Hoy es lunes 25 de junio, primer lunes del invierno 2018, y en los principales polos urbanos de nuestro territorio no vuela ni una mosca. Incluso cuando millones de argentinos no tenían proceso productivo alguno que detener, pararon las rutas, jaquearon ciudades.
Esta quietud es la vara con la que mide su poder el sindicalismo argentino.
El don de parar el país pertenece a las organizaciones que representan a una clase trabajadora multiforme. Entre ella, las nuevas protagonistas: las mujeres. Las feministas también están experimentando el paro. Vienen conversando mucho en asambleas sobre cómo inventar las mil formas de hacer huelga e incidir en el extenso tejido social.
El de hoy, 25J, es el tercer paro realizado al gobierno de Macri pero el primero con semejante adhesión. Espeja tres formas políticas de agregación social: la forma sindicato, la forma economía popular, la forma feminista. Sectores que se organizaron en paralelo, como segmentos, y ahora se van enredando.
El macrismo no está logrando dividir, menos reinar, ni siquiera timbrear. ¿Se retira de la micropolitica? Por el momento, volvió al Fondo Monetario Internacional para acomodarse, como sus antecesores ideológicos, en las rutinas del ajuste.
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¿De dónde salió este paro? Los paros no se declaran. No son del orden de la retórica, tampoco de la simple agitación. Los paros efectivos demuestran y producen fuerza porque son actos de poder.
Durante el primer verano macrista, Hugo Moyano lo dijo con la ortodoxia de un dirigente sindical peronista: “No se trata de ser combativos, tenemos que ser contundentes”. Unos meses después, Juan Carlos Schmid retomó el planteo: “Hay que poner a calentar la pava, tenemos que preparar el paro”.
La huelga es una consecuencia, un punto de llegada.
Y las huelgas de la CGT salen con fórceps. Si “la pelirroja progre” –ese personaje creado por Mario Wainfeld para sus columnas del diario Página 12-, copara la demanda, acusaría a la central de burócratas, podría incluso descarriar asimilándola con la aristocracia obrera. Pero lo cierto es que la Central representa a millones de trabajadores convencionados y afiliados, a miles de sindicatos y dirigentes, a un universo heterogéneo, rico y complejo que queda íntegramente descalificado.
El primer paro al gobierno Macri fue el 6 de abril de 2017. Tuvo como antecedente el episodio del atril y el cántico “poné la fecha…” ocurridos durante la inmensa movilización del 7 de marzo, un día después del masivo paro de maestrxs con movilización y un día antes del masivo 8M feminista.
El segundo paro general –convocado para el 19 de diciembre de 2017- reprodujo el mismo tironeo y contó con varios aditamentos. Unos días antes, el 13 de diciembre, la movilización de la CTEP, la CCC y Barrios de Pie concluyó con una brutal represión policial a los manifestantes. Fue un preludio de la que se replicaría unos días después, el 18 de diciembre, con el objetivo de terminar con la escena de confrontación callejera a una reforma previsional regresiva para las grandes mayorías. Ese fue el paro de las desobediencias. La más bochornosa y desusada fue la de la UTA que se manifestó en contra y generó la renuncia de directivos como Francisco “Barba” Gutiérrez y Pablo Moyano.
Durante aquellos días calurosos y de confusión generalizada, Juan Carlos Schmid concede una entrevista a Crisis y advierte sobre el debilitamiento de la CGT como instancia colectiva de la clase trabajadora: “Que cada uno haga su juego en lo sectorial hasta donde pueda. Yo no voy a invalidar lo sectorial, pero cuando tenemos que jugar colectivamente no puede ser esa la lógica que prime”.
Este escenario no mostraba algo nuevo. Unos años atrás, el referente sindical Horacio Ghilini ya se refería a este mismo problema recordando la que calificó como una apreciación reaccionaria de Carlos West Ocampo, del gremio de Sanidad. A principios de los noventa, West Ocampo dijo: “El Secretario General de la CGT es Secretario General de los sindicatos y no Secretario General de los trabajadores”.
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Cuando los sindicatos se sientan en la mesa chica con el Ministerio de Trabajo pasa de todo. Unos negocian ‘a la baja’, algunos resisten, otros se imponen.
Son muchos los factores que intervienen en estos acuerdos, como el poder gremial, la composición empresarial del sector, los niveles de rentabilidad y de empleo, la tasa de registro, etc. En algunos casos existen otros motivos: “carpetazos” o fondos para las arcas gremiales.
Este 2018, entre los que negociaron a la baja están los petroleros. Siendo un motor tan poderoso, cerraron paritarias en 15%, tras la negociación del año pasado en la cual establecieron limitaciones al derecho de paro, intensificaron el trabajo y eliminaron el pago de las denominadas “horas taxi" (las horas durante las cuales los trabajadores se quedan en trailers y hoteles a disposición de las empresas). También se firmó el Acuerdo Preventivo de Crisis entre Carrefour y Armando Cavalieri, del sindicato de comercio; a instancias del Ministerio de Trabajo de la Nación autorizaron retiros ‘voluntarios’, baja de aportes patronales y rebajas salariales hasta ¡marzo de 2021! Por otro lado, hay un nuevo convenio ferroviario que introduce la categoría de aprendiz, con un salario sustancialmente menor, para todos los trabajadores que ingresen a la empresa, además de permitir la rotación entre las distintas líneas de ferrocarriles. También están los míseros acuerdos paritarios del 15%, como el que firmó Andrés Rodríguez (UPCN) para los estatales hace apenas 20 días, cuando por unanimidad las consultoras anunciaban una inflación anual cercana al 30%.
Este escenario viene impulsando una vieja idea: hay que consolidar un nuevo MTA. Un nuevo Movimiento de los Trabajadores Argentinos, una corriente interna que en unidad de acción con la CTA se enfrente al macrismo y deje al descubierto a los que negocian a costa de los trabajadores.
Otros sectores desestiman este plan. Piensan que éstos no son los ´90: el desempleo no es tan alto, no venimos de un proceso de pérdida de derechos, la desolación no es el signo de este tiempo. Equiparar las épocas significa ponerle un chaleco de fuerza al momento actual.
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Quizás la fuerza de este paro se basa en un historial. 1) La Marcha Federal por Pan y Trabajo que culminó el 1 de junio en Plaza Congreso. Fue organizada por el sindicalismo de la economía popular exigiendo la sanción de cinco leyes: la emergencia alimentaria, la emergencia de adicciones, el régimen de promoción del trabajo de la economía popular, la expropiación de las tierras donde están establecidos los barrios populares para garantizar a sus pobladores la regularización dominial y la integración socio-urbana, la creación de un fondo fiduciario de crédito público para la agricultura familiar. 2) La descomunal movilización verde que aseguró la media sanción al proyecto de despenalización y legalización del aborto el 14 de junio pasado.
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Vale la pena volver a un punto. Lo que aquí llamamos “sindicalismo de la economía popular” puede comprenderse ahora en sus muchos capítulos y décadas de lucha. Es una historia que ya se ve: incluye puebladas, toma de tierras, resistencia organizada a los desalojos, territorios reconfigurados para garantizar el plato de comida. Surgió con los cortes de ruta de Cutral Có, Plaza Huincul, Tartagal y Mosconi, se consolidó a través de las organizaciones populares que interactuaban en los territorios disputando ‘planes’, en la constitución de un movimiento piquetero con epicentro en el conurbano bonaerense, con la recuperación de fábricas, la organización en cooperativas, la creación de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), la obtención de personería social, las nuevas institucionalidades populares (AUH, monotributo social, salario social complementario y todas las que surgen de los cinco proyectos legislativos mencionados más arriba).
Y finalmente, la articulación de esta fuerza con la CGT. Una alianza que se ha ido fortaleciendo vertiginosamente desde que el 8 de agosto de 2016, cuando el otro movimiento obrero organizado, la CTEP, se volvió visible incluso para la CGT.
¿Y si los trabajadores que quedaron afuera entran? ¿Qué pasaría en Azopardo 802? ¿Pudiendo armar semejante expansión del universo sindical para casi duplicarlo, qué sentido tiene apostar a construir la corriente interna combativa?
Las feministas en el mundo sindical tienen una historia más breve pero que promete ser intensa. Una mención que lo ilustra: el último 7 de marzo crearon el Bloque Gremial Feminista. Las referentes de distintas agrupaciones de la CGT, de las dos CTA, de las organizaciones que integran la CTEP, de Barrios de Pie, la CCC, la Tupac Amaru, disolvieron la fragmentación sindical al converger todas en una misma conferencia de prensa. La conferencia espontánea se realizó en la calle, justo frente al Monumento Canto al Trabajo, a pocos metros del histórico edificio cegetista. En sus intervenciones ensayaron un enfoque sindical feminista, se abrazaron, vivaron la unidad de las trabajadoras y se fueron como trombas. “Si nuestro trabajo no vale, produzcan sin nosotras”, gritó Jacquelina Flores del MTE (Movimiento de los Trabajadores Excluídos). Y agregó: “Antes sólo lo decíamos pero ahora estamos seguras de los valores que producimos”. Este acontecimiento abre un hilo de conexiones hacia adentro de cada una de las organizaciones y augura una rebelión profunda de las estructuras de la identidad subjetiva, civil y sindical.
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La saga de los tres paros generales no puede narrarse sin la enumeración de grandes movilizaciones que vuelven evidente la preponderancia de lxs trabajadorxs de la economía popular y las mujeres en las calles componiendo la escena cotidiana de la confrontación social. Y allí también están las maestras y los maestros, que abonan a esta elaboración porque construyen un sindicalismo más allá de sus confines.
La forma sindicato recupera en este juego de tensiones su competencia exclusiva: la osadía y la potencia de parar el país.
Así llegamos a esta mañana congelada por el invierno y por el tercer paro general de la CGT contra el macrismo apoyado por los distintos agrupamientos que la integran, por la CTEP, las dos CTA, el Movimiento Nacional Campesino-Indígena, sectores de izquierda, el Colectivo Ni una Menos. Una sincronización absoluta de las capacidades populares, un campo de energías que galvaniza a la CGT y repone un sentido de instancia colectiva para el conjunto de la clase trabajadora.