Ensayo

Las pibas, la ropa, la escuela


"Mostramos lo que queremos, y que se jodan"

"Necesitamos Educación Sexual Integral, no más tela en nuestra ropa", dice Ofelia Fernández. La ex presidenta del Centro de Estudiantes del Pellegrini explica por qué es "un delirio" legitimar la doctrina de obediencia que sanciona a una estudiante por no usar corpiño o ir en short a la escuela. ¿Por qué la ropa de las pibas no se toca? Porque es, al mismo tiempo, señal de austeridad y símbolo de valentía.

-¡Provocadora!

 

Qué aberrante intentar humillar con ese grito a una piba que va a la escuela con lo que tiene. No sólo se la priva de ejercer libremente su decisión de cómo vestirse. También se reprime a la que no tiene opción, a la que no va al Alto Palermo cada sábado.

 

A veces nos vestimos como podemos, no cabe reproche. Y después, otra cuestión, el escalón que le sigue: poder vestirnos como queremos, sin dar explicaciones.

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A las jóvenes nos quieren atrapadas en una jaula insólita. Desean y exigen mujeres obsoletas y anacrónicas.

 

Uf, hace cuanto ya que salimos de ahí.

 

Dejamos atrás esas rejas y queremos ser reinas de esta selva. Para ellos somos una amenaza, nos temen. Confiaron que éramos potenciales problemas del futuro y resultó que hacemos temblar el presente.

 

Se les hizo costumbre el gesto de desconcierto cuando llegan a sus despachos cartas y reclamos firmados por “Pibas Superpoderosas” o “Mujeres Empoderadas”. Sienten desconcierto porque “nosotras” y “poder”, esas dos palabras juntas, es algo que jamás nos concederían. Y sin embargo los aplastamos.

 

Somos más valientes de lo que creían. Tenemos la capacidad de mezclar el glitter con gas pimienta y aerosol. Les duele vernos en sus calles porque de repente ya no son suyas, y peor: son nuestras. Su mayor objeto de control a lo largo de la historia hoy encarna rebelión desde las aulas, los trabajos y los hogares y hasta en las mayores plazas centrales.

 

Me remite a película vieja. Quieren que anhelemos casarnos y formar una familia sentadas con las piernas bien cruzadas, el pelo prolijamente recogido, un blazer bien cuadrado, una pollera hasta las rodillas y un libro de cocina en la cartera.

 

Me río.

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Las pibas hoy sabemos mandarlos a cagar. Nos ponemos en tetas mirando a la catedral; tenemos relaciones abiertas, cerradas o solo sexuales, pero elegimos. Escuchamos Chocolate Remix. Combinamos naturalmente el pañuelo del aborto. Queremos abortar de forma segura. También vestimos los rostros de nuestras amigas que mataron. No se trata de escuchar lo que sale de los altoparlantes sino de agarrar nosotras el micrófono.

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Ya perdieron. Su doctrina de obediencia está siendo expulsada de los cuerpos adolescentes, y como no van a poder volver a vernos arrodilladas ante dios necesitan ejercer su poder desde donde puedan. Y ahí, voilá, es donde aparece la sanción a una piba que va sin corpiño a la escuela. Y los planteos ridículos a muchas otras por ir en shorts, musculosas…

Como si se pudiese apagar semejante fuego con el sudor nervioso de sus frentes, es un intento de dominación miserable en proporción al nivel de organización. Y de mucha bajeza.

 

Antes se negaba la figura de la mujer que quiere a su cuerpo. Se la acusaba de querer mostrar el orto, se le anulaba: “Te jodés por puta”.

 

Ahora podemos decir que sí, que queremos mostrar el orto, y que se joda el resto.

 

Es más, dimos un salto. No sólo sentimos el placer individual de liberarnos de esos fantasmas sino el de saber que cada vez son más las que se plantan y hacen lo que les pinte.

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Ya no somos las mujeres competitivas que querían que fuésemos. Hoy si otra está firme y abandera sus deseos no es rival, es compañera. Nuestras voces son bastantes y se contagian.

 

Los compañeros varones que gozan de sus privilegios han armado medidas de lucha para acompañarnos. Por ejemplo, ellos usan polleras y dejan en evidencia la impunidad patriarcal que los protege y a nosotras nos despoja. Todxs elegimos y hacemos, juntxs aplastamos los obstáculos, nos levantamos ante las pequeñas y grandes injusticias a las que nos someten, y vencemos.

 

Por supuesto que también aparece la falsa solidaridad discursiva de estos energúmenos que dirigen los establecimientos educativos. Ellos dicen que estos códigos pretenden protegernos de esas violencias. ¿Qué es ésto? ¿Dicen sin titubear que -considerando que no hay ley de restricción a la vestimenta en los espacios públicos pero sí en los colegios- nuestros pasillos son más inseguros que la calle? ¿Nos están afirmando que un compañero de curso es un potencial violador pero que no van a hacer nada al respecto porque una perspectiva feminista es cuanto menos imposible? Y, para colmo, ¿que todo eso pase es nuestra culpa, por la ropa que nos ponemos?. Pero por favor, es un delirio.

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Necesitamos Educación Sexual Integral, no más tela en nuestra ropa.

 

Necesitamos protocolos contra la violencia de género, no el resultado del cálculo milimétrico de la distancia entre la pollera y la rodilla.

 

Queremos terminar lo que empezamos en los colegios secundarios y borrar hasta el último código de vestimenta, y no ser sancionadas por ello.

 

En los centros de estudiantes el feminismo está en alza. Empezó siendo una cuestión de participación y adhesión a algo más grande que veíamos extasiadxs, nos acoplábamos a las marchas, invitábamos a oradoras a nuestro espacio. ¡Poco tiempo después hicimos volar el techo! Fuimos descubriendo nuestras problemáticas específicas y haciéndolas reclamo.

 

Vivimos tomas contra violentos, bajadas de vírgenes en instituciones laicas, escraches a profesores misóginos, reformas o directa abolición de códigos de vestimenta y más.

No termina ahí: armamos pliegos reivindicativos para exigirles a instituciones impermeables  muchas de estas cosas. Se generaron comisiones de diversidad sexual, de género, de mujeres empoderadas y de varones antipatriarcales. Existe también un espacio denominado #NoEsNo que recibe denuncias -pueden ser anónimas-  de abuso y acoso. Repito, no hay techo. Vivimos la desigualdad con verborragia y lucha.

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Los pizarrones y los libros que recibimos tienen la capacidad de hacernos pensar una sociedad diferente. Si nos hubiesen dicho que Juanita iba a la ferretería y Pablito a la verdulería, o si nos hubiesen hablado de Juana de Arco y leído a Alfonsina Storni, quizás no tendríamos que haber aprendido a través de miedos y dolores a levantarnos por lo nuestro. Ya lo hicimos, empezamos solas pero ahora estamos juntas. Vamos a cambiar todo, y romper todo (sí, sus “observaciones de convivencia” también).

 

Es corta: si las escuelas cambian la gente también.

 

-Ofelia, no podés vestirte así con 17 años- me dice el asesor del rector previo a una reunión, como si hacer una referencia de mi edad fuese un argumento.

-Tranquilo Felipe, no sos mi tipo- le contesto sin tener que hacer mayor esfuerzo. Sabe que hay algunas cosas que ya no se negocian.