Ensayo

La vida es corta, hacete torta


Los besos disidentes

Los besos lesbianos están en todos lados. Son la fantasía más buscada en las páginas de porno por los varones hétero. Pero ¿qué pasa cuando ese beso ocurre en una plaza o en el asiento de adelante del colectivo? ¿Qué tiene ese gesto de fascinante, de peligroso? El asedio in crescendo de la policía y la "justicia moral" para frenar el encuentro público de esos labios. Y el besazo como estrategia política.

Los labios son fronteras sensibles que conducen a territorio húmedo, interior. ¿Cuánta intimidad se juega en ese acto de presionarlos contra los de otra persona? En su ensayo El beso, de lo metafísico a lo erótico, Adrianne Blue lo define como “uno de nuestros gestos más potentes y evocadores”. En un beso hay conexión, entrega e interdependencia en el goce. Los labios, la boca, la lengua, los dientes, son prácticamente iguales entre sexos y géneros. Los besos nos ponen en situación de iguales.

 

Pero, ¿qué pasa cuando quienes se entrelazan son otras personas, y si esas personas son lesbianas?

 

El efecto de dos mujeres besándose parece movilizar mundos tan disímiles como las razones que los conmueven. Belén y Laura, Yamila y Paula, Mercedes y Cata, Julieta y Violeta, Rocío y Mariana se besaron. ¿Qué tiene ese gesto de fascinante, de peligroso? ¿Por qué se intenta frenar el encuentro público de esos labios?

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Por estos días circula en las redes un video callejero tomado en el subte de Irán: una mujer es detenida brutalmente por no llevar su velo bien puesto. Policía moral, titulan The Guardian y otros medios. Occidente mira horrorizado, desde su civilización, la barbarie. Pero en nuestras calles, mucho más acá, la policía moral también reprime y condena. Cuando los cuerpos circulan escapando, aunque sea tibiamente, de los cánones habituales, algo estalla. Por ejemplo, aquí, frente a un beso entre dos mujeres.

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¿Qué es una lesbiana? “Es la rabia de todas las mujeres condensadas hasta el punto de la explosión”, dice en 1973 el primer número de Somos, la revista del Frente de Liberación Homosexual, tomando un texto del colectivo Lesbianas Radicales, “Mujer que se identifica mujer”. Ahora, 2018, 45 años después, Mariana Gómez espera el sorteo de un Tribunal oral para ser juzgada por “resistencia a la autoridad”.

 

Aquella tarde, Mariana se refugió de una lluvia torrencial en el domo de la estación de Constitución. Estaba fumando, conversando y besándose con su esposa Rocío. Otrxs, muchxs, también estaban ahí fumando, incluso besándose, claro. Pero el empleado de Metrovías y los agentes de policía decidieron dirigirse a ella.

 

Un beso lesbiano es un acto de desobediencia.

 

A Mariana la increparon, la trataron de “pibe”, le tocaron el pecho. Después la esposaron y la detuvieron. Ella se defendió de esa detención arbitraria e ilegal. A todas luces, desproporcionada, irracional. La escena, brutal, puede verse en un video casero grabado con celular por una de las personas que se acercaron a ver lo que pasaba. Eso no era normal. Reducida en el piso bajo la fuerza de cuatro brazos y rodillas, en el video Mariana grita: “¡Soy mujer!”. Pide que la sienten porque no puede respirar. Rocío, su esposa, le acaricia la cabeza y trata de calmarla entre sus propios llantos y nervios. A Mariana se la llevan.

 

La justicia considera que su personalidad “violenta” merece la aplicación del Código Penal. En el otro extremo, y sobre la misma escena, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos elabora el Informe Violencia hacia personas LGBTI que incluye el capítulo “Violencia en represalia a demostraciones públicas de afecto entre personas del mismo sexo”. Las organizaciones de la diversidad sexual analizan el caso desde la perspectiva de la criminalización y la violencia ejercida por las fuerzas de seguridad pero también por lxs propixs ciudadanxs.

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Sofía y sus amigas bautizaron al barrio de Almagro como San Junipero, por el nombre del lesbopueblo de Blackmirror, conocido también por ser tierra de ataques de odio contra lesbianas. A Sofía, que es integrante del colectivo La Tribu, la atacaron tres veces mientras caminaba por esa zona. Una fue en marzo de 2017; con un grupo de pibas salía de una reunión de la Asamblea Lesbiana Permanente, fueron perseguidas y atacadas por una patota de varones las arrinconaron y llamaron a la policía. La policía desplegó un operativo desproporcionado y, con ensañamiento, se las llevó detenidas. El saldo fue el de seis compañeras imputadas un 7 de marzo, en las vísperas del Paro Internacional de Mujeres, lesbianas, travestis y trans, y el día de la Visibilidad Lésbica.

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Para esa fecha, el relator LGBTI de la ONU visitaba la Argentina. Pidió que la  

investigación judicial destaque la lesbofobia. En la misma línea reaccionó la Procuración especializada en Violencia Institucional (PROCUVIN).

 

Tortas, lesbianas, trans, femmes, chongas, bomberos son miradas, observadas, insultadas, perseguidas por su identidad en las calles. A Sofía la agarraron del cuello y la arrastraron hasta una esquina para pegarle. “No queremos raritos en el barrio, sabemos que fuiste con la yuta, lesbiana de mierda”, fue lo que le dijeron mientras la llevaban contra su voluntad hacia la avenida Estado de Israel para pegarle. Era la tercera vez en un lapso de 6 meses que sufría violencia machista y lesboodio sobre su cuerpo. Sofía realizó las denuncias en distintas fiscalías, comisarías y en la UFEM, fiscalía especializada en temas de violencia género. La ausencia de perspectiva de la justicia hizo que cada causa corriera por su cuenta, sin unificación y con nulo avance en las investigaciones.

No hay que olvidar que frente a este fenómeno el Ministerio de Seguridad de la Nación contestó hace un tiempo con el “Protocolo General de Actuación de Registros Personales y Detención para Personas Pertenecientes al Colectivo L.G.B.T”, un instrumento que, contrariamente a lo que dice en sus fundamentos, señala y apunta a la disidencia sexual y de género como un grupo “peligroso”. Si existen reglas y normas generales de derechos humanos ¿por qué un documento específico para esta población con directivas prácticas para las fuerzas de seguridad que incluye, por ejemplo, qué tipo de dolor se puede infringir y el tono de voz a usar?”.

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“Lo pensamos dos veces antes de darnos un beso en el bondi”, dicen Lu y Paula.

“Cuántas cosas les haría a ustedes dos juntas”, escuchan seguido Gaby y Daiana.

Si van sueltas no pasa nada, si van de la mano les dicen de todo, siempre. “Lo siento campeón perdiste, no soy tu fantasía realizada. Es imponente el efecto de hipersexualización cuando nos ven, te volvés objeto y sueltan el comentario libidinoso. Nuestra sexualidad es íntima y a la vez tiene incidencia en el espacio social, no es un secreto de placard. Una vez -cuenta Mariana-, nos gritaron desde un camión: ´¡Viva el amor!´. Y sí, que viva.”

 

Las violencias que se imponen intentando normativizar, disciplinar los cuerpos y sus besos, se repiten y pierden originalidad. Se vuelven síntoma en un contexto cultural en el que las leyes enviaron un mensaje de igualdad y las fuerzas de seguridad, la justicia y cierto sector de la sociedad civil se sienten provocados a contestar con un impulso de sometimiento del otrx. Sobre todo si este otrx decide hacer uso ostensible de la igualdad conquistada.

 

Al margen o un poquito para atrás, en la esquina o en nuestra propia cuadra encontramos estos besos disidentes. “¿En qué consiste esa suma de emociones, sensaciones, sentimientos, gestos, miradas, silencios, contactos…?”, cuestiona Diario colectivo, de 1982, citado por Laura Arnés en Ficciones Lesbianas.

 

Los besos lesbianos son actos de resistencia a los modos de vida impuestos, a la criminalización a la que son sometidas sus identidades. Los besos lesbianos son besos políticos.

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Se van a cumplir dos años de otra escena de lesbofobia urbana emblemática. Porque no sólo Almagro es San Junipero. El 29 de agosto de 2016, dos mozos del bar La Biela, en Recoleta, se acercaron a la mesa donde Belén acariciaba a su pareja para consolarla, les dijeron que se “tranquilizaran” porque lo que hacían era inapropiado, y luego llamaron a la policía para que las sacara del bar.

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Los hechos de lesboodio son muchos más, suceden a diario y sólo algunos llegan a las noticias.

 

El 26 de septiembre de 2016 un guarda del ferrocarril Mitre con la ayuda de un agente de la Gendarmería Nacional quiso bajar a dos lesbianas del tren porque “no soportaba verlas abrazadas”. Un mes después, en Córdoba dos adolescentes fueron detenidas por besarse en la Plaza Colón, Barrio Alberdi. La policía las acusó de cometer “actos obscenos” lejos de la “ética ciudadana”.

 

En Morón, Buenos Aires, en abril de 2017, la policía increpó a una pareja de mujeres en la Plaza Alsina, Villa Sarmiento, por estar abrazándose, porque “faltaban a la moral”. A Susana y a Laura les negaron el alquiler de un Salón de Fiestas en Morón para festejar su matrimonio. Contaron que el dueño del lugar, Daniel Carone, les informó a través de un audio de Whatsapp que no las recibiría “porque vamos contra sus principios y valores”. También en Morón, en el tradicional colegio Manuel Dorrego, después de ver a dos estudiantes tomadas de la mano en un recreo, el director entró al aula y  frente al curso dijo: "Si tengo amigos homosexuales, no dejo que se besen frente a mi hijo".

 

En Mendoza el Canal 7 provincial censuró, en la tanda promocional de la telenovela Las Estrellas, el beso lésbico entre los personajes de Violeta Urtizberea y Julieta Nair Calvo.

 

De nuevo en Morón, el viernes pasado Florencia e Irupé fueron amenazadas en el supermercado. Hacían las compras, se dieron un beso casual. "Se acerca el señor y nos dice que no podíamos darnos besos en ese lugar, que había criaturas y familias, que para eso fuéramos a la cancha", contaron por Facebook. "Putas, taradas. Tómensela de acá”, les gritó el hombre. “Tomatela de acá antes de que te dé lo que te hace falta”.

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Los besos lesbianos están en todos lados, todo el tiempo. Son los más buscados en las páginas de porno, y la fantasía preferida de los varones hetero cis. Pero “cuando de lesbianas se trata muchos tienen problemas para ver lo que está frente a ellos. La lesbiana se mantiene como una especie de ´efecto fantasmagórico´, elusiva, vaporosa, difícil de localizar -incluso cuando está ahí, a plena vista, mortal y magnífica, en el centro de la pantalla-. La lesbiana nunca está con nosotros, parece, sino en otro lugar: en las sombras, en los márgenes, oculta en la historia, fuera de la vista…” Estas notas de Terry Castle sobre la representación de las lesbianas en el cine norteamericano que toma Arnés se pueden pensar también para la vida material y cotidiana.

 

Las lesbianas están, pero hay quienes no quieren verlas. O no quieren que puedan ser vistas. No quieren verlas en el espacio público. No quieren verlas besándose.  

 

Como el caso de Higui, que estuvo presa presa haberse defendido del ataque de una patota. Como el de Joe Lemonge, condenado a 5 años y medio de prisión cuando fue él, joven trans, quien fue atacado.

 

La violencia contra lesbianas se suma a los casos contra parejas de gays, a las golpizas y asesinatos de personas travestis y trans, a la violencia médica "correctiva" hacia lxs intersex. En fin, el círculo de violencia estructural se expande a espacios sociales y públicos.

 

Sin embargo, la violencia policial y de algunos grupos retrógrados parece funcionar como antídoto: al calor de la discriminación contra los besos lesbianos se enciende la militancia lésbica, se reagrupa, se multiplica y cobra una visibilidad a la que incluso fue condenada por grupos feministas y/o LGBTI. Y se responde con besazos.  

 

Besazos frente a La Biela. Besazo en Constitución. Besazo en el Colegio Manuel Dorrego. Las mujeres, las lesbianas, pueden mostrar afecto en cualquier parte, darse besos en los labios que se parecen tanto a otros labios. Le guste a quien le guste. Y a quien no le guste que mire para otro lado. Porque el beso lésbico es un derecho ganado.


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