Mujeres en televisión


El problema no es el escote

La ropa que usó la conductora de un noticiero del cable reabrió una vieja discusión: qué significa un cuerpo feminizado en la televisión, qué sentidos lo conforman. ¿Es libre? El problema no es el escote en los noticieros sino la exclusión de cuerpos que legitimen otras vidas posibles más allá de las pantallas.

—Sobre todo, con lo que estaba pasando en Wall Street. 

Romina Malaspina conversa con el periodista de economía del segmento informativo que conduce en Canal 26. Tiene puesto un pantalón negro holgado y un top tejido con hilos gris plata que le transparenta las tetas y la muestran como una reina de Game of Thrones. La rutinaria escena informativa se transforma en trending topic pero no por la caída de la economía mundial. Tuits, denuncias, memes y descargos sobre su forma de vestir. 

El cuerpo vuelve a estar en el centro de la conversación social. El cuerpo de una mujer. 

Surgen algunas preguntas: ¿es la primera vez que vemos un cuerpo cosificado en la televisión? ¿Cuál es la diferencia entre esta imagen y las que durante años vimos en Showmatch? ¿Romina Malaspina debería tener la sobriedad de una presentadora de la CNN o el lado fashion pero con la simpatía de Sol Costa en Los Exitosos Pells? ¿El problema es qué se muestra? ¿O el problema es dónde se muestra? Y llevando la mirada hacia el costado: ¿Cómo son los otros cuerpos en ese lugar? ¿Cómo deben vestirse los varones para hablar de la cotización del dólar? ¿Tienen ellos cuerpos hegemónicos, canónicos, hipererotizados? 

Esta escena produce una doble incomodidad. La primera está dada por un cuerpo sexuado fuera de lugar. Lo incorrecto no sería que Romina se presente de ese modo en la televisión, sino que lo haga en un noticiero. No es la cosificación lo que hace ruido, sino dónde tiene lugar. El noticiero no es el lugar para un cuerpo exuberante, expuesto, provocador. 

Es cierto que en los 90 estos escenarios dieron un giro afectivo que habilitó registros menos solemnes, otro tipo de sensibilidad y humor, a la par de la espectacularización de todo, incluso del mundo de las noticias. Las coberturas empezaron a tener música de fondo (tierna o temeraria, según el caso) y las periodistas frente a cámara comenzaron a estar vestidas más para ir a un casamiento que a un laboratorio. 

Los noticieros pasaron de la sencillez de Mónica Cahen D`Anvers en Telenoche a los tacos altos de Luciana Geuna en TN, a los escotes de Deborah Plager en América TV, a las minis de cuero de Agustina Casanova en Telefé. Más allá de sus atuendos, el periodismo muestra la hilacha: son trabajadoras de prensa.

Romina Malaspina tiene otra trayectoria: es modelo, llegó a las cámaras participando en Gran Hermano y gracias al escándalo del top llegó al millón de seguidores en Instagram. “El problema es que conduce un noticiero sin ningún estudio que la habilite, mientras que las personas capacitadas la miran desde sus casas con CV en mano”, escribió alguien en twitter. Difícil no pensar en los efectos colaterales de la infodemia y en un reclamo que también se hace mediante esa red: el pedido de cupo para periodistas científicos en los medios y en las conferencias de prensa oficiales que actualizan la información sobre la curva del coronavirus. Y difícil no pensar, además, que sólo el 30% de lxs trabajadorxs en medios son mujeres y que no hay estadísticas sobre personas trans o lesbianas. 

El abanico de cuerpos habilitados para aparecer en la pantalla es muy acotado. El problema no está dado por la operación hecha sobre el cuerpo, sino por lo que ese cuerpo genera en ese lugar. Una repetición de la dicotomía que funda la modernidad entre el cuerpo y la razón, que puede extrapolarse a lo salvaje y lo civilizado, la naturaleza y la cultura y que encontró analogía en la oposición entre mujer y varón. 

Esa proximidad que se les supone al día de hoy a las mujeres con la naturaleza, la que las excluyó durante años de la vida política y que fue históricamente cuestionada por el feminismo, retorna en la incomodidad que produce ese cuerpo en esa escena. Pero podríamos pensar en una segunda incomodidad, una segunda fuga, o mejor dicho, una ausencia de fuga, una repetición: la hegemonía de ese cuerpo, la corrección de ese cuerpo, lo que ese cuerpo no deja ver, lo que no habilita. 

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Durante la cuarentena no paramos de preguntarnos cómo haremos para volver a usar corpiño. Quienes defendieron a la presentadora de Canal 26 en redes usaron frases como “ella puede vestirse como quiera” o “es su decisión”. Trajeron a la discusión la pregunta, aunque, como todo en las redes sociales, en su carácter asertivo, por la libertad de cada quién de hacer lo que se le antoje. Otrxs respondieron al mensaje tácito que desde hace algunos años se volvió recurrente, pero que se remonta a los años 60, de la libertad sexual: “mostrá las tetas pero no en nombre del feminismo”. Algo similar ocurrió en 2019 cuando Julia Mengolini, a propósito de las fotos que Jimena Barón subía a sus redes sociales, dijo: “mostrar el culo no te empodera”. 

El feminismo surgió en la modernidad y se dedicó desde su origen a cuestionarla. Nació como protesta contra la exclusión de las mujeres de la vida política y su objetivo era eliminar “la diferencia sexual” de ese ámbito. Pero para eso necesitó formularse a sí mismo como representante de un universal: “las mujeres”. Ese sujeto terminó reproduciendo hasta el día de hoy la misma diferencia sexual que pretendía eliminar. La teórica Joan Scott nos recuerda que esa paradoja fue la condición constitutiva del feminismo. Entonces, si el feminismo nació de una contradicción, ¿por qué le suponemos tantos acuerdos? ¿Por qué lo imaginamos sin fisuras? ¿Quién define qué se puede y qué no se puede decir en su nombre si contiene posiciones radicalmente antagónicas? El feminismo está hecho de desacuerdos de naturaleza irresolubles, constituido por paradojas desde su origen. Nuestro desafío no es saldar esos desacuerdos sino hacerlos proliferar. El sentido del feminismo es lo que disputamos constantemente y de esa disputa está hecho. 

Volviendo al zapping, uno de los canales de noticias con una performance que se supone más progresista es C5N. Si bien sumaron al equipo de columnistas a la periodista trans Alejandra Malem, el cupo femenino en los roles de conducción está en default. Y en los vivos, las periodistas también se visten como para ir a un casamiento y los varones siguen tapados como un viejo director de orquesta. 

En los noticieros de televisión, el ambo de los conductores masculinos apenas escaló del saco gris XL y con hombreras estilo Santo Biasatti al saco entallado de Juan Amorín. ¿Podemos imaginar a Diego Leuco haciendo una entrevista en musculosa slim fit o a una presentadora con la estampa y los hábitos de Lanata? ¿Por qué en el nuevo flyer de Almorzando con Mirtha Legrand Juana Viale aparece como una Miss Universo satelitada por señores? Es cierto que en los principales canales de noticias hay dos o tres periodistas plus size: ¡pero son rubias y de ojos celestes! Por otro lado, ¿le creeríamos el relato a una televisión que se declame deconstruida? ¿Le creemos a la publicidad cuando lo hace?

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¿Qué significa un cuerpo en la televisión? ¿Qué sentidos sociales lo conforman? ¿Qué sentidos de lo posible crea un cuerpo en un medio audiovisual? Un cuerpo en la tele es mucho más que un cuerpo independiente y libre, es un cuerpo que crea sentido, que legitima determinados modos de ser, determinadas formas de habitar un cuerpo. Un cuerpo en la tele no es únicamente lo que es sino también lo que no es: es la ausencia de otro cuerpo. ¿Qué pasa con las periodistas que no eligen mostrarse de ese modo o que no cuentan con ese capital sexual? ¿Hay lugar para esas mujeres en la televisión? ¿Hay lugar para cuerpos no hegemónicos? ¿Para más mujeres? ¿Para periodistas gordas? ¿Hay lugar en la tele para trans, para travas? ¿Hay negras en la tele?

La respuesta es: hay, pero no alcanza. En los últimos años y producto de la masividad que adquirió el feminismo en nuestro país después de Ni Una Menos, la televisión empezó a quebrarse. En febrero de este año Diana Zurco fue incorporada al noticiero central de la Televisión Pública y se convirtió en su primera conductora trans y la primera en el país. El año pasado una novela de prime time narró la transición de un adolescente. El caso impactó, fue potente y visibilizó la realidad de muchxs. Sin embargo la actriz elegida para ese papel no era transexual. Retomando a Blas Radi, aunque sea celebrable que estas historias aparezcan en la tele, promueven representaciones de personas trans que son construidas por y para ojos cis y refuerzan ideas estereotipadas y ridiculizantes. 

Encontrar personas afrodescendientes en la tele es más difícil. Y si las vemos encarnan cuerpos hegemónicos y aparecen hiper sexualizadas, como Kate Rodríguez en TyC Sports. Cuando en una entrevista para el podcast El Deseo de Pandora a la activista Sandra Chagas le preguntamos por este tema hizo referencia a la novela Argentina Tierra de Amor y Venganza, una historia situada en Buenos Aires a principios del siglo XX. Sandra resaltó: “¿quién le limpia la casa a los ricos de la novela? ¿Se limpia por ósmosis? Ni para eso nos llaman a las negras”. 

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La pregunta por qué hacer con el cuerpo y cómo pensar el contrato sexual es un debate histórico del feminismo que en los años 70 y 80 lo atravesó y fragmentó a grandes rasgos entre un feminismo radical, que conceptualizó al sexo como un “peligro” en el patriarcado, y un feminismo “pro sexo” que sostuvo que la clave del sexo es su potencia liberadora. 

La cuestión de la propiedad del cuerpo, cristalizada en frases como “mi cuerpo es mío” o “mi cuerpo, mis reglas” es muy relevante para este movimiento. Está presente en la disputa por la legalización del aborto y también en la lucha por la regulación del trabajo sexual y de cualquier instancia que comercialice el cuerpo, más específicamente que ponga en juego la genitalidad y el órgano reproductor femenino (podemos pensar aquí en la subrogación de vientre). 

Si bien hay consenso dentro del movimiento feminista acerca de la necesidad de legalizar y garantizar la interrupción voluntaria del embarazo, el trabajo sexual representa aún hoy uno de los más grandes desacuerdos del feminismo y lo enfrenta con una paradoja que también podemos rastrear en su origen: el del discurso del individualismo liberal. Cuando hablamos del cuerpo en clave de propiedad corremos el riesgo de olvidar que el cuerpo tiene, en palabras de Judith Butler, una dimensión invariablemente pública, está constituido por la esfera social y en ese punto los cuerpos son y no son nuestros.

Las medidas tomadas a partir de la pandemia de Covid-19 lo pone en evidencia: cuidarte es cuidarnos. Solo después del contacto con lxs otrxs es que podemos reclamar la propiedad de los cuerpos. Y hay un segundo riesgo de este discurso: argumentar solo en nombre de la libertad individual sin dar cuenta de los distintos grados de vulnerabilidad y opresión a los que lxs sujetxs se ven sometidxs. 

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Como respuesta a las críticas, Romina Malaspina tuiteó: “Mientras sigan viendo tetas como algo `anormal` vamos a seguir para atrás. Evolucionen”. Ese mismo día otra modelo y actriz había posteado: “Realmente existe un closet de donde salir en el 2020?”. Lo que ambas vuelven a poner sobre la mesa es la cuestión de la libertad sexual: cada une es libre de hacer con su cuerpo y su deseo lo que quiera. Pero lo hacen en una operación que individualiza y responsabiliza al sujeto de su imposibilidad de mostrar el cuerpo o salir del closet que, bien sabemos, está condicionada por factores que operan de manera desigual entre las personas. 

Detrás de sus mensajes invisibilizan los privilegios que ambas detentan y pretenden leer problemáticas sociales a partir de experiencias personales. El modo en que Jimena Barón o Romina Malaspina atraviesan los mandatos de belleza no es representativo de la experiencia de la mayoría. Aún hoy, en 2020, estas constricciones afectan y constituyen la  subjetividad de muchxs. El riesgo del discurso liberal es que obtura la dimensión social de un problema individual. Entonces quiénes no pueden mostrarse, quiénes no pueden aparecer en escena o contar públicamente su preferencia sexual aparecen como lxs falladxs, y no como parte de un sistema que no habilita espacios para que esas vidas sean posibles con menos dolor y padecimiento. 

La interferencia está dada por lo que ese cuerpo no muestra. El problema no es la inclusión de las tetas en el noticiero, es la exclusión de otros cuerpos que habiliten y legitimen otras vidas posibles del otro lado de las pantallas.