Triunfo del Frente de Todos en las PASO


Una noche feliz, setenta días complicados

La erosión de los votos oficialistas es equivalente a la devastación económica y social que atraviesa la Argentina, dice el antropólogo Alejandro Grimson. El descontento se canalizó en una opción política que articuló heterogeneidades. El relato macrista chocó contra una sociedad que había apoyado a Cambiemos en 2015 y 2017 pero que nunca dejó de debatir sobre trabajo, educación, ciencia. No será fácil transitar los próximos meses y el gobierno deberá asumir la responsabilidad de que el país llegue al 27 de octubre y al 10 de diciembre de la mejor forma posible.

Una oleada imparable recorrió la Argentina y otorgó un triunfo contundente al Frente de Todos. Ganó en 22 de las 24 jurisdicciones, incluyendo Mendoza, Jujuy y Santa Fe. Y con una excelente elección en los dos lugares donde no ganó, Córdoba y la Ciudad de Buenos Aires. La erosión de los votos oficialistas es equivalente a la devastación económica y social que atraviesa la Argentina. Entonces, este resultado inesperado en su amplia magnitud por todos los actores políticos, ¿se explica sólo por el bolsillo? Las teorías que buscan explicar el comportamiento electoral por única variable siempre fallan. Dicen que la gente siempre le hace caso a los medios de comunicación (el domingo no sucedió), y a la elección siguiente que es sólo el bolsillo. Para que el descontento económico evidente pueda canalizarse debe existir una opción política viable y lo suficientemente confiable.

 

Analicemos una serie de elementos. Primero, el desastre económico de Macri superó las peores previsiones de la llamada “campaña del miedo”. Segundo, la sociedad que eligió el gobierno de 2015 y que le otorgó un nuevo triunfo en 2017, no había cambiado sus principales valores. Quería reducir la pobreza y le creyó a Macri. Seguía, en su gran mayoría, defendiendo los derechos humanos, la educación pública y la ciencia. Le creyó en 2015 (“no voy a cambiar nada de lo que está bien”) y le volvió a dar una chance en 2017. Una sociedad que en estos cuatro años siguió debatiendo sobre los modelos de país. Tercero, en 2017 la oposición estaba fragmentada. Y en 2019 ofreció un frente unitario en el que es necesario detenerse.

 

El humor de la sociedad comenzó a cambiar muy poco después del triunfo del oficialismo en 2017. La resistencia a la reforma previsional, y a una posible reforma laboral, chocaba con la aceleración de las políticas económicas oficialistas. El rechazo a los aumentos tarifarios, al ataque al salario, a la inflación creciente, a la megadevaluación, iba in crescendo. Sin embargo, cuando la sociedad miraba las alternativas viables sólo encontraba la potente voz de Cristina Fernández de Kirchner que había sido estigmatizada y considerada culpable sin una sola condena en su contra. La campaña de estigmatización se extendió no sólo a todo el kirchnerismo, sino a cualquiera que criticara al gobierno. Y el gobierno, que juró no sólo “pobreza cero” sino también “unir a los argentinos”, acicateaba la “grieta” con eficacia suficiente para seguir como primera minoría.

 

El 18 de mayo pasado se produjeron dos jugadas magistrales de Cristina. Comprendiendo la situación, lanzó la fórmula presidencial encabezada por Alberto Fernández, quien había planteado el problema del siguiente modo: “sin Cristina no se puede, con Cristina no alcanza”. Muchos alabaron la “movida de ajedrez”, otros se burlaron. Nosotros analizamos aquí aquella decisión. Casi tres meses después, podemos considerar varios aspectos nuevos. El primero es que Cristina Fernández de Kirchner cumplió el papel que se propuso a sí misma con aquella decisión. Estuvo presente para que la principal corriente política opositora, el kirchnerismo, apoyara la fórmula y acompañara todo el proceso. Y lo hizo de tal modo que dejó espacio suficiente para que Alberto Fernández se instalara como candidato presidencial.

 

Ahí se pudo percibir que había una segunda jugada magistral, que ninguno de quienes escribimos aquel día habíamos entendido. Si bien señalamos la trayectoria de Alberto Fernández, su experiencia y el respeto que tenía por parte de la dirigencia, no teníamos elementos para prever un desempeño tan lúcido y eficaz en esta primera etapa de la campaña electoral. Sus características de dirigente moderado, razonable, cordial, eran conocidas. Pero había al menos dos aspectos que no fueron entonces subrayados. El primero, sus cualidades para instalar temas de agenda, cambiar los ejes del debate político y retrucar en tono cordial las falacias oficialistas (como lo hizo con Morales Solá, por ejemplo). Quizás quedará en la memoria su frase sobre las Leliq y los remedios a los jubilados, que generó una respuesta del Ministro de Economía. Hasta allí su eje había estado en el armado político con los gobernadores y en la incorporación de Sergio Massa. Desde ese momento su eje fue cómo “encender la economía”, una frase esperanzadora que llegó. Por otro lado, su contacto personal en sus recorridas por el país reveló a un candidato con alta empatía y sensibilidad. Se puede decir que fue percibido como inclusivo, tanto emocional como racionalmente. Alberto terminó dialogando con todos, los terminó sumando de verdad, convenció a los que dudaban de que el frente que se armaba podía gobernar.

 

Ese 18 de mayo abrió una opción eficaz para canalizar el rechazo a las políticas económicas de Macri. La articulación de heterogeneidades encuentra una candidatura presidencial. Se forma así un Frente que no tiene una única identidad. Porque la “grieta” siempre pregunta por la identidad: ¿sos kirchnerista o anti? ¿Sos peronista o anti? El oficialismo dice que el Frente de Todos es kirchnerista. Lo cierto es que el kirchnerismo es una fuerza sin la cual no existiría ese Frente diverso, quizás el más amplio desde 2007. Pero no entender que Massa no se hace kirchnerista al apoyar a Kicillof, es no comprender lo que está sucediendo. Y no comprender  siempre contribuye a la propia derrota.

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Es sencillo percibir qué fue la peor de las tres campañas electorales del macrismo. Se pueden mencionar hechos puntuales. La frase que decía “Los argentinos unidos somos imparables”, ¿cuántos votos le llevó a Alberto Fernández? ¿Quién dijo que los argentinos no querían parar a Macri? Terminar una campaña presidencial afirmando que una avenida de la Ciudad de Buenos Aires no se inunda más… Claro que era una metáfora, pero no la entendió nadie y lo que se entendió es que después de 4 años de ser presidente lo que tenía para mostrar era su gestión previa. La lista de errores está vinculada a que hay una creciente e irreversible pérdida de verosimilitud del relato macrista. ¿No fue sobreestimada la capacidad e inteligencia electoral del macrismo? Sin duda han hecho dos campañas técnicamente impecables, pero también son ciertas otras dos cosas. Primero, aquellos contextos les eran funcionales para ese tipo de estrategia. Segundo, esta campaña tenía un problema: Cambiemos (Juntos por el Cambio) gobierna hace 4 años y sólo quiere ganar con promesas. Su eje había sido que esa coalición era sinónimo de ética, el respeto a las instituciones… Algo moralmente superior a grupos sólo preocupados por la economía y la heladera. ¿Puede haber democracia con hambre? ¿Cuál es la ética del aumento de la pobreza? Pero también sucedió otra cosa: error tras error y promesas incumplidas sucesivas, la pomposidad ética se reveló otra falacia electoralista.

 

Juntos por el Cambio quería ganar instalando como agenda la corrupción o la seguridad. Convengamos que ni en uno ni en otro le va bien al gobierno, pero varios medios oficialistas han instalado esa idea. Su principal estrategia era no hablar de los problemas que aquejan a los argentinos: el bolsillo. Y concentrarse en decir que eso era culpa del gobierno anterior (argumento que perdió verosimilitud día a día). Cuando Alberto Fernández mostró lo que se está pagando de tasas en las Leliq, al revelar que en diez días se iba el dinero necesario para pagar los remedios de los jubilados, dio la clase más didáctica acerca de qué es la nebulosa timba financiera. Así la agenda económica se abrió paso. Y el gobierno tuvo que discutir en terrenos en que no podía salir airoso.

 

Un párrafo aparte merece la Provincia de Buenos Aires. Nadie imaginó un triunfo tan contundente tampoco allí, en ese lugar clave para la política argentina. A la oleada general, en ese territorio siempre desafiante, se le agregó la excelente campaña electoral de Axel Kicillof, que planteó hace tiempo la cuestión de salir de la trampa de la grieta. Como un rockstar keynesiano, acusado de marxista por el macartismo vernáculo, Kicillof ganó espesor en sus recorridas por cada pueblo. Que incluyeron en más de un caso a los clubes y sindicatos y hasta productores agropecuarios. Creció en varios aspectos. Conocido por emocionar y hablar extenso, escuchó extenso. Y capitalizó esa apuesta en esta elección.  

 

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El principal desafío para el gobierno es responder esta pregunta: para Macri, la competencia y la gobernabilidad ¿son compatibles hoy? Las elecciones nacionales que elegirán al nuevo presidente constitucional serán en 70 días. Parece una eternidad en Argentina. El país necesita que un gobierno que ha hecho las cosas de un modo pésimo esté a la altura de gobernar todavía durante 4 meses. La noche del domingo dio malas señales. Es el segundo escrutinio a su cargo y las dos veces hubo problemas con la carga y publicación de datos, generando un daño a la institucionalidad. ¿No cabe esperar que un buen perdedor felicite a los ganadores? Ayer Macri olvidó ese gesto en su discurso. Mientras Alberto y Axel desplegaban discursos contra la grieta y la venganza, cada vez más el gobierno quedó expuesto como el fogonero de la grieta.

 

Caen los mercados, sube el dólar. Quienes ayer pronosticaban una elección muy pareja, hoy dicen que esto es la consecuencia de la elección. Como si la oposición debiera gobernar. Quien gobierna, planifica, y eso incluye que en democracia quizás el gobierno pierda la elección. Mientras se viva en democracia, eso siempre puede suceder. Y eso no exime al gobierno de sus responsabilidades. Macri es responsable de lo que suceda en Argentina hasta el 10 de diciembre. Que lo haya hecho de modo pésimo hasta el 11 de agosto no lo autoriza a culpar a otro de sus propios desastres. De todas formas, debe comprenderse que esta será una de las batallas culturales y políticas centrales de estos días. Desesperado, el gobierno puede llegar a dañar más aún a la Argentina. Habrá varias luchas de interpretación. Y más aún si la situación económica llega a complicarse mucho. 

 

Por su parte, el Frente de Todos tiene grandes desafíos. No sólo para consolidar su propuesta de unidad, de superación histórica de la grieta y de encender la economía. También porque la inmensa alegría que se apoderó ayer de los dos tercios de la Argentina que votaron para que se terminen estas políticas económicas implica que probablemente Alberto Fernández se siente en el sillón de Rivadavia el próximo 10 de diciembre en medio de una gran fiesta popular. Para cualquier persona, sacar al país del desastre económico y social en que lo sumergió el macrismo será un desafío inmenso. Se destruye rápido, se construye despacio. 

 

En este escenario, la elaboración de propuestas políticas para la campaña y para el nuevo gobierno se articulan de un modo muy estrecho. Y su mayor desafío será que todas y todos los dirigentes comprendan qué es y por qué triunfó el Frente de Todos. El éxito se basó en la diversidad y en una síntesis superadora de las diferencias: para sostener la heterogeneidad habrá que apostar al diálogo creativo y al trabajo desde la dirección política del gobierno. Esta unidad lograda, y aquella que se pueda seguir ampliando en un proyecto de desarrollo con justicia social, será sobre la base de ideas y de valores.

 

El 11 de agosto se abrió una oportunidad histórica para la Argentina. Para desplegar todo su potencial, con lo mejor de sus tradiciones y con claridad acerca de los errores que no pueden cometerse. Está en múltiples manos comprender que serán tiempos delicados. Sólo si hay una convergencia de responsabilidad apasionada, de solidaridad, un gesto persistente de colocar primero a la Argentina, sólo así esta posibilidad podrá ser aprovechada en todo su potencial de reparación y de construcción de un país justo, democrático, más igualitario.