemas y fotos. Intento recuperar tu historia. ¿Pero qué dirías si conocieras la mía? Busco conocer el hombre que has sido, mientras intento ser el hombre que soy, en este cuerpo. Porque yo también a veces soy un hombre, aunque toda la vida me hayan dicho lo contrario.
Este poema es tuyo pero podría haberlo escrito yo. ¿Quién soy? Mi búsqueda en lo trans empieza con esa pregunta. Había un libro en casa, de tapas verdes, lo habían hecho las Abuelas. Se llamaba así: “¿Quién soy yo?”. Esa pregunta me habilitó a replantearme todo. En la adolescencia me pregunté si realmente yo era lo que la sociedad me decía que era. ¿Te hiciste esa pregunta, abuelo, cuando empezaste a militar? ¿Cuando te animaste a ser otra cosa que la que eras?
¿Qué es ser una mujer? ¿Qué es ser un varón? ¿Soy heterosexual? No me identificaba con nada de aquello que se espera de una mujer. Hoy somos muches, pero en aquel momento no conocía a nadie como yo. En internet encontré información sobre la posibilidad de haber “nacido” mujer y sentirse diferente. Le pedí a mi familia y amigas amigos que me llamen él o elle.
La pregunta me sigue habitando, y sé, cómo vos, que estoy “en continua evolución”. Porque -por ahora- tengo derecho a la identidad. Y a la identidad de género. ¿Sabías que las Abuelas contribuyeron a la incorporación del derecho a la identidad de la Convención de los derechos de los niños, niñas y adolescentes?
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Me contaron en casa que naciste en San Cristóbal, Santa Fé y te fuiste a vivir a Córdoba.
Te secuestraron el 17 de agosto de 1977, mientras estudiabas para ser arquitecto en la Universidad de Córdoba. ¿Sabes que estudio Psicología, como mamá, en la UBA?
Laburabas para una empresa constructora. ¿Sabes que yo tengo trabajo en blanco en el Congreso de la Nación gracias al Cupo Laboral Trans? Aunque hoy esa ley está en peligro y tengo miedo de quedarme en la calle.
Sé que eras militante gremial del Sindicato de Luz y Fuerza. ¿Sabías que milito en el espacio de géneros de mi gremio?
Tenías 27 años, yo hoy tengo 24.
Negro. Así te decían ¿no? El Negro Ruarte. Eras artista. Te gustaba dibujar. Eras poeta. Pero tu pasión era el teatro. ¿Sabías que hago teatro hace años? Los títeres. La militancia. Así conociste a la abuela, a Mirta, la negra. ¿Sabías que a mí algunas personas me decían la Negra? Eso era antes, claro. Ahora me dicen el Negro, como te decían a vos.
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Mamá me contó que la abuela y vos se conocieron haciendo teatro. Se fueron para el conurbano de la Ciudad de Córdoba, a Villa El Libertador porque no querían actuar solo para la clase media. En 1973, Jorge Romero, Lito Aguirre, Mario Rodriguez, la abuela Mirta y vos, integrantes del grupo de teatro Estudio Uno, fundaron un proyecto político cultural con los vecinos y vecinas del barrio. Mamá dice que querían pensar y hacer del teatro y la producción artística una herramienta de participación y organización vecinal. Levantaron el Centro Cultural Villa El Libertador. ¿Sabés que hoy sigue estando?
Lo que comenzó como un anhelo de “cambiar esta mierda”, sigue en pie. Tiene más de 50 años. La verdad abuelo, fui pocas veces, mucho menos de lo quisiera. Pienso que ustedes serían muy felices si pudieran verlo. Está la murga Vientos del Sur, reconocida en toda Córdoba. Hay talleres de teatro, de danza, de circo, un taller de cine comunitario y ciclos de cine. Todo por y para las personas de Villa El Libertador.
El centro sigue ahí. A pesar de sus desapariciones. Lito es el único que sigue vivo. Pero el lugar siguió sufriendo otros ataques. Intentaron tirar abajo el edificio durante la dictadura, cuando los militares fueron a buscarlos y no los encontraron, les rompieron todo el techo. En los conflictos en los 90, hubo tensiones entre las viejas y las nuevas generaciones por la organización del centro. Hoy lo dirige una mujer. A Lito no le gusta tanto eso. ¿Qué pensarías vos de eso, abuelo? Al fin y al cabo, lo importante es que el centro sigue ahí. ¿Y sabes por qué, abu? Porque muchas personas, durante cincuenta años, siguieron estando presentes. Pusieron el cuerpo, energía y tiempo en sostener ese lugar soñado por ustedes.
Es un laburo, sí. Como la memoria. Que se hace todos los días: se ejerce, se trabaja. También te afecta. Te cansa. Hay momentos, ahora cada vez más, en que parece que nos vencen. Que nos gana el desaliento. A veces siento que además de tener los mismos anhelos tenemos los mismos enemigos.
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La abuela Mirta y vos también militaban en el Ejército Revolucionario del Pueblo. Me contó mamá, cuando eras adolescente y estaba obsesionado con la revolución sandinista, que vos te habías ido a entrenar al monte tucumano. Ustedes se defendieron de la violencia a su modo, con las armas. Con todo lo que está pasando ahora, a veces me dan ganas de hacer lo mismo. Pero hoy tenemos otro camino andado. La democracia nos dio otros triunfos. Pero ahora está cada vez más débil esa democracia. Otra vez vivimos con miedo.
Todos los días, en las redes, en la radio o en la tele, atacan lo que soy. Intento revertirlo en cada conversación que tengo. En cada oportunidad, alzo la voz. Me acerqué a los feminismos en 2014. Ahí descubrí el colectivo LGBTTNBI+. ¿Sabías que alrededor de 400 personas desaparecieron en la dictadura por el simple hecho de ser de la comunidad? ¿Sabías que a las travestis las metían presas solo por caminar por la calle hasta los 90? Milito por la importancia de que seamos todos iguales. ¿No fue por eso que ustedes abrieron el Centro con los vecinos? La manera que yo encontré fue charlando y debatiendo en todas las instancias posibles. Participé de marchas, encuentros y talleres. Dí capacitaciones de género a trabajadores legislativos y concejales de todo el país. Laburé mucho tiempo con grupos de adolescentes, en un espacio donde hablábamos de ESI y derechos humanos. Milité el cupo laboral trans. “Cuando una travesti entra al Estado, cambia la vida de esa travesti. Cuando muchas travestis entran al Estado, cambia la vida de toda la sociedad”, decía Lohana. Hoy, el gobierno de Milei quiere sacar todas esas leyes que salvan vidas. ¿Qué harían ustedes, abuelo?
Creo que todos los días milito, aunque no participe orgánicamente en una organización. (Está difícil la representación política hoy en día). Cuando voy a la facultad, porque quiera o no, los problemas sociales irrumpen en el aula. Porque nos sobrepasa. A veces paso por cursos para charlar con los estudiantes. En todos lados hay una urgencia. El año que viene me recibo de psicólogo y la salud pública está en riesgo. No hay presupuesto para abrir la facultad, tomamos el edificio.
También milito cuando voy a mi trabajo en el Congreso. Porque todas las semanas nos enteramos de que encuentran alguna manera para hacerle la vida más difícil a los laburantes. Porque desmantelaron la Secretaría de DDHH, y las áreas que investigan y aportan información para la restitución de nietos. Porque quieren vender los terrenos de sitios de memoria. ¿Sabías que a mamá le echaron de la secretaría después de trabajar por 15 años? Porque salgo de mi oficina y veo como le pegan a una jubilada. No puedo hacerme el boludo. No puedo mirar para un costado. Participo de asambleas. Saco fotos en movilizaciones, voy a casi todas.
El gobierno de ahora manda por decreto. No respeta la Constitución. No ejecuta el presupuesto para educación y salud. Deja toneladas de comida para que se pudran. Elige como enemigos a los más vulnerables. Nos condena a una vida de miseria. En 2015 se tomó una deuda a 100 años con el FMI. A ese lo conoces ¿no, abuelo? En tu época intentaron lo mismo. La miseria planificada.
Milito para que los que nos condenaron a la miseria no puedan avanzar. Para que los trabajadores y trabajadoras puedan llegar a fin de mes. Porque quiero que los niños puedan jugar. Que los jóvenes puedan estudiar. Que las travestis puedan tener una vida digna. Que los barrios populares puedan tener condiciones dignas de vivienda. Que todos puedan disfrutar de una obra de teatro, de una canción. Tener una casa propia. La felicidad del pueblo argentino anhelo. ¿No es lo mismo que vos querías abuelo? ¿No te desaparecieron por eso?
¿Sabías que se creó una organización de derechos humanos de mi generación? Se llama Nietes. Aún no me animo a participar orgánicamente. Me cuesta estar tan cerca de eso. Me duele. Ojalá me anime pronto. Soy muy sensible abuelo. No sé cómo hicieron ustedes para aguantar tanto.
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Tu mamá, mi bisabuela Amalia Pérez, te buscó siempre. Desde el 17 de agosto de 1976, el día que te secuestraron. ¿Sabías que la abuela fue fundadora de Las Madres de Plaza de Mayo en Córdoba? Según relatos de tus compañeros, te secuestraron en tu casa, estabas con tu novia, vos y la abuela Mirta ya no estaban juntos. Por lo que te pasó a vos, la abuela y mamá se tuvieron que ir de Córdoba. Se fueron a Villa Ballester, en Buenos Aires.
El 31 de octubre de 1977 secuestraron a la abuela Mirta y a su compañero, Alberto. Mamá tenía una hermanita, Laura, que tenía solo tres meses en ese momento. Fueron a su casa, secuestraron a Alberto, que estaba ahí. Mirta y mi mamá volvían de pasear cuando, desde una esquina, vieron cómo se lo llevaban. Pegaron la vuelta. Mamá tenía cuatro años. La abuela las escondió, a ella y a la tía, en la plaza y fue al encuentro con los miembros del ejército que la buscaba.
A mamá y a la tía Laura las anotaron como NN, como si las hubieran abandonado. Las separaron. Mi mamá fue a un hogar de niñas en City Bell y la tía a Casa Cuna. El juzgado de familia de San Martín llevaba su caso.
Un día de 1978 Carlos Sfiligoy e Inés Taucar fueron al juzgado porque querían adoptar. Les entregaron a Laura. Mi tía. Una trabajadora del Juzgado les comentó que esa beba tenía una hermanita y que, de casualidad, estaba en el edificio, porque otro matrimonio quería conocerla para considerar la adopción. Ese día se formó una familia, Carlos, Inés, Tatiana y Mara (ella decidió quedarse con el nombre adoptivo).
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Sé quién es mi familia, de dónde vengo y cómo me siento. Aunque hay algunos baches que aún los sigo descubriendo. Siempre supe de dónde venía, pero mamá no. Fue criada por los abuelos que desde el primer momento apoyaron la búsqueda de su identidad. Creo que te podrías haber llevado muy bien con ellos.
En 1980, Carmen -la mamá de Mirta- y Amalia -tu vieja- ya estaban organizadas y la buscaban. Reconstruyeron dónde podía estar a partir de información que les llegó del exterior. Un cura tercermundista, alumno de Inés, se fue a vivir a Canadá y desde allí mandó una carta a las abuelas contando los detalles. Cuando Carmen y Amalia encontraron a Mamá, ella tenía ocho años. Amalia le dijo que ella era su abuela, ella no les creyó. O no podía aceptarlo. En la segunda visita las reconoció. Después hicieron un arreglo: mamá y la tía vivirían con Ines y Carlos y sus abuelas las visitarían todos los meses.
La militancia de mamá empezó ahí. La tía Mara no quiso saber nada. Mami fue la primera nieta recuperada por Abuelas de Plaza de Mayo. ¿Sabías que hoy hay 139 hijos de desaparecidos que recuperaron su identidad? A mamá no le pasó por suerte, pero la mayoría de ellos fueron apropiados. Hoy los seguimos buscando. Lo hacen las Abuelas, aunque quedan pocas, están viejitas ya. Las siguen los HIJOS (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) y pronto nos va a tocar a nosotres
Mamá trabajó mucho tiempo en “Abuelas”, como psicóloga. Cuando era un niño me llevaba con ella al trabajo. Tuve la suerte de poder crecer ahí. Las abuelas me cuidaban. Me regalaban caramelos, monedas. Estela, la presidenta, me conoce como Kitty Kitty, ni me acuerdo por qué, pero así quedó.
Hicieron tantas cosas. ¡Incluso crearon un índice de abuelidad a partir de un descubrimiento de la genética que ayuda a poder recuperar identidades! Fueron parte impulsora del juicio a los responsables del genocidio. Y, como te conté, contribuyeron a la redacción del derecho a la identidad. ¿Sabés que en 2012 una ley estableció el derecho a las personas a ser reconocidas por su identidad de género autopercibida? Hoy Milei la quiere derogar.
Hago propio eso que escribiste: “No voy a parar hasta que todos seamos iguales”. ¿Qué hubieras pensado en aquel momento de mi identidad? ¿Qué pensarías hoy?
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En los 90 mamá empezó a militar en HIJOS. Se organizaron para exigir juicio y castigo a los responsables de los delitos de lesa humanidad. Hicieron escraches, marcharon. Tiraban huevos a los genocidas que andaban muy tranquilos por la calle. Y funcionó, porque se juzgaron a muchos. Videla murió cagando en la cárcel.
Crecí con todo esto. Yendo de abuelas a un escrache, de una marcha, a un acto o al centro cultural de ustedes, iba y venía. Un 24 de marzo, con cuatro años, le pregunté a mamá: “Ma, ¿por qué vamos siempre a Plaza de Mayo?”. Me contaron que a ustedes se los habían llevado los militares por pensar distinto. Entendí con total naturalidad que había que seguir marchando. Poniendo el cuerpo. Por esos cuerpos que no están, como el tuyo. Como lo hago todas las semanas, por los cuerpos que seguimos acá y que de muchas formas intentan desaparecer. Y como lo hacemos cada 24 de marzo. Somos miles y miles de personas que demostramos la importancia de la construcción de la memoria colectiva, de recordar por qué luchaban ustedes y hacer algo con eso.
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La primera vez que conté esta historia fue en la escuela, en 2006. Ahí siempre se hablaba de política. Pasé el otro día y había un pañuelo gigante -el símbolo de las abuelas- en la puerta de la calle, hecho por los alumnos. Nunca me había encontrado con gente que me confrontara. Siempre hubo consenso en que lo que le había pasado a nuestra familia era terrible.
Crecí acostumbrado a ver a la presidenta de la Nación abrazada a Estela de Carlotto, al presidente de la Nación bajar los cuadros de genocidas en la ESMA. Vi transformarse lo que fueron centros clandestinos de detención en sitios de memoria. Era normal para mi repudiar la dictadura. Eran naturales para mi la memoria la verdad y la justicia (así se resumió el pedido de justicia por vos y los 30.000 compañeras y compañeros que dejó la dictadura cívico-militar-eclesiástica).
Estaba seguro que todo el mundo pensaba lo mismo, que los militares eran malos y que las abuelas eran unas heroínas. Pero estaba equivocado. En 2017 me di cuenta que existían personas que buscaban impunidad, no eran fachos aislados. Ahí sentí miedo por primera vez. Con el Fallo Muiña de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. El 2x1. Te escribí esa vez también. ¿Te acordás? Decía algo así:
“Abuelxs: tengo miedo.
No quiero terminar como ustedes.
No quiero cruzarme por la calle a los culpables de su desaparición.
No quiero que queden impunes.
No quiero que el gobierno los defienda.
Quiero que se tome conciencia.
Quiero que haya juicio y castigo.
Quiero ser libre y no tener miedo,
abuelxs.
Lxs extraño.”
No hay que dejarse estar. Hay que militarlo todos los días porque ahora tenemos un gobierno que reivindica a los responsables de tu desaparición, aunque hace 40 años se los está juzgando por crímenes de lesa humanidad. Sí, ¡los juicios siguen! Aún hay muchos nietos por recuperar. El juicio por tu desaparición y la de Mirta no avanza. Muchas familias aún no se animan a contar sus historias. Mamá lo hizo hace poco.
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La crueldad de los genocidas de los 70 se parece mucho a lo que vivieron mis viejos en 2001, cuando mataron a 39 personas por manifestarse en contra del gobierno de De la Rúa. Mi papá sacó la foto cuando la policía se llevaba detenido ilegalmente a un compañero de mamá de HIJOS. Hoy es senador de la Nación, se llama Wado de Pedro. Mientras lo metían en el patrullero se escuchó “Este es de HIJOS, lo vamos a matar”. Se salvó porque el patrullero chocó.
Se parece, también, a la que vivimos hoy. Si salís a manifestar tenes que llevar ropa cómoda para correr, un pañuelo e ir organizado porque te pueden detener las fuerzas de seguridad con la excusa de “atentar contra el orden democrático”, aunque después te liberen por falta de pruebas. Pablo Grillo, un fotógrafo que trabajaba hace unas semanas en la marcha de los jubilados hambreados por el ajuste, está luchando por su vida porque un gendarme le partió el cráneo con una granada.
Yo también saco fotos como mi papá ¿sabías?
El modelo económico también continúa: saqueo, colonia, pérdida de soberanía. Endeudamiento. Pasó en los 70, en los 90, en 2015 y ahora. Los discursos y las narrativas van cambiando, las herramientas de lucha son distintas. Pero es lo mismo. Miseria para el pueblo, concentración de la riqueza. Pero también deterioro del lazo social, de la comunidad. Mantenernos derrotados, inmóviles, sin capacidad de acción. Solos. Enojados. Deprimidos.
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¿Y si mi generación entendiera que la lucha viene de largo? ¿Que por lo que peleabas vos, abuelo, es exactamente lo mismo por lo que peleo yo ahora?
Vivimos rodeados de violencia. ¿Sabías que los libertarios, que ahora nos gobiernan, se pasean por la calle en falcons verdes en tono burlón?
De a ratos nos sentimos perdidos, desesperanzados.
Pero pienso en vos, en tu mamá, en mi vieja, en las abuelas. ¿Cómo no voy a luchar?
¿Cómo no me voy a organizar? Si los partidos políticos no están a la altura, hay que empezar por la organización popular.
Si la organización es popular es lazo, es ternura, es abrazo. Es imaginar “la apertura de una nueva sociedad”.