La victoria del NO por el 50,2%; el 49.7% que dijo SI al acuerdo por la paz, la abstención del más del 60% dicen que el odio al presidente Juan Manuel Santos y a las FARC-EP juntó al pueblo con sus elites; nos recordó que las clases medias y urbanas son reaccionarias y se conforman con su primer automóvil y que el Caribe, gracias a la influencia del vicepresidente Germán Vargas Llerista, se diluyó y que la verraquera paisa triunfó apoyando a Uribe en Antioquia y Medellín. Ni bien conocidos los resultados del referendo, Santos anunció que se abría el diálogo con los promotores del NO mientras que las FARC-EP quedaron a la espera del destino de Colombia y su ex presidente Alvaro Uribe (2002-2010) volvió a ser el rey.
Los bienpensantes queremos creer que el proceso de paz con las FARC-EP es irreversible. Habrá, eso sí, que renegociar algunos puntos. A la larga, con el ingreso de los del “NO” (el uribismo) a otra fase de la negociación, el acuerdo -firmado el 26 de septiembre de 2016 en Cartagena después de 4 años de negociaciones en La Habana- podrá ganar más legitimidad. Finalmente, no habrá muchos cambios en el texto que ya existe. Serán dos: que el uribismo aparezca en la foto de los negociadores; un asunto de ego político que no es para subestimar. Y que a las FARC-EP les tocará decir más veces “perdón” y tener más cuidado con sus declaraciones cínicas. La imagen del futuro será la de Uribe estrechando la mano de Timochenko: es que el ex presidente, y rival del actual, no quería que Santos se llevara el Nobel solito. (Pensar de bienpensantes).
1. Las encuestas, todo mal. Los sondeos de opinión comenzaron fracasando. Arrancaron confundiendo y, tal vez, de mala leche. Dos encuestas dieron ganador por mayoría impresionante al NO y dos al SI. Aplicaron la táctica de “confunde y reinarás”. Nadie podía explicar qué pasaba. Los analistas estaban confundidos, los señores de la desinformación no: hablaban de un país polarizado y contradictorio. Hasta que un periodista de verdad como Daniel Coronell hizo la tarea del buen periodismo (consultar fuentes, confrontar datos, llamar a los que las hicieron) y demostró que estaban mal hechas. Después afirmó que se quería crear y formar opinión a favor del NO. Luego, las encuestadoras hicieron un acuerdo ético-técnico (¡uuupppsss!) que consistió en tres criterios: preguntar primero si iban a votar; segundo por qué opción, y hacer por lo menos 1.000 encuestas (¡la obviedad técnica!). Y aplicando un tris de rigor el resultado ya fue más parejo y más creíble: el SI ganaba casi con el 70. Pero hubo algo más, a medida que se acercaba el 2 de octubre -y todos a la espera de las encuestas-, éstas no aparecían. Finalmente las sacaron con timidez, como por debajo de la puerta, como sin querer queriendo: ya no fueron titular de página entera. Parecía que les daba miedo volver a fracasar. Las encuestas se dedicaron interesadamente a formar o deformar a la opinión. Perdieron su credibilidad, pero no su poder. Después de haber anunciado una victoria del SI por casi 20 puntos a cinco día de las elecciones y fracasar pues cada vez los ciudadanos creemos que las encuestas están en mayor desprestigio; pero tienen poder, tal vez sus cifras eran para apaciguar los ánimos de los votantes e inactivarlos, o tal vez la gente responde lo que es bien visto y que no me molesten: voy por el SÍ, pero realmente voto NO. En todo caso, las encuestas están representando un mal para la democracia colombiana.
2. Santos: ganó y perdió. El presidente Santos demostró ser un gran estratega. Sea por ego, por convicción, por aristocrático, por sagaz… por lo que sea pero se salió con la suya, a pesar de la permanente diatriba, mentira y odio de Uribe y sus feligreses; en contra de la Iglesia que actúo como pilatos, Vargas Lleras y su cinismo de siempre y las iglesias donde la paz es el diablo mismo. Tuvo paciencia, jugó paso a paso, desgastó a todas las opiniones en contra, se hizo rodear internacionalmente y ganó con la firma de la paz. Y como sabía que él no era el hombre para liderar la campaña publicitaria por el SÍ se hizo a un ladito e hizo lo mejor que ha hecho en comunicación en su gobierno: (i) ante la jodencia de la oposición a todo, hasta a la pregunta por la paz, les dijo “el presidente hace la pregunta que se le dé la gana”, ahí se portó como el que manda, y (ii) le dijo al pueblo colombiano, yo ya hice lo que tenía que hacer: el acuerdo, ahora les toca a los colombianos, hagan como quieran, que sea SI, pero ahora les toca a ustedes. Diluyó su presencia y voz para repartirla en el equipo negociador y los colombianos activados. Ganador Santos. Perdedor: el plebiscito. Y como se jugó todo a la paz, perdió su gobierno. Hizo que el referendo fuera sobre su gobierno y no sobre la paz. Y perdió porque su vicepresidente se fue por la suya, y lo mismo todos los ministros que no se pusieron la camiseta por el SI: cada ministro era un país distinto, todo un caos de mensaje de gobierno. Perdió Santos.
3. Uribe: ganó y luchó con todos los adjetivos. El ex presidente Uribe confirmó que es un gran luchador. El mejor, el más bravo de la manada. ¡Cómo luchó! Pueblo por pueblo, mentira por mentira, tuit por tuit. Fue enorme en su modo de joder, molestar, mentir, manipular, manipular la agenda, ser el rey del escándalo. Se juntó hasta con el más bobo de todos: Pastrana, el que entregó el país a las FARC. Y para mantenerse en su ira santa del NO, no creía ni en las encuestas. Y para reinar usó el adjetivo fácil, el Twitter falso, el grito herido. Fue el rey del matoneo. Y luchó hasta el final. Y aún perdiendo, es el ganador porque sigue siendo el guía de la manada que no quiere pensar sólo obedecer. Un gran rival, un gran caudillo de su grey. Un político populista pura sangre.
4. El SI: activismo y pedagogía. No se supo cuál era la campaña del sí. Podía ser la de De la Calle explicando de qué iba el acuerdo (¡aburridísima!). O tal vez la publicidad que buscaba hacer pedagogía con infogramas de lo acordado en la Habana (¡qué tontos eran sus ejemplos, grafiticos y testimonios!). O la de los deportistas que asumían que la paz era lo mejor con el “pibe” Valderrama a la cabeza (¡más ganas y emoción!). O la de las celebridades hipster dando la cara y diciendo “aquí estamos por la paz” (¡bonito verlos actuando por la paz!). O la canción de los más famosos con Andrea Echeverri, Vives y Juanes a la cabeza diciendo “yo soy capaz de la paz” (¡Sonaba bien!). O la de Antanas Mockus, ex alcalde de Bogotá, y su pedagogía, en la que llevaba a que una guerrillera le pida perdón y abrazos a la sociedad (¡Emocional!). O la de la izquierda de canelazo y hippismo haciendo carnaval por los derechos humanos (¡Una oda a otro tiempo!). O la del supuesto jefe que era César Gaviria y el liberalismo haciendo la campaña oficial por la paz (¡Muchos motivos porque no votar SI!). O la del eslogan que decía “Vota Sí y paremos esta guerra ya”, un “sí” de todos los partidos políticos que se usó con todos los colores y quería que la gente fuera consciente de que esta es una guerra absurda. O la de miles de grupos de WhatsApp que juntaba amigos que se la jugaban con sus saberes, estéticas y emociones por la paz. Nunca se supo cuántas campañas había, más de 100 seguro. Lo que causó que, finalmente, no hubiera un mensaje ni una campaña, pero sí una activación de los ciudadanos en la que cada grupo se sintió publicista, activista y promotor de esa creencia que era que el SI era la solución a este país. No hubo campaña, hubo activismo ciudadano: un despelote que nos hizo creer que todo era posible.
5. El NO: emoción y fe de pueblo. Tampoco tenía campaña. A menos que se llame campaña decir solo NO y decir que se seguía a Uribe. Y también al procurador, a Jaime Castro, a Pastrana, a Pedro Medellín (¡miren quienes son los líderes para saber qué defendían!). Salieron a relucir todo tipo de argumentos zombies. El más extraño fue el de recurrir a que se imponía una ideología de género, algo que no existe porque es un valor universal transversal y nunca una ideología (peor una designación hecha desde la ideología del dios machista y represor), la del castrochavismo que es una ficción imposible para el que sepa de política y tenga razones democráticas, pero que como el adjetivo comunista mueve fe y el hecho de que vendieron que no habría Justicia y que el Congreso de la República estaba conformado por pro-hombres puros que no pueden aceptar guerrilleros. Lo más extraño fueron los videos de unos “católicos” que anunciaron que dejarían la Biblia y tomarían las armas si se aprobaba el plebiscito; una actitud nada cristiana y menos del Jesús que pregonan. Y la más divertida: la que cantaba “Soy colombiano no y no estoy de acuerdo, con ese no”. Sonaba bonito. Fue una campaña sin rostro ciudadano ni de celebridades ni de intelectuales: la derecha se quedó sin intelectuales. Ya lo escribió en Arcadia #132, Nicolás Morales, “la derecha nacional se quedó sin figuras cultas y nos toca tolerar otras hierbas de estilo tropelero y poca suscita preguntas y preocupaciones”. Pero si apareció una raza, la antioqueña, que se basa en el amor a los valores tradicionales de familia, tradición y propiedad, que defiende un modelo de sociedad excluyente y vengativa que Uribe representa como nadie. En medio de los pocos rostros, todos los mensajes anónimos buscaban exacerbar el odio a Santos, a las Farc y al acuerdo (en ese orden). Y una sola figura se adoraba, el ex presidente Uribe. Se buscaba el miedo, se basaba en el odio, creía en que todo está mejor como estamos. Se buscaba juntar en el miedo y en la fe de que Uribe lo sabe todo. No se buscaba convencer, se incitaba a la fe al dios castigador.
6. Nairo, sí. Torres no, James ni si ni no. Hay héroes populares que nacen de la tierra y no olvidan su destino. Nairo gana y manda imagen de él, su mujer sonriente como él y su hija muy boyacense y tierna con una cartelera en la que dice que SI a la paz. Su primer testimonio de campeón es para afirmar que esa victoria es un aporte a la paz. Y cuando lo entrevistan en televisión, habla muy bien, con esa sabiduría que da la tierra y con ese sabor de los que tienen la cabeza bien puesta. Nairo es un héroe popular que aguanta una entrevista con la sabiduría de la tierra y no del marketing. Y por eso emociona y da alegría de patria.
En la otra orilla Daniel Torres, el jugador cristiano del medio campo colombiano, reveló que el sí es diabólico porque no está inspirado en Jesús, quiere la guerra a pesar que su jefe el Jesús siempre buscaba el perdón. Torres termina pensando como el procurador: primero la fe y su salvación personal y luego la nación y su paz colectiva.
Mientras tanto los futbolistas famosos como James y Falcao andan más pendientes del billete y la farándula y de adornar su cabeza con peluquiados más que con ideas. Cuando los entrevistan hablan como robots del marketing. Y se declaran solo hinchas de la Colombia sin política y que por eso no dicen ni sí, ni no. John Carlin, el famoso columnista de fútbol y política de El País, afirma que Uribe y James terminan siendo iguales: “Hay muchos, liderados por el populista ex presidente Álvaro Uribe, que prefieren estancarse y embarrarse en el lodo de los rencores del pasado, como en el conflicto eterno entre Israel y Palestina, a abrazar la oportunidad única de un futuro en paz. Uribe, una versión de Donald Trump más cerebral, pero igual de vanidosa y embustera, arrastra a las multitudes. James también”. Y concluye que James debe demostrar “si le interesa más el dinero que el bien común colombiano, si es un cobarde o un valiente”.
En el plebiscito todos jugaron: unos apostando a sus valores de la tierra (Nairo y El Pibe), otros a su fe religiosa (Torres) y los del marketing a su dios billete (James y Falcao). Seguir pensando que el deporte no es político es un asunto pusilánime y poco ciudadano ya que como lo explica el columnista John Carlin “en cualquier ránking de los cien personajes vivos más conocidos del mundo la profesión más representada sería la del futbolista. De lejos” y dice que James Rodríguez es “el personaje más conocido y admirado de su país natal, Colombia”.
7. El escándalo que marcó el referendo. María Fernanda Cabal demuestra su talento de mejor matar que conversar. La representante uribista expresó públicamente acusaciones gravísimas sin comprobar y sus deseos fervientes de odio, venganza y muerte; afirmó que “El Ejército no son damas rosadas. El Ejército es una fuerza de combate que entra a matar, no golpea la puerta y pide levantar las manos". Y se escandalizó la sociedad. Hasta su jefe Uribe le dijo que debería pedir excusas, pero no lo hizo.
Menos mal que quedan periodistas de verdad como Yolanda Ruíz, directora de noticias de RCN Radio, quien decidió no emitir estas acusaciones porque consideró que la representante estaba “haciendo una denuncia de una gravedad inmensa (y si) tiene pruebas de esa denuncia, las debe presentar ante las autoridades competentes, o, de lo contrario, es una calumnia, que está penalizada, que está castigada”, conceptuó. Y complementó que “las declaraciones de la representante nos demuestran hasta dónde ha llegado el nivel del debate público en Colombia (…) un debate donde van calumnias por aquí, calumnias por allá, mentiras, falsedades, y pareciera que los medios de comunicación lo único que hacemos es reproducir esas calumnias, y no pasa nada”. Y llama la atención al decir que “no puede ser que (…) los periodistas sigan reproduciendo lo que dicen nuestros dirigentes sin tener una capacidad de mesura frente a ellos”.
Este escándalo puede ser el que más caló y marcó toda la campaña del plebiscito. Y marcó tendencia porque documentó la moral de cierta clase dirigente de este país y, también, la valentía del buen periodismo.
8. El periodismo, el equilibrismo que mata. El periodismo colombiano para parecer objetivo y neutral se decidió por el equilibrismo: una fuente del SI y una del NO. Eso se llama equilibrismo, pero no basta. El periodismo debe constatar si hay verdad y valorar las opiniones, adjetivos y acusaciones de cada fuente. El periodismo no debe abdicar de comprobar la verdad, contextualizar las declaraciones y cuidar los lenguajes. Pero lo que se hizo fue simplemente convertirse en “mensajeros” sin oficio de las mentiras del NO y del SI, así solo sirvieron a la polarización y la desinformación. Lo mismo dice el economista Paul Krugman sobre la campaña gringa: “La obsesión de los medios por las falsas equivalencias ha impulsado una candidatura sin sentido”. En Colombia este falso equilibrismo equiparó las mentiras del NO con los argumentos de la paz e impulsó una equivalencia sin sentido. Lo paradójico es que todos los medios, a excepción de RCN, editorialmente estaban con el SÍ, pero informaban desde y en perspectiva del NO en aras de la supuesta equivalencia de objetividad y neutralidad de la noticia.
El Papa Francisco, que se ha convertido como en nuestra conciencia más progresista en estos tiempos de desazón ética y política, le da nombre concreto a este modo de informar: “el periodismo basado en chismes y rumores es una forma de terrorismo” y agrega que los medios que estereotipan a poblaciones o fomentan el miedo actúan destructivamente. Y es que, en la campaña del plebiscito más en el NO que en el SÍ (aunque también en el SÍ), se hizo terrorismo. Si terrorismo es atentar contra la sociedad, pues hubo mucho de esto por parte de Uribe y de los que vendían miedos y mentiras desde el SI.
En este contexto, hay que valorar la actitud periodística de Yolanda Ruíz. Y esta forma de informar debería convertirse en criterio del periodismo de paz. No se puede seguir siendo “altavoces” de mentiras, falsedades, odios y desinformaciones en nombre del “equilibrismo de fuentes” o de esa “falsa neutralidad” que se ha tomado a los medios. Hay que recordar que el periodismo es acerca de la verdad, y si una fuente miente y el periodista se da cuenta que esto es así, no debe emitirse esa voz. Y tampoco se debe emitir el fomento de odio y del matar como acción política; por lo tanto, debe abstenerse de emitir esas voces del odio y la venganza. Verificar la verdad de las fuentes, contextualizar la información y asignar criterio a los hechos, eso es buen periodismo. Y también en consultar a la comunidad su derecho a la representación va el periodismo de calidad. No es un nuevo periodismo, es el de siempre pero hecho con criterio y responsabilidad ciudadana y paz.
9. El nuevo país: los ciudadanos cuentan. Los líderes de la Asociación Campesina del río Guayabero exigieron a la periodista María del Rosario Arrázola de Los Informantes explicaciones sobre su trabajo. Le preguntaron si había informado previamente de su tarea la junta de acción comunal con el “fin de salvaguardar la integridad de los habitantes”, que anteriormente se había visto afectada por culpa de la estigmatización que han sufrido por parte de Caracol y RCN. El método usado de retener al equipo de información fue denunciado como ataque a la libertad de expresión.
Sin embargo, aquí surge una reflexión para los periodistas ya que como lo dice el Acuerdo de Paz, hay que “construir la democracia de abajo hacia arriba” como modo de transformar los modos cómo se hace política en Colombia. Y esto significa que el asunto de la libertad de expresión no es solo el acceso a nuevos medios sino también el derecho a una representación responsable y respetuosa y a la autonomía sobre la propia imagen y el derecho de "ser contados" adecuadamente.
Un nuevo país apareció en esos ciudadanos que perdieron el miedo de enfrentar al mayordomo de la finca Colombia. Hubo hechos de valor civil como el del joven de Buenaventura que se atrevió a desafiar al dios castigador que nos tocó en destino; menos mal que un estudiante de Bucaramanga pidió a Uribe no desinformar sobre los Acuerdos de Paz; mejor aún, que el Mesías sintió lo que es no dejar hablar a los demás en su paso por Pereira.
Estos son signos de ese nuevo país que emergió con el proceso de paz y el plebiscito, uno de ciudadanos diversos y plurales que quieren tener voz, pantalla, relato; que ya no quieren que sean solo objetos de políticas de bombardeo mediático o miedo militar, uno que quiere ser visible desde sus voces y en sus experiencias, uno que quiere disputar las pantallas, uno que pide a los medios dejar el relato de guerra y la visibilidad de los guerreros para que cuenten que hay muchas más “colombias" que las de los expertos bogotanos, los políticos del bullying, los cinismos de las Farc, las hipocresías de los procuradores y fiscales, la godarría de las elites que como “yo estoy bien” “que todo esté mal”. Un nuevo país ciudadano surge. Contradictorio, ambiguo, torpe, pero surge. Veremos si los medios y la democracia los saben contar.
10. Los rituales y la celebración pública. No sabemos celebrar ni los rituales del SÍ ni los del NO. No sabemos salir a la calle, tampoco hacer fiestas colectivas. Hay desidia de los que gobiernan que no saben diseñar fiestas colectivas. Hay desidia ciudadana que no se toma los espacios públicos. Hay desidia histórica que nos mata de miedo el llegar a estar con el otro y pasarla democráticamente bien. Tenemos que aprender a hacer fiesta en la protesta, en la manifestación, en la alegría ciudadana. Esto nos lo debemos como colombianos que creemos en la fiesta que es la democracia. Bueno, 52 años de miedo y los profetas del odio y las policías de la represión nos han convertido en un país miedoso como agudamente explica el escritor Mario Mendoza. Por eso, en el país de la paz se vale manifestarse y protestar y exigir… pero, antes, hay que encontrar nuevos rituales, otras ceremonias, esas de las ciudadanías del goce. Esas ciudadanías que aparecieron en que cada colombiano se activó en su red, con lo que tenía: whatsApp, teatro, canciones, calle, amigos, camisetas.
11. El final que es un comienzo…Y menos mal que llegó el 2 de octubre y se acabó este capítulo de la guerra del adjetivo inútil. Todo fue agresivo y en nombre de la paz. Todos querían la paz pero usando palabras, actitudes y formas violentas. Y de toda parte. Del NO porque no querían oír, del SÍ porque querían imponer por la razón.
No hubo campaña para recordar, todo fue para el olvido. No hubo campaña publicitaria para recordar, el periodismo no supo cómo hacer para informar en perspectiva de paz, nuestros políticos se convirtieron en terroristas, el pueblo se dividió entre dos fe: en una católica y cristiana de odio y otra agresiva y civilista, de paz. Y ahora quedamos sumidos en “la horrible noche” que canta nuestro himno y viviendo en las ciudadanías del miedo.