Texto publicado el 30 de julio de 2019.
“Tokenismo” viene del inglés (token: símbolo), y a veces se traduce como “florerismo”. Se usa para referirse a esa inclusión simbólica que consiste en hacer pequeñas -y superficiales- concesiones a grupos minoritarios para evitar acusaciones de prejuicio y discriminación. Esta práctica es generalmente ejecutada por personas que incorporan un número mínimo de miembros de grupos minoritarios para generar una ficción de igualdad o diversidad y dar una imagen progresista.
Es más que un intento fallido de integración: es una táctica diseñada para obstaculizar ese proceso de justicia social. Un ejemplo clásico son las “políticas inclusivas” de empresas y organizaciones que reclutan, por ejemplo, a una persona con discapacidad, racializada o migrante sin asumir los desafíos o ajustes necesarios para desafiar dinámicas de poder existentes dentro de ese mismo espacio ni dar otros pasos fundamentales para garantizar la equidad.
El término “tokenismo” fue acuñado en los años 60 en Estados Unidos en el movimiento afro por los derechos civiles y posteriormente fue recuperado por académicxs del campo de los estudios críticos de la raza y la teoría feminista. Apareció publicado por primera vez en 1962, en un artículo del Dr. Martin Luther King, que criticaba el lento ritmo de la integración racial en escuelas y fábricas del sur de su país. Luther King utilizó este término para hacer referencia al esfuerzo simbólico que era dedicado a las demandas de justicia social hechas por personas afroamericanas.
El tokenismo inunda también los medios de comunicación y la cultura popular. Se expresa de manera recurrente, por ejemplo en películas, series de televisión o libros que suman a un personaje minoritario que ocupa un lugar secundario y se caracteriza por ser “plano”: dado que sólo puede desempeñar un papel por pertenecer a una minoría, es casi imposible darle la profundidad, la dimensión y el protagonismo que tienen otros personajes.
En su poema “A JK Rowling, de Cho Chang”, Rachel Rostad cuestiona la manera estereotipada en que se representa al único personaje asiático en la saga de Harry Potter. Rostad señala que Cho está en la “casa nerd”, que su nombre es en realidad la combinación de dos apellidos, que llora (por personajes masculinos blancos) más de lo que habla y que es, en realidad, un “fetiche trágico”, poniendo en cuestión que sea un modelo de identificación positiva para niñas asiáticas.
Más recientemente, se ha desarrollado una gran polémica en redes sociales porque la actriz y cantante Halle Bailey protagonizará la película de Disney La sirenita. #NotmyAriel ha sido la clave de encuentro tanto de declaraciones racistas -de quienes defienden que la sirenita debe ser interpretada por una actriz blanca- como de críticas por tokenismo.
Por su parte, con el sarcasmo que la caracteriza, la serie South Park ha parodiado esta práctica llamando a su único personaje afroamericano directamente “Token Black”. En esta línea, el sitio web satírico Ren-A-Minority, brinda un servicio revolucionario de “diversidad a la carta”. Fue creado en 2016 por la periodista Arwa Mahdawi para destacar la falta de diversidad en las empresas de tecnología y los medios de comunicación. La página ofrece “minorías simbólicas” poco amenazadoras -desde “chicos negros intelectuales” hasta “mujeres de color alegres”- que pueden ser contratadas en esos momentos incómodos en que alguien advierte que por enésima vez consecutiva su evento o material corporativo incluye sólo a hombres blancos y de pronto necesita verse como alguien no racista ni misógino sin tomarse el trabajo de desmontar la desigualdad institucional.
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Unx token es una persona que forma parte de un grupo minoritario y es empleada o invitada a participar de una iniciativa en la que las personas pertenecientes su grupo representan menos del 15 % de la población total.
Incluirle no parece tan malo, ¿no? Al menos favorece a la persona que de pronto tiene trabajo o una oportunidad de participar de una actividad en la que, de otra manera, no hubiera estado. Y esto también beneficia a su grupo, le da visibilidad. Sin embargo, el impacto positivo que puede tener el tokenismo en el nivel individual, a corto plazo y sobre todo en términos simbólicos, es desproporcionado respecto del daño que provoca.
Lxs tokens tienen todas las cualidades necesarias para ocupar la posición a la que se las convoca pero no cuentan con otras características auxiliares que se espera de las personas en ese rol (la capacidad o la identidad de género, por ejemplo). Por eso nunca tienen una membresía de pleno derecho.
En 1977, Rosabeth Kanter, profesora de la Escuela de Negocios de Harvard, expandió y formalizó el concepto. Si bien su investigación apuntó a la falta de paridad en la contratación de mujeres en las corporaciones industriales, sus conclusiones se prestan a análisis más amplios. De acuerdo con ella, en esos espacios de trabajo lxs tokens afrontan más tensiones y desventajas que sus pares del grupo numéricamente dominante.
Lxs tokens son vistxs más como íconos representativos que como individuos. Están allí como representantes de un grupo. Por lo tanto, hay responsabilidades adicionales que vienen con el cargo: educar a toda la sociedad y articular una voz grupal -como si no hubiera matices ni diferencias dentro de los grupos minoritarios, como si todos sus integrantes pensaran lo mismo y actuaran igual.
Su incorporación produce una apariencia de inclusión, redistribución y justicia social pero mantiene el statu quo. Primero, porque una y otra vez, las habilidades y competencias de lxs tokens quedan atrapadas en su identidad, lo que limita su desarrollo profesional y perpetúa los estereotipos. Segundo, porque la persona llamada a representar a todo un grupo es a su vez, aunque no lo note ni lo quiera, un tapón que impide su efectiva participación. Kanter señala también que la dinámica de la participación simbólica perpetúa el sistema que mantiene la inferioridad numérica de los miembros de grupos minoritarios: la presencia de tokens no necesariamente prepara el camino para otrxs sino que, en muchos casos, tiene el efecto contrario. Tercero, porque en todos los casos, el beneficio que produce a la persona incluida es mucho menor que el que produce a las personas que la incluyen.
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El cisexismo, por su parte, es el sistema de exclusiones y privilegios simbólicos y materiales vertebrado por el prejuicio de que las personas cis son mejores, más importantes y más auténticas que las personas trans.
Cis y trans son prefijos latinos. “Trans” significa del otro lado y “cis” de este lado. Aplicado a cuestiones de género, el término “cis” comenzó a usarse en los 90 para hacer referencia a aquellas personas que no son trans. Se invoca sobre todo para quitarle centralidad a sus experiencias y para invertir roles: “cis” no es la norma respecto de la cual se definen las personas trans sino que es al revés. Tal vez por eso, o porque el término fue acuñado por personas trans (se le atribuye comúnmente a Carl Buijs), su uso encuentra resistencias. Hay quienes sostienen que la palabra “cis” inaugura un binario que debe ser abandonado. No es curioso que el binario trans-no trans (cuando no trans-normal) no haya recibido impugnaciones equivalentes.
Ahora bien, no toda incorporación de personas trans responde a esta práctica. Entonces, ¿cómo detectar cuando estamos ante ella? El tokenismo cisexista se configura cuando:
* Hay una representación reducida de personas trans. Generalmente se trata de una persona sola en un grupo de personas cis.
* Esta persona debe articular la voz del colectivo. Sólo ella debe asumir la tarea de garantizar la perspectiva trans, algo que sin dudas se asume como automático porque ¿qué otra perspectiva tendría una persona trans? Esta prerrogativa, irrenunciable para la persona trans elegida, la carga con la responsabilidad de representar a un grupo amplio y heterogéneo mientras que exime al resto del equipo de pensar en esta clave, de reflexionar acerca de su propio cisexismo y de cómo éste estructura los espacios compartidos.
La persona trans elegida tiene además a su cargo una gran cantidad de temas dentro de un marco limitado: todos los “asuntos trans” (pertinentes en el contexto al que ha sido convocada) constituyen su territorio -uno del que difícilmente podrá salir- donde encontramos temas que exigen abordajes especulativos (por ejemplo, identidad, género, y sexo), consideraciones prácticas (en general definidas en función de derechos, por ejemplo: educación, salud, justicia, vivienda o trabajo), reflexiones aplicadas a temas bien concretos (como transfobia, hormonización, asesinatos, alojamiento carcelario, suicidio, entre otros) y/o el testimonio autobiográfico.
La asimetría numérica deja a las personas trans tokens en inferioridad de condiciones cuando se trata de debatir y tomar decisiones. Esto con demasiada frecuencia las expone a experiencias de fetichización, descalificación, silenciamiento, extractivismo epistémico y plagio.
Su identidad de género es lo que determina su participación. Esto significa que es irrelevante lo que diga o haga, su voz será siempre la expresión de la experiencia trans en carne propia. Aplica aquí una versión del “principio de pitufina”.
El “principio de pitufina” describe un patrón muy común en películas, programas de TV, libros, donde el grupo principal de protagonistas está compuesto por varios hombres (cis), que suelen tener rasgos de personalidad muy definidos, y una sola mujer, cuya única peculiaridad es ser mujer (cis).
Aunque muchas producciones artísticas desarrolladas por y para mujeres reproducen este esquema con personas trans, seguramente Katha Politt, creadora de este principio, no estaba pensando en este fenómeno dado que es una reconocida feminista antitrans aka TERF.
Entonces, cuando un espacio de trabajo, una producción cultural o un evento público habilitan una “cuota trans”, de una persona, que puede ser cubierta por cualquiera siempre y cuando sea trans, estamos indudablemente ante un caso de tokenismo cisexista. Puede tratarse de organizaciones u oficinas, series de TV, compilaciones de textos, o documentales, jornadas de debate o talleres que cuenten con la participación de una persona trans, que es convocada por el solo hecho de ser trans y que, por consiguiente, es reemplazable por cualquier otra que cumpla con este único requisito.
Simplificando, propongo un test: tres preguntas que permiten autodiagnosticar cuándo la incorporación de personas trans no es cosmética, garantiza derechos y acompaña el cambio político y cultural. Está inspirado en el famoso Test de Bechdel. Puede servir como método para evaluar el cisexismo de espacios de trabajo, articulaciones políticas, producciones artísticas y eventos sociales.
1) ¿Hay más de una persona trans?
2) ¿Las personas trans fueron convocadas por su tema de especialidad y no por su identidad de género?
3) ¿Su aporte es tan relevante que no podría ser reemplazada por cualquier otra persona trans?
¿Y en estos casos qué hacemos? Mi sugerencia es seguir el buen ejemplo de GATE, una organizacion internacional que trabaja sobre cuestiones de identidad de género, expresión de género y características sexuales. Su política es no participar en espacios donde haya menos de un 10% de personas trans; esa decisión se basa en dos razones: por un lado, evitar contribuir a dinámicas de inclusión simbólica o directamente falsa. Por el otro, evitar recargar a las personas trans con la obligación de representar en soledad puntos de vista absolutamente minoritarios.
¿Pero no es mejor intentar cambiar las cosas desde adentro? No en este caso, el tokenismo no es una oportunidad, es una trampa.