La globalización llegó a su fin, al menos como la conocimos en los últimos 25 años. La promesa de fabricar la Muralla es apoyada por las masas en países centrales. Al triunfar en los Estados Unidos, ya nada será igual. El mundo que conocimos dejará paso a una nueva etapa histórica. ¿Alguien quería cambiar el mundo? Ahora cambió, para peor. No será peor porque hubiera algo maravilloso en la globalización realmente existente. Aunque parezca increíble, ahora vamos a constatar –como si hiciera falta- que todo siempre puede ser peor.
A partir la caída del Muro de Berlín surgió un gran relato. Uno que venía con la trampa de que se habían acabado los grandes relatos. Se anunció el Fin de la Historia, nada menos. Y también de otros “detalles” que habían expirado: las ideologías, las naciones, los estados, las fronteras. El listado era extenso y la afirmación abrumadora: 1989 no abría una nueva etapa de la historia, sino que dividía el tiempo en simplemente dos. Era una etapa histórica que se negaba a sí misma como tal, como una etapa más, con su inicio y su fin. Pero con el triunfo de Donald Trump sonó su fin. Terminó de una vez y para siempre el “fin de la historia”, el “fin de las naciones” y de las “fronteras”.
Recordemos que la caída del Muro de Berlín no fue el primer síntoma de que podía derrumbarse la Unión Soviética. Hubo muchos hechos relevantes, antes y después. Del mismo modo, hay un amplio listado de casos que muestran, con distinto nivel de efectividad, que las naciones y los nacionalismos regresaron a la escena internacional. Muy cierto es que los primeros años del siglo XXI mostraron un resurgimiento de nacionalismo y de intervención del Estado en América del Sur. Pero cuando ese ciclo, conceptualizado por Perry Anderson como una “excepción global”, a veces llamado “populismo” o “nacionalismo” de “izquierda” está llegando a su fin, los nacionalismos pasan a dominar la escena política mundial. Había experiencias por izquierda que no lograban concretarse como el caso griego o el de Podemos en España. Más potente en cambio era el crecimiento de la xenofobia, el nacionalismo y la derecha política en países tan cruciales como Francia y Alemania. Pero el Brexit y Trump son disparos mortales a la globalización. Fin.
El gran relato de que íbamos rumbo a un mundo cada vez más integrado, con bloques regionales sólidos, donde los estados nacionales irían desapareciendo y serían reemplazados por ciudadanías regionales fue el discurso dominante a fines de los noventa y persistente a inicios del siglo. Se fue apagando en lo últimos años. Desde ahora, es un discurso directamente absurdo, sin sentido, desconectado por completo de los sucesos políticos. El mundo en el cual ese gran relato era audible ha dejado de existir.
Las sociedades centrales están eligiendo para que los gobierne a dirigentes que prometen sacarlos de una excesiva integración, de un libre comercio que suponen perjudicial y de una creciente desigualdad acompañada de discursos llamados “políticamente correctos”. Una inequidad inédita acompañada de una supuesta tolerancia donde todos deberíamos ser iguales. Si vibraba un cosmopolismo con muros, bombardeos, terrorismo y racismo. ¿Por qué no probar sin el cosmopolitismo?
¿Y a qué viene tanta bronca? Las promesas no se han cumplido. Los beneficiarios de la globalización son unos sectores minoritarios a costa de sectores mayoritarios en muchos países. La desigualdad, en especial con la ínfima plutocracia, llegó a niveles exasperantes en estos 25 años del “fin de lo historia”. Una desigualdad que genera sensaciones múltiples. Y que resulta cautivante para amplios sectores. Los desencantados de la teoría del derrame también pueden querer ser gobernados por el dueño de la botella.
El test del smartphone
Todas las promesas fueron puestas a prueba en los 25 años de la revolución tecnológica que más ha transformado la vida cotidiana. Las redes, la televisión con las noticias del mundo, el turismo y las migraciones han multiplicado la conciencia de contemporaneidad, la conciencia de que convivimos, nos guste o no, con muchos otros en este planeta y en nuestra zona de residencia.
Es que la globalización realmente existente puede ser verificada en cualquier smartphone: con mil millones de usuarios de Facebook de decenas de lenguas diferentes, ¿cuántos de los “amigos” reales son del mismo país y hablan nuestra misma lengua? Las redes permiten una interconexión infinita. Pero no existen las condiciones sociales y culturales para que esa comunicación se lleve a cabo. Sólo estamos conectados “entre nosotros”, quizás con algún cosmopolitismo muy parcial.
La globalización ha multiplicado los contactos entre los seres humanos de culturas diferentes. Pero ese puro contacto no permitió que aumente en nada el conocimiento acerca de esos “otros”. Y cuanto mayor desconocimiento hay sobre personas con las que interactuamos, mayor es temor que sentimos ante sus acciones y potenciales reacciones. Todo musulmán puede ser visto como terrorista, todo colombiano o mexicano como narcotraficante, todo “otro” como peligro. Receta explosiva: coloque varias alteridades, estigmatice, aumente la interacción, impida el conocimiento de esos otros y producirá temor.
Así, junto al contacto, el miedo se expandió por el planeta. En más de un caso se convirtió en pánico. Pánico al otro, a esas alteridades presentes e incomprensibles. La globalización no permitió ni permitirá ninguna comprensión. El mercado garantiza el contacto y más contactos. Pero no sabemos la lengua del otro, ni sus creencias ni sus ilusiones ni sus sufrimientos.
El otro está omnipresente y la ignorancia del otro es absoluta. Sólo políticas deliberadas, por parte del Estado y de organizaciones de la sociedad civil, podrían promover la comprensión. Ante la ausencia de esas políticas, o a su fragilidad, ahora ha triunfado la incomprensión. Y por goleada.
El fin
Quienes regaron ríos de tinta sobre el fin del Estado deben ir ahora a preguntarle a Trump de qué se trata. El retiro del Estado en el mundo neoliberal fue retiro de protección social, de políticas de bienestar. Nunca redujo los ejércitos, los aparatos represivos, los controles de frontera. El fin de los estados era parte de un gran relato que alimentaba un neoliberalismo global.
La globalización realmente existente dio creciente libertad a los flujos del capital financiero y al comercio internacional. Colocó barreras crecientes a los desplazamientos de personas. Nunca se globalizaban los derechos. Cuando unas fronteras se debilitaban (como las internas de Europa) otras se fortalecían (como las de Europa con el resto del mundo). Los desperdicios humanos de la fiesta de la globalización son condenados de la tierra, con condena a muerte en el mar mediterráneo. Lo políticamente correcto y la supuesta universalidad de los derechos humanos tambaleaban ante su evidente falta de concreción. La contradicción se resolvió en una dirección.
Por ahora, momentáneamente. Nada es para siempre. La globalización tal como la conocimos ya no volverá a existir. Viviremos en otro mundo, se vienen otras oscuridades. Habrá otras disputas. Las utopías de igualdad deberán tener la potencia de reinventarse, sin falsas promesas, sin tantas inconsistencias, sin esa inmensidad de desigualdades.
Necesitamos interpretar el mundo para transformarlo. Precisamos entender y debatir la etapa histórica. Para comprender, claro, para ponerse manos a la obra.