En una escuela secundaria de Buenos Aires, el primer día de clases, el centro de estudiantes organizó una sentada. Las y los participantes tenían unas pancartas en las que figuraba el rostro de un alumno y una leyenda que decía “abusador”. El objetivo era impedir el ingreso del chico a la escuela. Él, un joven de 15 años, había sido acusado por su ex novia (de 14) a través de las redes sociales.
En varias escuelas existen páginas web administradas por alumnas en las que las chicas denuncian abuso de sus propios pares. De hecho, hay alumnos que se comunican con las compañeras que administran esos foros para contarles sus encuentros amorosos y ser orientados sobre si cometieron abuso o no. Estas son situaciones paradigmáticas que atraviesan a las escuelas secundarias actuales y muestran cómo esta generación de adolescentes no está dispuesta a dejar pasar nada que huela a patriarcado.
Es evidente que la convocatoria masiva de “Ni una menos” corrió un velo más de las injusticias milenarias que muchas generaciones de mujeres denunciaron sin ser escuchadas, o fueron calificadas como locas, histéricas y/o anti femeninas. Los estudiantes de secundaria comienza a desnaturalizar aquello que parecía propio de cada género y no se cuestionaba. Por ejemplo, hasta hace unos años (vale aclarar que muy pocos), si una chica y un chico hacían una cita en el baño de la escuela para besarse y él buscaba con sus manos un poco más allá de los besos acordados, la joven podía acceder o no, pero esto nunca era nombrado como “abuso”. Más aún, si él no empujaba la situación hacia una conquista mayor sobre el cuerpo de la mujer, podía ser burlado por sus compañeros, considerado como “quedado” o “poco hombre”. El varón siempre debía conquistar un poco más y su insistencia era leída como interés por la mujer, cuya resistencia, a la vez, la sacaba del lugar de “chica fácil”.
Hoy es diferente. Las páginas de denuncias están plagadas de relatos en los que se acusa con nombre y apellido. Las chicas señalan como abusador al que le metió la mano por adentro de la bombacha, en el corpiño, o aquel que la apuró en la cocina de la casa ese día en el que ella no tenía ganas. Hoy, las jóvenes ampliaron los márgenes de lectura, significan de otra manera y no están dispuestas a negociar. “No es no” dicen con firmeza, mientras constituyen precarios tribunales en los que se cruzan víctimas y victimarios.
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La pregunta es: ¿cómo acompañamos, como adultos y/o como docentes, este pedido de transformación de la injusticia ancestral contra las mujeres? ¿Cómo nos posicionamos frente a estos jóvenes que se declaran enemigos del patriarcado y deciden auto-gestionar la justicia y el acompañamiento a sus pares víctimas de abuso? ¿Cómo intervenimos, como adultos para que este grito sostenido por la igualdad de género se vuelva transformador?
Ante una Justicia que la mayor de las veces mira hacia otro lado ante las mujeres que se defienden de sus abusadores y frente a la escasa implementación de la Ley 26150, Programa Nacional de Educación Sexual Integral (ESI), en las escuelas, los y las chicos/as generan sentidos, los legitiman y los actúan. Si a esto se suma una subjetividad contemporánea intolerante a la demora y a la espera, entra en juego la lógica de la “justicia express”. Un método que, sin dudas, debe ser puesto en discusión en los procesos de enseñanza-aprendizaje porque no podemos retroceder como sociedad en la lucha histórica del Pueblo argentino junto con los organismos de Derechos Humanos para garantizar la resolución democrática de los conflictos.
En este contexto actual, en el que lo significado históricamente entre los géneros se rompió, abandonar nuestro lugar de adultos es un error grave. Debemos discutir con las nuevas generaciones cuestiones que hacen a esta lucha, sin apagar su grito ni desoírlo. La justicia no puede quedar capturada por la lógica de la inmediatez que propone la época.
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“No es no” es una consigna política, histórica del feminismo. Como toda consigna política debe ser clara y contundente para orientar caminos y ordenar deseos; aunque bien sabemos que una palabra señala un sentido y evoca muchos otros. Sería sencillo para los humanos contar con el lenguaje de las abejas, que es preciso y certero, no genera dudas ni equívocos, tampoco poesía. Pero el lenguaje humano no se ajusta a un sentido, sino que evoca muchos y genera malos entendidos. En esta distancia que existe entre la palabra y la cosa nombrada, debemos trabajar con el programa de Educación Sexual Integral en las trayectorias escolares, de modo que permita conmover las verdades mentirosas que promueven los estereotipos, a la vez que posibilite que se generen las condiciones para que surjan nuevas maneras de saber hacer en los vínculos amorosos.
Ofelia Fernández, dirigente estudiantil y una de las figuras más notorias del movimiento feminista entre los jóvenes, dijo en una entrevista al diario Página 12: “Es urgente que haya políticas públicas y que esos casos (se refiere a las denuncias de abuso entre adolescentes) los tomen personas capacitadas. Hay pibas que se están encargando de contener a las víctimas, cuando quizá las van a abusar a ellas al día siguiente de la misma forma. Y es una situación muy complicada tener que cargar con esa tarea. También genera que pibes de 16 años terminen marginándose, a tal punto que cargan con más resentimiento y terminan ejerciendo más violencia cuando se los escracha”.
Ofelia también aporta un dato: en los foros online, las denuncias de abuso por parte de alumnas a sus compañeros se refieren muchas veces a hechos ocurridos en el pasado, uno o dos años atrás. No tenemos una hipótesis de por qué ocurre de esta manera, pero sí la percepción de que desde el 2015, con la primera marcha de “Ni una menos”, se fortaleció la necesidad de repensar, entre otras cuestiones, qué es un abuso.
Queda claro que la “justicia express” no educa sino que genera resentimiento; porque este proceso es vivido como venganza y si algo genera violencia, es la falta de escucha y la arbitrariedad.
En “Conferencia sobre la Eficacia”, el filósofo Francois Jullien pone en cuestión la búsqueda occidental de modelizar una situación, o pensar la realidad y tratarla desde el modelo. Esto siempre implica una distancia con la situación real y genera resistencia sobre el acontecimiento que no está contemplado en el modelo a lograr. Es por esto que en lugar de generar un modelo único y juzgar aquello que no encaja en él, corresponde analizar el potencial de los hechos singulares para avanzar en su transformación. De no tener en cuenta las diferencias, perderíamos la posibilidad de generar condiciones institucionales para el cuestionamiento de los sentidos dados. Para ello, es necesaria la creación, el crecimiento y la consolidación de espacios de elaboración colectiva.
El sistema educativo argentino cuenta con La Ley Nacional de Convivencia Escolar (Ley Nro. 26.892), promulgada en el año 2013 y reglamentada en 2014. Esta Ley establece que todas las escuelas del país deben construir sus Acuerdos Escolares de Convivencia, institucionalizar los Consejos de Aula y los Consejos Escolares de Convivencia. Estos dispositivos de participación permiten abordar aquello que atraviesa a la comunidad educativa y habilitan el intercambio y las discusiones entre familias, docentes y alumnos pudiendo, eventualmente, operar sobre las estigmatizaciones y los sentidos cristalizados.
La aplicación de la Educación Sexual Integral (ESI) construye de una mirada de género en las escuelas y crea las condiciones para fomentar en los chicos el cuidado de sí mismos, el desarrollo de la responsabilidad en el vínculo con los otros, así como también otorga el espacio para reflexionar sobre la posibilidad de conductas abusivas.
Producto de la Ley de ESI se fijaron los lineamientos curriculares que determinaron contenidos que son obligatorios para todas las escuelas del país. Estos son transversales, es decir, que atraviesan todas las asignaturas de los niveles inicial, primario y secundario. De hecho, los cuadernos de Educación Sexual Integral específicos para cada nivel que fueron elaborados desde el Programa Nacional de ESI del Ministerio de Educación de la Nación- incorporan contenidos acordes a las diferentes edades y contienen propuestas para trabajar en el aula.
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A modo de conclusión, volvamos al caso que presentamos al inicio, el de las pancartas denunciando a un joven como abusador. Por un lado, es importante señalar que una persona no es el error que cometió sino su posicionamiento subjetivo frente a éste y eso es lo importante para pensar un proceso de transformación. Por otro parte, reiteramos que acciones hoy denunciadas, hasta no hace mucho tiempo eran festejadas por la comunidad de pares de los adolescentes y por los adultos también. Ciertamente, subvertir sentidos no es sencillo.
Estos jóvenes acusados hoy son nuestros hijos, y nosotros, hijos del patriarcado. Desde esta perspectiva debemos trabajar en las aulas, desde el conocimiento de que las transformaciones requieren tiempo, sabiendo que hay diferencias enormes entre conductas abusivas y ser un abusador y que es función de la escuela hacer que los jóvenes asuman progresivamente la responsabilidad por sus actos.
La escuela es un lugar de aprendizajes, no un espacio punitivista. Las y los adolescentes están en pleno proceso de formación, transitando sus primeros encuentros sexuales, luchando por una sociedad más equitativa y los pañuelos verdes atados a sus mochilas serán, tal vez, el símbolo con el que la historia los recordará.