I- Lencería erótica en el púlpito y más acá la civilización.
Alguna intuición de lo que ocurre en estos tiempos la tuve hace mucho. Y no se trata de reivindicar ningún don profético sino de hacer entender que lo que ocurre viene de hace bastante. Hace 20 años en una institución cristiana una mujer que lideraba el culto que ella misma había bautizado innovadoramente como “social”, y que era una fiesta de 15 años para las cumpleañeras del mes, repartía como regalo de la comunidad lencería erótica que era presentada en el púlpito por la chica entre sonriente y ruborizada. No creí ni les quiero hacer creer que estuve en Macondo, sino transmitir algo de lo que yo creo que condensaba esa situación: la ruptura con el orden sexual “tradicional” se viene jugando en toda la sociedad, en pliegues insospechados, absolutamente indetectables al mecanicismo de la secuencia píldora-liberación femenina que nuestro mundo académico comienza a abandonar. Al final volveremos sobre los hechos que podrían vincularse con esta historia. Por ahora déjenme ponerle un marco general a este hecho ocurrido hace 20 años y, aunque parezcan no vinculadas, a las consecuencias de la performance posporno cuyas consecuencias más interesantes todavía distan de estar elaboradas. Y desde ya perdónenme porque ni soy especialista ni voy a respetar, más por ignorancia que por convicción, algunas lógicas que una buena parte de los especialistas sostiene.
II-Individualismo, democracia y la asamblea constituyente del sexo y el género.
La performance posporno que generó el escándalo de la semana pasada, las otras performances que sucedieron en espacios académicos y no tuvieron las mismas consecuencias, la marcha “Ni una menos”, la Ley de identidad de género, la hipersexualización de las emisiones televisivas, o que el diario la Nación se refiera en su blog “Boquitas pintadas” a fantasías en que una madre y un hijo se enamoran de un mismo hombre, no son fenómenos equivalentes y muchas veces componen sentidos y situaciones diferentes y contradictorios. Pero comparten una intersección que habla específicamente de nuestro tiempo: al menos una parte importante de nuestra sociedad vive un estado deliberativo acerca de lo que conocimos en otra época como las entidades inmutables del sexo y el género.
Podría ligarse este fenómeno a algo más general y que también es un signo de los tiempos: por los más diversos caminos una parte creciente de los sujetos de nuestras sociedades someten a elección una serie de situaciones vitales que venían impuestas como única salida, obligación o ley de la naturaleza. Casarse: con el género opuesto. Identificarse: como hombre o como mujer. Tomar distancia del proyecto de las obligaciones y la familia: una anormalidad patológica. Al ritmo de transformaciones que afectan las relaciones de los sujetos con la naturaleza, con otros hombres y consigo mismo empezamos a decidir y a dudar sobre cuestiones que hasta ahora no eran dudosas. Es el lado bueno y desconocido de aquello que suele demonizarse como “individualismo”.
Más aún: no creo que todo este estado pueda dejar de ser puesto en correspondencia con un hecho que frecuentemente se deja de lado: treinta años de acumulación de rutinas democráticas y sus efectos tal vez no sean en vano y tal vez no sean una simple concomitancia con esta situación. Aquello que preocupaba a Guillermo O´Donnell, el despliegue de los micro autoritarismos en que se sostenía el orden dictatorial tal vez esté viviendo un punto de reversión gracias a esa acumulación democrática: así junto a las determinaciones globales de la puesta en cuestión de los supuestos de la naturalidad del género y el sexo, tal vez deba verse que la “transición a la democracia” se acelera, se especifica y se proyecta a un plano de la vida social injusta y sospechosamente tenido por menor. Y esa transformación hace mejor y diferente a nuestra democracia.
El estado deliberativo al que me he referido más arriba no es una reflexión tranquila. En esa virtual asamblea se cuestionan y comienzan a reconocerse como opresiones malestares que otrora pasaban como si nada. La violencia masculina naturalizada o aguantada porque no había otra no solo es “cuestionada” como concepto sino que lo es en procesos dolorosísimos en los que se toma conciencia de ofensas recibidas y de exigencia de reparaciones y límites. Y lo mismo con una serie notoria de ofensas que abarcan algo que va más allá de las relaciones de pareja: las interacciones sociales en su conjunto, las formas del sexo, la superación del amor romántico, las propias zonas erógenas, las retóricas eróticas, las estéticas. Tantos temas atrasados, tantos dolores como libertades que faltan deberían hacernos comprender que haya mujeres enojadas como bien dijo María Esperanza Casullo o María Esperanza Casullo en una nota aguda y rápida a horas de pasado el ni una menos (y ampliamos diciendo que no solo cabe el enojo de las mujeres sino el todos los agraviados que este campo de acción revela).
Para resumir todo lo dicho: la individualización, y la desnaturalización de los vínculos y las experiencias humanas no se realiza tranquilamente sino bajo un ciclo de reconocimiento de malestares, denuncias, protestas, exigencias y creación de nuevas condiciones en que esos agravios y opresiones comienzan a ceder. En ese ciclo es notoria y relevante la voz de activistas que surgen en los más variados procesos: desde adentro de los mismos asumiendo autonomías, repudiando golpeadores, rompiendo techos de cristal, desde “afuera” como trayectorias “expertas”, “militantes” u “operadores sociales” que obran en causas de otros porque ya han obrado en la propia (y es por eso por eso no hay afuera que sea sin comillas).
El activismo sexogenérico tiene efectores y efectos en todos lados y no sólo, como se supone con irritante necedad, en las facultades de sociales y en Palermo. Bastaba ver la composición de la marcha “Ni una menos” para darse cuenta de que ese activismo, en algunas de sus versiones, anuda iglesias, migrantes “tradicionales”, familias. No tendrán el lenguaje que le exijan los que hacen dogma de cualquier cosa, pero tienen sus propios caminos de cuestionamiento, y se los evalúe como se los evalúe suman a este estado de deliberación que hemos venido describiendo. Y todo esto no niega que a pesar de los “avances institucionales”, en los pliegues de la vida cotidiana, las opresiones que comienzan a denunciarse son todavía inconmovibles o, peor, costumbre. O que azuzadas por todos estos eventos las viejas costumbres reaccionan vengativamente.
II- Provocaciones
Las acciones de los colectivos que constituyen el profuso activismo sexual y genérico contemporáneo han llegado al punto de lograr éxitos que hasta tienen un momento paradojal: como que haya idishe mames que además de reclamar el casalito de la Doctora y el Ingeniero claman un ansiado nieto gay para constituir una bella familia arco iris, comme il faut! Y por eso sucede que una parte de las reacciones del “progretariado” (@tintalimon dixit, en twitter: el seudónimo del periodista Martín Rodriguez), que es una de las cunas de estos activismos, se disocian y aparecen los superados de siempre que sobreactúan polémicamente papeles “retro”, acudiendo a todos los lugares comunes del Malevo Ferreira. Pero no es sólo por bromear que algunos de los miembros del “progretariado” reactivo sobreactúan. También están los que resisten reteniendo en dobleces desprolijos una verdad indecible, un prejuicio que se endilga a la moralidad de los demás, los niños, los transeúntes, los inocentes, pero reside en la propia reacción ante los hechos. Cuesta reconocer la participación de cada uno de nosotros en esos agravios y entonces se inventa todo tipo de excusas para no reconocerlos. Es un contexto de amplias determinaciones que incluyen el individualismo, el trayecto de nuestra democracia, la activación de un estado deliberativo sobre el género, la sexualidad y las opresiones que se le asocian, y el de las reacciones que causa su diseminación. Es amplio, pero es ese y no otro el espacio en que se dio la performance posporno que causó escándalo en las redes sociales y en los medios masivos.
Algunos dirán que la mentada performance de sociales fue el momentum de una estudiantina que en el cuestionamiento a la normatividad sexual estaba tan de moda como fumar, dejar de fumar, usar ciertos anteojos o escuchar tales bandas y que dejó tras su irrupción nada más que escándalo, vergüenza y un mar de ventajas al enemigo. Y no deja de ser una posibilidad a explorar, que en este tipo de eventos puede haber automatismo o frivolidad (aunque este no haya sido el caso). Se sabe que la temida confirmación del patriarcado y la neutralización de los cuestionamientos puede estar jalonada de un curriculum provocativo y transgresor como muchos de los teóricos queer denuncian. Y no faltan en esta fauna los sátiros vírgenes que adoptan el feminismo mecánicamente y adoptan el tono de alma enfática en piloto automático y “denuncian” dominación masculina si la posición coital no es horizontal. Pero al mismo tiempo podrá reconocerse en esa acción la necesaria siembra a futuro de una disconformidad que es precisa y necesaria porque así, de a poco, desde el pie, se vuelve históricamente actuante. Esa disconformidad que se siembra reza: ”Podríamos ser de muchas otras maneras que aquellas que somos y cada vez más muchas existencias se despliegan en el descubrimiento doloroso y placentero de que mucho de lo que se recibe como obligatorio se puede elegir y modelar de acuerdo a la forma en que cada uno pueda dar lugar a su deseo, en espacios que de ninguna manera arbitra la ley natural o civil”. Lo cierto es que los episodios que despliega el activismo basado en la idea de que “todo sexo es político” escandalizan, en buena parte, porque confirman la hipótesis que promueve esas acciones: que es preciso contraponer una voz activa a una naturalidad que encubre una voz de orden que se borra como tal y habla desde la oscuridad. Veamos pues qué es lo que lo que supura en las críticas que la provocación transparenta.
Se escandalizan los que reconocen el peso de la normatividad pero siempre encuentran que no es la prioridad. Pero ¿reconocen o no una verdad ahí? ¿Y por qué niegan o posponen las consecuencias de reconocerla, que es lo mismo, pero es peor? Para ellos parece que primero es la comida, luego la salud, luego el voto femenino y así en un recorrido etapista cuyas razones sólo se entenderían si se pudiese pensar que las energías sociales son una suma cero y que si se hace una cosa no se puede hacer otra, como si nuestra sociedad no reclamase simultáneamente, y con efectividad algunas veces, derechos como los de informarse y trabajar, protestar, comerciar o casarse con quien cada uno quiera en tanto haya consenso y facultades mentales que lo sostengan (como si esos reclamos, además, no se nutrieran recíprocamente muchas veces). Se escandalizan en nombre de otros que no son ellos, a los cuales les endilgan su paternidad político cultural. ¿Por qué no ser más generosos y dejar que el sentido de la oportunidad fluya un poco más libremente?
¿Acaso se trató de una canchereada endogámica de clase media?, ¿de una típica acción vanguardista sin arraigo que a la postre es funcional a los enemigos? Habría que fijarse antes de hablar. El colectivo que organizó la performance, que tan parcial e insidiosamente se analiza, para ocultar las resistencias a la verdad que portan, no sólo se dedica a esto: estudia las culturas populares, trabaja en barrios populares, y tienen, con evidencia de su propias y reconocidas investigaciones, probada convicción de que el cuestionamiento sobre formas hegemónicas de la genericidad y la sexualidad no empieza ni termina en Sociales. Pero además, y como lo viene sosteniendo Rafael Blanco: ¿por qué no en Sociales mismo? O acaso el proyecto crítico no puede tener por blanco su propio nicho. Es casualmente esa queja la que se puede dirigir a muchísimos críticos, por ejemplo ahí mismo en la sociología de la cultura: todos los otros son “pobrecitos subalternizados”, pero nunca se examinan las propias condiciones del decir y la presunta y declarada “superioridad” epistémica. En cambio en el caso que citamos ocurre lo contrario: el dispositivo de la crítica se quiso ejercer reflexivamente sobre sí mismo. ¿Qué problema debería haber con eso?
Se escandalizan, además, los que paradojalmente no la ven ni cuadrada, ni cuando se les explica ni cuando se les muestra, pero argumentan tozudos y a priori que no es el momento ni la forma ni el lugar. El posporno no es para que te excites. Es para que cuestiones tu excitación si no te excita o para que reconozcas que te excitas diferente si es que lo hacés. Y no es una actividad sexual, no al menos en forma directa, o única: sino justamente, como muchas otras intervenciones, una acción simbólica que evidencia la no naturalidad de lo “natural”. Una piedra lanzada contra la pared raja la pared y muestra su estructura, sus puntos débiles, sus fortalezas y sus apoyos. Una performance posporno muestra los puntos de sustentación de una arquitectura de lo sexual que a muchos les duele y a otros les abre posibilidades. En la sociedad contemporánea se producen efectos sobre los discursos y las prácticas que la ordenan con dispositivos que los ridiculizan, los versionan, los muestran en sus contradicciones y arbitrariedades. No todo es predicación: “No tenemos tiempo más que para argumentar en acto” parece ser su posición para hacer historia, para lanzar piedrazos que activen una transformación micro en el presente y macro en el futuro. Como dijo Alejandro Kaufman en Twitter: “Para eso son y sirven las provocaciones: ponen al descubierto lo que se cree y piensa por debajo de lo que se admite habitualmente”.
La performance posporno evidencia en cada resistencia que se le opone la causa y la legitimidad de eso que se realiza como provocación y no puede desplegarse todo el tiempo como discurso pedagógico ni como argumentación u homilía (parroquial o vaticana). Para el cínico que considera que no es el tiempo, la forma, la oportunidad o el espacio basta el argumento de que no es necesario que él lo decida de antemano. Lo decidirán quienes lo reciban, y, sépanlo, nunca nada cae en saco roto. Después de todo las batallas del activismo sexual contemporáneo, como las de las mujeres históricamente, comenzaron siempre contra la corriente, minoritariamente, de la mano de sujetos que a los ojos de los filonormativos de siempre, muchos de ellos jugándola de taimados, eran locos, desubicados, vanguardistas, o vanguardistas atrasados. Para el que se asquea, no entiende, y repudió sólo el tiempo podrá darle una respuesta: en la vergonzosa confrontación con lo que esa provocación le deje el día que se vea a sí mismo en el ridículo de amar o coger con receta, que ojalá le llegue alguna vez a la conciencia. Cosa que encontramos difícil pues en la negación “escapa” del campo de la conciencia hasta un asesinato que se haya cometido ayer mismo.
III-Academia y sociedad.
Pero digamos algo más sobre este pretendido enraizamiento social estrecho e ilegítimo con que se acusa políticamente a los organizadores del evento. A la producción de estos hechos no es ajeno lo que se mira exactamente al revés de como debiera enfocárselo. El activismo sexual contemporáneo está constituido, en parte, por uno de los segmentos académicos en los que más se ha dado la tan mentada, declarada y ponderada relación entre academia y sociedad. Y no quiero olvidarme de que a algunas de las pioneras de esta problematización como Elizabeth Jelin o María del Carmen Feijoó, hace no tanto tiempo algunos las trataban como si hablaran de temas “menores”. Las reivindicaciones contemporáneas se sirven parcialmente del saber académico, lo viralizan y adaptan a sus situaciones y lenguajes y lo reciclan para que una academia sensible pueda retomarlo. Ojalá a otros lenguajes académicos de la actualidad les sucediera lo mismo. Algunos de esos lenguajes han hecho millonarios y prestigiosos a sus autores, pero rígidos, dependientes y autocontradictorios a los movimientos que inspiran. No es el caso de las relaciones entre activismo de género y sexo y grupos sociales. Los movimientos de activistas, de las más variadas layas, mucho más que aquellos presos que se conocen el código penal más que el abogado, han hecho carne y dialecto propio una biblioteca que va de Butler a Preciado, de Freud (criticado) a Simone de Beauvoir. La desobediencia de género y de sexo no es un temita de Palermo como tres tuiteros cachacientos le hacen creer a algunos cronistas irresponsables en la dinámica invisible pero perversa que alimenta las rutinas informativas (hecho relativamente independiente de las conductas de los grandes grupos de comunicación y que tanto habla del carácter de “ratis mentales” que alegremente pueden asumir algunas personas o agrupaciones políticas dispuestas a todo por captar un militante). Y no se trata de que yo les muestre evidencia acá, pero sí de consultar la abundante investigación sobre activismos, sexualidades y desobediencia de género en diversos estratos y espacios de la Argentina. En este caso, menos que en ninguno, se trata de impugnar acciones como si se tratasen de veleidades de intelectuales (justo además cuando los intelectuales consagrados, en general, por una cuestión hasta generacional, no pueden más que seguir estos hechos a unos cuantos metros de distancia). Se trata más bien de entender la fertilización recíproca que se ha dado entre academia y sujetos que han pasado de la queja a la pelea: mujeres maltratadas, travestis, transgénero, homosexualidades. Y se trata de entender que una nueva generación de académicas y académicos anudan sus temas personales, políticos y profesionales y lo hace con dedicación y responsabilidad extremas y con bastante eficacia.
¿Hubo errores de cálculo en la performance que sucedió dos veces antes, en ámbitos universitarios y no trajo ninguna consecuencia como la que estamos discutiendo? Puede que sí, pero teniendo en cuenta ese antecedente y todo lo ya dicho es toda una canallada tomar la parte por el todo y reducir a ese eventual “error” una acción que se monta sobre todos los antecedentes que he venido enumerando.
IV-¿Retóricas eróticas populares?
Y último, pero no menos importante que todo lo dicho hasta acá, un argumento que viene de otro lado: la apropiación crítica del porno aconteció en los sectores populares, muchas veces, en otro tiempo, en otra frecuencia, en otros nichos toda vez que ocurre una escena como la que recordaba al inicio de estas notas. Las verdades de la emancipación femenina, de la liberación de las formas hegemónicas de la sexualidad y el género también la portan, aunque no lo quieran entender nunca, las princesitas Karinas con sus canciones y los Kun Agüero que las eligen, y las mujeres que escuchando a Arjona experimentan el placer de la metáfora ahí donde ustedes, reyes de la endogamia cultural, entienden que no hay más que brutalidad y cosificación. Alguna vez conversando con la mujer que cité al inicio de éstas líneas hablamos sobre Evita. Yo, convencido de que ella sería Evitista porque Evita había dinamizado la conquista de derechos de las mujeres, preguntaba sobre el voto y el trabajo y no obtenía comentario. Mi interlocutora espero que parara de decir pavadas para remitirme a una imagen que desconocía: “Evita fue la primera mujer que pateó una pelota de fútbol en un estadio”. La memoria es la memoria y cada uno condensa y selecciona sus recuerdos como quiere y le deja su historia. Esos caminos, para mí invisibles, eran los hitos de su liberación y yo no debería haberlos desconocido. Y en general es así: el activismo sexual contemporáneo, y lo que yo llamo una especie de deliberación generalizada sobre el sexo y el género sopla donde quiere (como el Espíritu Santo) y desborda incluso a sus impulsores reconocidos. Y en este Pentecostés las vías del cuestionamiento pasan por las vías consagradas y por las desconocidas. Por las posturas inasimilables que siempre correrán los márgenes a la “izquierda” y por las posturas que ejercen astucias y juegos tácticos que aunque a ustedes les parezcan nimios son plenos de efectos. ¿O acaso no están ladrando Sancho?
Luciana Aon, Ornela Boix, Guido Cordero, Carolina Justo von Lurzer , Micaela Libson, Mariana S. López, Carolina Spataro leyeron y corrigieron los borradores. Les agradezco los comentarios pero, claro, no las hago responsables de mis obstinaciones y deslices.