Vuelta a clases


La odisea de pensar juntes en un aula

La semana próxima empiezan las clases en casi todo el país y con ellas se renueva la pregunta por el proyecto educativo que imaginamos como sociedad. Federico Lorenz habló con docentes de distintas provincias para saber cómo piensan su relación con lxs jóvenes, cómo lidian con el pluriempleo en varios colegios y cuál creen que es su lugar social hoy. “Nuestro ámbito de trabajo está en crisis porque la sociedad también lo está, pero se sigue esperando que la escuela aporte las mismas soluciones que hace medio siglo”, dice.

Si cada época diseña un proyecto educativo para un país que imagina, es válido tratar de ver qué país pensamos ahora que un nuevo año lectivo, con recambio presidencial, comienza. ¿Hasta dónde está eso en discusión?

Podemos empezar por describir el panorama que enfrentamos los que tenemos la responsabilidad de estar al frente de un curso. Es decir, aquellos que porque es nuestro trabajo y nuestra vocación trabajamos con nuestras chicas y chicos. Chiques, Chicxs, si prefieren, parte del asunto también es incorporar esa lucha y esas disputas a nuestra tarea cotidiana.

Que la educación está atrapada por los vaivenes políticos no escapa a nadie. La reciente noticia de que en depósitos del Correo Argentino fueron halladas 100.000 computadoras adquiridas desde 2016 a la fecha que no fueron repartidas por el gobierno de Macri son todo un dato, tanto como el actual malestar de las bases bonaerenses con sus conducciones sindicales ante la tibia protesta frente al anuncio de que la provincia de Buenos Aires pagó un vencimiento de deuda en punto a sus acreedores pero demoró el pago de un aumento de diciembre de 2019 a sus docentes.

Los educadores de nivel medio en la Argentina somos aproximadamente 425.000. Se generaliza todo el tiempo sobre la educación y sobre nosotros, pero es injusto e incierto hacerlo. Yo, por ejemplo, no vivo solamente de la docencia; también soy investigador de CONICET. Por eso preferí conversar virtualmente con algunas amigas y compañeros, profes de distintas materias en diferentes provincias, para que estas líneas no fueran tan autorreferenciales, para que tuvieran otra base que mi única experiencia. Quienes respondieron son docentes que en promedio tienen unos veinte años de “antigüedad” en el sistema público y privado. Tan incompleto como otras veces, al menos alguien les fue a preguntar a los profes de aula cómo se sienten frente al comienzo de un nuevo año escolar, y qué les gustaría que sucediera.

Nuestro ámbito de trabajo está en crisis porque la sociedad también lo está, pero se sigue esperando que la escuela aporte las mismas soluciones que hace medio siglo. Marisa, profesora de inglés en CABA, me cuenta: “No estoy pasando por un momento de mucha expectativa respecto al inicio del ciclo lectivo”. Piensa que “hasta que no demos una discusión fuerte de qué colegio queremos, se revise el plan de estudios en serio y se coordine un sistema de acompañamiento de tutores, directivos y docentes para revisar nuestras prácticas docentes y se nos de capacitación de calidad, nada cambiará”. Para Silvia, profesora de Latín y Castellano, formadora de formadores y con una vasta experiencia, las expectativas iniciales pasan por acompañar a los chicos en “la preparación de los exámenes, ayudarles a reorganizarse para estudiar después de las vacaciones, alentarles a hacer esfuerzos para aprender con gozo y aprobar de buena ley lo que adeuden”. El tema salarial está presente: “Como profesional, tengo la esperanza de que en cuanto empecemos a trabajar estén las paritarias resolviéndose, para que el inicio de clases esté garantizado con toda  previsibilidad”.

Muchos esperamos un año sin sobresaltos. Contra la imagen social, alimentada por los medios y la política, en la que solo aparecemos en las noticias ante un conflicto sindical, Silvia desea “que los conflictos gremiales se disipen y no alteren nuestra continuidad de trabajo en las aulas porque haya una política educativa que no abone el conflicto con la docencia”.

Pero hay realidades muy contrastantes. María Noel arranca con una realidad, en Chubut, marcada por un largo conflicto gremial desde el año pasado que se traduce en vivir endeudada y ver cómo no le alcanza “para llenar la heladera”: “Es complejo hablar de esperanzas y expectativas positivas sobre el inicio del presente ciclo lectivo. Las paritarias nacionales ofrecen una visión a largo plazo que no es de desdeñar, sin embargo para los docentes de la provincia del Chubut esto no es visto con expectativas, pues el gobierno provincial actual nos adeudan acuerdos salariales desde julio del 2019, no nos han abonado los haberes de diciembre (…) y no se sabe cómo seguirán los pagos de nuestros salarios al inicio del ciclo. No genera un horizonte que nos permita iniciar el ciclo con la alegría que generalmente lo hacemos”. Noel vive una gran contradicción entre lo que necesita y su vocación; una “esquizofrenia interna en donde se pone en juego la tensión que genera el ser profesional y el ser un trabajador”.

Los sueldos bajos hacen que una de las características de la docencia sea el pluriempleo. Eso atenta tanto contra la calidad de vida de los educadores como en el proceso educativo. Álvaro enseña en la provincia de Buenos Aires hace unos diezaños y siente “que en cada comienzo de año se avecina la tormenta de la eterna repetición de lo mismo. Rutina. Ya no sé si es el desencanto individual o la repetición a lo sketch de “Chavo del 8” del sistema (…) Siento muy poca motivación al desafío intelectual y laboral. Y luego, cuando pretendo salirme de ese embrollo y estudiar y volver a encontrarle el sabor al conocimiento, el día se me impone asfixiando los espacios”.

Para Fabián, que enseña en la zona Norte del Conurbano bonaerense, sus expectativas pasan por la infraestructura escolar: “enseño en escuelas públicas, una de ellas a cinco cuadras de una escuela donde se paga más de $ 20.000 y a siete cuadras de Highland Park, un country exclusivo. Mi escuela sufrió el colapso de mampostería en plena clase y cayó sobre alumnos y la biblioteca, eso llevó a la clausura de tras aulas, por lo que enseñamos todo el año en aulas modulares”. Las carencias y contradicción las encuentra en otra escuela donde trabaja, con especialidad en Informática y Turismo, pero donde deben compartir y aulas y no tienen computadoras. Enseñan turismo y no tienen bibliografía adecuada ni recursos para las salidas.

Muchos colegas comparten una sensación de atraso en su forma de trabajo. Hay una conciencia de que debemos cambiar las prácticas (aunque hay discrepancia acera de cómo hacerlo). Para Silvina, profesora de Historia en el Colegio nacional de Buenos Aires y en dos colegios parroquiales, “hace mucho tiempo se viene poniendo en tela de juicio desde ámbitos educativos las formas y metodología de evaluación, creyéndose necesario adecuarlas y adaptarlas a las nuevas generaciones de estudiantes”. Eso es particularmente acuciante en las mesas de febrero, “por su carácter definitorio”. En febrero, los estudiantes definen su regularidad, si repiten el año o no, y de manera extrema, su permanencia en el sistema según dónde vivan.

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La crisis también se expresa en una impostergable revisión de los vínculos intra e inter generacionales. Vanesa trabaja en zonas de bajos recursos en La Pampa. Allí la realidad impacta en las esperanzas de las personas. Por eso ella se propone “involucrar a la familia en la educación de sus hijos”, porque “el mayor problema, a mi entender, de las clases humildes es creer que no hay posibilidades de nada. La educación no es un valor a tener en cuenta”.

Hace tiempo que los padres son parte de la cotidianeidad de la escuela, pero no siempre de manera virtuosa. Albertina es profesora de francés y llama la atención sobre esa situación, potenciada por la tecnología: “otro problema que veo es la violencia y la arbitrariedad de ciertos padres. Surge en redes sociales, pero llega al colegio, con padres que se hacen presentes, a veces gritan, insultan y amenazan con violencia física. En las redes sociales es indignante leer calumnias, acusaciones falsas, información falsa o groseramente tergiversada”. La híper conectividad favorece la capilaridad de la escuela. Podría, virtuosamente, ser parte del proceso educativo. Pero dirigidas contra la escuela no escapan al uso abrumador que se hace de ellas.

Para muchos colegas el orgullo por una tarea importante está minado no solo en lo material, sino simbólicamente. Sylvia reivindica el lugar social de los docentes y cuestiona un desentendimiento social a partir del ejemplo extremo del asesinato de Fernando Báez. Para ella debería organizar la tarea durante todo el año. Ese episodio “tiene que ser un eje de trabajo y reflexiones de toda la comunidad educativa, que tiene tanto o más peso que la educación en las familias, especialmente cuando se trata de adolescentes y jóvenes adultxs: creo que a veces la sociedad se desliga de sus responsabilidades cuando se desentiende de ellas afirmando que todo depende de los valores que se imparten en los hogares”.  

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Los educadores somos la primera línea de la conflictiva relación con nuestros jóvenes. Que es estratégica y estimulante pero que requiere de mucho oficio y paciencia. Tenemos que ser capaces de acompañar a nuestros chicos en un momento clave de sus vidas. En palabras de Mónica, que da clases en tres escuelas secundarias y un terciario en Neuquén,  “el temor al fracaso es lo que los paraliza, ante ello busco demostrarles que yo también puedo aprender de ellos, que no estoy para hacer monólogos y que cuando uno afloja el resto debe acompañar para que lleguemos juntos al final del ciclo lectivo”. Por supuesto que no todos los educadores están de acuerdo con pensar el vínculo de esa manera. Manuel, docente de Biología en el Colegio Nacional de Buenos Aires: “muchos de nuestros colegas es la mirada del otro sobre nuestra práctica. No estamos acostumbrados, lamentablemente, a que nos miren y critiquen una clase, a recibir una retroalimentación de un par”. Coincide Nelly, profesora de Música y compositora: “Los problemas más urgentes son los relacionados con la falta de reflexión y auto crítica de los adultos que no se replantean cuál es el paradigma de nuestra tarea en los tiempos que corren”.

¿Qué tiempos corren? Según Massimo Recalcati (La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza): “El cuerpo docente es (…) un cuerpo fragmentado, porque ya no existe un espejo social, capaz de devolverle su imagen correcta. Los profesores no sólo se ven sometidos a un proceso de proletarización económica, sino también de desintegración identitaria. Su angustia ya no crece en paralelo con la discusión del saber que representan (…) sino en relación con una pérdida fundamental de identidad”.

-Pero si la tienen tan complicada, ¿por qué no trabajan de otra cosa?

 

-Estaba esperando la pregunta. Te podría contestar muchas obviedades, pero me quedo con la más grande: porque nos gusta dar clase. Nos gusta enseñar y aprender, nos gusta compartir con nuestros estudiantes. Porque nuestra tarea es socialmente relevante y somos conscientes de eso a pesar de la cotidianeidad en la que trabajamos. Porque no podemos dejar solos a nuestros jóvenes. Y porque lleva muchos años que un educador se forme, muchos más que los cuatro que un profesorado viento en popa insume. El oficio se aprende oficiando, y se transforma en una manera de ver el mundo. Con lo cual una sociedad que no cuida a sus educadores malgasta recursos y profundiza la mala calidad de la vida cotidiana de sus jóvenes. Es decir, se suicida. ¿Alguien más tiene una pregunta?

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Las escuelas (cuyos techos se le vinieron encima a Fabián) son un lugar de legitimidad social donde se pone en acto la hipocresía de declamar la importancia que se le asigna a la Educación mientras se maltrata a los adultos y jóvenes que las habitan. Y aún a pesar de eso son el escenario de los cambios: las multitudinarias marchas por la despenalización del aborto, la apropiación juvenil de consignas como el respeto a los derechos humanos y a la democracia, el proceso de cambios en el lenguaje que refleja cambios más profundos de tipo social, protagonizados por adolescentes y jóvenes, suceden día a día en las escuelas más que en las casas y en las calles. Entre pares, y con los adultos con los que por acción, reacción, o en mutuo aprendizaje, interactúan. La Educación Sexual Integral debería suceder a pleno en las escuelas, pero lo que sucede de ella, sucede allí.

Y en las escuelas es un lugar donde los adolescentes y jóvenes pueden encontrar una oportunidad, escuchas atentas, y respuestas. Muchos docentes son conscientes de que los cambios sociales nos demandan nuevas sensibilidades. Mónica afirma: “la empatía es fundamental en el día a día, la solidaridad para quien llega con el estómago vacío y espera un recreo para tomar un mate y llevarse el pan que sobra a su casa, para quien no le alcanza la plata para sacar fotocopias y en esos casos trabajar con los pocos recursos con los que contamos en la escuela. También es importante escucharnos, no ser indiferentes”. Lejos está esta actitud de los estereotipos que todavía abundan sobre nosotros. Nelly: “educar para formarnos en vínculos sanos desde el amor, el respeto, el placer por aprender juntos y desterrar la violencia”. Estar a la altura de los deseos de otro colega, Mariano es tutor y profesor de Lengua y Literatura en CABA. Arranca cada ciclo lectivo “con una sensación ambigua: por un lado, con la esperanza de que este año "sea distinto", es decir, se modifiquen (modifiquemos) nuestras prácticas, trabajemos colectivamente, estemos cómodos en nuestros lugares de trabajo... por el otro, con la sensación (desazón) de saber que difícilmente algo de eso ocurra (…) El lugar que ocupa nuestra relación con los/as estudiantes es complementario a ese anhelo de cambio, ya que aparece como algo más constante: cada año, a veces más, a veces menos, pero siempre algo, aprendemos de ellos/as, nos reímos, nos enojamos, aportamos, decepcionamos. Creo que es esa constancia positiva la que nos vuelve tolerable la otra constancia, más vetusta y conservadora”. En palabras de Sylvia: Quiero, como siempre, seguir pensando cómo dar clase compartiendo intereses con mis estudiantes y abriéndonos a los de lxs demás, abriendo saberes desconocidos para lxs jóvenes y para nosotrxs”.

¿Qué sociedad puede darse el lujo de maltratar recursos humanos con tal vocación? Cuando hice esta pequeña encuesta casera, quienes me respondieron señalaban en retiradas ocasiones que era bueno que hablaran sobre la escuela “los que trabajan en ella”. Hay una sensación de ausencia de escucha y de brecha entre “los especialistas”, “los políticos” y “los profesores de aula” que las condiciones de trabajo cotidianas refuerzan tanto como la constatación de que la brecha entre los que deciden las políticas y quienes las ejecutan no es una mera percepción. Desde declaraciones públicas que replican el mito de los tres meses de vacaciones, hasta medidas concretas como proponer voluntarios para que den clase los días de paro, los docentes sufren la deslegitimación de su trabajo.

El asedio al trabajo docente es parte de una crisis cultural más amplia. Esa descripción no puede aplacar la insatisfacción, pero ayuda a marcar las etapas de una lucha y una discusión. Partimos de algo más estructural que la materia que enseñamos. No podemos corrernos de nuestro lugar de adultos que acompañan a menores en desarrollo. El principal desafío es el de recuperar la “dimensión simbólica de la diferencia generacional” (en palabras de Recalcati) sin por ello abandonar la idea del aprendizaje recíproco. Es mucho cuando se trabaja en malas condiciones.

Hay un peligro latente, que es el de la salida individual ante un panorama hostil, que no hace más que reproducir lo que sucede fuera de la escuela. La invocación a lo colectivo no puede ser vana, sino anclada en lo que hacemos todos los días. Tiene que materializarse en algo concreto. Treinta personas reunidas en un aula que detienen el tiempo para pensar juntos nunca va a dejar de ser un buen punto de partida.