Para ver la intervención de Alan Ojeda en Intratables, me tuve que comer todo el programa desde youtube (aproveché, mientras tanto, para hacer un backup de "Mis documentos").
Alan habló al final del programa, cuando ya no había casi tiempo. Lo previo fue, efectivamente, el túnel del tiempo, que permitió a distintas manifestaciones de la derecha más recalcitrante expresar sus puntos de vista totalmente desinhibidos (es decir: bestiales): hay que prohibir las fiestas, debe haber policía encubierta en las fiestas, hay que secuestrar los celulares de "los chicos" y ver a qué dealer llamaron, hay que prohibir las fiestas, cuando un hijo no tiene a quién contarle sus problemas, se droga, hay que prohibir las fiestas, etc.
Cuando mis hijxs cumplieron 17 y 15 años respectivamente, los senté ante una mesa y les expliqué qué cosas son las drogas (que usaban ya los griegos y cuyo aroma puebla, todavía hoy, las ruinas de Éfeso, donde vivió María, la madre de Cristo: turkish hash).
No sé si consiguieron aprender la palabra "enteógenos", pero en todo caso, quedó claro que hablábamos de propiedades psicotrópicas que amplían los niveles de conciencia y que permiten, incluso, experiencias místicas.
Mucho más suave, el sudamericano mate de coca es un remedio imposible de obviar cuando uno visita Cuzco. No sabe bien, pero el cuerpo lo agradece.
Luego les catalogué las drogas según sus potencia adictiva.
Y les suministré un par de consejos: mejor es no drogarse hasta cierta edad, una vez que se ha completado una pasable formación mundana. Para drogarse, hay que saber hacerlo. Qué se puede mezclar y qué no, les expliqué (alcohol nunca, subrayé, nunca alcohol: no hay nada más patético que un borracho). Y les pedí que nunca compraran drogas en la calle (o, para el caso, en una pista).
Si tomaban algún sintético, debían estar atentos a la temperatura corporal y tomar muchísima agua (por lo cual les convenía llevar botellas en las carteras y mochilas). Y les hice prometer que nunca, nunca, se picarían.
Cuando fueron grandes me comentaron la impresión enorme que les había provocado esa charla (que yo mismo no disfruté), y al mismo tiempo cuánto agradecieron en retrospectiva lo que les había dicho.
Ignoro qué experiencias tuvieron en ese rubro y no me importa averiguarlo porque crecieron sin problemas y el verano pasado conversaban con su abuela (mi madre) sobre el estado de la planta de cannabis que ella cultivaba en su jardín (hasta que alguien entró para robársela), con la excusa de hacerse unos emplastos para calmar el dolor de sus piernas.
Yo ya no tengo paciencia con las fiestas multitudinarias y nunca voy a ninguna (ni siquiera, a las fiestas que organizan mis amigos). Creo que el carácter masivo (es decir: masivamente inducido) de las fiestas conduce a lo peor, porque se junta demasiada gente que no sabe lo que hace con demasiada gente sin escrúpulos sobre lo que está vendiendo.
Yo recuerdo, hace más de veinte años, haber ido a Pachá (que es como River-Boca) y haber tenido que salir ahogado a la Costanera, y tener que descalzarme para pisar el pasto. Nunca más volví. Sentí que esa música encerrada en un lugar incómodo exigía de mi cuerpo más de lo que yo podía darle. Me encantaban las raves, cuando las había, porque sucedían al aire libre, y uno podía elegir la distancia exacta de inmersión y de pérdida de si.
Ahora todo eso, que disfruté muchísimo, es un recuerdo. Veo la lista de dDJ's y me bajo las pistas para escucharlas. Algunas me gustan (Jamie XX me obsesiona bastante últimamente: me hace bien).
Es fácil darse cuenta para qué tipo de droga han sido diseñadas: algunas son más ácidas, otras son más extáticas, otras son duras.
Que haya una correlación entre pistas bailables y psicotrópicos es tan común como que haya una correlación entre tipos de bebidas y horas del día (el whisky de la tardecita, por decir algo).
Como siempre, cada vez que sucede una tragedia, todo el mundo grita sin pensar un segundo en lo que está pasando. Yo he mirado las fotos de esos chicos muertos, a los que les vendieron basura (o una cosa por otra) y que no sabían cómo tomar lo que tomaron. Tristísimo. Imagino a sus padres, que se sentirán culpables por los horrores que se escuchan y se leen en la prensa. Quisiera decirles que ellos no tienen la culpa de nada, que la culpa es del capitalismo, de los eventos de masas (se trate de un show de Madonna, un mundial de fútbol o una fiesta electrónica) y la escasa cultura mundana que tenemos y que somos capaces de transmitir.
Prohibir las drogas es imposible, porque forman parte de la naturaleza (el floripondio es una planta tan vulgar que crece sola en nuestras pampas) y de la experiencia humana. Con el auge de la fabricación sintética, las fábricas son incluso ilocalizables. Y no hay excusa (no la hay, salvo que pensemos en sociedades de control insostenibles: el fascismo) para controlar los comportamientos privados de las personas.
En varios países el consumo de marihuana es ya legal. Es un primer paso. Pero no se trata sólo de vender productos aprobados legalmente y con controles de calidad eficaces, sino de una educación para el placer: una dietética de los placeres.
Así como no es recomendable que los muy jóvenes anden cogiendo descontroladamente, tampoco lo es que consuman cualquier cosa sin supervisión alguna.
En cuanto a las fiestas, no hay que prohibirlas, hay que liberarlas: liberarlas de la miserabilidad del negocio febril, recuperarlas como un espacio de felicidad común, comunitaria, ritual. Algarabía. Que pase algo diferente de la muerte a la que la sociedad, deliberadamente, nos condena.
*Publicado originalmente en el blog del autor