De la física a la política


Las injusticias sociales detrás del cambio climático

En los últimos 50 años la población mundial se duplicó. Somos una "fuerza global geofísica" que le roba salud y energía al planeta. El crecimiento de los países emergentes, la desmaterialización de la economía, la expansión de las ciudades promovida no por los Estados sino por los mercados, el papel dual de la tecnología, las alianzas entre las sociedades del conocimiento universitario y científico para afrontar el desafío del Antropoceno. Extracto de La Argentina y el cambio climático (Eudeba), escrito por Vicente Barros e Inés Camilloni, conferencista de la Beca Cosecha Anfibia.

El Cambio Climático en curso se debe a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Estos gases perduran en la atmósfera por muchos años (en promedio, según el compuesto químico, entre  15 a más de 100). Aunque estos gases no se emiten homogéneamente  sobre el planeta, después de uno o dos años se esparcen y se mezclan totalmente en la atmósfera global, de modo que sus concentraciones se hacen geográficamente casi homogéneas. Como el patrón geográfico del calentamiento y del consiguiente cambio en el clima depende de las con centraciones globales de los GEI, a este proceso se lo denomina Cambio Climático global, y no existe en general una correspondencia entre las emisiones de un país o región y los cambios del clima que lo afectan. Esto puede resultar en grandes injusticias, ya que algunas regiones con escaso desarrollo económico pueden sufrir severas consecuencias a pesar de haber contribuido (o contribuir ahora y en el futuro) mínimamente a las emisiones globales de GEI.  

 

La mayor parte de las emisiones antrópicas de GEI en los últimos 150 años, y las que más rápido están creciendo, fueron y son las emisiones del dióxido de carbono (CO2) producido por la combustión de hidrocarburos y carbón para la generación de energía. El control de estas emisiones es el núcleo de la solución al problema del Cambio Climático. Como los combustibles fósiles constituyen el 85% de las fuentes primarias de energía que utiliza la humanidad, es fácil entender que se trata de un problema de muy difícil solución, pero que deberá abordarse sin dilación en las próximas dos o tres décadas. Ello implicará costos económicos desigualmente distribuidos, regulaciones nacionales e internacionales y desarrollos tecnológicos en un marco de intereses divergentes difíciles de conciliar.  

La demanda mundial de recursos naturales 

El calentamiento global es un emergente, quizás el primero y más complejo, que resulta de la creciente presión de la actividad humana sobre el planeta. El problema que enfrentamos es que la demanda mundial por los recursos naturales, el clima incluido, está creciendo más rápido que la creación de nuevas y mejores formas de utilizarlos. Las causas de esta demanda son el aumento de la población mundial y el mayor consumo por habitante. Se estima que, para la época del Renacimiento, la población mundial era de 500 millones, y que no habría cambiado de manera  significativa en los mil quinientos años precedentes. A partir de entonces comenzó un crecimiento acelerado: se duplicó hacia 1800 y luego se multiplicó 7 veces en los 200 años subsiguientes hasta llegar a los 7000 millones actuales. Además, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad, el consumo promedio de energía por habitante se multiplicó 8 veces.  

No se pretende aquí asignar una connotación negativa a este proceso. Al contrario, el crecimiento de la población podría ser auspicioso porque, si bien en algunos países y regiones su aumento desmesurado pudo ser un obstáculo para el progreso económico, en otros países ayudó a la ampliación de los mercados y a mayores innovaciones al generar una creciente masa de talentos creativos. En cuanto al aumento del consumo por habitante, implicó que millones de seres humanos hayan mejorado sensiblemente su alimentación y aumentado su expectativa y calidad de vida. Sin embargo, lo que no se puede desconocer es la inquietante pregunta, tal como está instalada en la agenda internacional, de si este acelerado crecimiento del consumo humano es sustentable y por cuánto tiempo.

El antropoceno

Paul Crutzen1 (2002) introdujo el término Antropoceno para caracterizar la época que se inicia con la Revolución Industrial y en la cual la humanidad se ha convertido en una fuerza global geofísica que se compara con los factores naturales en la evolución de la Tierra, o hasta los supera.2 Steffen et al. ( 2007) muestran cómo varios indicadores globales han evolucionado desde el comienzo del período industrial. Entre ellos, la población urbana, el uso del agua, el producto bruto global, el consumo de fertilizantes y de papel. Todos presentan un crecimiento de tipo explosivo, aun mayor al exponencial, que hace temer sobre su sustentabilidad en el tiempo.  

 

En los últimos dos siglos, la economía mundial creció alrededor de 50 veces, pero después de la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento de la actividad humana se aceleró notablemente. Algunos autores se refieren a este período como la Gran Aceleración y señalan que, en ella, la población mundial se duplicó en sólo 50 años, el producto bruto global como poder de compra aumentó 15 veces y el número de automotores, cerca de 20 veces (Steffen et al.: 2007). También desde 1950, el consumo per cápita de petróleo se triplicó y se cuadriplicaron las emisiones fósiles de dióxido de carbono a la atmósfera. Esto ha empezado a impactar sobre el planeta de tal manera que ya se ha hecho comprobable en la composición química de la atmósfera, en el clima y la biosfera.

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Adelanto-Inés-Camilloni_(Flickr-Katie-Wheeler)

El crecimiento acelerado del mundo en desarrollo 

En los últimos 30 años se ha sumado al desarrollo económico global una nueva característica que, aunque auspiciosa desde el punto de vista social y de la equidad, ha dado nuevo impulso a la demanda por los recursos naturales, el clima entre ellos. Se trata del crecimiento  acelerado del conjunto de los países en desarrollo a tasas mucho mayores que las de los países desarrollados, fenómeno que tiene su epicentro en la industrialización de Asia, y particularmente, aunque no sólo, de China. A través de la demanda de recursos naturales que genera tal crecimiento, este también se propagó a América Latina y África. Ello ha llevado a que en las últimas décadas la brecha entre el producto bruto agregado de las economías desarrolladas y el de las economías en desarrollo haya comenzado a cerrarse, de modo que sus productos brutos reales, medidos como poder de compra,3 son aproximadamente iguales. A pesar de ello, debido a que la población del mundo desarrollado es apenas el 20 % del total del planeta, su ingreso real per cápita es cuatro veces mayor que el del promedio del mundo en desarrollo, persistiendo una gran inequidad.  

 

Esta nueva característica del crecimiento económico global no parece ser circunstancial, sino que responde a una tendencia profunda. Es sabido que las crisis económicas derrumban empresas y sectores ineficientes y favorecen a los más adaptados, que surgen fortalecidos en la postcrisis. A la luz de este dato, se puede inferir que el mundo en desarrollo, que hasta ahora apenas sintió el efecto de la crisis iniciada en el 2008/2009 y mantuvo su alto crecimiento, es hoy más competitivo en términos generales que el conjunto de los países desarrollados.  

Esta transformación parece ser el signo de las próximas décadas ya que se acentúa el aumento de la inversión externa en los países emergentes, los que ofrecen ventajas competitivas con sus menores salarios y, en algunos casos, con sus grandes recursos naturales no muy utilizados. De esta forma, los países emergentes están creciendo tres veces más rápido que los más avanzados, y aportan más del 80% del crecimiento económico global.  

El crecimiento económico tiene diferentes efectos sobre los recursos naturales, según el grado de desarrollo de la sociedad. Aunque puede haber excepciones, en general las economías más desarrolladas crecen con mayor rapidez en los sectores de servicios -algunos con escasa demanda de recursos naturales, como la educación, las finanzas, la salud, la informática y las comunicaciones-, a lo que se suma la miniaturización de muchos objetos materiales. El resultado es lo que ha dado en llamarse desmaterialización de la economía. Aunque parte de este proceso también alcanza a las economías menos desarrolladas, en éstas predomina un sesgo hacia el crecimiento de la demanda de bienes que requieren de recursos naturales. Ello es inevitable, ya que en gran medida incluyen poblaciones con deficiente alimentación y privadas de los elementales servicios de una sociedad moderna. En Asia, 800 millones de personas (500 millones en la India) no disponen aún de electricidad, con todas las limitaciones que ello implica en su calidad de vida (Pachauri et al.2012). Pero la salida de este estado general de pobreza se ha acelerado:  sólo en China, 400 millones han abandonado la pobreza en los últimos 30 años y han logrado estándares de alimentación, vivienda y servicios  adecuados; y cada año 40 millones de hindúes se están incorporando  a los niveles de consumo de la clase media. El crecimiento numérico de la clase media global agiganta la demanda de alimentos, energía y  

minerales. 

 

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La urbanización 

Otra característica del desarrollo global que está acelerando la de manda de recursos naturales es el crecimiento de la población urbana, que se aproxima al 50% a nivel global y que en general es mucho más demandante de bienes y servicios –y particularmente de energía– que la población rural. El proceso de urbanización es mayor en Asia y África, y constituye un elemento asociado a la transformación productiva global.

Este proceso tiene lugar, no por una acción planificada de los Estados, sino por la fuerza de los mercados; en este caso, por la oferta de empleo y la elección de millones de pobres en busca de mejores condiciones de vida. Aunque más demandante de recursos naturales, la urbanización es la forma más eficiente de acercar los servicios y los beneficios a las grandes masas que migran desde las zonas rurales, donde la dispersión de la población hace más dificultoso el acceso a los  bienes y servicios que no se producen in situ. Por ello es difícil que esta migración se pueda contener mediante planes desde el poder político o económico, incluso en el caso de China, donde se busca reducir el incesante flujo de campesinos a las ciudades.  

El papel dual de la tecnología 

Por el lado de la oferta, la tecnología ha ido haciendo posible un uso más eficiente de los recursos naturales. A modo de ejemplo, en la Argentina los rindes del maíz por hectárea se cuadruplicaron desde la década de 1960. Esta mejora se dio como consecuencia de una combinación de factores, incluyendo una mejor gestión, pero principalmente se debió a la mejora genética.

Por otra parte, la tecnología también favoreció la mayor demanda de recursos al incorporar nuevos productos y “necesidades” –ciertamente, en algunos casos prescindibles, pero otros indudablemente legítimos, como los nuevos medicamentos–. De este modo, durante las últimas décadas, la tecnología ha tenido un efecto dual sobre la demanda y la oferta de recursos naturales, al favorecer por una parte el aumento de la producción mundial de bienes que requieren en última instancia de estos recursos, y por otra, haciendo un uso más eficiente de estos. 

Una situación en cierto modo similar a la actual se daba a principios del siglo XIX con el incremento de la población, cuando Malthus enunció su famosa teoría. Según esta, el mundo se encaminaba inexorablemente a una catástrofe por la falta de alimentos para sostener la creciente población. Para Malthus, eso implicaría una hambruna generalizada, a menos que pandemias o guerras anularan el crecimiento demográfico.

Sin embargo, la realidad ha desmentido a Malthus, al menos hasta hoy. Si todavía hay hambrunas localizadas, no es por falta de alimentos a nivel global sino por fallas políticas y sociales, tanto de orden nacional como internacional. La tecnología permitió una multiplicación formidable de los rendimientos de los cultivos y la extensión de las fronteras de producción sobre distintos tipos de ambientes y, además, como señala Steffen (2007), la energía barata permitió la síntesis comercial de amoníaco del nitrógeno atmosférico para producir fertilizantes, lo que fue fundamental para hacer posible que la población humana se triplicara entre 1920 y 2000. 

Posteriormente, y ya en la década de 1960, con el auspicio de un industrial italiano, un grupo internacional de pensadores, alarmados por el vertiginoso crecimiento de la demanda de recursos naturales, fundaron el Club de Roma. En cierta forma retomaron las ideas de Malthus y, mediante la elaboración de un modelo global, trataron de mostrar que se estaba llegando al límite del crecimiento. Su publicación liminar en 1973 lleva precisamente el título de Límites al Crecimiento (Limits to Growth); en ella se predecía que el crecimiento económico no podía continuar indefinidamente debido a lo finito de los recursos naturales, especialmente del petróleo y los minerales (Meadows et al.1973). La primera crisis del petróleo en 1973 fue el marco oportuno para una gran repercusión mundial del pensamiento del Club de Roma. 

Entre los resultados del modelo global del Club de Roma figuraba la imposibilidad de que el conjunto de los países en desarrollo alcanzaran niveles de vida como los de los desarrollados. A 50 años de la publicación de los Límites al Crecimiento, el avance económico del mundo en desarrollo de los últimos 30 años y su probable continuación en las próximas décadas constituyen en la práctica un experimento no intencionado que dilucidará si aquellas conclusiones eran o no correctas. Mientras tanto, como en el caso de Malthus, la evolución de la tecnología desmintió al menos en forma temporaria algunas de las predicciones del Club de Roma. La miniaturización, los nuevos materiales y la minería a cielo abierto aventaron por años la escasez de minerales, los que incluso bajaron sus precios desde entonces, hasta que, con el auge de las economías emergentes y ya en este siglo, retomaron su tendencia alcista. Igualmente, la llamada revolución verde en la genética de los principales cereales y oleaginosas multiplicó sus rendimientos, con lo que se ha paliado la escasez de alimentos en numerosas poblaciones. No obstante, no cabe duda de que en las últimas décadas el balance entre la demanda de recursos naturales motorizada por varios factores  –y la oferta tecnológica para hacer un uso más eficiente de estos– se inclina por ahora a favor de la primera. Pero de ello no debe deducirse que esa tendencia va a continuar indefinidamente, y ni siquiera en las próximas décadas. La historia del Antropoceno parece indicar que no sólo la demanda de recursos naturales va a seguir creciendo vertiginosamente sino que puede ser posible que ella sea atendida por la innovación tecnológica hasta un horizonte temporal por ahora lejano. En síntesis, si bien los recursos naturales son finitos, los límites de su uso pueden ser elásticos como resultado de la creatividad humana.  

Existe potencial para una considerable contribución de la tecnología  en el manejo de al menos una parte importante de la crisis ambiental en general y del Cambio Climático en particular. Steffen et al. (2007) afirman que existen amplias perspectivas para el avance tecnológico en  el ámbito de la energía y apoyan su argumento con cifras reveladoras. Recuerdan que el uso mundial de energía humana es sólo un 0,05% de  la radiación solar que llega a los continentes y que sólo el 0,4% de esta radiación solar entrante se convierte en energía química mediante la fotosíntesis, y de esta fracción convertida en producción primaria, los seres humanos sólo utilizan un 10%. La energía solar disponible con las actuales tecnologías podría atender toda la demanda humana de energía. Y lo que es más importante, de acuerdo con las tendencias de precios y tecnológicas, esta fuente de energía sería competitiva en las próximas décadas y podría sustituir al menos una importante fracción de la que hoy suministran los combustibles fósiles. Otras tecnologías emergentes ya son técnicamente viables, pero requieren de una mayor innovación para ser competitivas. Un ejemplo son los biocombustibles líquidos de segunda generación elaborados a partir de celulosa, el material biológico más abundante sobre los continentes. 

En este contexto, la pregunta que surge es si el sistema mundial de  investigación y desarrollo es el adecuado para este desafío. Una vez más,  podemos sacar partido de las lecciones del pasado reciente. Steffen et al.  (2007) atribuyen parte de la prosperidad y el crecimiento de la Gran Aceleración a los niveles sin precedentes de cooperación y alianza entre los gobiernos, las industrias y las universidades a partir de la Segunda  Guerra Mundial, lo que proporcionó una financiación relevante para la ciencia y la tecnología que produjo grandes resultados. Efectivamente, como se menciona en Rising above the Gathering Storm (2006), algunos economistas estiman que aproximadamente la mitad del crecimiento económico estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial fue el resultado de la innovación tecnológica, que se apoyó en la excelencia de su sistema universitario y científico, resultante de la acumulación de capital intelectual durante más de dos siglos.

  

Al parecer, la humanidad cuenta básicamente con el sistema y  las herramientas institucionales que permitirían producir los saltos tecnológicos necesarios para proteger el ambiente del planeta, y sólo se  requiere de políticas y recursos dirigidos a ese fin durante las próximas décadas. Los acuerdos internacionales logrados o en gestación y las políticas internas de los grandes países de la Tierra parecen orientados en esa dirección, aunque aún a un paso mucho más lento que el necesario para evitar las peores consecuencias de la crisis ambiental.  

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Signos de agotamiento 

Mientras tanto, como resultante del desbalance entre demanda de recursos e innovación tecnológica para su satisfacción, hay signos alarmantes –como el agotamiento de los recursos naturales no renovables, en especial del petróleo convencional, y el Cambio Climático–. Pero existen otros problemas, como la generación de residuos y la utilización de los recursos renovables a un ritmo más rápido que su reposición por procesos naturales, como en el caso del agua potable en ciertas regiones. Además, se ha estado contaminando, reduciendo, y en muchos casos destruyendo los hábitats naturales y disminuyendo la diversidad biológica hasta el punto de que ya se habla de la extinción del Antropoceno. Menos conocido es el posible agotamiento de los fosfatos (esenciales para la fertilización en la agricultura tecnificada que hoy predomina) y hasta el del propio uranio (visto por algunos como alternativa energética a los combustibles fósiles).

Las políticas públicas nacionales y globales y los cambios de paradigmas de consumo son parte de la solución necesaria para superar los problemas ambientales derivados del crecimiento económico mundial vertiginoso, que se complementan e interrelacionan con la innovación tecnológica. 

Foto: Flickr Katie Wheeler