Francisco y los límites de una iglesia estancada

Francisco es un emblema que justifica cualquier tipo de entusiasmos. Los sacerdotes se esperanzan en el hallazgo de un líder carismático y le soportan posiciones políticas y doctrinarias. Los presidentes latinoamericanos quieren recibir algo del maná sagrado que ostenta el jefe del catolicismo. Y el neo papismo de izquierda y ateo confunde sueños y realidades. Sin embargo, la convocatoria del encuentro con jóvenes en Asunción, última actividad del Papa en Paraguay, mostró los límites sociales y culturales del impulso de Francisco. ¿Será capaz su figura renovadora ensanchar el espacio del catolicismo, amenazado por la secularización, la fe evangélica, las religiosidades originarias y afro?

Se esperan millones de personas, la ciudad no está preparada para tanto, va a faltar agua y no vas a encontrar alojamiento. Así sonaban  las voces de alarma que surgían de una conjetura que se reveló errada. La movilización de los paraguayos y de los argentinos del noreste o de los brasileños del sur fue masiva pero ni por asomo alcanzó las proporciones de catástrofe demográfica que auguraban entre entusiasmados y  horrorizados.

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Tenemos ahí un juego entre expectativas y realidades que es parte del balance de la gira papal, algo que el encuentro del Papa con los jóvenes evidenció de modo revelador.

1. Francisco es un emblema que justifica todos los entusiasmos concebidos como necesidad humana. Es la pantalla de proyección de más deseos que los que nadie o nada puede cumplir. La misma gente que se decepcionó al descubrir que el peronismo no es un blog o una cuenta de Twitter quiere ahora alucinar un Papa que estuvo en Woodstock, bailó con Lady Gaga y quiere trasladar el Vaticano a Cuzco. El neo papismo de izquierda, probablemente ateo, confunde sueños y realidades y no termina de tocar realidad. Adolescencia eterna. Pero también están los que desde adentro del catolicismo apuestan a que una figura renovadora logre ensanchar el espacio de la mayoría amenazada por la secularización, la fe evangélica, las innumerables declinaciones de la nueva era, las religiosidades originarias y afro.

Los sacerdotes se esperanzan en el hallazgo de un líder carismático aunque haya que aguantarle posiciones políticas, sociales y doctrinarias que les resultan intragables. Y no menos ilusionados, incluso con fundamento, están los líderes políticos latinoamericanos que tomados de la mano de Francisco quieren recibir algo del maná sagrado que ostenta el jefe del catolicismo.

Me temo que son demasiadas ilusiones como para entender la dimensión en que se notan los efectos de la “operación Bergoglio”: la movilización de los cuadros del catolicismo dormidos, agraviados y alejados por décadas de autismo vaticano con el que Francisco logra romper. ¿Hay algo más que eso? Todavía no se sabe, pero pueden entreverse las dificultades que la realidad le opone a todo tipo de sueños.

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2. El encuentro de los jóvenes con Francisco en la ribera del río Paraguay puede ayudarnos a entender límites y posibilidades que están implicados en las dificultades que las realidades le oponen a los sueños. Y aquí una primera observación precaria, pero empírica. La composición social del encuentro era, para mí, que soy un observador habitual de eventos religiosos de las más variadas congregaciones, típicamente de clase media. Media-media y media-baja con algunos componentes de los grupos que en Paraguay suelen llamarse “marginales” y con una muy baja presencia de jóvenes de los sectores altos. Es una observación grosera, no tengo una muestra estadísticamente confiable ni un censo. Pero me pareció estar todo el tiempo entre gente como yo, unos cuantos años más joven. Las ropas, los usos del cuerpo, los cuidados y hasta la alimentación y los anteojos, las cámaras, los consumos, las formas de hablar y de elaborar las emociones me remitían a ese universo. No es que en otros momentos el papa no haya  convocado en esta misma visita a los sectores populares. Estuvieron presentes en el Ñu guasu y el Papa fue a ellos cuando viajó a los barrios populares de la rivera del Paraguay. Volvieron a estar presentes cuando se despedía y por la avenida que lleva al aeropuerto de Asunción: salieron de esos mismos barrios a despedirlo. Pero se podría decir que cuando convoco a los jóvenes solo logró que asistiesen los de un grupo social acotado. Las barbas, las guitarras, los mates, los jeans, la amabilidad, las baladas, los cabellos largos y sueltos, las sonrisas beatíficas, la preocupación por la preocupación por el otro, eran los mismos de siempre: lo que fue en Argentina una de las cunas del rock nacional.

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Esto no sería tan significativo sino se combinase con el resultado de una segunda observación bastante más larga. Que podría explicar porqué los  límites en que se estanca la convocatoria católica, incluida la renovación que impulsa Bergoglio. Lo central del encuentro con los jóvenes consistió en la presentación de dos testimonios de fe que el papa elaboró in situ para descartar el discurso escrito con antelación. Primero una joven que mostró en su relato que supo asumir con alegría el deber de cuidar a sus mayores gravemente enfermos y que como Francisco dijo “quemó su vida en la solidaridad”. Luego un joven campesino muy pobre que fue “regalado” a una familia de la ciudad que lo explotó y maltrató y volvió al campo para trabajar, ayudar a su familia y sobrellevar la muerte de su madre; y que a pesar de tanto mal, como resumió el Papa, “no quiso vengarse de la vida”.

El Papa asistió a los testimonios tomando notas como un alumno y luego dio su discurso sobre la base de esos apuntes. Antes de hablar recibió de otro joven el pedido de orar por la libertad de cada uno y propuso orar por corazones libres de sentir y de pensar, libres de vicios, consumismo,  egoísmo. Al continuar su discurso encontró en el testimonio de los jóvenes ejemplos de virtudes que  subrayó construyendo un modelo: corazón libre, solidaridad, fortaleza, esfuerzo, reconocimiento de Jesús. A cada una de las virtudes que subrayaba pedía a los jóvenes que lo acompañaran repitiéndolas para fijarlas como una lección. Llamó hermanos a los jóvenes a los que agradeció el testimonio, la enseñanza y el pedido de oración. 

Con algunos actores, como algunos pastores, como casi ningún cardenal, Francisco dejó entrever las bambalinas del culto, lo “humanizó”  y lo fue transformando de repetición de una fórmula en interacción situacional. Lo primero que debo decir es que salvo Juan Pablo II ninguno de los Papas de la era de las comunicaciones masivas fue capaz de un contacto tan fresco, tan dependiente del momento y tan sensible a lo que sucedía en escena.  Lo segundo es que mientras presenciaba la escena me acordé de lo que sucede en los cultos evangélicos a los que observé por años. Lo recordé con el cuerpo del ateo que soy y con los reflejos condicionados: sintiendo la falta de los gritos de los fieles o de un pastor gritando, interrumpiendo a cada rato con un “gloria a Dios aleluya, hermanos”. Y mi mente prosiguió el contraste en un punto crucial.

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Los milagros apuntados por Francisco eran básicamente morales. El evangelio abstracto se traducía en su discurso en un evangelio concreto y cotidiano: las conductas remiten a valores destacables, ejemplos a imitar. Punto para Francisco. Pero la diferencia con el culto evangélico habla del límite que percibí. En esos cultos ruidosos y bullangueros, muchas veces poco articulados, desde el punto de vista de quien quiere recibir una larga lección, tienen algo que el encuentro de Francisco con los jóvenes no tuvo. En el culto evangélico los milagros testimoniados por los fieles y subrayados por los pastores no son simples testimonios de entrega y esfuerzo. Son también experiencias de haber recibido bendición en tanto solución del problema concreto. Bendiciones que superan los esfuerzos: en una iglesia evangélica la joven que debió cuidar a sus mayores hubiera contado que consiguió un trabajo que le permitía resolver mejor la situación, o que se destrabaron los trámites para obtener asistencia social. No digo que ese relato sea cierto aunque no tengo porqué desconfiar de nadie. En esos cultos los testimonios de un evangelio práctico incluyen otros bienes y otras vivencias, que su formato utilizable no es una lección sino una especie de aplicación que se incorpora inmediatamente al próximo paso vital.

En los cultos evangélicos Dios ayuda donde el Estado y el mercado no resuelven del todo y donde la vida necesita un poco de empeño, que el testimonio curado por el pastor viene a inyectar. El evangelio práctico de los evangélicos incluye más ampliamente la vida cotidiana y se transforma en un recurso emocional que permite resolverla. Y esto sin contar que la actitud de cualquier pastor es siempre más activa desde el punto de vista sensible que la de este Papa, que en ese rubro es, comparado con sus predecesores, un showman, un profesor, un par. Y todo esto sin contar que los cultos a los que me refiero tienen música, éxtasis, desmayos que promueven conversiones y compromiso.

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Podrán decir que el modelo de culto que impulsa Francisco es renovador y estaría de acuerdo tanto como con la afirmación de que no veo a muchos sacerdotes con capacidad de innovar en el mismo sentido que Francisco. Y, más aún, debe percibirse que todo lo que Francisco renueva en ese plano es poco en comparación con los evangélicos. No podrán negar que ese modelo de culto, aunque Francisco rechace las ideologías, viene a confirmar la razón de los convencidos, de los que tienen la ideología de que hay que ser solidario. Ahí se halla el límite:  el cerco cultural que la Iglesia Católica todavía no puede saltar. Las personas ya son religiosas en el sentido de que creen en algo más fuerte que ellas. Lo que buscan no es alguien que les diga cómo ser mejores sino cómo resolver mejor su vida, ya que encuentran en otros espacios voces que les dicen cómo orientar esa creencia. Quizás ahí se encuentra la fortaleza del cerco que el catolicismo quiere y todavía no puede quebrar.

3. Es en razones específicamente religiosas donde radica la desmovilización que el catolicismo quiere superar. Pensar que los discursos sociopolíticos flamígeros de Bergoglio, todo lo necesarios que sean, modificarán el status quo demográfico del catolicismo es parcial. Los jóvenes de los barrios populares de toda Latinoamérica se disocian frente a las opciones que se les presentan: acuerdan verbalmente con la opción por los pobres que el catolicismo declara y asienten corporalmente con la opción de los pobres que los movimientos de fisión y fusión evangélica pergeñan en microsuperficies a mil años luz de la vista de Sauron, de las multinacionales de la fe y de curas intelectualizados.