La atmósfera se va a ir poniendo más pesada, aunque a este Luna Park ya lo sobrevuela una nube húmeda con olor a transpiración y florcitas de reciente cosecha. Desde afuera avisan que llueve pero acá adentro a nadie le importa. Todos los que esperamos un par de meses para este momento vamos sintiendo que el embudo va llegando al final: Babasónicos está por salir a tocar y no damos más.
Chetas que ven el show a través de sus celulares enormes; chicos más jóvenes que la banda, con cortes de pelo alternos, que glorifican como nadie los míticos discos de los 90; mis amigos, que no soportaban la voz de Dárgelos y ahora miran el techo del Luna, o cierran los ojos, abren los brazos, ven el cielo y todo lo que hay y habrá. Cantan con una sonrisa en un momento romantisísmico, un éxtasis de los pocos que le quedan al rock después de las misas ricoteras y los rituales piojosos (hablamos de rock, no de peregrinaciones).
De la gloriosa escena del rock nacional, queda poco: todos muertos, aburridos, peleados o contando billetes. La trinchera de esta generación son algunos discos viejos que se niegan a morir, aún en la era Youtube. Para ver en vivo, de las bandas pre-2000 sólo nos quedan los 29 temas que Babasónicos nos regala esta noche, junto con una escenografía en la que toman parte las butacas del propio Luna, como lo fueron los árboles del parque San Benito en diciembre, bajo ese calor de muerte que despidió al 2013. Corrientes y Bouchard es EL lugar para estar esta noche: toca la mejor banda de rock nacional, la última en hacer algo original, la que aguanta con su público y su música arrogante.
Por eso, canción, llévame lejos
En 2008, cuando Babasónicos ya tenía 12 discos, un Charly cercano al brote era entrevistado por Rolling Stone y ahí se preguntaba “¿Catupecu Machu es música? ¿Babasónicos es música? ¿Los Piojos? ¿Airbag? ¿Cómo puede ser que ellos graben discos y a mí me rechacen Kill Gil? Un grupo de tarados que no sabe cómo afinar una guitarra, es ruido (…)”.
Años antes, poco tiempo después de la vuelta de Serú Girán, Dárgelos le había dicho a un periodista de Página 12 que el regreso era “un retroceso para la música. Charly García siempre da pasos hacia atrás en el rock. Nos gustaría que algún día nos odie, porque él representa todo lo que no quisiéramos ser”. Lo consiguieron.
En 2008, Spinetta decía: “A los Baba los aprecio, pero algunas canciones me hacen acordar al club del Clan”. La única respuesta posible era una palmada en la espalda, pero lo importante no eran los dichos sino la ruptura de Babasónicos en eso que gustamos de llamar “rock nacional”. Una vocación por lo alternativo que arrancó con Pasto en 1992 y no paró hasta el sábado en el Luna Park. Si quisiéramos ponerle una fecha al momento en que la banda abandonó el under y se sumó al panteón local, podríamos decir que fue 2001, con la aparición de Jessico. Pero ese disco fue también el que los confirmó en el rol de bastardos del rock, de negados en una herencia rica que arrancó en los ’60 y convirtió a la argentina en una de las escenas más interesantes y prolíficas del mundo, la estrella del rock en español.
No son herederos de nadie, y, aunque produzcan y alienten grupos como Indios o Banda de turistas, será muy difícil que aparezcan los sucesores químicamente puros de Babasónicos. Porque ellos no hicieron una bandera de cierto sonido o de cierta temática, como lo hizo el rock barrial de los 90. La bandera, en todo caso, es la mutación, la plasticidad sonora y estética.
Es cierto que los Baba vienen de eso llamado “rock sónico”, o “nuevo rock argentino”: pibes del Conurbano y de La Plata que llegaron cuando el destape alfonsinista ya se había quedado sin nafta, cuando Fede Moura, Miguel Abuelo y Luca ya habían cerrado los 80 muriéndose, cuando Soda Stereo y los Redondos eran tótems inalcanzables, carne de estadio. ¿De dónde salió esa movida? Si bien nos encantaría que Buenos Aires fuera el centro del universo, lo cierto es que allá, donde se mueven los hilos, los Stone Roses habían armado a su alrededor la movida Madchester de la que salieron Oasis –y también Blur, a qué negarlo–. Los Roses (cuyo cantante, Ian Brown, es amigo de la banda y tiene un tema llamado “Babasonicos”) y los Happy Mondays eran, de hecho, la vanguardia brit cuando Dárgelos se fue para allá a estudiar. My Bloody Valentine y su shoegaze lánguido, ese sonido de aserradero peposo y de colores, también hizo al clima del momento. Del otro lado del Atlántico aparecían el hip-hop y el rap: negros y chicanos seguían adornando un país que los odia e influenciando al resto del continente.
La traducción sudaca de todo eso fue el rock sónico, apadrinado por Gustavo Cerati y Daniel Melero. Pongamos una fecha: corre 1992 y Soda Stereo saca Dynamo, profundizando el camino oscuro inaugurado por Canción Animal, alejándose del ska festivo del principio y pasando a moverse por impulsos, atmósferas, texturas sónicas. En diciembre de ese año Soda presenta el disco en Obras (llamado algún tiempo Estadio P*psi Music, dolor país), teloneados por Babasónicos, Tía Newton, Martes Menta y Resonantes. Cerati dijo entonces: “Son los conjuntos que más nos gustan. Es gente que se desembaraza de los clichés y se aparta del firmamento habitual de grupos nuevos, mirando al futuro, igual que Soda Stereo. (…) Todas estas bandas me produjeron una excitación muy especial, que no sentía en gente nueva desde la época en que comenzó Soda. Para mí no hubo una movida tan interesante desde esa época, aunque la escena sea muy diferente”.
A esos teloneros se sumaban otros como Juana La Loca, los Brujos, Peligrosos Gorriones (que acaban de volver) y muchas otras que coincidieron en el festival Nuevo Rock Argentino de 1993. En esa movida, que no resistió el paso del tiempo y los caóticos 90 donde terminó triunfando el quedado rock chabón, Babasónicos llevaba el liderazgo, según se notaba en su posición en los line-ups y en el hecho de que Cerati les produjera su primer disco. Además, claro, se llaman Babasónicos, aunque Dárgelos había dicho: “Babasónicos es un nombre, no pensamos que es porque somos un grupo sónico. En realidad es porque somos devotos de Sai Baba y lo combinamos con los Supersónicos porque nos gusta esa estética”. Sobre la etiqueta, fundamental para evitarles el bobazo a los críticos, dijo: “el rock tradicional quebró la música, pero ahora las bandas tienen otras pretensiones y otra estética. Nosotros no sé si somos rock, quizás se llame de otra forma en 5 años”. Adrián Dárgelos, críptico ante los entrevistadores since 1992.
4 AM en Plaza Constitución
“Respetamos el pasado del rock, pero no nos sentimos muy identificados con eso. Somos el presente” decía en 1992 el tecladista de los Baba, Diego Tuñón. Es cierto que se salen por la tangente del rock y que no respetan esa herencia al menos como una carrera de postas. Pero tampoco son unos implantados. Ellos también crecieron durante los 80 porteños, acaso el mejor momento para estar vivo, si de rock se tratara.
El productor artístico del primer disco de Soda fue Federico Moura, de Virus. Esa voz de ópera y esa cara de alienígena estaban al mando de unos platenses que rompieron, o trataron de romper, o trataron de empezar a romper, la homofobia en el rock. Temas como “El probador” y ese sonido sintético, alejado de las guitarras a lo Pappo y también de su poesía suburbana industrial, fueron el principio de algo que siguieron Soda y también los Baba: la ambigüedad, el doble sentido, la fantasía, el sexo como poesía e inspiración, lo femenino y lo masculino fundiéndose. De “caramelos de miel entre tus manos” llegamos a “los labios donde roza la bambula”, pasando por Soda con “tus labios de plata y mi acero inolvidable”.
Otro que supo ganarse el corazón de las señoritas con la ambigüedad fue el gran Sandro, que tenía mucho más rock en sus venas que varios de los actuales (con Andrés Ciro a la cabeza, quien, según Enrique Symns, tiene alma de oficinista). Los mismos labios que rozan la bambula inspiraron a Sandro para decirle a alguna afortunada: “Ay trigal, dame tu surco y dame vida, borra mi tiempo y esta herida, si ya es mío tu trigal”. Sandro empezó haciendo rock con la ola beat que también nos legó a los Shakers uruguayos: tiene incluso un cover traducido de “Ticket to ride” de los Beatles.
A finales de la década del 60 vio que había que aprovechar aquel poster cuyo centro de gravedad era un bulto revestido de cuero negro y brillante: ahí se calzó el smoking y se convirtió en uno de los pioneros de la balada romántica en todo el continente. Uno de sus mejores discos, junto con “La magia de Sandro”, se llama, justamente, “Sandro de América”. Con ese acto, el rock calificó de traidor y vendido a Sandro y borró su huella de la historia. La reparación histórica fue el “Tributo a Sandro: un disco de rock” de 1998, antecedida por un cover de los Shakers aparecido en Tango 4 de Charly García y Pedro Aznar. Esta negación no es muy diferente de la que sufren los Baba, lo cual no termina de consolidarlos como parte del star system. Quizás en unos años alguien recapacite y haga un tributo a Babasónicos. O quizás no, y sea mejor así.
Babasónicos también es una banda de dimensión latinoamericana, cosa que sólo consiguieron Soda Stereo, los Cadillacs y Café Tacuba. Todos tienen relaciones calurosas y por momentos sexuales con su público, un cliché que nos pinta como latinoamericanos (el que quiera confirmarlo puede fumarse las 10 partes de “Argentina, best crowd ever” que hay en Youtube). Además, las cuatro bandas supieron fundir el rock con los ritmos afroamericanos (sobre todo los Cadillacs) y el folklore azteca y andino (véase “El aparato” o cualquier otra canción de los tacubos o “Cuando pase el temblor” de Soda). La balada romántica entonada por latin lovers es también característica de nuestra región, y ahí es donde Sandro y los Baba han coqueteado.
En línea con su desfachatez, la travesía por las baladas románticas no parece ser tomada muy en serio por ellos mismos. Es casi una caricatura, igual que Sandro y su imitación tercermundista, espasmódica de Elvis. El manejo del escenario de Dárgelos, también heredado del gitano, es uno de los puntos fuertes de la banda, lo que los llevó con furia por todo el under durante los 90, llamando la atención a donde fuera que tocaran. Imposible sacar la mirada de esa pelvis cuando se hamaca y canta “te voy a dar hasta que agarres ritmo”. Imposible no sacarse el sombrero cuando se dirige a la platea y, como en un pase de magia, todas las chicas se levantan y tratan de alcanzarlo. Imposible no sonreír cuando, ante miles de personas y desde su fealdad arquetípica, Dárgelos canta “Soy hermoso”.
El diablo es adulador y te perdona los errores
Las citas a lo diabólico como algo inherente al ser están en las letras de los Baba. El disco Babasónica, de 1997, alterna hard-rock pesado, viril, masculino, con canciones folk profundas, reposadas, femeninas. La mujer poseída por el demonio, que es también el placer y el ensueño, aparece en “Esther narcótica” (donde se nombran cuatro psicoactivos: mandrágora, belladona, melathol y datura), en “Sharon Tate” (“Lucifer la espera, viaja intoxicada”) y en “Sátiro”. Dárgelos toma referencias demoníacas de la cultura para generar ese clima: habla de vírgenes descalzas con el 666 proyectado en el ombligo y de la sangre del venado herido que ha de beber, como ya había hecho en discos anteriores con el malón diabólico y una reconciliación del humano con su parte oscura.
La mujer y lo femenino son tópicos visitados constantemente por la banda. Veamos de nuevo cómo se peleaban con el rock oficial en 1994: “Odiamos la vieja receta para hacer un tema exitoso que Fito Páez le enseñó a Antonio Birabent, la historia del rockero perdido al que lo rescata un ángel con forma de mujer”. Para los Baba, la mujer es mucho más que ese ser inerte, milagroso, útil solamente a la hora de inspirar a un artista llorón. Hace más de 10 años, por otro lado, los Baba aseguraban que la misión era “hacerte muy putita, probar tu galletita”. En un mundo fantástico como el de ellos, regido por la belleza y el placer en lugar de la avaricia y el dinero, la mujer devenida femme fatale (como Tura Satana, Sheeba Baby o la sanguinaria Yoli) tiene ventaja sobre el hombre: “sos tan espectacular que no podés ser mía nada más, tenés que ser de todos”.
Babasónicos hizo que todo el mundo cantara “Vamos a fumar un porro ahí” tres años antes de que la revista THC saliera a la calle, y cuando Calamaro todavía no había sido absuelto por decir “qué linda noche para fumarse un porrito” en un recital. Ya desde su primer disco querían decir algo sobre las drogas. Su nombre, Pasto, y canciones como “Sobre la hierba” no invitaban solamente a tomarse la vida como un picnic.
Lo distinto en Babasónicos, respecto de otros roqueros que hablan del faso, es que no adoran a la droga per se ni hacen de ella su bandera. Tampoco emprenden esa suerte de “cruzada fumona” contra los caretas. La droga ocupa un lugar específico en su mitología, el de provocar placer en un mundo de ensueño. Quién sabe si “Sin mi diablo”, además de hablar de la dualidad humana, no se refiere a la cocaína, presente en una “fiesta insuperable donde todos eran buenos amigos”.
Todo aquí es barato, la vida no cuesta nada
En ese mundo fantástico que los Baba supieron crear quiso verse una cerrazón frente a la realidad, que no fue precisamente feliz durante los años menemistas. El turco nos dejó un rock chabón circunscripto al ghetto barrial; a Flema, cuyo “no future” era más auténtico que el británico porque sonaban realmente como el orto; o Babasónicos, ensoñados y delirantes. Todos son un síntoma del fin de la historia, el consenso de Washington y el opio consumista. Pero los Baba avisaban, en la tapa de Miami, que atrás de eso no había nada, sólo una Argentina recostada donde Misiones tomaba el lugar de la península de Florida. También avivaban, en “El shopping”, que “mentes maestras nos tienen atontados, dicen ‘entrá que está climatizado’”. El año en que mataron a Cabezas los Baba hicieron “El adversario”, una canción de atribulado tecno satánico donde citan a la “monarquía de tinieblas, amo de la oscuridad, garganta de plumas negras”. El Zabeca de Banfield no se dio por aludido.
Babasónicos toca todos los veranos en Pinamar, plena plasha, y canta “Fiesta de farsantes de la espuma social, invítame a pasar”. La posición de clase de sus miembros, que no fueron niños acomodados del norte porteño como Spinetta o Soda Stereo, les da la calle suficiente como para burlarse de un mundo al que terminaron perteneciendo. Jessico es una crónica de esa nueva clase media alta de los countries, como la muchacha “bonita y acaudalada, rosada y social, receta magistral”. Va también contra los artistas que vivían de los recitales gratuitos del gobierno cuando avisa que “soy muy puta y no trabajo para vos”. El disco insignia de los Baba salió en una fecha difícil: 25 de julio de 2001. Jessico: el documental narra todas las dificultades que atravesó la banda para difundirlo, pero también la aceptación que tuvo, cómo los catapultó al lugar que siempre habían merecido y cómo, en una patria en llamas, le sacaron a todos una sonrisa y alguna que otra fantasía con eso de “Cómanse a besos esta noche”.
De 2003 a esta parte los Baba no fueron nunca menos. Consultado al respecto en 2008, Dárgelos dijo que “este gobierno se acerca a lo que yo siempre vi como causas nobles”. Y es que 2001 encontró a los Babas con uno de sus mejores discos en las manos y sin saber qué hacer. El sábado pudimos ver que, 13 años después, la banda supo qué hacer, agitando miles de cabezas y piecitos, armando pogos entre veteranos y arrancando suspiros a las damas, producidas como para ir al baile y conocer al amor de su vida. En A propósito, de 2011, sosiegan a cierta fracción no menor de su público con “chicos ricos, no se asusten tanto, esto es sólo una fiesta popular”. Las luces celestes y blancas inundan el estadio y Dárgelos señala, cómplice, a las tribunas cuando habla de la “chusma de la capital”.
No nos pidan nada, somos forajidos siempre
“Hagamos una banda y probemos. Total no tenemos nada que perder. Total trabajar nadie quiere”. Así narra Diego Uma-T el comienzo de la banda, formada en 1991 cuando Dárgelos volvió de Inglaterra. El discurso de la vagancia es una constante en los Babasónicos, una fuente de orgullo, lo más parecido a una bandera que cargan desde siempre y al que dedican parte de sus letras.
Y sin embargo, Babasónicos es una de las bandas más profesionales y laburantes del rock argentino, un modelo proletario-artístico. Desde 1992, lanzaron un disco cada dos años. Cuando se quedaron sin discográfica en 1999 estuvieron cerca de separarse y, en cambio, decidieron armar un sello propio y editar material viejo, que les alcanzó para tres discos (los “paralelos”, joyas ocultas que ya no revisitan en vivo). El ímpetu productivo no frenó ni cuando murió Gabo, su bajista, prócer de la movida sónica y miembro breve de Los Brujos, Juana La Loca y los Macarra. “El ídolo”, la última canción de Mucho, es un homenaje de la banda a su gran amigo, el enigmático Gabo, dueño del groove. En cada show, como un ritual, al terminar la canción el público vitorea a un Gabo erigido como patrón y ángel guardián: “Cuando yo me muera haré una fiesta donde nunca salga el sol, donde amigos y enemigos brindarán por que regrese en la piel de una canción”. Es entonces cuando ellos hacen como que no escuchan y Carca, que entró de urgencia a reemplazar a Gabo sin ser bajista, suele emocionarse y levantar el puño.
Babasónicos superó la muerte de su bajista y amigo, y siguió validando sus credenciales como mejor banda del país. En el video de “Pijamas”, el bajo reposa en un pedestal en homenaje a su amigo fallecido. Estos videos, donde muchos no soportan ver el guiñapo de carne que es la cara de Dárgelos, son producidos y actuados por la misma banda. Babasónicos tuvo videoclips antes de tener discos y de la explosión de MTV, cuna del fordismo videográfico con el cual se llevaron muy bien desde el comienzo. También entendieron la era Youtube y diseminaron sus historias por todo internet (más de 2 millones de Me gusta en Facebook). El recital del sábado tuvo como consigna #SomosPanteras (atención al uso del hashtag: la vanguardia es así), fragmento de la canción “Aduana de palabras”. En el video, Dárgelos vaga por Buenos Aires convertido en felino y canta desde arriba de los edificios. (A lo lejos se ve un cartel de la exposición “Yo Sandro” en el centro cultural Borges, ¿casualidad?)
Todos sus videos cuentan una historia que forma parte del mundo que la banda creó. Ahí se juega su obsesión estética y se completa el círculo de la mitología diabólica y ambigua que hace estragos en las cabezas. El 8 de abril pasado la banda presentó “Videofilia” en el marco del Bafici, donde Dárgelos y el director Hernán Bouza repasaron videos de la banda y charlaron sobre su propuesta estética. Esa misma noche hubo show sorpresa en el Centro Cultural Recoleta, anunciado por Facebook 20 minutos antes de que empezara. Ya lo habían hecho en el mismo lugar en 2011, cuando tocaron Jessico entero y en orden 10 años después de su salida.
Soy rock
La gran puja desde Jessico es entre los que permanecen fieles a los discos de los 90 y los que nos animamos a coquetear con lo nuevo. Hasta hoy, en cada silencio que se hace, un grupo frente al escenario corea “Sobre la hierba”, himno del primer disco. Desde Jessico, Babasónicos se convirtió en una de las bandas más amadas y odiadas de la escena, incluso entre sus propios seguidores. Si es rock, pop o balada es algo que los tiene sin cuidado. Cuando la revista C le preguntó a Dárgelos por lo que había dicho Spinetta sobre sus canciones y el Club del Clan, dijo que “debe haber escuchado algún tema de promoción y le da para tirar esa opinión. Pero si escuchara todo el disco seguro no diría eso”.
La banda trabaja en dos planos con la misma facilidad. El hit que se expande como un virus y hace mover la cabeza a los más insospechados fue la banda sonora del país más de una vez. Después viene esa obra enorme, de 16 discos en 22 años, heterogénea, versátil, subterránea. Parece que nunca se agota. Por otra parte, el mundo de los Baba es un lugar donde todos somos hermosos y el placer es un derecho humano. ¿Quién podría querer otra cosa?