Economía gig y nubes públicas


Cómo domesticar a los gigantes de la tecnología

Algo hay que hacer para frenar al poder económico y político de las grandes empresas tecnológicas, ¡y rápido! La expectativa liberal de afrontarlo con más competencia sólo va a profundizar el problema, dice Nick Srnicek. Y argumenta por qué los sindicatos y la propiedad estatal pueden domesticar a los gigantes y devolvernos el control de nuestra vida digital. Srnicek es uno de los conferencistas de nuestro programa de formación Futuros Aumentados.

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Luego de años de elogiar sus virtudes, los gobiernos del mundo se están dando cuenta tardíamente de los problemas que plantean las grandes empresas de tecnología. Desde India hasta Australia, de Francia a Estados Unidos —y ahora el Reino Unido, con su informe del Panel de Expertos en Competencia Digital—, los políticos analizan cómo mitigar los daños de las mayores plataformas tecnológicas del mundo. Y todos parecen arribar a la misma respuesta: la competencia es el mecanismo mágico que de alguna manera domesticará a los gigantes, desatará la innovación y reparará nuestro mundo digital.

 

Pero, ¿qué pasaría si la competencia fuera el problema y no la solución? 

 

Después de todo, es la competencia —no el tamaño— lo que demanda más datos, más atención, más participación y más ganancias a cualquier costo. Es la competencia lo que les exige a los gigantes tecnológicos que se expandan. Es la competencia por dólares provenientes de la publicidad lo que lleva a Google, Facebook y Amazon a ignorar preocupaciones relacionadas con la privacidad y expandir la recolección de datos. Es la lucha por dominar las interfaces de voz y los datos de hogares inteligentes lo que conduce a Amazon y Google a introducir agresivamente la maquinaria de vigilancia en nuestras casas. Es la competencia por atención lo que lleva a las aplicaciones y plataformas a hacer sus productos lo más adictivos posible. Es la competencia por usuarios y por engagement lo que hace que Twitter, Facebook y otros hagan la vista gorda ante el abuso, las fake news y la radicalización hacia la extrema derecha. Y es la competencia por quién será el proveedor dominante de IA lo que lleva a los gigantes tecnológicos a la constante colonización de nuevas fuentes de datos. Los esfuerzos del gobierno por aumentar la competencia corren el riesgo de, simplemente, agravar estos problemas.  

 

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Entonces, si aumentar la competencia no va a mantener a las grandes empresas tecnológicas a raya, ¿qué lo hará? Con demasiada frecuencia, los debates sobre este tema empiezan y terminan con el gobierno y los consumidores, y se les presta poca atención a los trabajadores. Eso es un error: los sindicatos de tecnología más grandes y fuertes pueden ser un contrapeso importante al poder de los gigantes tecnológicos. Un área en la que la falta de competencia realmente importa es la de los salarios: nuevas investigaciones sugieren que cuanto mayor es el tamaño y la concentración de las empresas en una industria en particular, más se suprimen los salarios.

 

La solución es apoyar los esfuerzos para organizar a los trabajadores del rubro tecnológico en sindicatos. Si bien recién están en sus etapas iniciales, los sindicatos de trabajadores de la tecnología ya lograron un progreso significativo en términos de mejorar las condiciones laborales, bloquear la cooperación tecnológica con el estado de vigilancia y sacar a la luz el sexismo y el racismo latentes de la industria. El Sindicato de Trabajadores Independientes de Gran Bretaña, por ejemplo, ha dado importantes pasos para conseguir derechos básicos para trabajadores de la gig economy (economía del bolo).   

 

Un segundo paso sería regular las plataformas de redes sociales como el servicio público que son. En una época anterior, los gobiernos no dudaban en regular los monopolios naturales en los que los servicios prestados eran bienes públicos esenciales. No tenía sentido, por ejemplo, instalar dos vías del tren, una al lado de la otra, en un intento ineficiente y desesperado por mantener la competencia. En casos como este, los monopolios se reconocían inevitables pero estaban sujetos a regulaciones estrictas que garantizaban su funcionamiento por el bien común y no solo por lucro privado.

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En la actualidad, estas regulaciones podrían aplicar a algunos de los servicios prestados por las grandes empresas tecnológicas, y podrían incluir reglas respecto de quién puede utilizar las plataformas, límites sobre cómo las plataformas pueden priorizar sus propios productos en ellas, restricciones sobre cómo estas compañías pueden recabar y utilizar datos personales, y requisitos para abrir la propiedad intelectual o licenciar patentes de forma asequible. La senadora Elizabeth Warren de Estados Unidos, por ejemplo, sugirió esto recientemente entre sus propuestas para abordar la situación de las grandes empresas tecnológicas.

O podríamos ir más allá y socializar las plataformas en lugar de dejarlas en manos de privados, y pasar la titularidad y el control a los trabajadores, usuarios y ciudadanos. Por ejemplo, uno de los principales problemas planteados por las apps para compartir viajes como Uber es que producen externalidades negativas como congestión y contaminación del aire. Una plataforma pública, em cambio, tendría un mandato mucho más amplio que simplemente sumar más autos a las calles. Transport for London (TfL) podría desarrollar y operar una app para compartir vehículos que permita traslados de bajas emisiones en Londres. Y los datos de esa plataforma podrían luego compartirse libremente con otros organismos públicos y garantizar así una mejor planificación para vivienda y transporte.

 

En otra escala, podríamos sacarles de forma contundente a Amazon, Google y Microsoft el control sobre cloud computing y image computing como servicio básico del siglo 21. Iniciativas como la Nube de Ciencia Abierta de la Unión Europea constituyen un modelo para ofrecer infraestructura de la nube financiada y operada de forma pública. No hay motivos para que los gobiernos no puedan brindarles a los ciudadanos acceso gratuito a una nube pública que garantice la privacidad, seguridad, eficiencia energética y acceso igualitario para todos y todas. Nuestras infraestructuras digitales no deberían quedar en las manos de monopolios que corren detrás del lucro, sino más bien ser operadas de forma democrática para el bien común. 

 

Algo hay que hacer para poner un freno al creciente poderío económico y político de las grandes empresas tecnológicas, y hay que hacerlo rápido. Pero la creencia liberal instintiva sobre el valor de la competencia exacerbará los problemas en vez de resolverlos. Tenemos que ampliar la mirada si queremos retomar el control de nuestras vidas digitales.