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Fotos: Familia Bolsonaro, Mídia Ninja, Alessandro Dias
Fue una elección diferente, incómoda. Los dos principales contrincantes estuvieron, en un primer momento, ausentes de las calles (Lula preso y Bolsonaro internado) y después, ya con Haddad como candidato oficial, protagonizaron una guerra campal con una polarización sin precedentes. La disputa, que movilizó ampliamente a toda la sociedad brasileña, también se hizo notar en acciones de referentes políticos y sociales de todo el mundo.
Esta elección fue, a su vez, un punto de inflexión. Indefectiblemente, Brasil no será más el mismo. No solamente desde el punto de vista de la organización del sistema de partidos, sino también como sociedad. El pleito nos obligó a pensar en los límites y dificultades de la democracia liberal e inauguró, más enfáticamente, una nueva forma de hacer política: la era de las redes sociales pisó fuerte y sorprendió por su alcance y por su capacidad de manipulación de las preferencias a un bajo costo.
El factor detonante fue sin duda la rápida ascensión del candidato ultra-derechista Jair Bolsonaro. El Brasil de la samba, de la bossa nova, del carnaval, de los cinco títulos mundiales. Brasil de la caipirinha y del chopp estúpidamente gelado no parece encajar en la figura reaccionaria, machista, racista, homofóbica e intempestiva de Bolsonaro.
Sin embargo, como prenunciaba el sociólogo francés René Lourau (1933-2000), los cambios en una sociedad son modelados por el llamado Efecto Mühlmann. Este efecto ocurre cuando fuerzas sociales marginales, o minoritarias, o anómicas (o las tres a la vez) logran corporizarse en una determinada sociedad, a partir de su reconocimiento por el conjunto de las formas sociales ya presentes en la misma. De modo a que lo instituido acepta lo instituyente cuando puede integrarlo, es decir, tornarlo equivalente a las formas ya existentes.
De acuerdo a esta observación, podemos concluir que los líderes tienen algo de los ciudadanos que los votan. Este trago amargo, para algunos quizás, pueda ser aminorado al recordar al Hombre Cordial que, magistralmente, Sérgio Buarque de Holanda describe en su célebre obra Raízes do Brasil (1936).
Para Buarque de Holanda la contribución brasileña a la civilización será la de la cordialidad. “Le daremos al mundo: el Hombre Cordial”, avizora. La delicadeza en el trato, la hospitalidad, la generosidad son virtudes que, además de festejadas por los extranjeros que nos visitan, remiten a una remaneciente influencia ancestral de un pasado rural emocional, patriarcal y de ciertas características peculiares de los pueblos ibéricos. Este pasado imprimió en la sociedad brasileña la imagen del padre como detentor del derecho a la vida y a la muerte de todos, y dificultó la separación entre lo público y lo privado, tan necesaria como fundamental en la construcción de las sociedades liberales modernas.
En su minuciosa descripción del carácter cordial del brasileño, Buarque de Holanda advierte que esas virtudes no pueden confundirse con “civilidad”. Son antes que nada un acto de defensa, un disfraz, que le permite a cada uno preservar intactas sus avasallantes emociones y su extrema sensibilidad. La civilidad remite a un cierto grado de coerción expresada en términos de mandamientos y sentencias. Ningún pueblo, según B. de Holanda, está más distante de esa noción ritualista de la vida en sociedad que el brasileño. El hombre cordial es así un hombre dominado por el corazón, un hombre muy afable, por un lado, pero también impulsivo, por otro.
Esa necesidad de apropiación afectiva del otro puede ser notada en el uso de ciertas expresiones lingüísticas. El uso del diminutivo en el lenguaje corriente o la tendencia a omitir el nombre de familia y utilizar el nombre individual en el trato social, son los ejemplos más figurativos de nuestro carácter cordial. El hombre cordial necesita expandir su ser en la vida social, necesita proyectarse en la colectividad porque no soporta el peso de la soledad que la individualidad provoca. Necesita “vivir en los otros”.
A partir de esta discusión, retomo la atención para la importancia que tuvieron las redes sociales en la campaña electoral brasileña y que tomaron desprevenidas a las instituciones electorales y judiciales. El volumen de noticias falsas que se distribuyeron y el impacto que provocaron me remite a la relevancia del análisis de la comunicación en la política como herramienta de poder. Pero, empero, el estudio de las consecuencias del uso sistemático de las herramientas digitales no puede dejar de tomar en cuenta el aspecto formativo-educacional de la sociedad que se está mirando.
Volviendo a B. de Holanda: “(…) independientemente de ese ideal de cultura, la simple alfabetización masiva no constituye tal vez un beneficio sin par. Desacompañada de otros elementos fundamentales de la educación que la complementen, puede compararse, en ciertos casos, a un revólver en las manos de un ciego” (166).
La comunicación política, este aspecto crucial de nuestra actividad pública en una sociedad democrática puede, así, tornarse una poderosa herramienta de manipulación en masa. Las elecciones presidenciales brasileñas de este año son, en ese sentido, paradigmáticas.
El uso exhaustivo de robots para el envío de masivo de mensajes (disparos en masa) por Whatsapp, siendo noticias falsas (fake news) en su mayoría, adquirió una connotación quasi revolucionaria, principalmente por la dificultad que representa su detección. En un reportaje del diario Folha de Sao Paulo, la periodista Patricia Campos Mello devela una red de contratos ilegales de compra de paquetes de envío masivo de mensajes contrarios al Partido dos Trabalhadores por empresarios ligados a Jair Bolsonaro.
Los contratos alcanzaron una cifra superior a los 3 millones de dólares y constituyen un crimen electoral. La legislación electoral brasileña prohíbe el financiamiento privado o vía donaciones de empresas a candidatos o partidos y tampoco permite la compra de bases de datos de terceros para fines electorales.
De acuerdo con la misma investigación, esta práctica fue también utilizada por candidatos al gobierno de algunos estados, Romeu Zema (Partido Novo) de Minas Gerais y Wilson Witzel (PSC) de Rio de Janeiro son dos ejemplos.
Un hecho que merece ser considerado es la sorpresa que generaron algunos resultados, principalmente después de la primera vuelta electiva. Candidatos que no figuraban en las intenciones de voto emergieron como ganadores, o candidatos que parecían haber ya ganado la elección terminaron en cuarto o quinto lugar. Los casos más emblemáticos son los de los candidatos al senado Dilma Rousseff (PT) en Minas Gerais y el de Eduardo Suplicy (PT) en Sao Paulo. En Rio de Janeiro, la candidatura del ex Juez Wilson Witzel (PSC) que parecía nunca haber decolado, lo consagra hoy como gobernador del estado carioca.
No es menor observar que los disparos masivos fueron más intensos en el período más cercano a la elección. Esta estrategia basa su lógica en la constatación de que el elector, en los días anteriores a los comicios, tiende a decidir su voto a los puestos menos jerárquicos, como es el caso de diputados federales y estaduales, senadores y, en menor caso, gobernadores.
Lo más preocupante, sin embargo, es el uso exhaustivo de noticias falsas para difamar al contrincante y, más aún, la incapacidad de gran parte de la población para identificarlas.
El grupo de investigación del Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología en Democracia Digital, con sede en la Universidad del Estado de Rio de Janeiro y coordinado por la Dra. Alessandra Aldé, demuestra que, durante los cinco meses anteriores a las elecciones, grupos de Whatsapp a favor del candidato Bolsonaro tuvieron un alcance mayor y una mayor organización en la diseminación de noticias falsas en comparación a otros grupos de apoyo político. Los investigadores detectaron también que los miembros de esos grupos que ponían en duda la veracidad de la información, eran inmediatamente excluidos y escrachados con adjetivos como “comunista”, “petista” o “traidor”.
En Brasil, Whatsapp posee 120 millones de usuarios y tiene un impacto tan grande como los mayores canales televisivos, gracias a que la tecnología 3G ya está presente en 91.5% de los municipios. A su vez, según la encuestadora Datafolha, la mitad de los electores (47%) que utilizan la plataforma afirman creer en las informaciones que reciben.
Esta semana, la presidente de la misión de observadores de la Organización de Estados Americanos (OEA) para las elecciones brasileñas, Laura Chinchilla, afirmó que la ola de fake news difundidas en el país representa un fenómeno “sin precedentes” en el mundo.
En el país del hombre cordial, la figura paternal de autoridad y su necesidad de “vivir en los otros”, parece haberse trasladado a los grupos de Whatsapp. Una herramienta poderosa a bajo costo que los estrategas de la campaña política de Bolsonaro supieron maquiavélicamente utilizar.
Pero no todo son lágrimas. Como mencioné al principio de la nota, el tablero del sistema de partidos recibió una dura patada. El sistema político brasileño asiste a una desintegración de los tradicionales partidos de centro, como son el PSDB y el MDB, y al todavía etéreo surgimiento de un sector de ultra-derecha a partir del crecimiento del PSL, partido de Bolsonaro, y de la adhesión de pequeños partidos claramente fisiológicos a su candidatura.
No obstante, el PT puede salir fortalecido y volver a pisar firme como elemento central en la trama política brasileña. Después de temer su lenta desaparición a partir de las Manifestaciones de 2013 y del Impeachment de Dilma Rousseff en 2016, la campaña de Fernando Haddad, en un primer momento patrocinada por Lula, ganó fuerza y parece haber instalado al ex alcalde como actor político clave en la sociedad. No es menor que en los resultados de la elección presidencial, el PT haya conseguido aglutinar a casi la mitad de los electores (44.5%).
El optimismo depende de cómo se maneje el directorio petista en esta nueva coyuntura y de una decisión clave por parte de Lula: o sigue apelando a su figura carismática y deja que el PT agonice hasta su muerte o, siendo un verdadero estadista, transfiere definitivamente las decisiones sobre el destino del partido a los nuevos liderazgos.
El resultado de las elecciones dejó un Congreso altamente fragmentado y una sociedad dividida. El PT, pese a todo, es el partido con mayor número de bancas en la cámara de diputados (56 de 513). También es cierto que la composición del recinto cambiará a favor del PSL, con 52 diputados, como consecuencia de la migración de diputados electos de partidos pequeños (y con bajísima densidad ideológica, factor no menor) hacia el partido ganador.
En este nuevo tablero de ajedrez, el PT y los partidos que lo acompañaron compondrán, seguramente, una oposición incómoda. Quizás sea ese un incentivo para que sectores de izquierda y los moribundos partidos del centro se reacomoden y surja una fuerza social-demócrata que convenza con más fuerza a la sociedad, abrazando con mayor legitimidad una agenda de seguridad y de anti-corrupción.
En el Brasil de Buarque de Holanda, “de todas las formas de evasión de la realidad, la creencia mágica en el poder de las ideas nos pareció la más dignificante en nuestra difícil adolescencia política y social. Trajimos de tierras extrañas un sistema complejo y acabado de preceptos, sin saber hasta qué punto se ajustarían a las condiciones de la vida brasileña. De todas las formas de evasión de la realidad, la creencia mágica en el poder de las ideas nos pareció la más dignificante en nuestra difícil adolescencia política y social. (…). En verdad, la ideología impersonal del liberalismo democrático jamás se naturalizó entre nosotros”.
La democracia brasileña deberá dar batalla. Será una prueba de fuego, pero saliendo a flote, no quedará otra opción que su fortalecimiento. Hay que deglutir el trago amargo, levantar a poeira e dar a volta por cima. Habrá que civilizar al Hombre Cordial.