Después de cruzar la frontera entre Clorinda y Asunción, para llegar al centro de la ciudad paraguaya hay que tomar la Avenida Trinidad. En el medio del recorrido, uno se topa con el Ycuá Bolaños. Desde el vamos parece un fantasma. La idea inicial del centro de consumo, que recoge en su nombre guaraní la noción de un manantial curativo, sugería lujo, esparcimiento y naturaleza. Once años después del incendio, abandono y saqueo mediante, se transformó en una involuntaria performance que señala al consumismo y al capitalismo como cárceles.
En ese monumento que el paso del tiempo perfecciona con humedades y estalactitas se encuentra el Santuario, un recordatorio de los 400 muertos que dejó el fuego y la decisión de cerrar las puertas del shopping para evitar que la gente se llevase nada sin pagar. Los garajes oscuros y enrejados muestran la paradójica inversión que trastocó ese paraíso, como en aquel cuento de Horacio Quiroga en que la piedra de los milagros se transformaba en lugar de maldición y muerte.
Una situación y un proceso histórico que no sabríamos decir si está a la medida de la visita del Papa. O es, más bien, la medida que encontró el Papa para poner en acto, a través de un símbolo, como lo hace la hostia con el cuerpo de Cristo, su condena al capitalismo salvaje, al neoliberalismo y a lo que ha asumido como colonialismo.
La visita de Francisco al santuario será el encuentro de dos lógicas a las que hay que seguir con atención. De un lado, la crítica del Papa a las dinámicas sociales hegemónicas. Del otro, las formas de agrupamiento y sensibilidad que siguen las víctimas y su encuentro con la prédica papal.
Grandes narrativas, gestos indicativos
Muchos analistas le recriminan a Francisco que en su discurso antagoniza con las tendencias perversas del capitalismo, pero no señala que éste constituya una perversión en sí mismo. Pese a ello, la palabra papal concretó algunas de las posibilidades a las que apuntaba cuando denunciaba hace algunos años una cultura de descarte o cuando afirmaba que Buenos Aires no había llorado lo suficiente a Cromañón. En la gira, donde pasará por el Santuario del Ycuá Bolaños, Francisco ha pronunciado un discurso programático que resignifica sus admoniciones sobre el incendio ocurrido en Once y antepone un marco al encuentro con los familiares de las víctimas del centro comercial. La crítica, global y aguda, dimensionó de manera específica el estado del mal: “la lógica de la ganancia a toda costa” es “un hilo invisible que une todas las exclusiones” que victimizan a pueblos, trabajadores campesinos y la propia naturaleza y que “no se aguantan más”.
En términos muy generales, está ocurriendo algo que profundiza lo que Juan Pablo II había percibido tras la caída de la Unión Soviética que él mismo había ayudado a promover: la necesidad de que el catolicismo ocupe un papel junto a las mayorías que son la masa de maniobras del capitalismo. O el catolicismo lo asume o esas mayorías se configurarán, en variadas posibilidades, pero prescindiendo del Catolicismo (que no es lo mismo que prescindiendo de la religión y de las más variadas formas de imaginar, invocar e interactuar con lo sagrado). La opción de Francisco ha sido radicalizar esa búsqueda con un lenguaje épico, convocante y “socio político”. No es que no tuviese otras opciones, pero hubo una elección. Hay quienes minimizan este hecho y argumentan, con razón, que no se sabe cómo se traduce esto en la práctica y, sin ella, que se trata tan solo de gestos. De esto último no habría que preocuparse tanto: la Iglesia Católica tiene algo de su disminuida importancia justamente en los gestos. Desde que el Estado Vaticano vio disminuir sus territorios, sus problemas se transformaron y en los últimos 100 años (poco en su larga vida) especificó cada vez más su papel como referencia moral, cultural y política. No es que el Vaticano y el catolicismo (que son dos realidades diferenciadas) no tengan realidades materiales que influyan con dinero e instituciones en los vaivenes del mundo: se trata de no despreciar automáticamente este giro que pone el discurso del Vaticano y la influencia que tenga en una dirección tal vez anunciada, pero que se da en un grado inusitado. Si tomamos más en serio estos “gestos” podrá entenderse algo de cómo se traduce en la práctica.
Efectos de comunicación
Y aquí volvemos a los hechos del Ycuá Bolaños. Hablar con los familiares que organizan el santuario, aproximarse al memorial que organizaron en los sótanos del centro comercial es entender cuáles son las distancias discursivas y las posibles intersecciones entre las críticas al capitalismo según el Papa, Evo Morales o Chávez y comprender la sensibilidad de algunos que sufren los daños del régimen denunciado. El incendio de Cromañón dio lugar a un Santuario, pero junto a ello alimento una movilización y un proceso político con efectos propiamente políticos que fueron canalizados por instituciones políticas.
El incendio del Ycuá Bolaños no tuvo consecuencias tan radicales en este segundo plano. Los familiares que sufren porque la “justicia no termina” (el poder judicial retrasa el juicio) y que sienten que la bendición papal podrá liberar el espíritu de los muertos, hoy almas en pena por una muerte cruel, parecen rehuir de posiciones políticas expuestas que trasciendan la crítica puramente moral. Y ahí está la clave en una sociedad como la paraguaya: en un territorio político en que como en muchos otros de América Latina las prebendas y las amenazas promueven la aquiescencia o, al menos, la inhibición necesaria como para que el poder se ejerza sin miramientos, la iglesia Católica ha sido y sigue siendo el espacio en que se articulan los lamentos, el reconocimiento de los dolores y las estrategias como para ir contra algo sin decirlo. Es en ese espacio de articulación y mediación que los gestos de Francisco producirán sus efectos y es por eso que sus grandes discursos y sus actos de condolencia en los lugares donde se ha manifestado el dolor consuman una aleación que, tal vez pueda darle una respuesta a nuestra inquietud por el destino concreto de los gestos.