Las declaraciones de Videla sobre los desaparecidos


Justificar, silenciar, encubrir

Desde el retorno de la democracia hasta poco antes de su muerte en 2013, el genocida Jorge Rafael Videla se manifestó en público para reivindicar los crímenes de la dictadura. Valentina Salvi recorre los cambios de sus declaraciones en el tiempo porque, a pesar del silencio corporativo sobre lxs desaparecidxs, ese análisis es fundamental para intervenir en las luchas memoriales y políticas pasadas y presentes. Adelanto de “Las voces de la represión”, co-editado por la autora de este texto y Claudia Feld, y publicado por Editorial Miño Dávila.

En diciembre de 1979, en una conferencia de prensa en el Salón Dorado de la Casa Rosada frente a la pregunta tímida pero audaz del periodista José Ignacio López sobre lo que en aquellos años se llamaba “el problema de los desaparecidos”, el entonces presidente de facto, teniente general Jorge Rafael Videla con cierto tono molesto afirmó: “es una incógnita el desaparecido, es un desaparecido, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido… Frente a eso, frente a lo cual no podemos hacer nada.”.

Con este decir a medias, Videla hacía referencia al discurso oficial del régimen militar que, al mismo tiempo, visibilizaba y ocultaba, nombraba y denegaba, la existencia de los desaparecidos, pero sobre todo, hacía público uno de los aspectos más siniestros de la política represiva de desaparición: la potestad de crear un espacio de absoluta excepción, entre la vida y la muerte.

Hoy, a cuarenta años de esa conferencia de prensa, los desaparecidos representan las víctimas de un crimen atroz y aberrante: la desaparición forzada de personas perpetrada por las FFAA y de seguridad durante la dictadura militar. Este significado que hoy porta la figura del desaparecido no es una condición que se derivó de forma automática de la naturaleza particularmente siniestra del crimen de desaparición, sino más bien fue el resultado de un largo proceso de luchas, negociaciones y re-significaciones que se dieron en los planos jurídico, político, simbólico y cultural en los más variados escenarios, entre diversos actores y en diferentes momentos.

Una vasta literatura académica se ocupó de estudiar las complejidades, temporalidades y tensiones en la configuración de sentidos y las formas de representación de los desaparecidos en la Argentina (Jelin, 1995; da Silva Catela, 2001; Crenzel, 2008; 2010; Schindel, 2012). Estas contribuciones han sopesado el peso relativo y la influencia específica que el discurso oficial del régimen militar y de diversas generaciones de militares han tenido, con sus sentidos y representaciones, en estas disputas. Sin embargo, el análisis de aspectos particulares de las declaraciones públicas sobre los desaparecidos realizadas por Videla, desde el regreso de la democracia en diciembre de 1983 hasta su muerte en mayo de 2013 –tal como se propone este artículo–, permitirá identificar algunos aspectos no reconocidos de las estrategias implementadas para ocultar la represión ilegal. En estas más de tres décadas, Videla no solo reivindicó política y militarmente la llamada “lucha contra la subversión”, acusó a las autoridades democráticas y desconoció el accionar del poder judicial, justificó, minimizó, negó, ocultó y mintió sobre lo actuado por las FFAA a su cargo, sino que también fue prolífico en especulaciones, fabulaciones y estratagemas en torno a los desaparecidos.

Pues bien, el presente artículo se propone analizar las declaraciones públicas realizadas por Videla sobre los desaparecidos, con el objetivo específico de, por una parte, dar cuenta de los modos en que se refirió a las personas que fueron secuestradas, torturadas y asesinadas por el régimen militar y los sentidos que buscó imponer en torno a la figura del desaparecido; y, por otra parte, identificar los diversos contextos políticos de enunciación en los que estas nominaciones tuvieron lugar. Además, este artículo examina cómo Videla tematizó, justificó y ocultó la violencia perpetrada por el Ejército a su cargo, polemizó o incorporó lo socialmente estabilizado y cristalizado sobre la desaparición de personas y enfrentó los conflictos con sus propios camaradas y con otros actores del escenario de la memoria.

(…)

Ante la guerra perdida

En los años que van desde octubre de 1984, cuando la Cámara Federal se avocó al Juicio a las Juntas Militares hasta 1998, cuando el juez federal Roberto Marquevich procesó a Videla por el robo de bebés y le impartió prisión preventiva bajo arresto domiciliario, el ex dictador hizo uso de la palabra en diversas ocasiones y variados escenarios para referirse a varios temas pero no habló específicamente de los desaparecidos. Otros asuntos fueron de su interés y otras urgencias determinaron sus intervenciones públicas. Videla se ocupó de reivindicar lo actuado por él y sus subordinados como “actos de servicio” en una “guerra justa” en una carta dirigida a FAMUS en abril de 1984; de cuestionar la legitimidad del fuero federal para juzgarlo y denunciar su carácter político en una misiva a la Cámara Federal en 1985; de exigir gloria y honor para las FFAA por haber obtenido la victoria en la “lucha contra la subversión” en una carta dirigida al Jefe del Ejército, general Martín Bonnet, un día después de que recibiera el indulto del presidente Carlos Menem en diciembre de 1990; de sostener que en Argentina “no hay justicia sino venganza” ante la revista Cambio 16 en 2012; y de acusar a las madres desaparecidas de los bebés apropiados de usar “a sus hijos embrionarios como escudos humanos al momento de operar como combatientes” en el alegato del final del juicio por robo de bebés celebrado en 2012.

Al mismo tiempo, en esos años en la Argentina ocurrieron hechos y procesos que reconfiguraron de manera definitiva los sentidos y representaciones sociales sobre los desaparecidos. Luego de la investigación realizada por la CONADEP y la publicación del Nunca Más en 1984 y del Juicio a las Juntas en 1985 se plasmó un nuevo imperativo de recuerdo desde el cual rememorar el pasado de violencia. Esto significó la ruptura con el discurso vigente desde la década del setenta que entendía la represión como una guerra contra el enemigo interno subversivo y comenzó a percibirse la violencia perpetrada por las FFAA y de seguridad como una desviación de todos los códigos jurídicos, morales y culturales. (Landi y González Bombal, 1995). De modo tal que, en esos años, comenzó a ser socialmente reconocida la desaparición de personas cometida durante la dictadura y se generalizó la condena a las FFAA.

Este nuevo contexto de enunciación se expresa en los dichos de Videla quien, en el marco de una entrevista periodística para el libro El dictador de María Seoane y Vicente Muleiro (2001) entre 1998 y 1999 cuando cumplía presión domiciliaria por la causa de “robo de bebés”, afirmaba:

las Fuerzas Armadas han pasado a ser llamadas de fuerzas del orden a fuerzas de la represión, luego represión del Estado hasta llegar a terrorismo de Estado… del otro lado, la escala ha sido de delincuentes subversivos, luego jóvenes subversivos, jóvenes, hasta jóvenes idealistas y a la idea de hacerles un monumento (Seoane y Muleiro, 2001:463).

Videla habló de los desaparecidos en 1998/1999, en 2011 y en 2012 en el marco de tres entrevistas periodísticas. La primera entrevista, recién citada, fue realizada en 1998 y 1999 por el periodista Guido Braslavsky Núñez para el libro El dictador; la segunda la efectúo en 2011 el periodista argentino Ceferino Reato y dio lugar al libro Disposición Final. La confesión de Videla sobre los desaparecidos (2012) y la tercera en 2012 por el periodista Ricardo Angoso para la revista española Cambio 16 que la publicó en dos entregas, en febrero y marzo de 2012. Estas últimas fueron reproducidas de manera completa y parcial por la prensa argentina y circularon profusamente por las redes sociales.

En esos años, entre 1998 y 2012, Videla pasó de cumplir arresto domiciliario luego de que se reabriera la vía judicial con las causas por robos de bebés a recibir la condena de prisión perpetua en la causa conocida como Unidad Penitencia Nº 1 de la provincia de Córdoba y 50 años de prisión por ser el máximo responsable del “Plan sistemático de robo de bebés” razón por la cual fue traslado desde la Unidad 34 al Complejo Penitenciario Federal II de Marcos Paz. Videla falleció el 17 de mayo de 2013 en cuando estaba siendo juzgado en la causa conocida como “Plan Cóndor”. En sede judicial, donde las declaraciones tienen poder de imputación, Videla no tocó ningún aspecto que pudiera resultar riesgoso para él y para sus camaradas imputados, sino más bien se ocupó de reivindicar lo actuado por el Ejército y los hombres bajo su responsabilidad, volvió sobre las tesis de la subversión y del enemigo interno, desautorizó el testimonio de los sobrevivientes y a los diferentes tribunales que lo estaban juzgando, entre otras cosas.

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Si bien cada uno de estos argumentos exculpatorios, justificativos y acusatorios no serán desarrollados en profundidad en este trabajo, cabe aclarar que estructuraron y dan sustento al discurso de Videla sobre los desparecidos. En tal sentido, la reivindicación directa de lo actuado por el Ejército durante la llamada “lucha contra la subversión” implica asumir el rol de “salvadores de la patria”, quienes en su calidad de “guerreros” se niegan a dar explicaciones y a rendir cuentas ante la sociedad y la justicia. La tesis de la subversión y del enemigo interno funciona como fuente de legitimación del accionar represivo puesto que según ella se trató de una “guerra justa” para salvar a la Nación. La atribución de responsabilidad al gobierno de Isabel Perón que fue derrocado el 24 de marzo de 1976 busca mostrar que se trató de una orden legal dictada por las autoridades democráticamente elegidas que tenían pleno conocimiento acerca del modo en que se ejecutaría la represión e, incluso, lo consentían. La desautorización del testimonio de los sobrevivientes no hace más que relativizar y echar un manto de sospecha sobre la verdad que ellos aportaron a la reconstrucción del sistema represivo. Finalmente, cuestionar a los diferentes tribunales que lo estaban juzgando le permite sostener que los juicios son “políticos” y que los militares son víctimas de un poder arbitrario que busca solo la venganza (Salvi, 2012).

En 2012, las consideraciones de Videla sobre los desaparecidos, que fueron presentadas como confesión por algunos medios de comunicación, alimentaron respuestas disímiles de parte de miembros de organizaciones de derechos humanos, abogados querellantes de las causas por crímenes de lesa humanidad, periodistas, intelectuales y dirigentes políticos respecto de su valor de verdad. Entre estas voces estaban, por una parte, quienes sostuvieron que no había que “hacerle entrevistas”, tampoco “polemizar con él” ni “darle micrófono a un asesino” y, además, que todo lo que dijo ya era información conocida; y por otra parte, quienes consideraban que las palabras de Videla tenían valor probatorio e histórico puesto que reconocía aspectos del terrorismo de Estado que no habían sido mencionados antes por ninguno de sus camaradas. El interés es aquí atender a un hecho de carácter contradictorio no contemplado en este debate y que se presenta cuando las declaraciones de un perpetrador tiene lugar: este acto de habla se vuelve un hecho en sí mismo, como afirma Grüner (1995:31). De modo que el solo hecho de que su declaración se produzca es más importante que su contenido. En este marco, puede entenderse la manera en que Videla presenta su decisión de hablar públicamente:

Luego está la pretensión permanente de seguir escarbando en el pasado, colocándonos a los militares en la vereda de enfrente como unos indeseables. Hay que comenzar a pensar en el futuro, pero sin concordia no hay futuro. En consecuencia, creo que tiene que haber un diálogo amplio y superador de todos los sectores de la opinión pública para lograr abandonar esos puntos de fricción que están impidiendo en este momento esa concordia. Por ejemplo, hay que encontrar una solución para resolver el famoso problema de los desaparecidos y ofrecérsela a la sociedad argentina. Son una realidad, son un invento, son una especulación política o económica, ¿qué son realmente los desaparecidos? Así sucede con otras cosas más que no han sido cerradas y siguen presentes en nuestra vida. Repito: ese diálogo tiene que blanquear esa situación conflictiva que vivimos hoy, superar a través de la concordia nuestras diferencias

Este fragmento deja entrever no tanto los motivos sino más bien los propósitos que llevaron a Videla a hablar públicamente: “encontrar una solución al famoso problema de los desaparecidos” para no “seguir escarbando en el pasado”. Para cerrar el tema de los desaparecidos que “pesa como resabio” especialmente “sobre los militares” y provoca “reclamos y especulaciones”, Videla afirmaba que era necesario llevar adelante un “blanqueo de los hechos ocurridos”. Pero, ¿qué fue lo que “banqueó” Videla en estas declaraciones periodísticas? Videla admitió, por primera vez, aspectos del proceso de desaparición que, luego de 35 años, estaban socialmente reconocidos, para continuar negando y ocultando otros aspectos que podrían develar los actos criminales realizados por las FFAA y de seguridad durante la dictadura.

No, no se podía fusilar. Pongamos un número, pongamos cinco mil. La sociedad argentina no se hubiera bancado los fusilamientos: ayer dos en Buenos Aires, hoy seis en Córdoba, mañana cuatro en Rosario, y así hasta cinco mil. No había otra manera. Todos estuvimos de acuerdo con esto. Y el que no estuvo de acuerdo con esto se fue. ¿Dar a conocer dónde están los restos? ¿Pero, qué es lo podemos señalar? ¿El mar, el rio de la Plata, el Riachuelo? Se pensó, en su momento, dar a conocer las listas. Pero luego se planteó: si se dan por muertos, enseguida vienen las preguntas que no se pueden responder: quién mató, dónde, cómo (Seoane y Muleiro, 2001:215).

En cuanto a su lugar de enunciación, en sus intervenciones públicas, Videla se posicionó en un lugar de autoridad y de autorización, habló como ex Comandante en Jefe de las FFAA, como ex presidente (de facto) de la Nación, como ex jefe del Ejército, como preso político e, incluso, como dirigente y, desde estos lugares, se dirigió a sus subordinados, a sus camaradas, al Ejército, a la sociedad argentina y a las futuras generaciones. En las entrevistas periodísticas que son foco de atención en este artículo Videla se dirigió su a la sociedad argentina y a las futuras generaciones. Con el propósito de mantener algún tipo de comunicación con esa audiencia, concitar interés y ser escuchado, el ex dictador debió abonar el relato heroico y victorioso de la pretendida práctica guerrera pues a casi cuatro décadas del golpe del Estado se había vuelto muy poco convincente. De modo tal que Videla hizo uso de un discurso que resultaba más verosímil para los destinatarios de sus palabras al incorporar elementos de lo socialmente reconocido sobre el terrorismo de Estado. Y bajo la forma de un “blanqueo”, según sus propias palabras, Videla habló públicamente de aspectos aberrantes del terrorismo de Estado con un lenguaje netamente instrumental que sopesaba costos y consecuencias en el plano político (vinculado a las “secuelas” o “cuentas pendientes”) en la implementación de una u otra estrategia criminal.

No había otra solución: estábamos de acuerdo que era el precio a pagar para ganar la guerra y necesitábamos que no fuera evidente para que la sociedad no se diera cuenta. Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas. El dilema era cómo hacerlo para que a la sociedad le pasara desapercibido. La solución fue sutil –la desaparición de personas–, que creaba una sensación ambigua en la gente: no estaba, no sabía qué había pasado con ellos: yo los definí alguna vez como “una entelequia”. Por eso, para no provocar protestas dentro y fuera del país, sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera: cada desaparición puede ser entendida ciertamente como el enmascaramiento, el disimulo de una muerte. (Reato, 2012:56, el resaltado me pertenece.)

Por única vez, Videla habló de la desaparición de personas develando aspectos ya conocidos pero que nunca habían sido admitidos ni por él ni por sus camaradas, aunque siempre en términos instrumentales refiriéndose a sus usos y utilidades en función de ciertos problemas a afrontar y resolver en términos militares. De modo tal que, en este fragmento se evidencia el modo en que Videla concebía la desaparición de personas: como una “solución”, como la “única solución”. Videla daba cuenta de los tres problemas que la desaparición de personas podía “solucionar”: perpetrar asesinatos en gran escala, hacer desparecer los restos mortales y ocultar los crímenes. Sin embargo, en estas entrevistas, Videla tan solo “blanqueó” una de estas dimensiones, aquella que no resultó eficaz, esto es, la desaparición de personas como modo de ocultar el crimen, inhibir las protestas y lograr que pasara desapercibido lo perpetrado por las FFAA. Con el término “desaparecido”, los militares buscaron dar nombre a lo que debía olvidarse y no se debía investigar (Martin, 2010:7). Respecto de esto Videla argumentaba:

Fue un error de nuestra parte aceptar y mantener en el tiempo el término de desaparecido digamos como algo así nebuloso; en toda guerra hay muertos, heridos, lisiados y desaparecidos, es decir, gente que no se sabe dónde está. Esto es así en toda guerra. En cualquier circunstancia del combate, abierto o cerrado, se producen víctimas. A nosotros nos resultó cómodo entonces aceptar el término de desaparecido, encubridor de otras realidades, pero fue un error que todavía estamos pagando y padeciendo muchos.

Videla realizó tres movimientos retóricos y performativos. Primero, replicó un gesto de encubrimiento que caracterizó al núcleo duro del relato militar sobre los desaparecidos, esto es, que los desparecidos habían sido la consecuencia inevitable de un estado de cosas propio de la guerra y que los militares tan solo “aceptaron”. Segundo, se refirió a los usos del término desparecido como aquello que por su carácter “nebuloso” tuvo la función de “encubrir” “otras realidades”: los crímenes. Y tercero, definió como error estratégico el uso de esta categoría y postuló que eran justamente los militares quienes lo padecían.

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La generación de militares contemporáneos al dictador, y sobre todo aquellos que tuvieron funciones operativas en el proceso represivo, tienen una visión crítica sobre lo actuado en relación a lo que ellos denominan las “secuelas” de la “lucha contra la subversión”. En la mirada de esa generación, existe una separación entre “guerra” y “posguerra”, entre lo “militar” y lo “político”. Mientras que, en el plano militar continúan reivindicando la “victoria”, en el plano político la “victoria militar” se desarticula frente a la “derrota política”, circunstancia que los obliga a mantener abierto un capítulo de la historia que al haber sido clausurado militarmente debería estar cerrado también políticamente. No obstante ello, esta generación debe confrontarse con el hecho de que la “victoria militar” no resultó motivo para clausurar el pasado. Y es justamente Videla quién se ha vuelto el objeto de estas críticas, puesto que sus camaradas si bien reivindican la conducción militar de la “lucha contra la subversión”, cuestionan la conducción política del “Proceso de Reorganización Nacional” que llevó a una “derrota” en este segundo plano. Esta derrota se expresa en que los oficiales y suboficiales de rango medio de las FFAA sientan que fueron abandonados a su suerte por sus jefes y por las instituciones armadas y que sean hoy acusados y condenados en los tribunales federales (Salvi, 2012:130). Además, la sustitución definitiva del discurso la guerra contra el enemigo interno subversivo por el de violaciones a los derechos humanos como ocurrió en Argentina en treinta años de democracia dejó a los militares sin las condiciones sociales de aprobación y reproducción de una narrativa que explicaba la desaparición como una consecuencia de la guerra. Sin duda, Videla buscó hacerse eco de las demandas de sus camaradas al punto que ellos fueron unos de los principales destinatarios de sus consideraciones. Sobre este punto volvió en las entrevistas concedidas a la revista Cambio 16.

Es un problema que nos pesa y no podemos quitárnoslo de encima. Ahora ya es tarde para cambiar esa realidad. El tema es que el desaparecido no se sabe dónde está, no tenemos respuesta a esta cuestión. Sin embargo, ya sabemos quiénes murieron y en qué circunstancias. También más o menos cuántos murieron, luego cada cual que invente sus cifras.

Como afirma Jelin (1995:119), la desaparición, concebida como un daño, implica tanto el secuestro de un cuerpo como la sustracción de un saber. La búsqueda de verdad se enraíza en la materialidad misma del acto de desaparición. Si bien se ha producido un acumulado de conocimiento que ha contribuido a consolidar sentidos y representaciones en torno a la desaparición como crimen aberrante, hay cuestiones sobre las que casi nada se sabe, como el destino final de los desaparecidos o la identidad de los niños apropiados, y sobre las que fueron escasos los represores que aportaron información. Frente a este reclamo de verdad, Videla reprodujo una vez más un comportamiento corporativo cuando afirmó, en muy variadas intervenciones, que no “hay respuesta a esta cuestión”, “los desaparecidos no se saben dónde están”. Es aquí donde el decir –y el no decir– tienen una dimensión performativa, adquiriendo la característica de una acción que no es otra que continuar perpetrando el crimen. En todos los años que siguieron a la dictadura y hasta su muerte, Videla no dio respuesta ni colaboró con la reconstrucción de la verdad sobre lo sucedido, y además buscó saldar algunos de estos interrogantes seleccionado de manera deliberada información socialmente disponible que había sido cuidadosamente reconstruida por el trabajo colectivo de los organismos de derechos humanos, la Justicia y la CONADEP. Aun así, en sus dichos, echó un baño de sospecha sobre las cifras existentes sobre los desaparecidos.

Siempre se nos ha preguntado por las listas de desaparecidos: eso ya no es una novedad, porque las listas son las conocidas, habrá que depurarlas de casos que no corresponden, pero las listas, de hecho, están. El problema es que a partir de ellas se nos lleva a un final que no tiene respuesta, al menos en la mayoría de los casos: la pregunta final, definitiva, es dónde están los restos de cada uno de los desaparecidos. No hay respuestas. Habrá casos en que sí hay respuestas, pero no en todos, por lo cual es preferible nada para no generar desconfianza a partir de las contradicciones. Y no hay respuestas en todos los casos por la misma modalidad. Las respuestas dependen de muchas personas, algunas de las cuales están muertas. (Reato, 2012:106.)

Desde su creación, en 1984, el Equipo Argentino de Antropología Forense produjo resultados positivos sobre la identificación de restos de desaparecidos hallados diversos lugares de inhumación clandestina a través de un trabajo minucioso que involucró a los familiares, a los sobrevivientes, al poder judicial y el Estado. No obstante ello, Videla lanzó un manto de sospecha respecto de esos hallazgos y repone el núcleo duro del discurso de régimen sobre el carácter incierto, indeterminado e inasible de la desaparición.

Como mencioné anteriormente, existe entre la generación de oficiales contemporánea a Videla la idea de que se podrían haber controlado los efectos políticos de la “lucha contra la subversión” si se hubiesen “confeccionado” las listas o dado a los desaparecidos por muertos. Si bien ninguno de los oficiales de esa generación reconoce públicamente saber ni estar en condiciones de revelar esa información, sostienen que fue un error “no confeccionar las listas de los desaparecidos”. Desde la perspectiva de los camaradas de Videla, se trata de un error que le atribuyen a la “conducción política de la guerra”. Como ya dije, los comandantes de zonas y subzonas del aparato represivo sostuvieron que hubieran sido preferible, como afirmó muy tempranamente el general Ibérico Saint Jean, “blanquear los datos de los muertos y desaparecidos”. Ciertamente, las tensiones y cuentas pendientes entre la conducción política del Proceso de Reorganización Nacional y la conducción militar de la “lucha contra la subversión” comenzaron ya a expresarse públicamente durante la dictadura. Para responder a esta demanda, Videla se apropiaba del trabajo realizado por los organismos de derechos humanos para establecer un juego por el cual las listas que la sociedad le reclamaba estaban: “están”, afirma. Pero, ¿cuáles son esas listas? Videla no reconoce la existencia de listas confeccionadas burocráticamente durante el proceso represivo –de cuya existencia hay pruebas–, sino que se refiere a las listas con nombres y apellidos de los desaparecidos re-construidas por los organismos de derechos humanos a través de relatos, pruebas e indicios.

Pero, ¿cómo concibe Videla a los hombres y mujeres desaparecidos que deberían integrar estas listas? No se trata de la figura socialmente reconocida del desparecido como víctima de un crimen aberrante sino como parte de los “muertos, lisiados, heridos y desaparecidos que hay siempre en todas las guerras”, como “gente que no se sabe dónde está”. Una y otra vez, la noción de guerra, que fue parte del núcleo duro del relato del régimen, es retomada para explicar la existencia de desaparecidos.

Conclusiones

Hoy los desaparecidos representan las víctimas indiscutibles de un crimen atroz repudiado por la sociedad argentina. Sin embargo, este sentido reconocido socialmente fue el resultado de un largo proceso de luchas y re-significaciones en tensión y disputa con las estrategias negacionistas y difamatorias impulsadas por los militares responsables del terrorismo de Estado. Durante los años en que fue presidente de facto y dado su rol institucional, Videla hizo público un discurso oficial que, si bien tuvo efectos de culpabilización y estigmatización de los desaparecidos y de quienes reclamaban por ellos, con el paso de los años se fue convirtiendo en un discurso residual y anacrónico, que comenzaba a identificar mucho más a quien lo usaba que aquello que era definido bajo esa lógica y con esos términos. Y esta parábola temporal de treinta años de luchas políticas y memoriales queda de algún modo reflejada en las consideraciones de Videla sobre la figura de los desparecidos analizadas en este artículo.

En el análisis de sus dichos se puede observar que, durante la dictadura, se buscó construir una figura ambivalente del desaparecido que, si por un lado, denotaba lo siniestro que ya no podía ocultarse, por otro lado, buscaba tornarlo impreciso, irreal, confuso para que fuera olvidado y, en consecuencia, no fuera investigado. Siguiendo la idea de Lucas Martin (2010:13), el régimen militar pretendió llevar el tema de los desaparecidos (lo aberrante en sí mismo) al campo de lo meramente opinable (de la palabra de los denunciantes contra la otra palabra de los militares), de la consecuente credibilidad de las opiniones (de los “subversivos culpables” contra la de los “militares salvadores de la patria”) y de la impostura de las simulaciones públicas (“el desaparecido es un incógnita frente a lo cual no podemos hacer nada”, según Videla). De este modo, buscó relativizarlo y minimizarlo. Para que la estrategia de simulación fuera efectiva, el régimen militar necesitaba ponerse a resguardo de la verdad fáctica de lo que estaba oculto y que, a medida que pasaban los años, se iba haciendo cada vez más visible, como fue, entre otros hitos, la aparición de las tumbas de NN hacia fines de la dictadura. Y, en este marco, negarse a dar por muertos a los desaparecidos fue, sin duda, un núcleo duro con el que evitaba tener que esclarecer las circunstancias, identificar a las responsables y evidenciar la masividad y sistematicidad de la represión.

A más de tres décadas de concluida la dictadura, Videla volvió a hablar de los desaparecidos con la intención de “blanquear” algunos aspectos del proceso represivo para desarticular “reclamos” y suspender “especulaciones” que pesan sobre los militares que estaban siendo procesados y condenados en los juicios por crímenes de lesa humanidad. ¿Qué es pues lo que “blanqueó” Videla en estas intervenciones públicas? Como ya mencioné, Videla habló, por primera vez, de lo que ya no podía continuar negando y que carga con las marcas de lo que en la Argentina está socialmente reconocido y jurídicamente probado. Pero, ¿qué aspectos de lo reconocido socialmente sobre los desaparecidos Videla reconoció en estas entrevistas? Lo que Videla admitió es que los desaparecidos estaban muertos y que la práctica de la desaparición buscó ocultar y negar ese hecho. Y de este modo, el único aspecto del proceso represivo que Videla ventiló y revisó públicamente fue el que coincidió con la estrategia de acción (evaluada posteriormente como equivocada) para dar la batalla psicológica una vez que el enemigo subversivo fue militarmente derrotado y que, como ya mencioné, fue el aspecto manifiestamente resistido por los generales, jefes de cuerpo, zona y subzona a cargo de la acción directa. De modo tal que Videla se hizo eco tardíamente de la demanda de sus camaradas, ahora procesados y condenados, quienes consideraban que se tendría que haber pensado “otra salida política a la guerra”. En este sentido, Videla evaluó como un error haber “mantenido en el tiempo” la figura del desaparecido, “como algo así nebuloso”, y cuyo poder aglutinante y potenciador de luchas, demandas y valores resultó una suerte de boomerang para las pretensiones estratégicas e instrumentales de los militares de “enmascarar” y “hacer pasar desapercibido” el horror.

* “Las voces de la represión” es una investigación colectiva e interdisiplinaria que recoge diversas trayectorias y declaraciones de perpetradores de los crímenes de la dictadura, y las analiza con dos objetivos: ponderar los desafíos políticos y éticos que plantea la responsabilidad de estos actores y constituir una condena simbólica duradera hacia tales crímenes. El libro está co-editado por Claudia Feld y Valentina Salvi y participan de él: Enrique Andriotti Romanin, Paula Canelo, Diego Galante, Santiago Garaño, Luciana Messina y Eva Muzzopapa.