Crónica

Ventriloquía


Venancio y Gregorio vuelven del exilio

En los años dorados de la ventriloquia, los muñecos Venancio y Gregorio conquistaron el continente de la mano del ilusionista Emilio Dilmer. En 1983, cuando el artista murió de forma extraña, los dos muñecos que eran estrella de la radio y la televisión desaparecieron misteriosamente. Treinta años después, un portorriqueño los trajo a la Argentina. El cronista y ventrílocuo Daniel Riera fue testigo de la restitución y reconstruyó la historia de Dilmer, creador de latiguillos como “Tranquilo, Venancio”, que Hugo Chávez citaba en sus discursos.

Nancy Palaverccich, la hija del legendario ventrílocuo argentino Emilio Dilmer, había perdido la esperanza de abrazar a Venancio y a Gregorio, pero aquí está, frente a ellos, después de 30 años, y los abraza con la certeza de que nunca más volverán a separarse. Venancio es negro y niño; Gregorio es blanco y adulto. Están juntos, al fin, los tres, en el sótano de un bar de San Telmo. Nancy tiene 79 años y creía que ya no volvería a verlos. Los muñecos han viajado 14 horas y 20 minutos en avión, desde San Juan de Puerto Rico hasta Ezeiza.


Dilmer fue ilusionista y uno de los pioneros de la ventriloquia. Su éxito atravesó fronteras: fue reconocido en todo el continente y muy famoso en lugares como Venezuela y Puerto Rico. La foto más antigua de Emilio Dilmer junto a Venancio y Gregorio data, según su hija, de 1929. En la foto, en color sepia, Dilmer es un galán, con un porte similar a otros ventrílocuos famosos de la época, como el español Agudiez o el norteamericano Edgar Bergen.

Gregorio fue diseñado por el artista plástico Benito Quinquela Martín –uno de los mejores amigos de Dilmer– y por un ventrílocuo denominado Valmar o Valmer, del cual jamás pude, pese a mis intentos, averiguar nada.


Dilmer no llegó a trabajar en la televisión argentina: se fue del país antes de que existiera. En la Argentina, trabajó en programas de radio. Gregorio era de Boca, Venancio era de River, discutían sobre fútbol y Gregorio solía decirle a su compañero: “Tranquilo, Venancio”. El latiguillo quedó incorporado al habla de los argentinos, que durante décadas lo repitieron, incluso sin saber su origen. Hay, incluso, una canción de La Mosca que se llama así.


Todo esto lo supe mientras investigaba para escribir mi libro Ventrílocuos. Gente grande que juega con muñecos. Entonces conocí la historia de Dilmer y supe de la existencia de Nancy, su hija. Oliverio, mi muñeco, me acompañó en aquella primera exploración. Nancy me pidió que lo hiciera hablar. Cuando Oliverio habló, Nancy, que no veía de cerca a un ventrílocuo desde la última vez que vio a su padre, lloró.

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Un folleto publicitario que sobrevivió hasta nuestros días atestigua que Dilmer actuó en “Buenos Aires, Santiago de Chile, Bogotá, Lima, Nueva York, París, Ciudad Trujillo, San Juan de Puerto Rico, Caracas”. Dilmer trabajó en televisión (como Los Beatles y los Rolling Stones, estuvo en el famoso Ed Sullivan Show) y llenó grandes teatros. Fuera de la Argentina, su latiguillo más popular no era “Tranquilo, Venancio”.


–En medio de una conversación cualquiera –cuenta Nancy– mi padre le decía “Gregorio”, y Gregorio le respondía “Caballero Gregorio, distancia y categoría”, como pidiendo que se lo tratara con respeto.

Todavía mucha gente sigue diciendo “Distancia y categoría” sin saber por qué. Una famosa tienda de ropa de Venezuela usó ese slogan en sus campañas publicitarias.


Hacia fines de los 50, durante una emisión del programa Mis muñecos y yo, en Venezuela, Venancio le pidió a Dilmer que le comprara un kirikiri: una combinación de chaleco y pantalón de colores claros, muy usada por quienes desean vestir de elegante sport en los países tropicales. compuesto por un chaleco y un pantalón. Cuando terminó el programa, un emisario del dictador Marcos Pérez Jiménez –que gobernó Venezuela entre 1952 y 1958- los mandó a buscar y los llevó a un encuentro con su propio sastre, quien se ocupó de tomarle las medidas a Venancio. Días después, Dilmer recibió en su casa un kirikiri casi perfecto, excepto por un detalle: el sastre no tomó en cuenta que la vestimenta de los muñecos requiere un tajo a la altura de la espalda para que el ventrílocuo pueda manipular su mecanismo y hacer que el muñeco mueva la boca.


En 1964, en Puerto Rico, un adolescente llamado Carlos Maldonado vio a Dilmer en el programa de tevéRambler Rendezvous. La actuación lo deslumbró. Poco después, Dilmer se presentó en el auditorio de la Universidad de Puerto Rico, ante 1500 personas. Maldonado estuvo allí.


–Fue fabuloso. Había 1500 personas y Dilmer no usó micrófono en ningún momento. Una técnica formidable, un artista extraordinario. Hasta hoy es el mejor ventrílocuo que vi en mi vida.

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Separado de su primera esposa –la madre de Nancy– Dilmer vivió una vida bohemia, viajó por todas partes, se volvió a casar y el contacto con su familia se hizo un poco más espaciado. Recorrió el mundo y se convirtió en uno de los grandes ventrílocuos de habla hispana. En enero de 1983, a bordo de un crucero, Dilmer tuvo una hemorragia interna. Su hija dice que deberían haberlo bajado en el primer puerto para que recibiera la atención médica adecuada, y que eso no sucedió. Cuando lo bajaron, en Venezuela, ya era demasiado tarde para salvarlo. Nancy se enteró de la muerte de su padre en octubre de 1983, nueve meses después de ocurrida. Dice que se la ocultaron en función de oscuros intereses económicos.


Inspirado por ventrílocuos de la talla de Pepito Álvarez, Bergen, Paul Winchell y Dilmer, Carlos Maldonado decidió ser, él también, ventrílocuo. Su primer muñeco se llamó Lalo y era blanco; el segundo, Chucho, y era negro. Como Gregorio y Venancio. Allá por 1976, Carlos, Lalo y Chucho comenzaron a presentarse en la televisión portorriqueña. Fue en el show Pequeñeces, un segmento importante del programa ómnibus Dale que dale en domingo. Maldonado se dedicaba también a la dirección de televisión. Su número tuvo una gran aceptación popular, pero sin embargo, estaba disconforme. Cuando veía las grabaciones de sus shows se notaba duro, falto de gracia, aunque los espectadores pensaran otra cosa, y no soportaba los nervios que cada grabación le deparaba. Es más cómodo estar del otro lado de las cámaras, y Maldonado eligió eso. Al cabo de un tiempo, Carlos, Lalo y Chucho salieron de la cartelera de tevé. Aunque no ejerciera, su pasión por la ventriloquia no desapareció jamás: Maldonado viajó a convenciones internacionales, visitó el Vent Haven Museum, de Kentucky, coleccionó muñecos. Un día, hará unos 20 años, el ventrílocuo Tito Bourasseau le comentó que había una persona interesada en vender a Venancio y a Gregorio (No insista el lector: por expreso pedido de los protagonistas de esta historia, el nombre de esa persona no puede ser pronunciado aquí bajo ninguna circunstancia). Maldonado y el/la vendedor/a se reunieron y llegaron a un acuerdo económico. No fue difícil, Maldonado amaba a esos muñecos de cartapesta. Como vivía (vive aún) frente a la playa, los guardaba en un mueble con puertas de vidrio, para que el salitre no los afectara.

Así pasaron 20 años: Venancio y Gregorio estaban a la vista. Maldonado los sacaba para jugar, con todo el cuidado del mundo, se los mostraba orgulloso a las visitas, los limpiaba despacio con un trapo seco, los volvía a guardar.


En septiembre de 2013, Maldonado toma una decisión importante: donará a Venancio y a Gregorio al Vent Haven Museum. Un día del mismo mes descubre que en la Argentina existe un círculo de ventrílocuos. Se comunica por Facebook con el Civear, cuya cuenta es administrada por el mismo presidente del círculo, el ventrílocuo Miguel Ángel Lembo (Miguel y Pascualito). Le pregunta a Lembo si en el Civear han oído hablar de Dilmer, le sugiere la realización de un homenaje a ese gran artista argentino, y le informa que tiene a sus muñecos Venancio y a Gregorio desde hace 20 años y que piensa donárselos al Vent Haven Museum. Adjunta una foto suya con los muñecos.


Lembo recibe la noticia como lo que es: una bomba. Venancio y Gregorio, los muñecos argentinos más representativos en el mundo, siguen existiendo, y además están en perfecto estado de conservación. Los ventrílocuos argentinos lo ignorábamos; la familia de Dilmer, también.

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El presidente del Civear le responde a Maldonado. Le cuenta que supo de la existencia de Dilmer a través de mi libro, que luego en el Civear se le realizó un homenaje con la presencia de Nancy, su hija, y que también estuvo presente Fernando García Montalbán, hijo de Nancy, nieto de Dilmer. Maldonado se sorprende: ignoraba que Dilmer hubiese tenido descendencia. Lembo se la juega: le dice a Maldonado que entiende que los muñecos son de su propiedad, pero le pide que no tome ninguna decisión hasta no haber conocido en persona a la familia de Dilmer. Mientras tanto, pone en conocimiento del hecho a Fernando. El 27 de septiembre, por intermedio de Lembo, Fernando le escribe un sentido correo a Maldonado:


“Hola Carlos, es un gran gusto conocerte.


Este encuentro no es casual, Dilmer, mi abuelo, el gran artista, nos unió desde el más allá.


Mi nombre es Fernando Roberto García Montalban, Hijo de Nancy Isabel Palaverccich y Roberto Garcia Montalban, nieto de Emilio Palaverccich Fernandez, que también tenía como apodo El Pala o Palaver.”

En ese correo, el nieto de Dilmer narra la historia de su abuelo con Venancio y Gregorio. También le cuenta una gira de Dilmer que se inició en enero de 1982. El ventrílocuo había prometido a su familia que esa era la última y que se instalaría definitivamente en Argentina. Durante meses, Dilmer pierde contacto con su familia.


“En octubre del 83, exactamente el 3 de octubre de 1983, llaman por teléfono a mi casa, atiende mi madre. y estalla en llanto desesperado, cuando se calma apenas me decía “El Toto”. Ese era el apodo con que lo nombraba mi madre.


La llamaron de Venezuela unos amigos de mi abuelo, buscando algún familiar Palaverccich hasta que ubican a mi madre. Pero lo más extraño es que le mencionan como fecha del fallecimiento, el día 21 de enero del 83 (…).


Por esa razón viaja primero mi padre a Perú, encuentra los restos de Dilmer allí. Luego viaja a Venezuela. Mi abuelo tenía propiedades allí, pero no recibimos nada, los muñecos Gregorio y Venancio desaparecidos. Luego viaja mi madre con el mismo itinerario y supone que Gregorio y Venancio habían sido cremados con el cuerpo de mi abuelo. al menos, eso le dijeron. Mi madre tiene hoy 79 años, mi padre 92. El hecho de volver a tener en sus manos esos muñecos sería una gloria.”


Por último, el nieto de Dilmer apela a la sensibilidad de Carlos Maldonado para intentar la repatriación de los muñecos:

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“Carlos: queda en tus manos la gran decisión, donarlos al Vent Haven Museum o regresárselos a mi madre y a mí que nos corresponde por legítima herencia. (…) Sabras que hacer con Gregorio y Venancio y te agradezco desde ya por cuidarlos.
Se me ocurre que Dilmer hubiese deseado eso: que sus muñecos queden en manos de su hija o su nieto.(…)


Cualquier decisión ahora es tuya, te ruego consultes con tu corazón, considero que Dilmer te puso en aprietos. Debes ser buena persona. Un abrazo.


CUIDALOS POR FAVOR, NO PUEDO PARAR YA DE LLORAR. QUE DIOS TE BENDIGA.”


Para que no queden dudas acerca de la veracidad de sus dichos, Fernando adjunta fotos de los muñecos en su cuarto, una carta de su abuelo, fotos de Dilmer y una foto de sí mismo en la actualidad (el parecido físico entre abuelo y nieto es notable). Ese mismo día, Maldonado responde el correo a la dirección de Lembo.


Saludos Miguel: Por favor, envíeme la dirección donde voy a enviar por correo aéreo a Gregorio y a Venancio. Entiendo que es lo mejor y lo correcto de hacer. (…)


Por favor, envíele copia de este mensaje a la hija y al nieto de Don Emilio. Un fuerte abrazo y saludos cordiales.


Ahora sí, Fernando le comunica la noticia a su madre. Nancy le dice: Quiero hablar con ese señor. Nancy tiene miedo. ¿Qué se trae bajo el poncho ese señor que aparece de la noche a la mañana y se muestra dispuesto a entregar dos muñecos fabulosos que ha pagado con plata de su bolsillo, a una familia a la cual desconoce?

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Nancy y Maldonado hablan por teléfono. La hija de Dilmer comprende que no hay ninguna clase de segunda intención. Maldonado les va a devolver a Venancio y a Gregorio (no es que se los haya quitado, sino que los va a devolver a sus vidas) porque entiende que es justo y nada más (y nada menos) que por eso. En medio de la algarabía por la decisión de Maldonado, el Civear y la familia de Dilmer se ofrecen a costear los gastos del envío. El portorriqueño se niega y redobla la apuesta: traerá los muñecos él mismo, en persona.

El miércoles 30 de octubre, a las 6.20 PM, parte el avión de Copa con Maldonado, Venancio y Gregorio, hace una escala en Panamá a las 8.16 PM y arriba al aeropuerto de Ezeiza a las 9.40 Am del jueves 31 de octubre. Venancio y Gregorio viajan en la gaveta del equipaje de mano. La terquedad de un pasajero llega a poner en peligro el operativo: el pasajero intenta colocar su pesado bolso sobre el que trae a Venancio y a Gregorio. Maldonado no se lo permite.


–Lo que llevo en ese bolso vale más que este avión –le dice. Y el pasajero a regañadientes, corre su equipaje de mano.
Ese mismo jueves, por la noche, en el sótano del bar Telmo, de San Juan y Bolívar –donde nos reunimos los ventrílocuos del Civear el primer lunes de cada mes– se realiza un gran acto, con la presencia de todos los protagonistas de la historia. Para mí es un día fatal: tengo cosas que hacer durante todo el día y me resulta imposible pasar por mi casa a cambiarme, pero quiero estar sí o sí. Llego al acto visiblemente transpirado. Los que me rodean disimulan el percance con amabilidad. Para colmo, Lembo tiene previsto hacerme decir unas palabras.

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Sobre el escenario hay unas sillas: están Fernando García Montalbán (a quien ya conocía); el mago Héctor Carrión, que fuera amigo de Dilmer y compañero de él en la mítica EMA (Entidad Mágica Argentina) y Carlos Maldonado. Al fin lo conozco. Lo saludo como si lo conociera de toda la vida, me saluda como si me conociera de toda la vida. Tenemos mucho para hablar, pero antes tenemos que atravesar esta velada. Hay dos sillas vacías: una, para Nancy, la hija de Dilmer –que todavía no llegó–; la restante, para mí. Lembo está de pie, frente al micrófono. Al costado del escenario hay un taburete, tapado con una tela roja, del cual asoman tres pares de zapatos, o mejor dicho, tres pares de zapatitos. Ahí están, es evidente, Venancio y Gregorio, pero… ¿quién es el tercero?


De pronto la veo llegar a Nancy. Le hago una seña pero no me ve. Parece obnubilada, como en trance. Avanza hacia el escenario, camina hacia su hijo, creo que su hijo le presenta a Maldonado, Nancy lo abraza, algunos sacan fotos. Lembo la saluda. Como buen maestro de ceremonias, le indica cuál es su asiento. Nancy se sienta. Creo que no vio el taburete donde asoman los zapatos de Venancio, Gregorio y el misterioso compañero. Lembo le pide a la gente que se vaya acomodando. Toma la palabra. No me puedo concentrar demasiado en lo que dice. Estoy nervioso, porque tengo que hablar después de él, y porque no veo la hora de que levante la tela roja y pueda conocer a Venancio y a Gregorio. Llega mi turno. Trato de hacerla corta. Digo que me alegra mucho que un libro escrito por mí haya servido de disparador inicial de este reencuentro. Elogio el gesto de Maldonado.


Llega el turno de Maldonado. Dice que no le gusta hablar en público, pero es un gran orador, como toda la gente que dice que no le gusta hablar en público. Dice que, así como los alcohólicos anónimos dicen que siguen siendo alcohólicos aunque no estén bebiendo, él sigue siendo ventrílocuo aunque no esté ejerciendo. Todos nos reímos de su ocurrencia y Maldonado se relaja. Mientras el portorriqueño habla, Lembo –tan desbordado por la emoción como todos nosotros– comete un error: levanta antes de tiempo la tela que cubre a Venancio y a Gregorio. A todos se nos va la vista y a todos nos cuesta escuchar lo que dice Maldonado. Al final, Maldonado les agradece a Venancio y a Gregorio la compañía que le hicieron en estos 20 años, les dice que los va a extrañar mucho y llora. Por poco me hace llorar a mí también. Se devela el misterio sobre quién les hacía compañía: era Pascualito, el muñeco de Lembo, que los abrazaba a ambos. Tiene sentido, claro que tiene sentido. Los ventrílocuos entendemos perfectamente el significado de ese abrazo.

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Gregorio, más que Venancio, me produce fascinación: esa especie de increíble sonrisa entre irónica y cómplice, como si estuviera contándole sus cosas a los amigos en un bar. Actualmente existen técnicas y productos que permiten garantizar la duración de la cartapesta. Hace 90 años no existían, y sin embargo hay están los dos muchachos, impecables. Nancy no puede sacarles la vista de encima. Es lógico. A pedido de Lembo, el ventrílocuo Carlos Magó le entrega una plaqueta a Maldonado en agradecimiento por su gesto maravilloso; Pascualito, el muñeco de Lembo, les da la bienvenida a Venancio y a Gregorio en su regreso a la Argentina. Venancio lleva el kirikiri que le regaló Pérez Jiménez. Nancy, como hemos dicho, abraza a Venancio y a Gregorio, con la certeza de que jamás volverán a separarse. El último de los oradores es el mago Héctor Carrión, amigo de Dilmer. En sus ojos, más que en sus palabras, se nota que Carrión está viajando en el tiempo, está volviendo a momentos felices. Luego de la reunión, invito a cenar a Maldonado. Quiero que me cuente todo. Hacia la segunda cerveza, Maldonado me vuelve a sorprender: jura que en 2012 Hugo Chávez usó en uno de sus discursos la frase de Gregorio, “Distancia y categoría”. Apenas llego a casa, me sumerjo en Internet hasta que encuentro el video, fechado el 15 de junio de 2012. La clase media la han clasificado en clase media alta, clase media media y clase media baja, fíjate cómo nos clasifican pa dividirnos y resulta que todos deberíamos ser una sola clase. Como dijo Bolívar, “ciudadanos de un país” no ciudadanos de primera, de segunda, de tercera, de cuarta y de quinta, pero a veces nosotros mismos caemos en la trampita de esos códigos creados por quienes ven a la sociedad como escalones sociales. Nosotros somos “los de arriba” “ Distancia y categoría”, creo que decía una propaganda, y allá el perraje. No, todos somos iguales…

La alusión de Chávez puede ser correcta si remite a la publicidad de la tienda, que acaso utilizó el latiguillo de Gregorio para representar las aspiraciones de clase de sus clientes. Sin embargo, es incorrecta si nos remitimos al pobre Gregorio: un muñeco de extracción humilde que lo usa para reclamar respeto. Es muy probable que el líder venezolano ignorara el origen del latiguillo, porque en boca de Gregorio significaba exactamente lo contrario de lo que él creía.


El sábado 2 de noviembre asisto a una cena en casa de Nancy Palaverccich y su esposo Roberto García Montalbán . Además de los dueños de casa están Fernando García Montalbán, Lembo y su esposa, Alicia Paris, Maldonado y yo. La dueña de casa prepara arrollado, ensalada con tomatitos cherry, lasañas, frutillas con helado y finalmente café para todos. Vemos el video de Dilmer que acompaña esta nota. Lembo observa algo interesante: Dilmer ES Gregorio.Venancio es un niño simpático, está muy bien lo que Dilmer hace con Venancio, pero Dilmer ES Gregorio. Venancio acompaña, pero Dilmer ES Gregorio. Caballero Gregorio. Distancia y categoría. En mi libro escribí “Quién sabe dónde estarán ahora Venancio y Gregorio, si es que siguen existiendo.” Ahora sé dónde están, ahora sé que siguen existiendo. Nancy me cuenta que desde que se reencontró con sus “hermanos” los instaló en su propio dormitorio, porque le encanta verlos cuando se despierta. El sábado 2 de noviembre, sin embargo, Venancio y Gregorio están en el living, para que todos podamos verlos. Sostienen una hermosa fotografía en blanco y negro: el profesor Dilmer con su hija Nancy, todavía una niña.