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Con algo de ironía y bastante de soberbia, la nota Contra la Astrología publicada en Revista Anfibia a fines de diciembre nos propone pasar la página de la astrología y confinarla de una vez y para siempre al lugar de lo mítico, de lo arcaico. Y por lo tanto del error y la falsedad. La ciencia puede demostrar sobradamente la inconsistencia empírica de la astrología y la falsedad de sus fundamentos, dice el autor. Frente a este razonamiento, entonces, no habría mucho más para decir. A menos que reconozcamos que se trata de un falso planteo.
Para poder hacer esa afirmación Alberto Rojo realiza sutilmente una operación discursiva: coloca la discusión en el terreno del lenguaje científico, con todo lo que eso implica como discurso de poder. La ciencia, y con ella todo argumento que se reviste de cientificidad, goza de autoridad porque se trata de un discurso hegemónico, de un mecanismo que excede a la práctica científica en sí y sus resultados. Como discurso de poder funciona desplazando del ámbito de lo legítimo, del espacio de lo verdadero, cualquier forma de conocimiento mediante su clasificación como no-científica. Pero antes, para lograrlo, un discurso de poder debe imponer y naturalizar un sistema de categorías de pensamiento. Rojo parte y se afirma desde la autoevidencia compartida de esas categorías, y define los términos en que se produce el debate. ¿Qué es el saber hegemónico sino la capacidad de imponer los términos en que pensamos la realidad, los modos y los límites? Sería absurdo entonces entrar en discusión con el lenguaje dominante cuando la astrología ES otro lenguaje, otro modo de construir conocimiento que no se basa ni en la evidencia de la ciencia moderna (aunque posee su propia idea de evidencia) ni en la separación naturaleza-cultura, ni en la idea de individuo como agente único separado de un horizonte “natural”.
Entonces estamos frente a un falso debate: la cientificidad de la astrología no es relevante ni para la astrología misma ni para el debate público. Entonces, ¿por qué la nota?
Bajo la premisa del autor, aunque no lo reconozca, no sólo la astrología no tendría validez porque es indemostrable, sino tampoco el arte, el psicoanálisis e incluso la filosofía, cuya lógica formal no se condice con la demostración empírica. Y tal vez se deba sencillamente al hecho de que las relaciones humanas, las contradicciones, el amor, la amistad, la poesía, las fantasía, el deseo no puedan ser mensurables con su método. Y si esto es así LA ciencia, esa ciencia desde la cual Rojo juzga y pontifica, debería empezar por reconocer sus límites. La “visión científica del mundo” desde la cual se para desconoce también el sesgo androcéntrico que tuvo tradicionalmente la conformación de la comunidad científica: varones blancos europeos de cierta clase social. Sobre esto reflexionaron ampliamente las epistemologías feministas. Pero esto abriría otra conversación que excede los fines de esta nota.
El arte no se mide con valores de exactitud. La astrología tampoco: supone otro modo de conocimiento que no es el de la física newtoniana y, por lo tanto, tiene otras consecuencias prácticas para la vida humana. Con la física en particular puede hacerse un reactor nuclear, pero con la astrología se gestiona la vida.
La astrología es un lenguaje que sirve para simbolizar y comunicar la experiencia de que el universo es una red. Es el resultado de miles de años de acumulación de tradiciones, experiencias, discusiones, capas de sentido y sensibilidades que fueron variando a lo largo de la historia. Y como decía Borges, no hay descripción del mundo que no sea arbitraria y conjetural.
La astrología no puede demostrarse en una discusión porque la única forma de validarla es la propia experiencia vital, que es estrictamente voluntaria y subjetiva. Solamente si nos sensibilizamos a toda la resonancia que tiene este lenguaje, a todo el misterio que lleva, podemos captar ese contenido.
Si bien me corro del debate en los términos que propone la nota de Rojo, me resulta interesante aprovechar sus imaginarios y prejuicios en torno a la astrología para echar luz sobre algunas cuestiones a fin de evitar que se sigan reproduciendo.
La astrología se sustenta en la idea de que nuestro sistema solar es una unidad. El cielo genera formas y esas formas tienen su equivalencia en las formas que toma lo que sucede en la tierra. Si bien se “estudia” astrología, principalmente se desarrolla la percepción para ver relaciones entre lo que sucede en el cielo y en la tierra.
Nuestra mirada cultural convencional nos muestra separados, y la astrología intenta desarrollar una percepción en la que estamos profundamente unidos. En cada uno de nosotros está la totalidad del sistema solar, todas sus energías organizadas de una manera en particular. Desde el punto de vista de la astrología somos estructuras energéticas que se entraman con otras estructuras, y nuestros elementos más densos responden a vibraciones más sutiles.
Sentirse uno con el todo es bien distinto a sentirse el centro del universo como sugiere el autor de la nota. Contrariamente a lo que postula, no consideramos que el universo está pendiente de nuestra psiquis sino todo lo contrario, somos parte de él y en todo caso nos movemos a sus ritmos. Queda claro que la astrología se rige por otros criterios: la idea de “demostración” no tiene sentido porque funciona en una lógica que no es la del naturalismo (cosmos vs individuo).
La astrología se ocupa esencialmente de los ciclos de movimientos y ritmos cósmicos. Se ocupa de la forma, de principios estructurales inherentes a todo sistema organizado de actividades, o sea, a cada totalidad. No es una cuestión de influencia externa, literal y directa ejercida por algún cuerpo celeste sobre entidades que viven en esta tierra. Es un error pensar que la astrología considera que los planetas determinan nuestro destino.
Existe un imaginario, tal vez alimentado por años de un uso superficial de la astrología, de que se anula el libre albedrío de las personas y la culpa de todo la tienen los planetas. Cuando la astrología se toma con poca seriedad, profundidad y complejidad se corre el riesgo de caer en lo que plantea Alberto Rojo: si soy de libra soy equilibrado, si soy de acuario soy creativo. Pues no necesariamente. La carta astral simboliza el entramado energético primordial de la persona. Ese mapa tiene tanta complejidad que sin conocer / escuchar al otrx no podríamos afirmar tal cosa. Quien lo hace está haciendo mal uso de la astrología.
Además, cuando se interpreta un mandala astrológico no se mira sólo la posición del sol (que indicaría que sos de libra por ejemplo) sino de todos los demás planetas, sus aspectos y su ubicación por casas. Y eso se determina por el horario exacto de nacimiento de la persona y la latitud donde se encuentra. Cómo ese mapa energético se reflejará en la psiquis dependerá de cada quien según como lo pueda tramitar de acuerdo a una cantidad de factores. La idea no es ni clasificar a los seres humanos, ni saber lo que va a pasar. La carta astral se utiliza como mapa, como herramienta de autoconocimiento.
Otro de los imaginarios que reproduce Rojo es que quienes acuden a la astrología lo hacen por estresados, desesperados o buscando soluciones mágicas. Puede ser que existan esos usos, pero no se agotan allí, no podemos responder por los horóscopos de las revistas, ni por quienes idealizan a la astrología, ni por quienes buscan respuestas que la astrología no pretende dar. Convengamos que los malos usos de las herramientas no son exclusivos de la astrología. Nadie defenestraría Internet solo porque también se utiliza para hacer grooming.
Retomando la pregunta de por qué la nota creo que Rojo proyecta una vieja “batalla” basada en el temor a los saberes que no son los del modelo de la evidencia empírica directa, aún cuando esos saberes no pretenden regirse sobre esa lógica. Esa paranoia de suponer que lxs astrologxs quieren tomar el poder y destruir el saber científico los ubica en una persecución a lo que llaman “pseudociencias” e impide la diversidad y el pluralismo que supondría una mirada que contempla “otros saberes”. Está demostrado que el pluralismo de saberes no le hace daño a nadie, todo lo contrario, hace la vida más compleja. Lo que se desconoce en la nota son los aportes de las ciencias sociales que demuestran que los saberes empiristas y no empiristas pueden convivir en las personas. Hacer astrología no implica dejar de vacunarse, renunciar a la electricidad o no operarse de un cáncer.
Suponiendo que el motivo de fondo de la nota fuera apuntar contra el Gobierno de la Ciudad por contratar una astróloga, me gustaría hacer una reflexión más al respecto. El actual gobierno apunta a capitalizar para sí un cambio cultural promoviendo un discurso positivo, de paz, felicidad, unión (que se asocia con estas disciplinas) al mismo tiempo que sus políticas económicas se basan en la toma de deuda, aumento de tarifas y desempleo, desfinanciamiento de la salud y la educación. Esto hace que algunos desprevenidos, en el afán de criticarlos (nos sobran los motivos), metan todo en la misma bolsa.
Sabemos que las ideas, objetos, prácticas humanas tienen diferentes sentidos o se le atribuyen distintos significados dependiendo de quién las realice, dónde y en qué contexto social, económico y político. Hay distintas formas de acercarse a la astrología, distintos usos y sentidos. Así como también hay distintas formas de acercarse a la ciencia, distintos usos, sentidos e intereses. Que un grupo político utilice hábil y eficazmente una parte de diversos saberes milenarios para sacarle provecho político no debería poner en el banquillo a esas prácticas sino a estos políticos.
Que quede claro. Que haya personas que mediten para sentir menos culpa al echar a sus empleados no es un problema del Yoga. Que el Gobierno de la Ciudad contrate una astróloga no debería ubicar sin escalas a las distintas prácticas de la espiritualidad en la vereda del individualismo y del neoliberalismo. Sería un hiperreduccionismo hacer una relación lineal entre estas prácticas y esos valores.
Pararse del lado de la racionalidad ilustrada y dejar a la espiritualidad y los saberes no medibles en el terreno de lo que está mal no sólo es prejuicioso e injusto, sino que es funcional a la banalización que realizan los sectores de derecha de esos saberes y prácticas. Sería más útil recurrir a aquella racionalidad para reflexionar acerca de cómo desarmar esa operación política con criterio y discernimiento, en vez de enredarse en una bolsa de prejuicios que los confunde de enemigo.
Más que escribir notas en contra de la astrología y generar brechas que no existen, habría que apuntar a complejizar el análisis. De lo contrario corremos el riesgo de quedarnos en un binarismo simplista y estigmatizar prácticas y saberes. Ojo con encender hogueras en pleno siglo XXI.