Todavía desiguales

A pesar de que el modelo de “varón proveedor” y “mujer ama de casa” fue puesto en cuestión en los últimos años, desde el discurso pero también desde ciertas políticas públicas, se mantiene la noción de la mujer como cuidadora ideal. Entrevista a la Dra. Eleonor Faur sobre su libro “El cuidado infantil en el Siglo XXI. Mujeres malabaristas en una sociedad desigual”, que presentará mañana junto a Mariana Carbajal en la Librería Universitaria Argentina. Ambas dictan el seminario anfibio “Periodismo, género y sociedad”.

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Nada más errado que naturalizar el “instinto maternal” y pensar a la mujer como “cuidadora ideal”. Las transformaciones culturales, políticas y sociales de las últimas décadas pusieron en cuestión el modelo de varón proveedor y mujer ama de casa. Sin embargo, la maternalización de la mujer sigue muy extendida. ¿Cómo se organiza el cuidado infantil en la sociedad argentina? Desde hace años, la Doctora en Ciencias Sociales Eleonor Faur investiga este tema desde una perspectiva que permite articular derechos de mujeres y derechos de la infancia. En su reciente libro “El cuidado infantil en el siglo XXI. Mujeres malabaristas en una sociedad desigual”, publicado por Siglo XXI Editores, analiza el rol de las familias, las políticas públicas, las instituciones privadas y el mercado en la organización social del cuidado infantil, y examina de qué manera las desigualdades de género y socioeconómicas persisten en este campo.

 

En el capítulo 2 del “El cuidado infantil en el siglo XXI”, realizaste un estudio a nivel microsocial para conocer como hogares, familias y mujeres organizan el cuidado infantil, y lo compatibilizan o no con el trabajo remunerado, ¿en qué medida las “mujeres-madres” se reconocen como sujetos de derecho en relación al cuidado infantil?

 

Encontré que no está extendida una idea o noción de derechos en relación con el cuidado. Se lo podría establecer desde un enfoque normativo y apelar a los tratados internacionales e, incluso a la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, pero mirado desde las percepciones y perspectivas propias de las mujeres, casi ninguna se consideraba como sujeto de derechos: ni ellas como cuidadoras, ni sus hijos e hijas como sujetos cuya necesidad de ser cuidados se sostiene sobre un derecho de ciudadanía. Lo que vi, en cambio, fue una enorme “adaptabilidad” a las diferentes situaciones y etapas que atraviesa una familia, donde la carga de organización cotidiana implica más a las mujeres que a los hombres y donde no hay un reclamo directo al Estado salvo escasas excepciones. A lo sumo, podemos pensar en una noción de “derechos fragmentados”: cada una apela a aquel espacio donde considera que puede obtener un derecho asociado a su situación particular- una madre soltera y que trabaja, una mujer víctima de violencia de género, etc.-. En esta dinámica se especifica todo lo posible la condición de vulnerabilidad para poder obtener algún tipo de beneficio en el sistema público de cuidados, pero no se distingue la percepción del cuidado como un derecho universal. Y esa imagen está en consonancia con las políticas públicas.

 

En el libro dedicas varios capítulos al análisis de las políticas de cuidado, y señalas que regulaciones y programas en esta área carecen de un centro que los regule y les permita actuar coordinadamente, ¿podrías explicarnos está afirmación?

 

Al considerar el cuidado como una categoría transversal a las distintas políticas, se pueden analizar diferentes dispositivos que, por acción u omisión, intervienen en la forma en que se lo organiza: regulaciones laborales, políticas de lucha contra la pobreza, servicios de cuidado, educativos y de desarrollo social, etc. Existe un abanico de servicios -de distinto tipo- destinados a los niños y niñas de hasta cinco años, que muestra la fragmentación de estas propuestas. Hay espacios educativos y asistenciales. Algunos son estatales, otros son privados o comunitarios. Lo que falta es una mirada que establezca estándares compartidos, que integre lo pedagógico con el cuidado, un paraguas que englobe y regule todos estos dispositivos. Por otra parte, en función de las características del mercado de trabajo y bajo qué condiciones se inserten los padres y madres, existen posibilidades muy diversas de disponer y gozar de distintos beneficios, como licencias y servicios para el cuidado de los hijos. Casi el 40% de las mujeres trabaja en el sector informal y no accede a ningún tipo de licencia por maternidad; las guarderías son escasas, y el sistema federal complejiza la ya heterogénea protección social de los trabajadores. La desigualdad -entre jurisdicciones, entre sectores de ocupación, y entre clases sociales- se establece como la pauta más extendida en las políticas de cuidado infantil.

 

Entonces, ¿cuáles consideras que son los pasos a seguir?

 

De lo que se trata es de establecer un piso mínimo para ampliar las coberturas, universalizarlas de forma paulatina y hacerlas accesibles. A su vez, se precisa adaptar los diseños de estos servicios a las necesidades de la población: no podemos pensar que las familias son las mismas que hace cincuenta años. Las mujeres trabajamos en una mayor proporción, cambiaron las familias, se transformó el clima cultural y el mercado laboral y con ello cambiaron también las necesidades de cuidado de la primera infancia. En principio, hay tres cuestiones centrales que es necesario atender: garantizar los tiempos para el cuidado, sostener las transferencias de ingresos y ampliar los servicios de cuidado, bajo un criterio igualitario entre géneros y clases sociales.

 

¿De qué manera la desigualdad socioeconómica afecta las tareas de cuidados que asumen los varones?

 

La idea de la división sexual del trabajo como un territorio infranqueable continúa presente en algunos sectores. Entre los hombres de sectores populares se encuentra más arraigada -que entre los de clase media- la visión de las mujeres como responsables exclusivas del cuidado. Pero también hay allí una diferencia notable en la posibilidad de compatibilizar el trabajo remunerado y el de cuidado. Entonces, la pregunta pone en juego cómo interactúan las representaciones sociales con la realidad concreta de los sujetos, sus opciones reales, su relación con el mercado de trabajo y con las políticas sociales, las condiciones en las que desarrollan sus vidas. Al verlo de este modo, encontramos que esta visión no se explica sólo por una cuestión ideológica, sino que se corresponde con la mayor dificultad de compatibilizar el trabajo y el cuidado familiar. En un contexto de relativa escasez de servicios públicos gratuitos, el costo de oportunidad de permanecer en el mercado de trabajo no siempre compensa la mercantilización del cuidado en estos sectores. Los cuidados se naturalizan como un problema familiar y privado, y se elabora una representación social, un imaginario y hasta un deseo familiar que, en cierta medida, se corresponde con esas posibilidades de la realidad. Es difícil desear, aspirar o reclamar aquello que no puede ser dado. Los varones de clase media, por su parte, muestran una mayor permeabilidad, por lo menos en lo discursivo, y en muchos casos hay además una mayor participación en el cuidado de los chicos. Sin ser equiparable a la dedicación que, en promedio, tienen las mujeres, son trazos importantes en el camino del cambio cultural.

 

Recordábamos cómo se visibilizo la falta de una política para el cuidado infantil entre los 45 días y los tres años con las inscripciones online a comienzo de este año, ¿cómo caracterizarías esa situación a partir de tu trabajo de campo en La Boca y Barrufaldi?

 

Primero, es importante observar que la demanda de espacios educativos para menores de 3 años refleja las nuevas necesidades de cuidado: cuando los padres y madres de un bebé de 6 meses buscan una vacante en un jardín maternal, lo que se está buscando es un espacio de cuidado que integre la pedagogía, que sea gratuito y de calidad. En segundo lugar, la inscripción on-line hizo visible un problema presente desde hace varios años en la Ciudad de Buenos Aires. Al menos desde el año 2006, la escasez de vacantes permaneció en niveles similares, entre seis mil y siete mil chicos año tras año quedaban sin cupo. Y ese tema nunca se terminó de resolver. Lo que sucedió este año fue que se hizo público un problema que venía siendo abordado mayormente como una cuestión privada.  Dicho esto, hay dos o tres cuestiones más para entender la falta de vacantes como un problema público. Una es que la Ciudad de Buenos Aires efectivamente hay una vulneración de un derecho porque en su Constitución establece que los niños y las niñas tienen derecho a la educación a partir de los 45 días. Pero también hay que decir que la Ciudad de Buenos Aires es la jurisdicción que está más provista de todo el país. Es donde hay más cobertura de jardín de infantes, donde hay más jornada completa en los jardines de infantes, públicos y privados, y también es una jurisdicción donde hay una significativa provisión del sector privado. En concreto, hay en La Boca una mayor  oferta de servicios que en Barrufaldi, y eso influye en que la demanda también sea más activa. En cierto sentido, y si bien hay un ida y vuelta, lo que observo es que la oferta de servicios tracciona su demanda. Y así se puede analizar la diferencia con Barrufaldi: el barrio es más pequeño, hay muchísimos menos servicios, no hay ningún jardín para niños menores de tres años, ni jardines de doble jornada y, en ese contexto, la demanda es escasa. También son más limitadas las oportunidades de empleo de las mujeres, y la precariedad termina alimentando el cuadro maternalista.

 

En el libro haces referencia a que la posibilidad de institucionalizar todas estas políticas también implica la posibilidad de pensar la desfamiliarización y desmercantilización del cuidado.

 

Exactamente. Las nociones de desfamiliarización y desmercantilización tienen que ver con poder empezar a pensar el cuidado como un elemento central del bienestar humano, como un bien público, como una responsabilidad colectiva, y no como una atribución y una responsabilidad privada y familiar. Para que ese cuidado no recaiga exclusivamente en manos de la familia, hay que pensar otras alternativas. De ahí la posibilidad de derivar o trasladar parte del cuidado de las familias hacia otras instituciones. Ahora bien, cuando esa desfamiliarización se realiza sin ofrecer servicios públicos y gratuitos opera el mercado. Y entonces se amplían las brechas sociales: el mercado desiguala per se, es parte de su lógica de funcionamiento. Entonces, la desfamiliarización necesita ir de la mano de una desmercantilización. El papel del Estado es central en este sentido, como regulador y como proveedor, pues es el único que puede equiparar, y nivelar los desequilibrios preexistentes.

 

¿Cómo te parece que influyen las transformaciones familiares en la problematización del ideal de mujer- madre- cuidadora?

 

 

Las transformaciones familiares y culturales,  las mejoras educativas, la mayor autonomía, e individuación de las mujeres, pusieron en cuestión el modelo de varón proveedor y mujer ama de casa. Existen otros formatos de acuerdos, de consensos conyugales, de unión de pareja y de expectativas de vida personal que hacen que el mencionado modelo se haya erosionado. Por otra parte, también se ha logrado hacer visible y hasta constituir derechos en relación con la diversidad sexual que son muy valiosos y que han abierto discusiones muy necesarias. Sin embargo, no deja de sorprenderme que, a pesar de todas estas transformaciones, el ideal de la mujer como cuidadora principal siga muy extendido. Y de esa sorpresa surge la metáfora de las mujeres malabaristas: hoy está totalmente naturalizado que las mujeres trabajemos, pero no lo está que el cuidado pueda ser distribuido de una manera más equitativa. Ninguna de estas transformaciones supuso una mayor apertura a pensar de manera más igualitaria el cuidado. Se asume que las mujeres continuaremos haciendo malabares para intentar sostener las distintas esferas en equilibrio, danzando en el aire de forma sincronizada, sin que ninguna se desmorone. La organización social del cuidado se sustenta, en el siglo XXI, en este nuevo sujeto social que son las mujeres malabaristas.

 

¿Y la ampliación del marco normativo, por ejemplo la Ley de Identidad de Género?

 

Que las leyes hayan ampliado estos derechos es excelente, y muestra un avance importante. A partir de estas normas se generan nuevos desafíos, por ejemplo el de adaptar las regulaciones laborales, por ejemplo, las licencias, a la realidad del  matrimonio igualitario y las familias homoparentales. Si hay dos papás o dos mamás ¿por qué el Estado va a decidir a quién le toca la licencia? Y entonces, surgen interrogantes en espejo que se amplían hacia las parejas heterosexuales, ¿por qué es el Estado el que decide que es a la mamá a la que le corresponde la licencia más extendida y en lugar de que la decisión se tome en la pareja? Las leyes de Matrimonio Igualitario e Identidad de Género nos confrontan con este déficit de la legislación en relación con el cuidado y con el sexismo de la legislación en relación con el cuidado.

 

 

Entrevista: Clara Pierini y Ezequiel Fernández