Brasil humillado


Historias mínimas de una gran desilusión

Cuatro historias mínimas que pueden multiplicarse por millones. En apenas 29 minutos -todo lo que necesitó Alemania para dejar a Brasil sin final- los brasileros volvieron a sus realidades: amores perdidos, dolores del cuerpo, el dinero que no alcanza. Un periodista argentino vio el partido en el Fan Fest de Río y retrata el momento en el que Gina, Joselino, Luizinho y Kim perdieron toda alegría.

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A Gina Franco, fotógrafa free lance de Sao Paulo, la abandonó el novio la semana pasada. Después de casi dos años la dejó por una carioca de ojos verdes que baila en una scola de samba del barrio Botafogo. Le destrozó el corazón pero con Brasil en la final todo iba a quedar atrás.

 

Joselino es de Pernambuco, donde nació Lula, como le gusta decir a él. En la ansiedad que le causaba la semifinal se puso a ver videos en YouTube de goles de Brasil en Copas del Mundo y se tomó 12 latas de cerveza Antartica con castañas de cajú. Se quedó dormido, se cayó de la silla y se rompió el tabique. No importaba porque en pocas horas iba a estar festejando el pase a la final.

 

Todo acabó. El sueño de 8 años de organización se convirtió en pesadilla en apenas 29 minutos. Las torres rubias y de sangre helada detrozaron la alegría de 200 millones de almas. Hasta ayer había visto corazones destrozados; borrachos destrozados, autos destrozados y jeans destrozados. Pero nunca había visto cómo se destrozaba la alegría, la ilusión.

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Luizinho cumplió 21 años el sábado y su padre le regaló un Fusca blanco. Un Volkswagen Escarabajo para nosotros. Con ese auto iba a poder pasear con Tania, su novia, hermosísima, de 18 años. El domingo salieron a recorrer Ipanema y en una maniobra en la que Luizinho esquivó a una moto se fue de lleno contra un colectivo. El impacto lo dio vuelta y lo partió al medio contra un poste de luz. Quedó destrozado el escarabajo. En otro momento de la historia su padre lo habría mandado al Amazonas para no verlo por varios años. Pero en dos días jugaba la verdeamarela para pasar a una nueva final y ser campeona del mundo otra vez.

 

Kim tiene 17 años y vive en la Rocinha, la favela más poblada de Río de Janeiro. Hacía dos años que sus padres no le compraban un jean porque todos los meses llegan con lo justo. El sábado su madre, sin que supiera su padre, le dio 100 reales para que se comprara un jean. Salió de la tienda con los ojos brillosos, el jean bordó puesto y el short en la mochila. Para subir el morro y llegar hasta su casa lo más rápido es tomar una moto taxi por 2,50 reales. En una de las tantas curvas de subida a la favela el motociclista perdió el control y terminaron haciendo patito en el asfalto. Kim se raspó el codo izquierdo y se peló las dos rodillas. En esa rodada el jean se abrió en los costados y en las piernas: quedó destrozado. Su madre se amargó un rato pero después miró la tele, lo vio a David Luiz y cambió esa amargura por el pase a la final.

 

Todos ellos estuvieron ayer en el FIFA Fan Fest de Río de Janeiro. Bajo la lluvia y sobre la arena mojada de la playa Ipanema para ver a Brasil en pantalla gigante. Todos ellos traían las desgracias de los últimos días en un rinconcito.

 

 

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La mayoría de ellos no sabía ni el nombre de dos jugadores alemanes. No conocían a sus verdugos. Bastaron 1740 segundos. El tiempo suficiente para recordarles que una había sido abandonada por su novio; que el otro tenía el tabique quebrado y dolía más que nunca; que al otro lo esperaban meses de pagar el arreglo de un auto destruido y que la otra no tenía ni un jean para salir con sus amigas.

 

Lo destrozaron todo. La única alegría. La hicieron añicos en menos de lo que tarda en cocinarse una feijoada. Fueron los rubios altos, todos los vimos y ahora todos le tememos.