Suena el teléfono. Sin saludo mediante ni nada una amiga me dice:
—Hay una serie argentina con un personaje trans.
—Sí, sabía.
—¿Qué? ¿No te parece buenísimo que se visibilicen estos temas?
—Mmm… ponele.
—Peor sería que no se dijera nada.
—¿Peor que qué?
—No sé, pero seguro que estás pensando en algo malo. Dale, decime. En diarios, revistas y programas de TV hablan de “identidad de género”...
—Sí, en gran medida hablan del prodigio de que diarios, revistas y programas de TV hablen de “identidad de género”.
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“Visibilidad” parece ser una palabra clave cuando se trata de reivindicaciones de movimientos sociales. Si en algún momento se trataba de una estrategia política, con frecuencia parecería que su estatuto ha cambiado para convertirse en un fin en sí mismo. Este desplazamiento trajo aparejado un cambio en la valoración de su eficacia: cuando la visibilidad es un medio para otra cosa, se hace necesario considerar cuál fue su impacto; cuando la visibilidad es el objetivo, no.
Tal vez por eso “dar visibilidad” es una práctica que parece incuestionablemente positiva y necesaria, que rara vez está acompañada de una reflexión acerca de lo que está implicado en ella.
¿Es mejor que no se hable del tema? La lógica del todo o nada de esta pregunta me molesta. Podemos hacer algo más que hablar irreflexivamente o callarnos. Al menos hagamos la prueba.
En particular, creo que televisión no ha sido el lugar más hospitalario para las personas trans*. Tal vez por eso cualquier referencia a una nueva serie con personajes trans* me despierta algunas inquietudes: ¿quién establece los términos y condiciones? ¿quién actúa? ¿a qué público se dirige? ¿con qué mecanismos narrativos? ¿qué representaciones sociales transmite?
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En el año 1993, en Nebraska, Estados Unidos, Brandon Teena, de 21 años, fue asesinado por ser trans. Una semana antes los asesinos lo habían violado y habían exhibido públicamente sus genitales para “desmentir” su identidad. La prensa visibilizó el caso y también desnudó a Brandon para mostrar que “en realidad” era una mujer. Un artículo escrito por la periodista lesbiana Donna Minkowitz para el periódico The Village Voice sostenía que Brandon era una mujer que odiaba su cuerpo debido a un abuso sexual sufrido en la infancia. Este artículo inspiró a la directora de la película Los muchachos no lloran, con la que la historia de Brandon se hizo conocida en todo el mundo.
En Argentina, para algunos hombres trans la película tuvo un efecto revelador: en un mundo que recién conocía internet, Los muchachos no lloran ofrecía recursos para dar sentido a sus propias experiencias -empezando por la certeza de no ser los únicos-. También hubo quienes consideraron que Brandon era mujer. Por ejemplo, para un bar porteño, curiosamente bautizado en su honor, se trataba de “una lesbiana que vivía en contra de su género”.
El mes pasado, Donna Minkowitz pidió disculpas por aquel artículo escrito hace 25 años. Por ahora ese gesto no parece haber inspirado a nadie a seguir sus pasos.
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Pero volvamos a la tele local.
En diarios, revistas y redes sociales aparece la noticia de una novela del prime time que visibiliza el tema trans con la idea de dar herramientas para comprender: “Maite Lanata, el chico trans de 100 días para enamorarse”; “La joven actriz interpreta a una chica trans”; “una chica que dice sentirse varón”.
"Quiero que me vean como soy, quien soy" ???? Juani es clarísima en lo que dice y lo que siente ????️???? Y la ley ampara sus derechos ???? #100DiasParaEnamorarse pic.twitter.com/fmQLu1uP3x
— 100 Días Telefe (@100DiasTelefe) 10 de julio de 2018
El tweet de @100DíasTelefe me recuerda a un personaje de comedia que pedía “un poco de respeto para este idiota”. En efecto, la ley 26.743 garantiza el derecho de todas las personas a la identidad de género. Pero si el personaje es un varón, ¿por qué se refieren a él usando el género femenino? ¿Por qué utilizan su nombre anterior? ¿De qué se trata la distinción entre varones y personas que “dicen sentirse varones”?
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Hace unos meses, fui parte de un equipo de consultorxs del guión de un documental. El objetivo de las documentalistas era educar, generar conciencia para que la sociedad entienda qué son las personas trans. ¿Existe un fin más noble? Ellas mismas lloraron de emoción durante el rodaje de algunas escenas.
No retratar a las personas trans como criminales, blancos de burla o bichos raros es mucho considerando que es tradicionalmente el rol que se les ha asignado en el cine y la tv. En ese sentido, promover representaciones positivas de las personas trans -incluyendo el acompañamiento de su entorno- es valioso y está bien reconocerlo. Es importante que las personas trans cuenten con modelos de identificación, especialmente los varones trans (y todas las personas que no se identifican con el sexo femenino asignado al nacer) que forman parte de una población históricamente subrepresentada. Ahora bien, ¿eso es todo lo que podemos decir?
En este proceso de consultoría, examinamos minuciosamente los materiales presentados y les hice una devolución en una reunión que se extendió algo más de 3 horas. Señalamos, por ejemplo, que las referencias a “hombres que nacieron mujeres”, y a ciertas intervenciones quirúrgicas como “cambio de sexo”, son habituales pero tienen una serie de compromisos que es difícil y hasta contraproducente sostener. ¿El género es innato? ¿El género es un derivado del sexo? ¿El sexo se reduce a los genitales? Responder que no a estas preguntas exige revisar no sólo el modo en que hablamos, sino también -y sobre todo- a revisar los compromisos y efectos de eso que decimos.
El reparto tampoco nos convencía. La participación de personas trans, con sus historias a cuestas, y de un equipo de médicos (cis) invitados a “echar luz con la palabra autorizada” (sic), parecía ignorar la historia política de un movimiento que lleva décadas tratando de sacudirse de la tutela médica. Explicamos qué pasa cuando las iniciativas sobre personas trans* centran su atención en las voces cis, y ofrecimos referencias específicas a los fenómenos de patologización, devaluación de la credibilidad y también a la agenda del activismo trans. Finalmente, sugerimos que la propuesta sea trabajada más en profundidad y reformulada en gran medida. A las documentalistas no les interesó mucho. No les interesó nada, en realidad, y nos lo dijeron. Después de todo, ellas querían educar, no aprender.
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“En esta época, lo que abunda es la sobreinformación. Los chicos están solos, se meten en internet a investigar, a indagar, arman sus propias construcciones… por eso lo importante es dar con profesionales idóneos que conozcan de la temática trans”, le dice la psicóloga a Juan y a su mamá. Si aplicamos el principio de caridad interpretativa, podemos pensar que la psicóloga se refiere a todxs lxs chicxs (sean trans o no) y a cualquier profesional. Me explico, ella no estaría sugiriendo que quienes se identifican con un género distinto al asignado al nacer tienen que consultar con especialistas de salud mental, sino que está subrayando la necesidad de que lxs profesionales de todas las disciplinas estén empapadxs de la temática trans.
No sé a ustedes, pero a mí me parece muy bien.
Distinto sería si la psicóloga estuviera sugiriendo que sólo niñxs y adolescentes trans deben consultar especialistas de la salud por el hecho de no identificarse con el sexo asignado al nacer. Pero, ¿por qué haría algo semejante? Al fin y al cabo, en sociedades generizadas, todxs tenemos una identidad de género, la identidad de género es una experiencia subjetiva (que no depende del sexo asignado al nacer ni de características corporales) y en ningún caso la identidad de género es una enfermedad.
Los abusos médicos son todavía una realidad para las personas trans en todo el mundo. Estos abusos abarcan una amplia gama de prácticas que van desde tratamientos forzados (por ejemplo, la consulta psi obligatoria), hasta diagnósticos degradantes y tratamientos correctivos. Adicionalmente, la relación entre los sistemas psicomédicos y legales, así como su influencia combinada en la vida social, tiene un impacto negativo en las condiciones de existencia de las personas trans. Por eso, en épocas de sobreinformación, las comunidades trans suelen ser muy criteriosas cuando trabajan cuestiones de salud.
El marco normativo en materia de DDHH es muy claro en este aspecto y nuestro país debe respetarlo. El principio #18 de los Principios de Yogyakarta se refiere a la protección contra abusos médicos y establece que “Ninguna persona será obligada a someterse a ninguna forma de tratamiento, procedimiento o exámenes médicos o psicológicos, ni a permanecer confinada en un establecimiento médico, por motivo de su orientación sexual o su identidad de género. Con independencia de cualquier clasificación que afirme lo contrario, la orientación sexual y la identidad de género de una persona no constituyen, en sí mismas, trastornos de la salud y no deben ser sometidas a tratamiento o atención médicas, ni suprimidas”. La ley argentina de salud mental (Ley 26.657 artículo 3, inciso c), se refiere específicamente al diagnóstico y establece que en ningún caso se admitirá la configuración de diagnósticos en ese campo a partir exclusivamente de la “elección o identidad sexual”.
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En el curso de las últimas semanas se desató una gran controversia con el anuncio de que la actriz Scarlett Johansson protagonizaría Rub & Tug. Activistas y miembros de la comunidad trans de todo el mundo expresaron su descontento al ver que esta actriz, una mujer cis, interpretaría a Dante “Tex” Gill, un hombre trans.
La práctica extendida de contratar actores y actrices cis para interpretar personajes trans es ofensiva. Hay quienes han comenzado a referirse a ella como “transface”, en analogía el “blackface” (y de tantos otros términos que ya se han acuñado, como redface, yellowface, etc.), que hace referencia al maquillaje utilizado para caracterizar personajes afrodescendientes, y que da nombre a una tradición racista usada históricamente para que artistas blancxs caractericen personajes negrxs (lo que en Argentina conocemos como “corcho quemado”).
En un contexto donde muchxs actores y actrices trans no tienen oportunidad de desarrollar sus carreras, que las personas cis sean contratadas para interpretar personajes trans que viven historias de opresión (¡y reciban premios por eso!) no es un motivo de celebración. Por el contrario, la apropiación cis de las narrativas trans merece el repudio de las comunidades.
Por eso, la reacción no se hizo esperar y las redes sociales fueron el marco de una protesta creativa.
Estas protestas fueron acompañadas de interesantes reflexiones acerca de qué hay de malo en contratar personas cis para interpretar personajes trans. Las comunidades, en particular las comunidades de artistas trans, señalaron que con estas prácticas, directorxs, productorxs y agentes de casting perpetúan los estereotipos. Por un lado, se promueven representaciones de personas trans que son construidas por y para ojos cis. A menudo, esas representaciones funcionan como criterios de autenticidad que las personas trans no pasan. Por el otro, se refuerza la idea de que ser trans es una cuestión de performance y que las personas trans son gente disfrazada. Claro, muchas personas consideran que lo de los estereotipos no es para tanto y que, de todos modos, lo importante es que se hable del tema. Adivinen si son cis.
¡Piri is ficciín!
Es cierto. Lo que no es ficción es la dinámica de hipervisibilidad y borramiento. Actores y actrices cis se apropian de narrativas trans y exponen sus historias al escrutinio público, buscando hacer visibles esas marcas inequívocas de transexualidad: los genitales, el nombre anterior, las cicatrices, la prótesis, las fajas.
También es cierto que las personas trans rara vez reciben papeles cis.
Finalmente, Johansson lo entendió, rechazó el papel y pidió disculpas. “Nuestra comprensión cultural de las personas trans continúa avanzando y he aprendido mucho de la comunidad desde que hice mi primera declaración sobre mi casting y me di cuenta de que era insensible. Tengo una gran admiración y amor por la comunidad trans y agradezco que la conversación sobre la inclusión en Hollywood continúe”, sostuvo.
Scarlett agregó: “Aunque me hubiera encantado tener la oportunidad de dar vida a la historia de Dante y su transición, entiendo por qué muchxs pueden sentir que debería ser interpretado por una persona trans y estoy agradecida de formar parte de este debate. Ha desencadenado una conversación amplia sobre diversidad en el cine”.
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Entonces, ¿querías hablar de visibilidad? Tal vez podemos hablar de algunos de estos temas. ¿Seguís ahí?